
El otro día me encontré a un amigo, al
que me une especialmente una amistad libraria, aunque no coincidamos del todo
en los gustos. “¿Sabes cuál ha sido mi última adquisición?”, me preguntó. Y
ante mi expectante ignorancia, me informó muy ufano: “¡Una máquina de fango!”.
Y siguió: “Me puse a buscar en Amazon y vi una baratita, marca Acme, una marca
de garantía, y en dos días ya la tenía en casa. ¡Oye! ¡Una maravilla! Leí el
manual de instrucciones, la enchufé a un puerto usb del ordenador y ¡a
funcionar! Te sale un menú con los temas sobre los que puede crear bulos y
noticias falsas. Un catálogo en el que la política es uno de esos temas
estrellas. Pero preferí la literatura. Por curiosidad y por probar hasta dónde
podía llegar la originalidad del artefacto en este asunto, le propuse que me
crease algunos bulos literarios. Y, pásmate, no tardó ni dos minutos en crear
seis o siete bulos”. Ante mi cara de ansiedad por conocer algunos de ellos,
sacó su móvil y me puso por delante la foto que le había hecho a la pantalla y
pude leer algunos de ellos. “Bulo 1: todos los premios literarios están
amañados. Hasta hace poco tiempo mangoneaban y decidían los agraciados dos
figuras muy preeminentes del panorama literario nacional. Bulo 2: hay premios
que se han otorgado sin haberse escrito siquiera la obra premiada, seguramente
se premiaba a un familiar. Bulo 3: las subvenciones son una buena herramienta
para rescatar editoriales que son de la cuerda ideológica de quien las concede
(con dinero público, por supuesto), editoriales en las que publican los
escritores de la misma ideología (que no es otra que la del poder). Bulo 4:
detrás de algunas novelas y premios están más que el nombre del autor, una
serie de “negros” (argot literario) que mejoran tanto la obra que no la
reconoce ni el primer padre o madre que la engendró”. Y así hasta un bien
nutrido listado de bulos que daba escalofrío leer. Al final, en nota al pie de
la pantalla, como si de esa letra pequeña de las hipotecas se tratase, se podía
leer: “MAX: … La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática
perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo
las normas clásicas. [...]. Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo
que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.” Amén. José López
Romero.

“Sociedad literaria. Lujo, prontitud y
varatura (sic). ‘Martín el expósito’. Traducción del Doncel.- Edición de
la Sociedad Literaria con grabados y litografías. Se ha repartido el tomo 11 y
dentro de poco se repartirá el 12. Cada tomo consta de más de 200 págs. Con el
9º se han regalado 16 láminas litografiadas y el retrato de Sué. Se regalará el
último tomo y con él el resto de las láminas ofrecidas. Se suscribe en Madrid a
4 rs. tomo, en la Sociedad Literaria; y a 5 rs. en las provincias franco
el porte, en casa de D. José Bueno y de D. José María Contrastin”. Este era el
anuncio que el 25 de marzo de 1847 aparecía en el Boletín de anuncios de la
Revista Jerezana. La “Sociedad Literaria” era una editorial propiedad del
famoso por aquellos años autor de novelas por entregas Wenceslao Ayguals de
Izco, quien también se autoanunciaba con la publicación de su obra ‘La marquesa
de Bella-flor o el niño de la inclusa’. La venta de novelas y de libros en
general por suscripción popular fue uno de los métodos comerciales más
frecuentes y socorridos durante el siglo XIX, que se complementaba con otros
procedimientos como la entrega (lo que ahora llamamos fascículos) o, incluso,
la publicación en los faldones de los periódicos o también llamado folletín
(“Escrito que se inserta en la parte inferior de las planas de los periódicos,
y trata de materias extrañas al objeto principal de la publicación, como
artículos de crítica, novelas, etc…”, DRAE) que, una vez terminada, pasaba a
comercializarse en volumen. De todo ello tenemos un excelente muestrario en
nuestra ciudad si el curioso lector consulta el diario local ‘El Guadalete’, en
su época de mayor esplendor que fue la segunda mitad del s. XIX, donde
encontrará numerosos ejemplos de lo expuesto. Muchos de los grandes novelistas
de esta época, así como sus editores acudieron a estos mecanismos de
publicación porque llegaban a un público más numeroso y, en consecuencia, sus
beneficios eran mayores. Sobre todo, aquellos autores que tenían la literatura
como única fuente de ingresos, algunos de los cuales gozaban de una posición
económica muy desahogada a base de suscripciones y entregas. Quizá el más
famoso de entre ellos sea Manuel Fernández y González, del que se decía que
disponía de cuatro amanuenses a los que les iba dictando al mismo tiempo las
cuatro obras que tenía a la venta en el mercado de las entregas. Buena prueba
de ello es la nota que incluye Valle-Inclán en la acotación inicial de la
escena segunda de ‘Luces de bohemia’. De la librería de Zaratustra señala: “Empapelan
los cuatro vidrios de una puerta cuatro cromos espeluznantes de un novelón por
entregas”. Hoy, en plena era de la imagen y de la escasa lectura, poco o nada
tienen que hacer estos novelones decimonónicos, basta con que el ciudadano se
ponga delante del televisor y asista a las distintas entregas de los cuatro
espeluznantes cromos de la situación política de nuestro país, con sus nombres
y sus apellidos, y con sus láminas o sus rostros de cartón piedra como regalo.
Como diría Valle: “¡fantoches!” José López Romero.