Me niego a entender la lectura sólo como un medio para alcanzar conocimiento o como disfrute o divertimiento. Quizá tanto tiempo en contacto con libros de todo tipo y especie, me ha hecho exagerar la importancia, lo fundamental que para mi vida y pienso que para toda la humanidad (¡ya estoy exagerando!) representa la lectura; hasta el punto de que el ser humano no se entiende sin ella y de que es una, la más evidente, de las características que nos distingue de los animales. Yo puedo contar mi intrahistoria particular por los libros que he leído, cómo a través de ellos he ido experimentando emociones y sentimientos, de la misma manera que puedo recorrer mi vida a través de esas mismas emociones y sentimientos que familia, amigos, compañeros o simples conocidos han despertado en mí. Mis primeros libros (“La busca” de Baroja, “Sonata de otoño” de Valle-Inclán); los libros que me han hecho llorar (“El Quijote”, “84, Charing Cross Road” de Helene Hanff); los que me han hecho reír (“El Quijote”, “La conjura de los necios”, “No hay ladrón que por bien no venga” de Darío Fo); los libros que me han estremecido (“En el punto de mira” de Arthur Miller; “Macbeth”; “Apartamento en Atenas” de Glenway Wescott; “La fiesta del chivo”); o esos libros que como viejos amigos te acompañan toda la vida (“Bomarzo”; “Momentos estelares de la Humanidad ”; “El Quijote”; “Macbeth”; “La Celestina ; etc.). Sin olvidar aquellos en los que he trabajado e investigado, cuyos frutos son otros libros que, como hijos, conservo cerca de mí. Libros, lecturas, escritores que ahora se me agolpan en la memoria y cuyos títulos y nombres no cabrían en las líneas de este artículo y que tienen sin duda un lugar en mi corazón. Y sin embargo tengo la sensación de que la imagen de lector que estoy proyectando pertenece ya a un tiempo pasado que poco tiene que ver con la actualidad, más preocupada por las nuevas tecnologías, el consumismo y la cultura audiovisual. La verdad es que no me importa lo más mínimo. Los que no han tenido ni tienen la fortuna de leer, nunca llegarán a experimentar esas impagables sensaciones y emociones que un lector siente con un libro, con su simple tacto, con el paso de sus páginas, con sus versos y sus historias que son nuestra vida. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 18 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
M.HOUELLEBECQ
Premios hay repartidos por toda la geografía universal, pero por España menudean, que no se le concede al que más méritos atesora, sino al que más necesidades tiene. Que si una hipoteca por allí, o la universidad de los niños, o un pequeño aprieto económico… Así, algunos y algunas han llegado a hacer fortuna y hoy disfrutan hasta de segunda vivienda en la costa. Y esto sucede porque los amigos que tiene el premiado saben que ganan voluntades y que, en un momento dado, se actuará a la recíproca. La prueba: las colonias de escritores ya asentadas las unas y repantingados los otros en litorales no muy lejanos. Por no hablar de esos premios en los que ha metido la mano y sobre todo la pata la autoridad incompetente que nos desgobierna. Ahora bien, un premio cuya dotación económica alcanza la cifra de 10 euros prestigia al galardonado, porque ¡vaya faena darle un premio a un amigo con esa cantidad, que no tiene ni para invitar a cañas!; así, nadie puede pensar que otros intereses que no sean los méritos ensucian el veredicto. A Michel Houellebecq se le acaba de conceder el prestigioso premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas, cuya dotación es la cantidad antes señalada: 10 euros. Pero es que Houellebecq es de los pocos escritores franceses que no necesitan presentación alguna, porque sus obras, desde aquellas “Partículas elementales” han gozado si no del favor de todos los lectores, sí al menos de la curiosidad, y hoy disfruta de una bien ganada legión de seguidores que ven en este novelista un agitador de conciencias, un cronista despiadado de los vicios de una sociedad, la actual, llena de egoísmo y falta de los más mínimos principios morales. Un amigo, que se cuenta entre esa legión de lectores impenitentes de Houellebecq, describía su estilo como el bisturí que va cortando con la pericia y exactitud de cirujano la carne podrida de una sociedad a la que, estoy seguro, un elemento como Houellebecq siempre le parecerá cuando menos molesto. Debo confesar que yo también me cuento entre sus seguidores; desde “Plataforma”, pasando por “Las partículas elementales”, “Ampliación del campo de batalla” y su breve pero también ácida “Lanzarote” mi interés por este escritor ha ido en aumento, y esperándome en la estantería de “lecturas pendientes” tengo “Enemigos públicos”, colección de correos electrónicos que se intercambió el novelista francés con el filósofo Bernard-Henry Lévy. Es cierto que su discurso puede resultar por momentos provocador (las escenas de sexo, el tratamiento de las enfermedades, la soledad, la depresión son aspectos en los que el escritor se recrea), pero en todas estas novelas he notado la misma sensación: los protagonistas de Houellebecq no quieren otra cosa que encontrar su lugar en el mundo, la felicidad posible, la solidaridad del ser humano, la comprensión, en definitiva, todo lo que nos hace ser personas, tan débiles como indefensas ante una realidad poco acogedora. ¿Es eso tan molesto? José López Romero.
sábado, 4 de diciembre de 2010
RARO
Aby Warburg es uno de estos personajes extraños que nos encontramos al hilo de lecturas que empezamos con la misma expectación como satisfacción nos producen a su término. Su historia me la cuenta Alberto Manguel en su magnífico trabajo “La biblioteca de noche”, libro al que seguro volveré en esta página. Nacido en Hamburgo en 1866 e hijo de banqueros judíos, Warbugg cedió su primogenitura a favor de su hermano menor con la única condición de que éste le comprara todos los libros que él durante su vida le pidiera. Así, fue formando una de las mayores, mejores y más originales bibliotecas de Europa. Por la renuncia al negocio familiar ya podemos deducir que estamos ante una persona con una sensibilidad especial, alguien cuando menos extraña a un mundo que no entiende, ni entendía en la época de Warburg, de “rarezas”. De genio desasosegado y melancólico, aquellos años de entre siglos no fueron los más apropiados para un bibliófilo que intentó resguardarse de un mundo cada vez más hostil en su enorme biblioteca. La primera gran guerra fue uno de los acontecimientos que sumió a Warburg en la angustia hasta el punto de ser internado en una clínica suiza. Pero Aby Warburg también sabía que las grandes guerras no son sólo los peligros a los que estamos expuestos, hay otras guerras tan destructivas o con efectos más deletéreos que aquellas que se hacen con bombas y misiles. Son esas pequeñas guerras de todos los días, en los que uno se ve envuelto sin posibilidad alguna de evitarlas. Son las guerras contra el vecino, contra las ventanillas, contra el tráfico; esas “pequeñas” batallas diarias contra una sociedad en las que nos miramos unos a otros como enemigos e intentamos cada día marcar nuestro territorio, como si fueran trozos de barricadas en las que protegernos y proteger a los nuestros. Aby Warburg dejó tomos y tomos de breves reflexiones fruto de su mente sensible; entre ellas ésta que deberíamos poner en la puerta de nuestras casas como antes poníamos el corazón de Jesús: “vive y no me hagas daño”.José López Romero
miércoles, 24 de noviembre de 2010
POR LA BOCA...
“Un mitin es un acto público del que se puede afirmar que, cuando se celebra, unos dicen cosas que no piensan y otros piensan cosas que no dicen”, nos dice el narrador de la novela de Vladimir Voinóvich ‘Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin’, una extraordinaria obra que ridiculiza con una ironía magistral la guerra. Pero es que más adelante insiste en la oralidad con otra magnífica perla: “Uno puede hablar de lo que debe o de lo que no debe. Quien habla de lo que debe obtiene cuanto es debido e incluso, a veces, un poco más. Quien habla de lo que no debe va a parar al Lugar Apropiado…”. En la Rusia profunda el “Lugar Apropiado” se lo pueden ustedes imaginar, pero más de uno, sobre todo aquel que nos vicegobierna, habrá mandado al Lugar Apropiado, al que todos mandamos a quien nos molesta, a un expresidente de gobierno que le dio hace unos días por decir más de lo que pensaba y por hablar de lo que no debía, aunque no necesitara un mitin, sino una entrevista para ponerse en evidencia. Y a pesar de que el refranero, y como sabiduría popular siempre digno de tener en cuenta, en esto de la oralidad es rico y en exceso prudente (“en boca cerrada no entran moscas”; “callando el necio es tenido por discreto”; “callar como en misa”; “callar como puta”; “calla y come”; etc. recogidos del ‘Vocabulario de refranes y frases proverbiales’ de Gonzalo Correa), es innegable que una de las aptitudes más desatendidas por el sistema educativo desde hace sus buenos años, por no decir décadas, es precisamente la expresión oral. Mientras que da gusto ver a niños argentinos, o uruguayos o chilenos que no levantan ni media cuarta del suelo ponerse delante de un micrófono y expresarse como no lo harían sesudos intelectuales de este país, a nuestros jóvenes (y no hablo ya de niños), en cambio, les cuesta no sólo articular una frase que sea fonéticamente comprensible, sino morfológica, sintáctica y semánticamente correcta; algunos han perdido casi de forma irreparable la articulación lingüística y se comunican por ruidos o gruñidos que mucho tienen que ver con el lenguaje animal y que, bien estudiados, nos podrían llevar al lenguaje de Atapuerca. Lo que habría que preguntarse es si aquellos métodos de enseñanza, medievales si se quiere, pero también renacentistas y por tanto clásicos por excelencia, que se basaban en el arte de la retórica, en el conocimiento de los resortes del convencimiento a través de la palabra, de la dicción, de la argumentación, del diálogo platónico son sistemas por antiguos despreciables. Hoy en día, el arte de la palabra es terreno hollado por unos pocos y, sin embargo, la palabra bien dicha siempre ha ejercido en la masa una gran admiración y por ello ha sido y es fuente inagotable de votos. Pero sólo la palabra bien dicha y a su debido tiempo y lugar. Para decir inconveniencias, mejor el refranero: “callarse como una puta” o mandar al indiscreto al Lugar Apropiado. José López Romero.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
LA PLAY
“- ¡Deja eso!” – me sobresalta la imperiosa voz de mi hijo, que creía afanado gestionándose un entrecot de ternera (la madre, que es una blanda). Por muy rápido que intenté cambiar de canal, no logré impedir que escuchara una noticia que yo sabía me iba a costar algún reproche. “-No ves. ¿Y ahora qué?” Y todo porque al hilo de unas imágenes de unos jóvenes jugando a la play, el reportero afirmaba categóricamente que las videoconsolas activaban las neuronas del cerebro, al margen de los callos en las yemas de los dedos. Estaba demostrado – se decía en la noticia- que esas máquinas infernales desarrollaban los reflejos y producían efectos beneficiosos en las cabezas de nuestra juventud. Mi hijo (lo tenía claro) en cuanto terminó con la carne, se dispuso en su buen sillón a pasarse toda la tarde con el dichoso mandito entre las manos, “a desarrollar mi cerebro” –decía hasta guasón-, y a ver quién era el guapo que le decía algo. Lo que no sabe mi hijo, y seguro que tampoco se quiere enterar, como todos los jóvenes de hoy (o casi todos), es que la lectura, está demostrado también, no sólo produce excelentes beneficios en nuestro cerebro y a todas las edades y que, por añadidura, se ha localizado hasta la zona que se activa con el placer de los libros. Si puede ser cierto (yo no lo voy a poner en duda), que dedicar toda una tarde a matar marcianos o terroristas puede desarrollar zonas de nuestro cerebro, al margen de la flexibilidad de los dedos, aunque la vida sedentaria provoque también enfermedades como la alarmante obesidad que ya padece buena parte de nuestros jóvenes, no es menos cierto, y esto es indudable, que la lectura, además de producir placer y satisfacción, y de activar también nuestras neuronas, nos enseña muchas más cosas (redacción, ortografía, vocabulario, etc.) que no aprendemos con las maquinitas. Si se les metiera en esos cerebros tan activos a nuestros hijos que hay un tiempo para la play, como otro para la lectura, incluso para practicar algún deporte, su futuro de seguro estaría garantizado. ¡Lástima que tengan tan buena cabeza para unas cosas y para otras no tengan ni dos dedos de frente! José López Romero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)