Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 29 de enero de 2011

LIBRO/S

Esta mañana, cuando me disponía a sacar por primera vez de paseo a mi recién adquirido y flamante ebook, noté como un murmullo entre los anaqueles de mis estanterías repletas de libros; creí ver hasta algún movimiento. Murmullos que fueron creciendo de intensidad y en nitidez a medida que le iba poniendo su funda (de estreno) y comprobaba la carga de la batería. “Pues a mí sólo me sacaba para ir al médico”, oí el comentario a mis espaldas procedente de “Rabos de lagartija” de Juan Marsé. “¡Y cuántas veces lo he acompañado yo a recoger a los niños!”, sentí el reproche de “Sigismondo”, una magnífica novela de Alberto Cousté. “Pues a mí me llevó a la playa varias veces el verano pasado”, dijo unos “Cuentos” de Bolaño, “pero ni me metió en una fundita como a ése. Dejó que me entrara la arena, y ni me sacudió después. Y ahora todavía sufro en mis páginas algunos arañones”. Yo seguía en silencio haciendo mis comprobaciones de rigor: los libros que tenía cargados en el aparato y los que me dedicaría a leer en una soleada y bien templada mañana  de invierno que ya anunciaba la primavera. Sin embargo, aquellas voces se hacían oír cada vez más exaltadas y, a fe, que los movimientos en las estanterías no parecían fruto de mi imaginación. “¡A saber si en esos inventos del demonio, en vez de un humilde pícaro –recelaba Lázaro- me han convertido en un promotor inmobiliario o, peor aún, en un político”; “Pues yo no me atrevo ni a hablar –decía la  Melibea de  la excelente edición de Crítica, llena de notas por todas partes-; con mis antecedentes lo mismo soy en ese aparato infernal famosa y me gano la vida en las tertulias de la tele contando mis amores con Calisto”. Y así, fueron levantándose voces por aquí y por allá, hasta que cerré la puerta tras de mí. Con el ebook fuera de sus vistas, lo mismo se apaciguaban. Pero mucho me temo que la cosa va de guerra. Cuando he vuelto, los libros parecían organizados de otra manera  de como estaban, parecían ordenados de mayor a menor. Pero lo peor es que cuando he dejado el ebook encima de la mesa, he visto cómo le susurraba algo al ordenador y de inmediato se ha acercado a un disco duro externo y a una cámara digital. “Estos no nos duran ni dos telediarios”, he oído que les decía con el desprecio pintado en su reluciente pantalla. José López Romero. 

sábado, 22 de enero de 2011

MORALIDAD

“El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha firmado un contrato para publicar su autobiografía que le permitirá ganar más de un millón de euros”, leo en la prensa de estos días. La verdad es que fue enternecedor ver en los medios de comunicación las manifestaciones que espontáneamente (¿?) se hacían en las calles de las grandes ciudades, cuando lo apresaron, en defensa de este nuevo héroe de la verdad por haber publicado realmente tres obviedades, cuatro evidencias y alguna que otra opinión que ya suponíamos. Con respecto a España, la diplomacia norteamericana tiene mucho mejor concepto de nuestros políticos que nosotros mismos (¿astuto Zapatero? Seguramente lo calificarán así por la rapidez con que reaccionó a la crisis). En esto, como en tantas cosas, los americanos tienen un conocimiento de la realidad que pasa inevitablemente por sus ombligos. Pero no olvidemos que a Julian Assange, este adalid de los que se sienten engañados por la globalización lo han metido en la cárcel acusado de dos supuestas violaciones. En una sociedad que condena hasta sin el más mínimo respeto por el principio de presunción de inocencia a los maltratadores, las dos supuestas violaciones cometidas por Julian Assange parecen pecadillos veniales en comparación con el enorme beneficio que le ha reportado a toda la humanidad su Wikileaks y sus obviedades y perogrulladas. Ahora, y quizá desde la celda de una cárcel, en la que permanecerá por poco tiempo, escribirá sus memorias, ¿contará en ellas cómo agredió sexualmente a las dos mujeres que lo acusan? Seguramente se excusará en que eran mujeres fáciles y consintieron, y lo perdonaremos. Estos detalles no son más que esas pequeñas hipocresías que nos podemos permitir de vez en cuando, como si fueran esos caprichos o pequeños lujos por los que nos salimos de nuestro presupuesto moral. No de otro modo podemos entender las declaraciones del escritor Dominique Lapierre, que ya se hiciera célebre por sus libros escritos al alimón con Larry Collins (“¿Arde París?; “Oh, Jerusalén”), y ya en solitario con obras como “La ciudad de la alegría”, ambientada en los barrios marginales y miserables de Calcuta. Lapierre vivió sin duda la miseria espantosa que describe en su libro, no como esa India o África de cartón piedra que vemos en las revistas del corazón cuando le hacen un reportaje a algún famoso. Pero a pesar de esa miseria, el señor Lapierre vive en un castillo en la Provenza francesa, en cuyo cementerio quiere ser enterrado y que escriban sobre su tumba: “Dominique Lapierre, ciudadano de Calcuta. Todo lo que no se da, se pierde”. Lapierre ha sabido construirse en su castillo esos muros que lo defienden de la miseria y le hacen ciego y feliz. Es su pequeña hipocresía, se la puede permitir, como algunos se la permiten con Julian Assange, mientras medimos con toda nuestra severidad otros comportamientos. La gestión de nuestro presupuesto moral está claro que es manifiestamente mejorable. José López Romero.

sábado, 15 de enero de 2011

Buenos deseos

- “Father, el primer diíta de trabajo - el diminutivo en mi hija es síntoma inequívoco de esa fina ironía heredada de su madre, una santa- lo ocuparéis en besitos, abracitos -¡dichosos diminutivos!- que si felicidades por aquí, que si mucha paz por allí… es decir, mucho cuento y poco trabajo”. – “Niña, -tuve que ponerme serio- en el trabajo, los saludos de rigor, el feliz año nuevo y a las trincheras”. – “Sí, sí… ni que Gladiator y su fuerza y honor”. A pesar de las impresiones de mi hija, la verdad sea dicha no hace ni dos días, como quien dice, que le hemos echado el cerrojo a otra Navidad y esos buenos sentimientos que estas fiestas suelen despertar empiezan a enfriarse, y apenas quedan rescoldos de esos deseos de paz, amor, prosperidad que nos pedimos los unos para los otros; quizá algún rezagado que se incorpora tarde al trabajo, aún recibe nuestra felicitación ya a estas alturas consecuencia o manifestación más de nuestra cortesía que de un sincero y ya efímero deseo, tan efímero como los días de vacaciones. Quizá para recuperar el ánimo, acabo de releer el discurso que Mario Vargas Llosa pronunció en la entrega del Nobel, en el que vuelve sobre su idea de la literatura (que ya expusiera en el prólogo a su libro “La verdad de las mentiras”) como creación de esos sueños tan necesarios para el ser humano, sin los cuales no seríamos capaces de transformar la realidad. “Por eso -termina Vargas Llosa su discurso- tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Sin duda, el discurso de don Mario es un canto a la esperanza, a la confianza en la humanidad que lee. Pero también hay pasajes en los que levanta la voz de alarma contra formas de intolerancia como son los nacionalismos, que contrapone al proceso de transición en nuestro país, y que no podemos por menos que comparar con la imagen de la Barcelona de la década de los setenta (en la que vivió por cinco años), una ciudad que “se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría”. ¨¿Paz, prosperidad, felicidad? ¡qué pronto se nos olvidan los buenos deseos! Con la misma rapidez con que de nuevo desconfiamos del prójimo, y albergamos muy pocas esperanzas en el bien de la humanidad. Por eso, después de leer el discurso de Vargas Llosa, me he sumergido en las páginas de la biografía de José Fouché (el genio tenebroso), que escribiera Stefan Zweig, para darme un baño de pesimismo y desencanto, el mismo pesimismo que me entra cuando leo noticias de Barcelona, hoy nido de tanto Fouché, políticos sin escrúpulos, intrigantes y amorales en esta España de la democracia, y en otro tiempo ciudad que fue, en aquellos estertores de la dictadura, la capital cultural de España y donde se respiraban los aires de libertad. José López Romero.

sábado, 18 de diciembre de 2010

OTRO TIEMPO

Me niego a entender la lectura sólo como un medio para alcanzar conocimiento o como disfrute o divertimiento. Quizá tanto tiempo en contacto con libros de todo tipo y especie, me ha hecho exagerar la importancia, lo fundamental que para mi vida y pienso que para toda la humanidad (¡ya estoy exagerando!) representa la lectura; hasta el punto de que el ser humano no se entiende sin ella y de que es una, la más evidente, de las características que nos distingue de los animales. Yo puedo contar mi intrahistoria particular por los libros que he leído, cómo a través de ellos he ido experimentando emociones y sentimientos, de la misma manera que puedo recorrer mi vida a través de esas mismas emociones y sentimientos que familia, amigos, compañeros o simples conocidos han despertado en mí. Mis primeros libros (“La busca” de Baroja, “Sonata de otoño” de Valle-Inclán); los libros que me han hecho llorar (“El Quijote”, “84, Charing Cross Road” de Helene Hanff); los que me han hecho reír (“El Quijote”, “La conjura de los necios”, “No hay ladrón que por bien no venga” de Darío Fo); los libros que me han estremecido (“En el punto de mira” de Arthur Miller; “Macbeth”; “Apartamento en Atenas” de Glenway Wescott; “La fiesta del chivo”); o esos libros que como viejos amigos te acompañan toda la vida (“Bomarzo”; “Momentos estelares de la Humanidad”; “El Quijote”; “Macbeth”;  La Celestina; etc.). Sin olvidar aquellos en los que he trabajado e investigado, cuyos frutos son otros libros que, como hijos, conservo cerca de mí. Libros, lecturas, escritores que ahora se me agolpan en la memoria y cuyos títulos y nombres no cabrían en las líneas de este artículo y que tienen sin duda un lugar en mi corazón. Y sin embargo tengo la sensación de que la imagen de lector que estoy proyectando pertenece ya a un tiempo pasado que poco tiene que ver con la actualidad, más preocupada por las nuevas tecnologías, el consumismo y la cultura audiovisual. La verdad es que no me importa lo más mínimo. Los que no han tenido ni tienen la fortuna de leer, nunca llegarán a experimentar esas impagables sensaciones y emociones que un lector siente con un libro, con su simple tacto, con el paso de sus páginas, con sus versos y sus historias que son nuestra vida. José López Romero.    

viernes, 10 de diciembre de 2010

M.HOUELLEBECQ

Premios hay repartidos por toda la geografía universal, pero por España menudean, que no se le concede al que más méritos atesora, sino al que más necesidades tiene. Que si una hipoteca por allí, o la universidad de los niños, o un pequeño aprieto económico… Así, algunos y algunas han llegado a hacer fortuna y hoy disfrutan hasta de segunda vivienda en la costa. Y esto sucede porque los amigos que tiene el premiado saben que ganan voluntades y que, en un momento dado, se actuará a la recíproca. La prueba: las colonias de escritores ya asentadas las unas y repantingados los otros en litorales no muy lejanos. Por no hablar de esos premios en los que ha metido la mano y sobre todo la pata la autoridad incompetente que nos desgobierna. Ahora bien, un premio cuya dotación económica alcanza la cifra de 10 euros prestigia al galardonado, porque ¡vaya faena darle un premio a un amigo con esa cantidad, que no tiene ni para invitar a cañas!; así, nadie puede pensar que otros intereses que no sean los méritos ensucian el veredicto. A Michel Houellebecq se le acaba de conceder el prestigioso premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas, cuya dotación es la cantidad antes señalada: 10 euros. Pero es que Houellebecq es de los pocos escritores franceses que no necesitan presentación alguna, porque sus obras, desde aquellas “Partículas elementales” han gozado si no del favor de todos los lectores, sí al menos de la curiosidad, y hoy disfruta de una bien ganada legión de seguidores que ven en este novelista un agitador de conciencias, un cronista despiadado de los vicios de una sociedad, la actual, llena de egoísmo y falta de los más mínimos principios morales. Un amigo, que se cuenta entre esa legión de lectores impenitentes de Houellebecq, describía su estilo como el bisturí que va cortando con la pericia y exactitud de cirujano la carne podrida de una sociedad a la que, estoy seguro, un elemento como Houellebecq siempre le parecerá cuando menos molesto. Debo confesar que yo también me cuento entre sus seguidores; desde “Plataforma”, pasando por “Las partículas elementales”,  “Ampliación del campo de batalla” y su breve pero también ácida “Lanzarote” mi interés por este escritor ha ido en aumento, y esperándome en la estantería de “lecturas pendientes” tengo “Enemigos públicos”, colección de correos electrónicos que se intercambió el novelista francés con el filósofo Bernard-Henry Lévy. Es cierto que su discurso puede resultar por momentos provocador (las escenas de sexo, el tratamiento de las enfermedades, la soledad, la depresión son aspectos en los que el escritor se recrea), pero en todas estas novelas he notado la misma sensación: los protagonistas de Houellebecq no quieren otra cosa que encontrar su lugar en el mundo, la felicidad posible, la solidaridad del ser humano, la comprensión, en definitiva, todo lo que nos hace ser personas, tan débiles como indefensas ante una realidad poco acogedora. ¿Es eso tan molesto? José López Romero.