Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 28 de enero de 2012

REGALOS

En las pasadas navidades las colas (¿he escrito “colas”? ¿no era el artículo de hace unas semanas?) que a diario se formaban en la librería de guardia, común a mi compañero y amigo Ramón, producían una cierta satisfacción a los que predicamos (¿en el desierto?) todos los días las bondades de la letra impresa. Sana es la costumbre (¿pero sólo en navidad?) de regalar libros, porque quiero pensar que al menos por simple cortesía alguno lo leerá y, en el peor de los casos, eso que ha sufrido su cuerpo, pero en el mejor, terminará por convertirse en un lector sin remedio, fin último al que debería aspirar todo ser humano o gente de bien. Yo también formé parte de alguna de esas colas, pero afortunadamente nadie me habló de la crisis y mira que nos pasamos un buen rato hasta llegar a la caja. No lo habría soportado. Pero a diferencia de mis compañeros de fila, yo no compraba libros para regalarlos, sino que los compraba para buscarles un lector. Yo no regalo libros, les regalo a ellos lectores. Sería un verdadero insulto para algunos libros que forman parte ya de esa pequeña biblioteca personal o, si lo prefieren, vital, regalárselos a lectores que no los apreciaran, que no tuviesen el mismo cuidado, las mismas sensaciones en su lectura que yo tuve en su momento; momentos sin duda irrepetibles, pero que se pueden compartir, si encontramos el lector adecuado, ese lector que, como yo un día, estaba destinado a ese libro. ¿Cómo podría dejar en manos de un cualquiera a mis clásicos preferidos, a esos poemas que dejo repartidos por la casa, a las novelas cuyos personajes ya forman parte de mi familia?  No hay situación más triste que la indiferencia, el desagradable encogimiento de hombros cuando a alguien le preguntas qué le ha parecido un libro que tú llevas en el corazón. Por eso, yo no regalo libros, les elijo buenos lectores. Yo sé que ellos me lo agradecen; de lo contrario, no me lo perdonarían. José López Romero.

sábado, 21 de enero de 2012

PROFESORES

“Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás.” Ésta es una de las muchas frases, párrafos enteros a veces, que he ido subrayando a lo largo de mi lectura de “Mal de escuela”, un libro al que como tantos llegué por casualidad y ahora no dudaría en recomendárselo a todos aquellos que se dedican a la enseñanza. Daniel Pennac, su autor, confiesa desde la primera hasta la última página que durante sus años de escolar (primaria y secundaria) fue un auténtico “zoquete” (palabra que él mismo utiliza para autodefinirse), hasta el punto de que sus padres temieron muy seriamente por su futuro; un futuro más que incierto ya en aquellas lejanas décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, y hoy más que gris, totalmente negro para la juventud que decide quedarse al margen de la formación necesaria para entrar en un mercado laboral cada vez más exigente. Esos mismos jóvenes que Daniel Pennac ha ido, ya como profesor de lengua francesa, intentando salvar de su ignorancia, que es lo mismo que decir de un destino condenado a convertirse en parias de la sociedad, porque un solo profesor -¡uno solo!- basta para salvar a muchos jóvenes. Y nadie mejor que Pennac comprende al alumno al que le cuesta estudiar, asimilar los más elementales conocimientos, como de la misma manera admira a los inteligentes, a los que ponen todo su esfuerzo por llegar a la meta, los que se autoexigen con tal de alcanzar sus objetivos. El libro está lleno de anécdotas tanto de su vida como escolar, como de su labor docente, que le sirven para criticar a veces la actitud de los padres ante los problemas académicos de sus hijos; a la propia familia, en cuyo seno se van gestando las dificultades que después aflorarán en el colegio;  a la televisión y su poderosa influencia en la creación de necesidades en la juventud; a los propios alumnos, que buscan siempre la justificación fácil a su falta de voluntad y esfuerzo; a los políticos y los cambios en los sistemas educativos; a la sociedad en general; pero por supuesto también a los profesores, a aquellos que escurren el bulto de sus responsabilidad, a los que no se implican en su trabajo, los que se quejan siempre de los alumnos que tiene. Y, por el contrario, brillan en su recuerdo como “perlas raras” (así llamaba un profesor a sus alumnos excelentes) aquellos compañeros y compañeras, como “la señorita G.” que “con silencioso asentimiento” (uno de los mejores recuerdos como profesor de Pennac) admitía a alumnos extremadamente conflictivos, o aquellos profesores que sí supieron inculcarle el amor por las Matemáticas, por la Historia o por la Lengua. “Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás.” Muchos queremos ser ese profesor, otros se lo creen, pero algunos (afortunadamente sólo “algunos”) ni lo intentan; para éstos, como dice Pennac, el olvido. José López Romero.

sábado, 14 de enero de 2012

COLAS

Este país ha cambiado tanto que hasta las colas las hacemos como mandan los cánones europeos; las respetamos de tal manera que ya ni siquiera éstas nos ofrecen la emoción del jeta que se cuela con la consiguiente bronca por parte de los pacientes y sufridos ciudadanos. Las colas se han convertido últimamente en lugares de encuentro tan casuales como sociales. Si coincidían tres hombres la conversación no podía girar sino sobre el fútbol, y así se fue gestando aquel tópico de que en el fuero interno de cada español había un seleccionador nacional. Pero los últimos y brillantes triunfos de la selección y el buen hacer de Del Bosque parece que ha dejado a la población masculina sin esa más que improbable ilusión; como seleccionadores todos estamos en el paro. Pero el intercambio de opiniones no ha disminuido por ello en las colas, la diferencia es el tema; ahora la atención se ha desviado hacia la crisis y, hoy por hoy, en cualquier cola nos podemos topar con  presidentes de gobierno, ministros de economía, consejeros de comunidades autónomas, es decir, toda una fauna de tipos, cuyo análisis de las causas de la crisis y las medidas que ellos tomarían para salvar al país de esta terrible situación harían temblar a toda la Unión Europea. No hay español que no tenga su propia teoría económica y su solución a la crisis. Pero ese deporte no es nuevo en nuestro país. Hacia finales del siglo XVI y principios del XVII, la decadencia española que ya se hacía más que evidente en todos los aspectos, trajo como consecuencia la proliferación de un tipo al que se le dio en llamar “arbitrista”,  y que fue blanco de ridiculización por parte de tantos escritores de la época (Cervantes incluido), que el término acabó por adquirir un matiz peyorativo que permanece incluso en nuestros días; hasta el punto de que muy poca atención se le ha prestado hasta hace muy poco a toda esa literatura política y su conocimiento ha quedado reservado a especialistas en la materia, de los que destacamos al eminente José Antonio Maravall y a José Luis Abellán, quienes en diversos trabajos se han dedicado a estudiar aquellos “Memoriales” (como llamaban a sus ensayos) que dirigidos en muchas ocasiones al propio rey, analizaban todas las facetas de la vida española. Así, Bernardino de Escalante en sus Diálogos del arte militar exponía las reformas que en su opinión debían hacerse en el ejército; Caxa de Leruela en su obra Discurso sobre la principal causa y reparo de la necesidad común, carestía general y despoblación de estos reinos  intentaba dar soluciones a los problemas agropecuarios que sufría nuestro país y que lo llevaban al empobrecimiento; Martín González de Cellorigo le envía a Felipe II, aunque al morir éste pasó a manos de su hijo Felipe III, un Memorial en el que al analizar la situación económica denuncia como vicios de la sociedad la plaga de consumidores irreflexivos y ostentosos, ociosos rentistas, pícaros y especuladores que sólo miran por su beneficio y muy poco por el bien general. Como si no hubiera pasado el tiempo. José López Romero.

sábado, 10 de diciembre de 2011

PELOTAS

Cervantes le dedicó la primera parte del “Quijote” a don Álvaro López de Zúñiga, duque de Béjar, noble que por aquellos años de principios del siglo XVII se contaba entre los más ensalzados por los escritores de la época, pues Góngora ya le había dedicado las “Soledades” y él había costeado las “Flores de poetas ilustres”, reunidas por Pedro de Espinosa. El mismo Góngora años después redactaría su “Panegírico al duque de Lerma”, en alabanza al que fuera inepto privado o valido de Felipe III. Famosa fue también la amistad, teñida para algunos de alcahuetería, que mantuvo Lope de Vega con el duque de Sessa, de la que se conserva un sustancioso epistolario. Y para no ser menos, aunque en este caso no fuera por necesidad, Quevedo siempre defendió al duque de Osuna, al que acompañó en calidad de secretario a Nápoles y con quien salió de aquel virreinato con más pena que gloria. Las relaciones de los escritores con la nobleza, las dedicatorias a sus más insignes representantes o, de forma más general, la estrecha dependencia de  las artes con la aristocracia a través del mecenazgo, no es más que la prueba palpable de que en aquellos tiempos la literatura, el arte en general, no daba ni para malvivir sino, en todo caso, para bien morir… de hambre. De ahí que no hubiera otro remedio a la necesidad que buscarse el amparo o la protección del rico, aunque a veces ésta llegara tarde o nunca. Hoy a nadie se le ocurriría, aunque ganas seguro que no faltan, dedicarle una novela a las grandes fortunas de este país (que las hay), sean o no de noble cuna. La literatura, el arte, por fortuna, da para más que para sobrevivir, aunque no a todos los que a ello se dedican por profesión. Pero sí hay otra forma más sofisticada de solicitar el amparo ya no del noble o del adinerado, sino del poderoso, sin necesidad de acudir a la tradicional dedicatoria. Es esa forma rastrera, pelota y mezquina de adulación al político con que muchos hoy disfrutan de una buena posición económica. ¡Qué lejos de estos escritorzuelos del pesebre queda ya la necesidad de nuestros clásicos! José López Romero.   

sábado, 26 de noviembre de 2011

EN LA MISMA CAMA

 “En nuestra casa yo dormía al lado de mi mujer. Enseguida se vio que tenía un sentido muy desarrollado de lo doméstico… Entonces me di cuenta de por qué las mujeres aman a sus casas y sus hogares más que a sus maridos. Son ellas las que preparan el nido para los que han de venir, y las que con inconsciente alevosía enredan al hombre en una complicada red de pequeñas y diarias obligaciones, de las que ya nunca se pueden deshacer… Era nuestra casa, era mi mujer. La cama se vuelve un hogar secreto… y amamos a la mujer que nos espera allí sencillamente porque está mano. Allí está ella disponible a todas horas de la noche.” Se me ocurrió no sé cómo (a veces se cometen unas imprudencias que después cuestan mucho esfuerzo hacerte perdonar) leerle a mi mujer este pasaje de la novela “La Cripta de los Capuchinos” de Joseph Roth, y la mirada que me echó no es para describirla ni compararla. Si yo suscribía –me reprochó- esa definición de matrimonio, que estaba muy equivocado y que eso de estar a mano y disponible a todas horas de la noche no era precisamente un halago. “Tú no ves. Con maridos como esos que piensan así, no me extraña que una mujer quiera más a su casa que al mastuerzo que se acuesta a su lado.” El chorreo que me cayó tampoco es para contarlo. Está claro que desde 1938, año en que se publica “La Cripta de los Capuchinos”, la relaciones de género han cambiado y, si por algo se puede caracterizar el siglo XX, además de las terribles guerras, es en lo positivo por el paso adelante de la mujer en la sociedad reclamando el sitio de privilegio que le corresponde. Digamos que, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, el “sentido de lo doméstico” es compartido. Como también, entrando ya en terreno de las teorías sociológicas, tanto el hombre como la mujer buscan para “dormir a su lado” a alguien lo más parecido a ellos en estudios, economía, familia, etc. Algunos hasta de su propio barrio. Cada uno busca su igual hasta en lo físico, me atrevería a apuntar. A pesar de que una de las grandes lacras de esta sociedad actual sigue siendo la llamada “violencia de género” que lejos de mitigar, lamentablemente aumenta. Y viene esto a cuento porque no sé dónde he leído que en las escuelas se está observando un rebrote de machismo, hasta en las adolescentes femeninas, que podría parecer a estas alturas más propio de las cavernas. ¿Un problema más que añadir al sistema educativo? ¿cuánta responsabilidad tenemos profesores, padres, sociedad en general y medios de comunicación en la transmisión de valores? El protagonista de Joseph Roth sufre el declive de su mundo aristocrático e indolente de la Viena de la Primera Guerra Mundial, nosotros, a un siglo de distancia, asistimos con la misma irresponsabilidad y dejadez a la misma destrucción de nuestro mundo, a la pérdida de una ética que no somos capaces de transmitir a nuestra juventud. “A propósito. ¿No has leído hoy en el periódico la historia de Patrizia Reggiani, la viuda asesina de Gucci?” –me soltó como al desgaire mi mujer. Todavía no me explico ese “A propósito”. José López Romero.