Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 16 de marzo de 2013

EL ABUELO


En las pasadas Navidades nos fuimos la familia a dar un paseíto por Sevilla, ciudad que si ofrece su máximo esplendor en primavera, no es menos atractiva en cualquier época o momento del año (absténganse en agosto), y en esos días de frío, alumbrado festivo y, sobre todo, gente, mucha gente y su bullicio, parece como si la vida estuviera a salvo de crisis y problemas diarios. Y con dos copitas parece como si no hubiera ni corrupción. Pues en ese transitar de la masa, donde se entrecruzan conversaciones y se oyen comentarios sin querer porque el español no habla sino grita, me quedé con uno oído al pie de unos famosos grandes almacenes vomitado por un joven metido de lleno en la veintena, si no rozaba ya la década siguiente, dirigido a dos o tres jóvenes seguramente familiares: “estas Navidades deberíamos hacer regalos que no sirvieran para nada. Al abuelo, un libro.” No sé si lo sacó de alguna desagradable campaña o anuncio publicitario, de esos que escarban en la idiotez del consumidor (¡hay tantos!), lo cierto es que el comentario dio su juego, el que le propuse a la familia. Sentados en un bar cercano y con cuatro bebidas calientes para reconfortar el cuerpo, nos dispusimos a alimentar el espíritu. Partiendo de la afirmación de que, y no nos duelen prendas en reconocerlo, hay libros que no sirven para nada, en todo caso para molestar y perder tiempo y dinero, nos dedicamos a imaginar cómo sería el abuelo del generoso e inteligente nieto. Los cuatro coincidimos en que sería un señor sin estudios, seguramente dedicado durante toda su vida a una profesión de carácter manual, aunque cabía también la posibilidad de que por sus años hubiera perdido la vista, con lo que el libro de nada le hubiera servido, fin último de su sin duda querido descendiente, lo que le confería al regalo un punto de maldad añadido. En cualquier caso, y dado que ya empezamos a imaginar más de lo que la lógica nos exigía y de que el juego tocaba ya a desvarío, en lo que sí estábamos los cuatro totalmente de acuerdo es en que el pobre abuelo no se merecía aquel nieto. José López Romero.

sábado, 9 de marzo de 2013

EL CANON MEDIEVAL

Grabado de Durero:
"El caballero, la muerte, el diablo y el azar"

Fue Harold Bloom allá por 1994 quien con su ensayo ‘El canon occidental’ (en castellano, Anagrama, 1995) si no comenzó la moda de los libros imprescindibles para lectores y especialistas en literatura, sí al menos despertó o reabrió las viejas disputas sobre escritores y obras que todos debemos conocer y leer. ¡Y vaya si las abrió! Porque cualquier selección que se haga, por muy asentada en razones irrefutables, termina por desprender su correspondiente dosis de subjetivismo, inevitable cuando de manifestaciones artísticas se trata. Y a pesar de ser consciente de los riesgos que se corren, no me resisto a exponer en estas líneas mi particular canon de lecturas imprescindibles de la Edad Media, una selección fruto de la admiración que al leerlos he sentido, de la huella que me dejaron y de la profundidad e interés que sus autores lograron imprimir en sus trabajos. Pero solo me voy a ceñir a ensayos o investigaciones que, y juego con ventaja, han significado y siguen considerándose por todos como definitivos en sus áreas, textos de obligada cita cuando se trata de temas medievales. A Jacques Le Goff debemos dos trabajos sobre la cultura y el concepto de intelectual en la E.M.: en primer lugar, ‘Los intelectuales en la Edad Media’ (Gedisa, 1996) y ‘La civilización del occidente medieval’ (Paidós, 1999). Si en el segundo nos ofrece una visión bastante completa de la vida medieval en general, en el primero se centra sobre todo en la vida académica, especialmente de las universidades y sus métodos de enseñanza. El mismo Le Goff sería el encargado de coordinar el volumen ‘El hombre medieval’, dentro de la colección que Alianza Editorial (1990) fue publicando con el mismo título pero de diferentes épocas; cada capítulo se centra en una actividad propia del hombre (el monje, el guerrero, el campesino, el comerciante, etc.), y cuya lectura nos termina por dar una idea global y completa de la vida en la E.M. Pero si nos queremos adentrar en la religión, ningún libro mejor y más interesante que ‘En pos del Milenio’ de Norman Cohn (Alianza, 1981), una magnífica exposición de las teorías milenaristas y sectas que en torno a ellas proliferaron por la E.M., en torno al año 1000 hasta llegar incluso al siglo XVI. Religión, literatura, arte, vida cotidiana que encontramos en otro de los grandes textos dedicados al Medievo: “El otoño de la Edad Media” de Johan Huizinga (Alianza, 1978), un verdadero clásico sin duda de los estudios medievales. Y para las cuestiones económicas y comerciales ‘Las ciudades de la Edad Media’ de Henri Pirenne (Alianza, 1997), al que le debemos otro estudio imprescindible: ‘Mahoma y Carlomagno’. Y dejo para el final uno de los ensayos más importantes que sobre literatura medieval se han escrito: ‘Literatura europea y Edad Media latina’ (FCE, 1976) de E.R. Curtius, compendio de las relaciones de la literatura clásica y su profunda huella en la  medieval. Soy consciente de lo atrevido de esta selección y de que me dejo atrás un ciento de estudios tan imprescindibles como los nombrados, pero no me he podido resistir; a ellos y a mis profesores se lo debía. José López Romero.


viernes, 1 de marzo de 2013

TODO DE


En ‘Blanco nocturno’, una magnífica novela de Ricardo Piglia, aparece de pasada en la trama policiaca que en ella se desarrolla un personaje oscuro, apenas esbozado con unas leves pinceladas descriptivas: la madre de las hermanas Belladona. En las confidencias que le hace una de ellas, Sofía, al periodista y narrador Emilio Renzi, le comenta que su madre es una lectora compulsiva, es más, la lectura es la única actividad que la mantiene en un estado normal. Aislada voluntariamente de la vida familiar, apenas sale de sus habitaciones, si no es para seguir leyendo en el jardín de la casa. “¿Y qué lee?”, le pregunta Renzi a Sofía. “Novelas. Llegan en grandes paquetes una vez por mes las entregas para mi madre. Las encarga por teléfono”, comenta. Pero lo más interesante de la compulsión de la señora es el método de lectura. “siempre lee todo lo que ha escrito un novelista que le interesa. Todo Giorgio Bassani, todo Jane Austin, todo Henry James, todo…” y Sofía va citando autores entre los que destacamos a Moravia, Galdós, Huxley o Carson McCullers. Un método que me llamó la atención porque a más de un lector sin remedio, es decir, compulsivo, he conocido con ese mismo procedimiento de lectura, que tiene por único rigor el “todo de…”. Digo más, yo mismo lo he seguido y lo sigo con algunos escritores a los que me acerco por primera vez, y que me interesan tanto que no dudo en hacerme con todo o buena parte de lo que puedo encontrar en librerías. Me dediqué por un tiempo a leer toda la novela española decimonónica que caía en mis manos y debo confesar que si algunos autores y novelas han resistido una segunda lectura (Galdós, ‘La regenta’), por otros ha pasado ya demasiado tiempo o no era, cuando los volví a tomar, el momento adecuado (Pereda). O el fervor con que me sumergí en aquel “boom” latinoamericano. Mis últimas compulsiones han sido Julian Barnes, Michel Houellebecq y Jorge Ibargüengoitia. Y por supuesto, Ricardo Piglia. José López Romero.

sábado, 23 de febrero de 2013

ALIVIO


Hoy, para pasar esos cinco minutos matinales en el cuarto de baño, ha elegido George al viejo escritor inglés Ruskin. “George percibe un movimiento intestinal agradablemente acuciante y sube con vivacidad hacia el baño, libro en mano”, nos refiere el narrador de ‘Un hombre soltero’, novela de Christopher Isherwood, de la que en el 2009 hizo el director Tom Ford una versión cinematográfica con Colin Firth en el papel de George, el maduro profesor universitario. Pero antes de elegir a Ruskin como compañero de alivios y desahogos, el propio narrador nos aclara que “los libros no han hecho a George más noble, mejor ni más sabio. Es solo que le gusta escuchar sus voces, unas u otras, según su estado de ánimo. Se aprovecha de ellos de manera impía… para inducir al sueño, para ahuyentar de su mente las agujas del reloj, para aliviar la roedura de su espasmo pilórico, para superar con sus chismes la melancolía, para liberar los reflejos condicionados de su colon”. Pero también deja claro que “en público habla de ellos con el mayor respeto”, no en vano es profesor de Literatura y una cosa es su vida privada y otra, muy distinta, su imagen pública. Si, por un lado, dudo mucho, es más, estoy en total desacuerdo con que a George no le hayan hecho los libros que ha leído más noble, mejor y más sabio, incluso si ello no fuera su intención al leerlos, porque la lectura sin quererlo, sin premeditación ni alevosía nos hace sin duda mejores en todos los aspectos; por otro lado, ¿qué lector no ha utilizado algún libro como fiel  acompañante de los momentos más personales e intransferibles? Incluso creo recordar la publicación de una colección de libros con ese determinado fin; y hasta se podían comprar con estuche para varios ejemplares, o aquella otra literatura de “usar y tirar” que tantas coincidencias en todos los aspectos tiene con el papel higiénico. Por no hablar de la inveterada costumbre de la lectura del periódico, hoy más que nunca aconsejable por la descomposición de vientre que nos pueden producir las noticias. Lo que nos muestra George con sus hábitos lectores no es más que la multifuncionalidad de los libros y la variedad de éstos para elegir el más adecuado dependiendo de los momentos y hasta de los estados de ánimo. Libros para inducir al sueño, como se aconsejaba en la Edad Media a los nobles para que tuviesen cerca algún lector en aquellos ratos de insomnio, y en los refectorios de los monasterios como instrucción y lección moral, como se recoge en las Reglas de San Benito: lectura en voz alta y con la entonación que requiere el texto para llegar con más facilidad al oyente. No seré yo quien dé consejos de cómo ni dónde leer, porque cualquier momento y ocasión son buenos con tal de que la gente lea. Y da lo mismo que sea en la mesa, que en una biblioteca, que en el váter si con ello además de convertirnos en más nobles, mejores y más sabios, nos alivia y reconforta. José López Romero.

sábado, 16 de febrero de 2013

PAPEL


Uno de los temas favoritos de mi compañero Ramón es, sin duda, la relación libro electrónico – libro en papel, al que más de mil artículos ha dedicado. ¿Amor – odio? ¿Convivencia pacífica o guerra sin cuartel? Lo cierto es que el propio Abelardo Linares, uno de los grandes editores y libreros de Andalucía, si por un lado se lamentaba del escaso presente del libro electrónico; por otro, sí le auguraba un espléndido futuro (entrevista en el ‘Diario de Jerez, 17-11-2012). ¡Y lo decía todo un bibliófilo, editor y librero cuyo negocio se basa precisamente y en buena medida en las ventas del libro en papel! Esto quiere decir que las editoriales y las librerías tienen  (muchas ya han empezado) que modernizar el negocio, adaptarlo a los nuevos tiempos y, sobre todo, diversificar la oferta. ¿Qué editorial no ofrece ya versión en papel y digital de sus publicaciones, que el lector puede comprar según sus gustos? Y en esto aunque siga habiendo resistencia de los románticos del papel, el lector habitual claudicará ante el digital y combinará pacíficamente y en armonía ambos formatos. Pero hay otras posibilidades de atraer a los lectores al papel, sin despreciar las nuevas tecnologías, ofertas más sugestivas y para las que estoy seguro también hay su público, siempre y cuando se hagan ediciones asequibles a los bolsillos actuales, ya bastante castigados con la crisis. Habría que volver al prestigio de las primeras ediciones, con un número reducido de ejemplares a la venta; sin duda no es lo mismo una primera edición en papel que digital. ¿Ediciones facsímiles de manuscritos? ¿A quién no le gustaría tener en su casa sus textos preferidos de puño y letra de su autor con anotaciones correctoras o añadidos y tachaduras? Los libros ilustrados siempre han tenido su público, restringido por el alto coste de la edición, que bien se podría abaratar si se ajusta un poco más la relación calidad-precio a favor de un acercamiento a un mayor número de compradores. Está claro que las ventas del libro en papel irán disminuyendo, pero el prestigio de la letra impresa se puede mantener con otros atractivos. José López Romero.