Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

domingo, 27 de abril de 2014

ACTITUD

“-Esa es la actitud” – decía mi hijo mientras tecleaba un wasap con destino a no sé quién; prueba contundente e irrefutable  que desactiva la leyenda negra de que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez. La verdad es que el comentario fue la única intervención de la conversación familiar que  manteníamos su madre y yo, a cuenta de una idea que se me ocurrió sobre la marcha con el único fin de romper el silencio conyugal: “-lo mismo Ramón y yo hacemos otra novela y la presentamos a un premio. Uno de esos que dan los amigos del gremio”.  “-¿Pero no decíais los dos que queríais engrosar la lista de escritores con el síndrome Bartleby, que tan bien analiza Vila-Matas en su libro Bartleby y compañía?, me reprochaba mi mujer. “- Sí – le reconocía yo- Pero unos miles de euros no vienen nunca mal”. Y entonces soltó mi hijo sin levantar la cerviz del móvil “-esa es la actitud”, pensando más bien en el más que improbable dinerito por ganar, que en darme ánimos creadores. Y todo porque el otro día me encontré con un antiguo compañero que, según me confesó, se ganaba un suplemento económico haciendo de jurado en distintos certámenes literarios. Llevaba ya unos diez años prejubilándose y eso, junto con las amistades que había sabido conservar en ciertos círculos literarios, le permitía ser miembro de premios a los que acudía gustoso no solo por el dinero, sino también por la siempre atractiva frase “gastos pagados”.  Escritores de cierto prestigio -seguía con su confesión- no tenían escrúpulo alguno en que apareciera su nombre entre los miembros de un jurado a cambio de una cantidad según caché.  Y así ya puede explicarse –le comentaba yo- la composición de ciertos jurados y la concesión de ciertos premios. “¿Pero tú has leído la primera novela? –le pregunté a mi hijo”. “Pues claro, pá. ¿No te acuerdas que me la tuve que leer a cambio de que me levantaras el castigo sin salir un fin de semana?”. “-¡Esa es la actitud, hijo!.” José López Romero.

lunes, 7 de abril de 2014

SOMBRAS SOBRE GREY

En Las conversaciones (libro que reseñamos hace unas semanas en esta misma página) de César Aira, el protagonista-narrador en primera persona comenta, ya en las líneas finales del breve relato, que detrás de los guiones de muchas películas está todo un equipo de expertos que estudian hasta los más mínimos detalles de la trama, hasta el punto de que “un miembro se especializaba en chistes, otro en el costado romántico, otro en la cuestión científica, otro en la política, había un experto en verosímil, uno en procedimientos policíacos, uno en psicología, y así sucesivamente”. Para terminar con la siguiente conclusión: “Desde el punto de vista artístico, el método tenía sus ventajas y desventajas”. Como todo en la vida, me atrevería yo a decir. Es posible que las fuertes cantidades de dinero que cuesta una película y la necesidad al menos de recuperar lo invertido, si no se pretende que sea un éxito, exija este tipo de organización que le quita ese prestigio de cine de autor, en favor de una creación colectiva y quizá excesivamente programada. ¿Pasa esto mismo con la literatura? La figura del “negro” siempre ha existido y de vez en cuando nos acordamos de ella cuando salta a la actualidad a consecuencia de algún escándalo. Y rumores hay que detrás de algún que otro best-seller hay todo un equipo de escritores en la sombra, como aquel del que nos hablaba el protagonista de Las conversaciones. Pero no me imagino que uno sea especialista en diálogos, otro en descripciones, otro en diseño de personajes, etc. Porque de esa manera me negaría a considerar el resultado final como literatura, sino más bien como una producción en cadena, es decir, de productos envasados o enlatados, en definitiva, lectura basura. Pero lo que no deja de ser un ejercicio de elucubración basada en simples rumores (no otra cosa son las reflexiones del protagonista de Las conversaciones), puede que tenga más de un viso de verosimilitud. También las editoriales invierten sus buenas cantidades de dinero en la edición de libros y, sobre todo, en la publicidad de obras que son, sin lugar a dudas, muy malas. Pongamos por caso el éxito de Cincuenta sombras de Grey de E.L. James. Está claro que el sexo con su puntito sadomasoquista siempre ha dado resultado, no hace falta hacer un estudio de mercado para comprobarlo porque el cine y la literatura lo han demostrado y certificado ampliamente en productos cuya calidad los hacen incomparables con el best-seller de James; pero ¿quién es esta E.L. James, apellido por otra parte muy corriente? ¿realmente es la autora o una señora que ha prestado su identidad, a cambio de pasar a la historia como la perpetradora de este libro, detrás del cual habrá, me imagino, un equipo de “negros” pasándoselo bien con las carnes y curvas sinuosas de la estudiante? Y ya puestos a imaginar, seguro que si no este año, el que viene, la tal E.L. James aparecerá de nuevo por las librerías con un nuevo relato, esta vez sobre el mundo de los negocios, crisis bancarias y rubia despampanante, que convertirá en película el incombustible Michael Douglas. Al tiempo. José López Romero. 

domingo, 30 de marzo de 2014

BEST SELLER

Hubo un tiempo (“cualquiera tiempo pasado fue mejor”) en que cuando mi mujer se quedaba sin lectura, me pedía alguno de mis adorados libros; y cuando eso sucedía siempre le sugería el “Relox de príncipes”, de fray Antonio de Guevara. La edición que conservo en casa es un tomaco editado por la Conferencia de Ministros Provinciales de España (CONFRES), y en cuanto le enseñaba el libro a mi mujer, no hacían falta palabras; tanto hemos llegado a conocernos en estos tan largos como amorosos años de vida en común, que en su mirada podía leer el sitio en que me sugería meterme la magnífica edición del “Relox de príncipes”. Nada le reprocho, todo lo contrario, hasta la comprendo. Ocioso es decir que de un tiempo a esta parte no me pide libros. Y la verdad es que no sé qué le indignaba más si el autor o si la obra, pero lo cierto es que tanto el uno como la otra fueron en su época auténticos best-sellers. Fray Antonio de Guevara fue en la década de los años 20 y 30 del siglo XVI uno de los escritores más leídos en toda Europa, y su obra más emblemática, el “Libro áureo de Marco Aurelio” alcanzó un enorme éxito de ventas nada más imprimirse por vez primera en Sevilla en 1528. Un éxito que prolongó con sus obras siguientes, entre ellas las “Epístolas familiares”, el “Menosprecio de corte y alabanza de aldea”, y el citado y no muy bien acogido “Relox de príncipes”, editado en 1529 en Valladolid, ciudad donde Carlos V había trasladado la corte y donde el fraile de la orden franciscana ostentaba el cargo de cronista oficial por nombramiento del propio emperador, quien con buen gusto leía las obras de su fiel servidor, consejero y escritor de algunos de sus discursos. Hoy, para perfilar este artículo, mi mujer me ha visto coger el voluminoso ejemplar y si en esta ocasión su mirada no me ha dicho nada, en la sonrisilla de sus labios he advertido el recuerdo de aquel sitio donde ella pretendía que metiese tan eximia obra. ¡Qué buena memoria tiene! José López Romero.



sábado, 22 de marzo de 2014

ESTILOS

“Me recomendaron este libro y lo tuve que dejar al poco de empezarlo. Es un ladrillo. Y la pena es que me costó unos buenos euros”. “Pues yo, en cambio, me compré este, y me resultó muy entretenido”. ¿Quién no ha oído no una, sino muchas veces estos comentarios cuando de hablar sobre libros y lecturas se trata? Y sin embargo, afirmar que hay libros para todos los gustos, épocas y bolsillos es una obviedad que cualquier interesado en la lectura puede comprobar fácilmente a poco que se pase por una librería. Ya no puede ser una excusa para justificar el desapego de la lectura no haber dado con un libro que le haya absorbido hasta el punto de no poder dejar de leerlo; ni tampoco la falta de tiempo, porque siempre, si realmente se tiene interés, se encuentra esa media hora, al menos, todos los días para coger el libro que has podido dejar en la mesilla de noche; y mucho menos quejarse del precio de los libros, porque ediciones hay de bolsillo que colman perfectamente las inquietudes lectoras de cualquier aficionado. Otros casos son ya las ediciones especiales o para especialistas, o incluso, reconozcámoslo, si uno quiere leerse el libro de su autor favorito nada más salir a la venta; casos en los que se aprecia hasta cuánto puede llegar a ser cara la cultura en este país. Variedad, pues, y accesibilidad en todos los aspectos que también notamos en los estilos. Para definir el estilo de Robert Walser, el gran escritor suizo que murió loco en 1956, en muchas ocasiones se ha utilizado el adjetivo “naif”, una ingenuidad no exenta de ironía y burla que podemos apreciar en novelas como “El paseo” o “Jakob von Gunten”. Esa misma fina ironía que mezclada con el sentido del humor británico gustamos en autores como Roal Dalh o Alan Bennett, y últimamente en Julian Barnes o Nick Hornby. Pero anda por ahí otro estilo, otra opción para el lector, que gusta del párrafo más que largo, infinito, acorde a los laberintos y retorcimientos de la mente, de la psicología de unos personajes tan atormentados como la sintaxis que utilizan sus autores. El ejemplo más acabado de esta literatura bien puede ser Thomas Bernhard, obras como “Tala” o “La calera” están escritas sin capítulos, ni siquiera un mísero punto y aparte, es decir, ninguna concesión al lector; en esa misma línea, aunque más condescendiente y generoso con sus numerosos lectores, podemos inscribir a Javier Marías o, más actual, a Marcos Giralt Torrente con su novela “París”, premio Herralde de 1999 (aquí reseñada la semana pasada). Estilo que, a pesar de la evidente dificultad que presenta, cuenta también con un nada desdeñable número de  seguidores. Dos propuestas u opciones tan distintas que entre ellas cabe un sinfín de estilos, que la literatura pone a disposición del lector para que este elija lo que mejor se acomode a su gusto, tiempo y bolsillo, sin que ninguno de estos tres elementos se vea perjudicado por los otros. José López Romero.

viernes, 14 de marzo de 2014

PEDAGOGÍA

En el recientemente aparecido tomo 2 titulado “La conquista del clasicismo. 1500-1598” de la excelente Historia de la literatura española (editorial Crítica), dirigida por José Carlos Mainer, se insiste en uno de los aspectos fundamentales del Humanismo que ya había sido puesto de relieve por Eugenio Garin (gran estudioso del Renacimiento europeo): la pedagogía y, sobre todo, la renovación en el sistema educativo procedente de la Baja Edad Media. Por eso, argumentan los autores del volumen: “algunos de los principales humanistas del Quattrocento fueron excepcionales pedagogos”, y hasta editores de textos para las escuelas. En el Museo del I.E.S. Padre Luis Coloma aún se conservan, gracias a la labor impagable de rescate de Mª Dolores Rodríguez Doblas y de Miguel Hernández Zarandieta, manuales escritos por los propios profesores que impartieron su docencia en el siglo XIX en nuestro ilustre instituto. Pero volviendo al humanismo renacentista, los autores de “La conquista del clasicismo” ponen como ejemplo y punto de partida del humanismo en Castilla la publicación de las Introductiones latinae  del gran Nebrija (Salamanca, 1481). Y no porque esta gramática fuera un mamotreto farragoso de normas y reglas con el único fin de hacer más sufrido aún de lo que ya por su naturaleza es, el aprendizaje de los escolares, sino por todo lo contrario, porque era una pequeña gramática que contenía las reglas más básicas y esenciales del latín para que después alumnos y profesores, con ese breve compendio de fácil manejo, aprendiesen la lengua latina a través de la lectura y comentarios de los autores clásicos. Un cambio que revolucionó el sistema educativo español del siglo XVI. Hoy, no necesitamos tanta perspectiva histórica como desde la que contemplamos los más de cuatro siglos pasados desde los tiempos de Nebrija, para reconocer que la historia del sistema educativo español de las últimas décadas lejos de ser una revolución humanística, ha sido un estrepitoso fracaso. Un fracaso en el que todos los elementos, estamentos, instituciones, es decir, todos los que tienen algo de parte en el sufrido, e ingrato a veces, quehacer de la docencia, tienen su buena parte de culpa que nadie le debe quitar, ni de la que nadie puede inhibirse. Y una de las grandes damnificadas es sin duda el aprendizaje de las lenguas extranjeras o idiomas, hasta el punto de que ya se están haciendo estudios de genética para analizar si al español le falta en su ADN el gen del idioma. “No estamos dotados”, reconocemos resignados cuando abandonamos después del enésimo intento por aprender inglés. Pero más grave aún es que nuestros escolares se pasen años y años con una asignatura para que después no sepan mantener una mínima conversación básica en la lengua extranjera que tanto trabajo y tiempo les ha costado. Quizá después de tanto tiempo transcurrido lo único que necesitemos es un Nebrija que ponga un poco de orden y cordura para solucionar tanto fracaso. José López Romero.