Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

domingo, 19 de abril de 2015

SILVER KANE

Apagadas ya las pocas luces que iluminaron el modesto homenaje que se le rindió al gran Francisco González Ledesma con motivo de su fallecimiento el pasado 2 de marzo, quiero recordar aquí el artículo que le dedicamos el 14 de noviembre del año pasado bajo el título “Deuda”. En él destacaba al González Ledesma escritor de novela negra y creador de la figura crepuscular del comisario Ricardo Méndez, como protagonista, ejemplar en su género, de novelas tan recomendables como “Expediente Barcelona”, “Una novela de barrio” o “Crónica sentimental en rojo”, con la que obtuvo el premio Planeta de 1984. Un premio que venía a engrosar la enorme nómina de galardones literarios que González Ledesma logró con sus narraciones. En aquel artículo también señalaba su novela breve “El adoquín azul” como una pequeña obra de arte, en la mejor tradición del género narrativo breve de nuestro país. Pero hoy quiero destacar otra faceta de Ledesma, la del escritor que perseguido por la censura franquista tuvo que ganarse la vida escribiendo novelas populares, sobre todo del oeste bajo el pseudónimo Silver Kane, como también escribió novelas de amor con el pseudónimo Rosa Alcázar. Mi padre era un buen aficionado a aquellas novelas del oeste que se compraban en los quioscos a muy bajo precio y que incluso se cambiaban por otras de segunda mano. Más de una leí yo también por aquellos grises años del tardofranquismo y más de una bolsa llevé a los quioscos para su reventa en aquel siempre efervescente mercado de la segunda mano, que tenía como uno de sus centros neurálgicos los alrededores de la plaza de abastos. Por aquellos años, de escasa presencia de la televisión en los hogares, la lectura era uno de los pocos entretenimientos que podían permitirse los españoles y Ledesma contribuyó con su calidad literaria a satisfacer esa afición actualmente por desgracia casi perdida. Hoy, fallecido Ledesma, es un buen día para reconocerle de nuevo la “deuda” que los españoles de varias generaciones hemos contraído con sus novelas, un excelente día para leerlas. José López Romero.


domingo, 12 de abril de 2015

LOS HUESOS

Leo a José María Ridao en su trabajo “Renacimiento como relato” (incluido en su libro “Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia, barbarie y civilización”, que se reseña abajo) explicar el uso o selección que la historiografía hace de los materiales o datos de acuerdo con la intención o los “sueños y anhelos” del poder establecido, y me viene a la mente en una de esas extrañas asociaciones de ideas todo el despliegue científico que se ha montado en el convento de las monjas trinitarias de Madrid. Nueve meses de trabajo, una treintena de expertos, la más sofisticada maquinaria para la detección de restos humanos, más los pertinentes análisis de ADN, etc., etc. para encontrar unos huesos desperdigados dentro de un féretro con las iniciales M.C. Demos crédito a la ciencia y admitamos (que es mucho admitir) que los huesos hallados son exactamente los de Don Miguel de Cervantes Saavedra, y digo que es mucho admitir porque si a mí me enseñan tres huesos como carbones no tengo más remedio que creer que son del muerto que dice un señor con bata blanca que son. ¿Y qué si son de Cervantes? ¿Va a resucitar don Miguel? ¿Va a tener mejor muerte? Ese rastreo, persecución obsesiva por los huesos de los muertos ilustres no se entiende si no es bajo la sospecha de que algún fin espurio hay detrás del hallazgo; si no, no se gastarían tanto dinero público en algo que en apariencia no tiene más interés que la peregrinación turística y la foto del japonés de turno. Detrás de la obsesión por encontrar los restos mortales de García Lorca, otro muerto ilustre perseguido, se esconde indudablemente la manipulación política. Los expertos nos dicen ahora que con los novedosos mecanismos de análisis podemos saber hasta si padecía de estreñimiento nuestro príncipe de las letras, como si eso fuera un dato fundamental para explicar su obra (lo mismo sí). Y mientras científicos, políticos y a los que les gustan más un entierro que una feria se afanan por encontrar más huesos, el nivel de lectura de nuestro país sigue bajando en las estadísticas internacionales; no hay más que ver, da vergüenza, los mensajes sobreimpresionados en las pantallas de nuestros televisores: plagados de faltas de ortografía. Ese es por desgracia nuestro nivel cultural. ¿Quién lee ahora a Cervantes? Cuando precisamente el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es leer su obra, no encontrar tres o cuatro huesos como tizones. Tengan por seguro que si el pobre de don Miguel volviera a esta España de hoy, borraría de su féretro las iniciales M.C., para no dejar huella, se metería de nuevo en la caja y mandaría cerrarla con siete llaves para que no lo pudiera encontrar una sociedad que nunca hemos hecho el suficiente mérito para merecer su obra. Este año se cumple el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de su “Quijote”, una buena oportunidad para encontrarse con don Miguel de Cervantes, en carne y hueso. José López Romero.  


sábado, 28 de marzo de 2015

EL VASO

“Father. ¿Qué te parece si en ARCO del año que viene expongo un platito de esos “deliciosos” (el diminutivo y el adjetivo, ironía materna) potajes que nos haces y le llamo “quien bien te quiere, te hará llorar”?”. Mi hija que para esto de las pullitas tiene una retentiva extraordinaria, había visto en la tele esa majestuosa obra de arte “el vaso medio lleno”, que se vendió en 20.000 euros, o esa montaña de papel triturado que alcanzó la cifra de 8.000. Ferias de arte como la de ARCO vuelven a poner sobre la mesa el ya viejo tema del fraude en el arte moderno. A los que nos hemos educado en un arte figurativo y, como mucho, podemos llegar a entender que existe otro arte más allá de las formas, nos suena a rollo de embaucador de feria (y nunca mejor dicho) eso de que “el arte hay que verlo primero con el corazón”, como se atrevió a afirmar en la tele una señora de cuyo cargo en ARCO no quiero acordarme. El “todo vale” que Vargas Llosa denunciaba en su “Civilización del espectáculo” (libro imprescindible), se radicaliza aún más en el mundo de las artes, donde sin escrúpulos ni pudor de ningún tipo te pueden vender un calcetín sudado por unos cuantos miles de euros (“No me des ideas, pá”, le oigo a mi hijo). No hace mucho saltaba a los informativos el caso de Damien Hirst y sus calaveras de diamantes o su tiburón en formol, otro fraude para muchos y, sin embargo, uno de los artistas más cotizados del momento. Este tipo de obras no hacen más que desvirtuar el concepto de arte por muy moderno que nos quieran hacer entender y, sobre todo, vender. No sé qué hará con “el vaso medio lleno” el comprador, que debe de tener un corazón tan pródigo como la cartera, pero lo que sí sé es que 20000 euros se pueden utilizar de forma mucho más beneficiosa para la humanidad. ¿El vaso medio lleno? Mi corazón lo ve medio vacío. José López Romero.


sábado, 21 de marzo de 2015

NIÑOS

No otra circunstancia que la casualidad puso en mis manos recientemente y en un plazo de tiempo muy corto, tres libros a los que si habría que buscarles algún punto en común, este sería sin duda la muerte de un niño o niña. Tres textos de tres autores diferentes, de nacionalidades distintas: “Deseo bajo los olmos” de Eugene O’Neill (estadounidense); “El misterio de Christine” de Benjamin Black (pseudónimo de John Banville, irlandés), y “Almas grises” de Philippe Claudel (francés). Mientras que en los dos primeros libros (drama el de O’Neill y novela el de Black) son recién nacidos o con pocos meses los asesinados, en “Almas grises” es el asesinato de “belle de jour”, una niña de 10 años, el suceso que da inicio a la trama del relato, aunque el narrador esconde un secreto del que solamente al final hará partícipe al lector y que está relacionado con lo que estamos contando. En las tres historias será la locura, la inmadurez o las bajas pasiones las causantes de estas muertes de inocentes que, por serlo, dotan al texto de una mayor dosis de tragedia. En “Deseo bajo los olmos” es el miedo de Abbie, la madre, a perder a su amante, Ebbe, el hijo menor de su viejo marido, lo que le lleva a matar al recién nacido al que cree el causante de su desamor o incluso rencor. Un padrastro inmaduro y violento, que no soporta el llanto de la niña a la que culpa del distanciamiento de su esposa, será el autor de la muerte de la pobre Christine en la novela de Benjamin Black; y, finalmente, un soldado con antecedentes criminales por violación que pasaba como desertor por los alrededores del pueblo, es el asesino de la dulce “belle de jour”, aunque más relacionado con las obras anteriores es ese secreto que esconde el protagonista y que no desvela hasta el final de la novela. La infancia maltratada hasta llegar a la muerte no es un tema ni nuevo ni excepcional en la literatura, recordemos, a modo de otros ejemplos, el pobre hermanillo de Pascual Duarte que sufre las patadas del amante de una madre desnaturalizada y al que le comen las orejas unos cerdos; o, yendo un poco más lejos, la muerte de niños en las novelas de Blasco Ibáñez (el niño Pasqualet en “La barraca”), punto de inflexión de la trama narrativa. Muertes sin sentido, inocentes que pagan con sus vidas los pecados de sus padres o las perversiones de los adultos; pero ninguna muerte más terrible que la del pequeño Rafael del relato segundo de “Los girasoles ciegos”, que no logra ni siquiera sentir el calor de su madre, Elena, muerta en el parto, y que solo al final encuentra el amor de su padre Eulalio, cuando este ya sabe que ambos van a morir. Hijo de la derrota en una guerra que no llegará a entender. La infancia es, sin duda, la gran damnificada de las guerras y de las crisis, de los problemas de los adultos que marcarán sus vidas para siempre –o sus muertes-. José López Romero.


viernes, 6 de marzo de 2015

EDICIONES

“¿Usted también escribe?” es el título de uno de los artículos de Jorge Ibargüengoitia incluido en el volumen “Revolución en el jardín”, que reseñamos en esta misma página. Y aunque recomiendo la lectura de todo el artículo y, por supuesto, de todo el libro por la fina ironía con que suele el escritor mexicano acompañar sus textos, para esta ocasión me interesa el dato con que inicia el artículo: “En Estados Unidos el número de personas que han escrito una novela es monstruoso. Muchas veces mayor, por supuesto, al número de personas que han publicado una novela”. En los años en que Ibargüengoitia escribió este texto sin duda era una evidencia (de ahí su “por supuesto”) que el número de novelas escritas en los EE.UU. fuera infinitamente mayor que el de las publicadas. En la actualidad, esta diferencia con ser también evidente no solo en los EE.UU., sino en todas las partes del mundo, incluida España, se está acortando, está disminuyendo con inusitada rapidez. Y buena culpa de ello la tienen dos elementos que de alguna manera están provocando que la edición de un libro, sea del tipo o género que sea, no se convierta en una tortura para su autor que le conduzca incluso, en casos extremos, a la propia muerte, como a John Kennedy Toole. Por un lado, los portales que en Internet se ofrecen para alojar cualquier tipo de publicación, en los que el escritor puede ofrecer su libro ya sea bajo pago o de forma gratuita; en este sentido, quizá sea Amazon, la empresa más fiable en todos los aspectos. Por otro, si el autor quiere darse un pequeño capricho, o la propia familia hacerle un regalo al joven (o no tan joven) literato, por un módico precio muchas editoriales (modestas pero de calidad) ponen al alcance una edición de 100 ejemplares en papel con los que puede felicitar Navidades a familiares, amigos e incluso a enemigos. ¡Todo un regalo… envenenado! José López Romero.