Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 5 de febrero de 2016

SERÁN CENIZA

Posiblemente uno de los mayores elogios que se le puede hacer a un escritor es que nunca defrauda a sus lectores. Y si esto podemos decir de todos los narradores del XIX, no decimos lo mismo de los poetas porque el verso no alcanza siempre la misma altura, está sujeto a los altibajos de la técnica y, sobre todo, de la inspiración. Sin embargo, muchos y buenos se salen de esa desigualdad, entre los que sin duda contamos a Pedro Sevilla. Su último poemario Serán ceniza (Libros Canto y Cuento, 2015) mantiene la alta calidad de los libros anteriores, de los que recomendamos la antología Todo es para siempre (Renacimiento, 2009). Una calidad literaria que también alcanza en su obra en prosa con novelas como Los relojes nublados o su libro de memorias la fuente y la muerte. Un título emblemático el de sus memorias, porque buena parte de sus poemas giran en torno a la muerte, no como uno de esos temas universales de la literatura, sino como presencia permanente, cotidiana, íntima compañera de viaje, pero que también somos capaces de superar, renacer “para aceptar la vida / con la misma emoción con que se aceptan / las camisas de un padre. / Ha habido que morir, retornar encendido, / y acoger en el seno a la alegría, / que es amor, puro fruto, / un gozoso legado que también ennoblece” (“Alegría”). La muerte pero también la vida, la fuente, una vida que parte siempre del recuerdo amado del hogar, sus padres, su mujer, el campo, el cielo, la naturaleza, las luces, el calor de las tardes de verano o esos crepúsculos lentos y tristes del otoño, y el amor sereno como el deseo encendido en la memoria. Los poemas de Pedro Sevilla son estampas familiares, fotos antiguas, recuerdos de una niñez y una adolescencia que son las nuestras, por eso en el reconocimiento de nuestras propias vivencias los versos de Pedro nos emocionan, nos miran por dentro y nunca nos defraudan. José López Romero.  

viernes, 29 de enero de 2016

LA SPONGIA

En 1617 Pedro de Torres Rámila, a la sazón maestro de Gramática en la Universidad de Alcalá, publicó un opúsculo titulado la Spongia, del que lamentablemente no se conserva ningún ejemplar, y que solo conocemos por la Expostulatio Spongiae, defensa que bajo el pseudónimo de Julio Columbario escribieron Lope de Vega y sus amigos contra el texto del gramático, del que copian variados fragmentos, pues la Spongia no es más que un ataque contra algunas obras del gran Lope, el llamado por Cervantes “fénix de los ingenios españoles, monstruo de la naturaleza”. Estos datos, que recojo del excelente trabajo de Xavier Tubau (“Temas e ideas de una obra perdida: la Spongia (1617) de Pedro de Torres Rámila”, en Revista de Filología Española, XC, 2010), ponen de manifiesto o demuestran varios aspectos de la vida literaria de aquellos tiempos tan fecundos que se han dado en llamar la Edad de Oro de nuestras letras; entre estos aspectos, que las disputas literarias, muchas de las cuales derivaban o degeneraban en el insulto personal de unos contra otros, tan celebrados como conocidos por todos, no era más que la anécdota, y como tal intrascendente y escandalosa, de una crítica o reflexión rigurosa sobre los principios literarios, sobre cánones y dogmas que proliferaron a lo largo de los siglos XVI y XVII, y cuyo estudio o conocimiento más profundo se reduce a especialistas y tesis doctorales. La Spongia es una muestra de ese ambiente, de ese hervidero en el que también podríamos inscribir la interesante Perinola que escribió Quevedo contra el dramaturgo y fiel amigo de Lope Juan Pérez de Montalbán (ver Diario de Jerez, 5 de junio de 2015), y que no dejaba títere con cabeza o, dicho de otro modo, no respetaba ni a los más sagrados ingenios, entre los que por supuesto debe contarse a Lope. La crítica de la Spongia iba dirigida (seguimos a Xavier Tubau) contra cuatro obras de Lope: La Arcadia, La hermosura de Angélica, La Dragontea y La Jerusalén conquistada. Bajo planteamientos aristotélicos, Torres Rámila censura el poco decoro de los pastores (hablan como nobles) de La Arcadia y la estructura o composición y el diseño de personajes de las otras tres obras; en definitiva, se critica la imitación de los clásicos, sobre todo de los italianos, llevada a cabo por Lope. Las llamadas en otro tiempo “retórica” o “poética” hace ya algún siglo que han desaparecido de la literatura (las últimas grandes las podríamos localizar en el XVIII), y hoy cada poeta tiene su poética (véanse algunas introducciones a antologías), cada narrador sus propios principios sin traicionar del todo el clásico de la verosimilitud; y así, sin cánones a los que agarrarse, sin principios establecidos por los que regirse, la literatura campa a sus anchas, con una libertad a veces inquietante para un lector que solo pretende de ella aquel “planteamiento, nudo y desenlace” que tan bien supo llevar a nuestro teatro clásico el gran Lope de Vega. José López Romero.



sábado, 16 de enero de 2016

UN AÑO EN LA OTRA VIDA

Hay libros que, como diría Borges aunque con otra intención, “ya nunca abriré”, pero cuando cerré el otro día Un año en la otra vida, la última publicación de José Mateos (editorial Pre-textos, 2015), tuve la sensación de que no había acabado su lectura, de que muchas cosas me quedaban por leer de él, de que lo había cerrado, en definitiva, para abrirlo de nuevo dentro de un tiempo. Un año exactamente, del 13 de octubre de 2013 al mismo día y mes pero del 2014, abarca este a modo de diario de vivencias, emociones, experiencias, reflexiones… que Pepe Mateos va consignando en fechas, pero sobre todo transmitiéndonos y convirtiéndolas en palabras, en esas “grandes palabras que no mienten”. El libro se llena de naturaleza a través de los paseos del escritor: flores (el estallido de color de unas adelfas), pájaros (el canto del jilguero), la playa, los arrabales de la ciudad, el camino a la Cartuja… porque él confiesa: “Mi pasión, mi vicio, es pasear. Pasear y contemplarlo todo mientras a veces escucho música por los auriculares. Qué maravilla poseer ojos y oídos, Y que mis ojos y oídos comuniquen directamente con mi corazón”. Y es desde el corazón desde donde Pepe Mateos nos descubre la belleza, la vida, pero también la muerte. El diálogo que mantiene con apariciones de “la otra vida” es una manera de intentar, a través de los recuerdos (la inolvidable sonrisa de Luisa), de entender esta existencia de la que el poeta se resiste a reconocer su naturaleza efímera, de ahí la necesidad de plasmar el disfrute, la emoción de unas flores, de la lectura (constante presencia de libros), de la poesía, de un amanecer, de la lluvia… El amor, la divinidad, la filosofía, la amistad, la música, y hasta los objetos que nos acompañan a diario (el ruido del frigorífico) y durante años y de los que apenas notamos su presencia (un edredón), nada se escapa a la percepción de quien, “desde el dolor o desde la alegría, solo he escrito aquí de lo que amo”. José López Romero.  


viernes, 18 de diciembre de 2015

EL MAL FRANCÉS

“Vamos a París” era la frase “consagrada” o lema con que los ilustrados del siglo XVIII de más de media Europa manifestaban la obligación y devoción que “comerciantes, filósofos, científicos o curiosos” contraían con la capital francesa como ciudad de peregrinaje cultural. Francia sin duda “había impuesto su idioma como lengua de entendimiento internacional. Ningún ilustrado podía serlo sin saber idiomas y todos hablaban francés”. Los pasajes entrecomillados están extraídos del volumen 4 titulado “Razón y sentimiento (1692-1800)”, a cargo de Mª Dolores Albiac-Blanco perteneciente a la Historia de la Literatura Española editada por Crítica y dirigida por José Carlos Mainer. No otra idea que la importancia de París y del idioma francés durante el siglo XVIII ha alentado el último trabajo del gran humanista contemporáneo Marc Fumaroli, un conocedor como ya hay pocos de la cultura occidental, y muy especialmente de su país. Bajo el título Cuando Europa hablaba francés (excelente, como todas, la edición de la editorial Acantilado) Fumaroli refrenda con todo lujo de erudición todas y cada una de las palabras que antes he citado del volumen de la Historia de la Literatura Española. España y sus ilustrados en esto al menos no eran una excepción. Pero si París ha seguido manteniendo a lo largo de los siglos el prestigio de capital cultural europea, lugar de peregrinaje y asentamiento de tantos intelectuales y artistas (desde el Modernismo, los movimientos de vanguardia, el exilio de tantos españoles después de la guerra civil, o más actualmente los periodos obligados de nuestros escritores hispanos y americanos, hasta llegar algunos  incluso a fijar su residencia en la llamada con cierta cursilería “la ciudad de la luz” o “la ciudad del amor”); pero si París no ha perdido ese prestigio –decíamos-, a pesar de los parisinos, otra suerte y muy distinta ha corrido su idioma. Hoy esa necesidad de “saber idiomas” que tenían los ilustrados europeos del siglo XVIII es la misma que tenemos todos en esta sociedad, pero ya no es el francés el que necesitamos saber, sino el inglés, que se ha convertido en el idioma internacional que nos han impuesto y, si París no ha perdido ese “glamour” (palabra cursi) tan atractivo como decadente, otras son ya las ciudades de referencia para la cultura occidental (Nueva York), y el francés lamentablemente se ha ido hundiendo en los planes y sistemas educativos de nuestros escolares hasta alternar como optativa con otras materias. Ya hace de esto sus buenos años, en los centros educativos se estudiaba el francés como primer idioma (apenas rastro se anunciaba del inglés), y hasta hace poco un grupo (aunque cada vez menos numeroso) de excelentes alumnos y alumnas aún mantenían el francés como primera lengua extranjera. Eran los años de esplendor o el canto del cisne, últimos restos ya sin duda de aquella antigua idea ilustrada del lejano siglo XVIII, como lejano queda ya también el nombre por el que se conoció en nuestro país la sífilis. José López Romero.      


sábado, 12 de diciembre de 2015

MATERIA COMBUSTIBLE

Desde su inicial Elogio a la mala yerba (VIII Premio Internacional de Poesía Loewe a la Creación Joven en 1995 y publicado por Visor en 1996), la trayectoria poética de Pepa Parra se ha ido consolidando en el panorama literario de nuestro país, aunque el reconocimiento general, de público y crítica, cueste mucho más desde provincias que desde una gran ciudad. Pero Pepa, como otros excelentes ejemplos (Paco Bejarano, Pepe Mateos, Pedro Sevilla), ha preferido permanecer en su tierra, Jerez, en la que desde su puesto en la Fundación Caballero Bonald es testigo de privilegio del ambiente literario que se respira fuera de nuestra ciudad, en algunas capitales más viciado que en otras, además de permitirle que se valoren sus méritos poéticos y su trabajo. Y desde aquel primer poemario hasta Materia combustible (Ediciones en Huida, 2013) la búsqueda del otro, las relaciones cuerpo a cuerpo y la obsesión por disfrutar del momento, al tomar conciencia de lo efímero de la felicidad son temas recurrentes en sus poemas. La carnalidad, la recreación en lo bello, en esos cuerpos que se dejan llevar por la pasión o por el descanso después de la batalla de amor se reflejan en los poemas y de ahí el título del libro y las tres secciones que lo componen: “fuego”, “cenizas”, “fuego”. Pero en Materia combustible aparece con más intensidad que en libros anteriores la preocupación por el paso del tiempo y, sobre todo, por el “futuro incierto”, lo que nos lleva a poemas que intentan con cierta e inútil desesperación recuperar el pasado, aunque solo sea un “sorbo” de él (“Dame un sorbo de ayer, una mirada/ los restos de un naufragio / a los que sujetarme…” del poema “egoísmo y miseria”). En esta misma línea encontramos el estremecedor “Cenizas, humo” o las preguntas que se nos hace en el poema “Y si ahora”. Materia combustible es un libro sin duda que exige, por su calidad e intensidad, una lectura pausada, la mirada madura de sus versos, esa mirada desde la que escribe Pepa Parra. José López Romero.