Desechada ya por falta de
verosimilitud y decoro (“relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos
efectivamente hacen”), dos conceptos que tanto gustaban a Cervantes, la idea
de hacer una campaña de promoción de la lectura con Cristiano Ronaldo y Messi
leyendo un libro (aún recuerdo emocionado una foto del Fari con un libro en sus
manos), no queda más remedio que atacar el inveterado desapego o repelús de
nuestros ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, de la letra impresa con
campañas más agresivas o, al menos, más originales. Y para ello nada mejor que
ponernos en el papel de aquellos antiguos arbitristas que durante los siglos
XVI y XVII mandaban memoriales al rey con las propuestas más peregrinas para
solucionar los problemas endémicos de nuestro país, sobre todo los económicos,
y que tanto ridiculizaron los escritores de aquellos siglos, sirva como ejemplo
la insuperable sátira que don Miguel incluye en su “Coloquio de los perros”. Y
puestos a jugar, se podría satisfacer el apetito lector con libros cuyas
páginas pudieran, una vez leídas, comerse. Y si el libro en papel higiénico ya
está inventado, aunque con escaso éxito, unos preservativos con poemas de amor no digo yo que no le
añadiría más sentimiento o, al menos, más poesía al asunto, tan necesitado de
ello en estos últimos tiempos (ya lo veo: “deme una caja de doce de Pablo
Neruda”). Pero si tuviese que elegir una buena idea, sin duda me quedaría con
la ocurrencia de un iluminado de finales del siglo XVIII para recuperar el
peñón de Gibraltar: que cinco mil soldados llevaran al cuello un escapulario de
la Virgen del Carmen, que los haría invulnerables a las balas de los herejotes
ingleses. Ante el fracaso estrepitoso de las campañas que han intentado mejorar
los índices lectores de nuestro país, yo voto por el escapulario. Es simple
cuestión de fe. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
domingo, 26 de junio de 2016
sábado, 18 de junio de 2016
LECTORES / LECTURAS
“Me recuerdas a alguien que solo lee el
primer capítulo de un libro. Nunca llegas a averiguar qué sucede después”, le
reprocha su amigo Asif a Jay, el protagonista de ‘Intimidad’, la novela de
Hanif Kureishi que hace unas semanas reseñamos en esta página. Y esta frase me
ha llevado a recordar la pregunta, tan socorrida pero también tan esclarecedora,
que se le suele hacer en las entrevistas a toda persona relacionada de una
forma u otra con los libros o la cultura en general: “¿has dejado algún libro
sin terminar de leer?”. Y en las respuestas pocos son ya los que aseguran que
una vez abierto un libro no paran hasta terminarlo, aunque en ello empeñen
tiempo y esfuerzos baldíos. La gran mayoría confiesa que a lo largo de su vida
lectora, más de uno y de varios, por no decir muchos libros, se les han
resistido o, dicho de otro modo, son ellos, los lectores, los que no han tenido
la suficiente fuerza de voluntad para acabarlos, o lo han pensado mejor y han
decidido no invertir ese tiempo y ese esfuerzo en algo que en poco o nada les
va a beneficiar. Por mi parte, confieso que en mi ya lejana juventud fui lector
persistente hasta la terquedad: libro abierto, libro que debía acabar, hasta
que en un periodo de crisis lectora (todos pasamos en un momento u otro de
nuestras vidas por distintas crisis), tomé la difícil decisión de cerrar un
libro sin terminar. Aquel acto, no exento de una sensación de pecado fue, sin
duda y en cambio, una liberación. Liberación que, sin embargo, ahondó más la
crisis y atravesé un periodo de lector de las primeras veinte páginas, es
decir, en lector de primeros capítulos, como le reprochaba Asif a su amigo Jay.
Hace unas semanas me distraía soportando (¿o soportaba distraído?) la película
titulada ‘Alex y Emma’ (Kate Hudson y Luke Wilson), en la que Emma reconocía
que antes de empezar un libro, tenía que leer las últimas páginas; si estas le
llegaban a interesar, emprendía su lectura; un tipo cuando menos extraño o raro
de lectora esta Emma, como así se lo echaba en cara Alex. A veces la forma de
leer, nuestros hábitos lectores dicen mucho más de nuestra personalidad e incluso
nos definen de forma más clara que un psicoanálisis. Vivir la vida con la
inconstancia del lector de primeros capítulos (que es la verdadera intención de
Asif y de ahí su reproche a Jay), puede ser tan perjudicial como empecinarse en
terminar un libro que ya no nos va aportar nada, que en nada nos va a
beneficiar. Los libros son al fin y al cabo como las relaciones humanas: los
amigos de la infancia y juventud o aquellos que permanecen para toda la vida;
las novias y novios ocasionales (de primeros capítulos) y el libro que leeremos
una y otra vez hasta el fin de nuestros días; el trabajo que no nos gusta
porque aspiramos a un libro mejor… Y así, abrimos los libros de la misma forma
que conocemos a las personas. Algunas no aguantan ni las veinte primeras
páginas, y a otros (como los políticos) mejor conocerlos por las veinte
últimas. José López Romero.
sábado, 4 de junio de 2016
LA CONFUSA
“La Confusa” es el título de una obra
teatral del gran Cervantes que permanece desaparecida, a pesar de los siglos
transcurridos y del número, ya incontable, de rastreadores de biblioteca que a
lo largo de todos estos años han dedicado sus esfuerzos a investigar el teatro
de don Miguel y, de camino y si la fortuna fuera propicia, a encontrar pieza
tan deseada, porque su hallazgo es sinónimo sin duda de gloria y fama. Y a
pesar de su pérdida, sabemos de su existencia porque el propio Cervantes la
cita y pondera en la “Adjunta al
Parnaso” en los siguientes términos: «Mas la que yo más estimo, y de la
que más me precio, fue y es de una, llamada La Confusa, la cual,
con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han
representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores». Una opinión tan favorable, aunque pueda parecer imputable al amor
que siente un padre por la criatura de la que es creador, se puede confirmar
por la excelente acogida que tuvo esta obra entre el público durante mucho
tiempo, ya que en 1627 todavía formaba parte del repertorio de la compañía de
teatro dirigida por el cómico Juan Acacio, cuando “La Confusa” puede fecharse
antes de 1585, es decir, en los años en que Cervantes escribió buena parte de
sus obras teatrales y alcanzó en las tablas no poca admiración y
reconocimiento. Y precisamente cuando en este año celebramos el cuarto centenario
de la muerte de nuestro príncipe de las letras y, por tanto, debemos
enorgullecernos del idioma a cuyo esplendor tanto contribuyó, se nos aparece la
señorita Barei en el festival de Eurovisión, seguramente confusa entre tanta
celebración, y nos canta en el idioma del gran Shakespeare, de cuya muerte
también se cumple su correspondiente efeméride. Sin embargo, el resultado final
no dejó lugar a la confusión: el puesto 22º de 26 participantes; nada que ver
con el éxito que cosechó en su tiempo aquella otra “Confusa”. José López Romero.
sábado, 28 de mayo de 2016
MAURICIO WIESENTHAL
Aunque ya pertenece a
esos lugares comunes de la literatura y, por ello mismo, en permanente estado de
cuarentena de que los poetas, la mayoría, son los peores lectores o
declamadores de sus propios versos, no podemos decir lo mismo (pero tampoco
debemos generalizarlo) de la capacidad de la mayoría de los escritores para la
conversación amena, la conferencia interesante, para, en definitiva, la
dialéctica cuerpo a cuerpo con sus lectores o curiosos de su obra. En nuestro
recuerdo perduran aquellos programas dirigidos por Joaquín Soler Serrano
titulados “A fondo”, que pueden aún recuperarse en Internet, programas por los
que pasaron los mejores escritores del siglo XX, y a los que añadiríamos
“Biblioteca Nacional”, dirigido por Fernando Sánchez Dragó, por el que conocí a
figuras internacionales ya consagradas como Umberto Eco, o el actual “Página 2”
que mantiene la misma calidad que los citados. Pues bien, de todos ellos lo que
más me sigue sorprendiendo es el poder de encantamiento que casi todos (lo
dicho: no podemos generalizar) los escritores entrevistados tienen a través de
la palabra, ya no escrita, sino enunciada oralmente, un dominio de la dicción
que a uno le lleva a atribuirles la frase que podría perfectamente enunciarse
también a la inversa: “hablan como escriben”. El poder de seducción de la
palabra hablada en ocasiones supera
incluso a la escrita, y seguramente más de una obra habremos leído por haber visto o escuchado a
su autor en los medios de comunicación. Todo esto viene a cuento porque el otro
día tuve la suerte y el privilegio de conocer y escuchar a Mauricio Wiesenthal.
Conocía de referencia sus obras, especialmente las dedicadas a sus viajes por
las reseñas que mi compañero Ramón, especialista en estos temas, les ha
dedicado en esta página; sabía además de su devoción (compartida) por el gran
Stefan Zweig, y tenía mucho interés en leer su reciente biografía sobre Rainer
María Rilke, publicada por la prestigiosa Acantilado. Sobre este libro, me
comentaba Manolo Ramos, el heroico librero, junto a Mauricio Gil Cano, de
aquella maravillosa aventura que fue “La llave de cristal”, que en la presentación
del libro en Sevilla al escuchar a Wiesenthal cerraba los ojos y es como si
estuviese leyéndolo. Doy fe por aquella breve pero inolvidable conversación que
mantuve con Mauricio Wiesenthal de que es un hombre de aquellos que nacieron
para el esplendor de la cultura renacentista; en torno a la figura siempre
presente e iluminadora de Stefan Zweig, fue hilvanando un monólogo con varias
anécdotas, como su viaje invitación a la feria del libro de Bogotá con todo
lujo de datos (memoria prodigiosa), que encandiló a sus oyentes. Y desde este
encuentro estoy deseando habérmelas con esa biografía de Rilke, o con su “El
esnobismo de las golondrinas” para volver a escuchar la palabra encantadora,
seductora de Mauricio Wiesenthal. José López Romero.
sábado, 21 de mayo de 2016
ADELANTADOS
“Que a todo hombre viviente, / en
cualquiera lugar que haya nacido, / sea iroqués o patagón gigante, / fiero
hotentote o noruego frío, / o cercano o distante / le miro siempre como hermano
mío.” Cuando uno lee estos versos de José Cadalso (“Sobre no escribir
sátiras”), el gran ilustrado que ejerció tan poderosa como benefactora
influencia sobre poetas como Meléndez Valdés o el mismo Jovellanos, no puede
por menos que pensar en la rabiosa actualidad de su mensaje, a pesar de los más
de dos siglos de distancia y, lo que es más grave, lo poco o lo “casi nada” que
ha evolucionado o, lo que es peor, cuánto ha retrocedido este mundo de nuestros
pecados cuando seguimos planteándonos si todos los que vivimos en él debemos
considerarnos hermanos, al margen de geografías distantes o cercanas, de
religiones o de razas. No otra respuesta que los versos de Cadalso piden de
nosotros la grave situación de los refugiados que huyen de sus países en
guerra, o la cantidad de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas en
esos ataúdes humanos a los que llaman pateras. Y de la misma manera, si leemos
la oda “El fanatismo” de Meléndez Valdés, comprobamos en sus versos el lamento
del poeta por la irracional y sangrienta manera de entender las religiones,
sean antiguas o modernas: “Y, ¡ay!, en nombre de Dios gimió la tierra / en odio
infando, en execrable guerra”. No otra imagen que la que Meléndez recoge en
estos versos nos están dejando los continuos atentados que en nombre de un Dios
hecho para el odio y la destrucción asolan países y el nuestro, por desgracia,
no ha sido una excepción. Y de nuevo la pregunta es obligada: ¿es que no hemos
evolucionado nada? ¿es que lejos de mejorar, realmente hemos empeorado? Cadalso
murió en 1782 en el asedio a Gibraltar, y Meléndez Valdés murió en su exilio de
Montpellier, una víctima más de la invasión napoleónica. Hoy las obras de
Cadalso y de Meléndez Valdés siguen siendo un ejemplo de lo poco que ha
aprendido el ser humano. José López Romero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)