Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 21 de enero de 2017

MUJERES

Si poco sentido, por no decir ninguno, tiene ya abrir la polémica de si existe una literatura femenina, menos aún lo tiene creer que para acercarse a la condición femenina habría que leer novelas escritas por mujeres. Grandes personajes como Emma Bovary o Ana Ozores, la regenta, por poner dos ilustres casos de heroínas decimonónicas creadas por hombres, desmontan cualquier teoría al respecto. Y para confirmar lo que estamos defendiendo, incluso para atrevernos a afirmar, yendo más lejos, que no hay mejor lectura sobre mujeres que la escrita por hombres, pongamos de ejemplo a Ángel Vázquez y las tres novelas que escribió. A Ángel Vázquez (Tánger, 1929 – Madrid, 1980) ya lo hemos traído a esta página en varias ocasiones porque es un escritor que, en nuestra opinión, merece urgentemente una reivindicación y un reconocimiento que aún, pese a sus publicaciones, no se le ha dado de forma unánime. Las tres novelas que escribió y publicó: ‘Se enciende y se apaga la luz’ (1962); ‘Fiesta para una mujer sola’ (1964) y ‘La vida perra de Juanita Narboni’ (1976), tienen como denominador común que sus protagonistas son mujeres, y como peculiaridad que por el mismo orden cronológico asistimos en la primera a una exultante joven Cristina; en la segunda, a una madura y espléndida Paula; y en la tercera, a una ya ajada y solitaria Juanita. De tal manera que podemos hacer un muy recomendable ejercicio lector sobre la condición femenina si leyésemos por ese orden las tres novelas citadas. Los titubeos y desorientación sufridos por Cristina, consecuencia de la educación recibida de su madre Isabel (otro magnífico carácter femenino de Vázquez), se convierten en seguridad, coqueteo con el peligro y cierto hastío en la madura Paula, para desembocar en la terrible soledad, en una decrepitud que nos anuncia una desolada vejez de Juanita. Con Tánger (ciudad natal del escritor) como fondo o incluso como un personaje más que imprime el carácter de sus habitantes (ciudad internacional, intercultural pero al mismo tiempo provinciana, con una separación muy clara de razas y clases sociales), las tres mujeres toman una postura distinta acorde con sus edades: más rebelde en Cristina, que empieza a cuestionarse el clasismo tan acentuado en su madre; actitud esta de Isabel que comparte Paula, que de ningún modo estaría dispuesta a renunciar a los privilegios de que disfruta por su posición social; mientras que en Juanita estamos ante un personaje en la decadencia plena: física, mental y, por desgracia, también social. Estos tres grandes caracteres femeninos dejan a los protagonistas masculinos en un segundo plano, como si fueran los complementos que utiliza Vázquez para redondear a sus heroínas: Julio, el padre de Cristina; Damián, el amante de Paula; o el padre de Juanita… La lectura de sus cuentos (‘El cuarto de los niños y otros cuentos’, ed. Pre-Textos) vendría a completar este repaso y el homenaje a la obra de Ángel Vázquez y sus personajes femeninos. Se lo debemos. José López Romero.


domingo, 15 de enero de 2017

RECOMENDACIONES

El regreso de Titmuss
John Mortimer. Libros del Asteroide, 2014
Esta segunda entrega de la trilogía es tan buena como la primera, ‘Un paraíso inalcanzable’, que no es poco mérito porque ya se sabe: segundas partes… John Mortimer, polifacético escritor que ha obtenido grandes éxitos como guionista para la televisión, vuelve aquí sobre su protagonista, Leslie Titmuss, en la cima de toda su buena fortuna, es decir, ya convertido en ministro de Territorio, Urbanismo y Fomento, el que fuera en su juventud chico que cuidaba del jardín de los Simcox y meritorio aspirante a un cargo político en el partido conservador inglés que ya ha conseguido. Su segundo matrimonio con Jenny Sidonia y un problema urbanístico nos hacen profundizar en la psicología del siempre escandaloso Titmuss, así como en las vidas de los habitantes de Rapstone Fanner, con ese acerado humor y fina ironía de Mortimer. Una novela para divertirse. J.L.R.

Ávidas pretensiones

Fernando Aramburu. Seix Barral, 2014
Después de su magnífica ‘Años lentos’ tenía ganas de leer otra obra de este escritor, y cayó en mis manos esta novela con la que Aramburu consiguió el premio Biblioteca Breve de 2014. Una sátira escrita con el mejor humor, con escenas y personajes realmente hilarantes. La poetada (sic) nacional se reúne en Morilla del Pinar, en el convento de las hermanas espinosas, para celebrar las jornadas anuales de poesía; para los irreverentes, “jornadas en Casacristo”. Y para ello se congrega lo más granado del verso patrio distribuido por aficiones estéticas: los metafas o metafísicos, los realitas; o por inclinaciones sexuales: lesbianas, mariconcillos de playa o de pinar… y sobre todos el vejestorio y ciego don Mateo Gil Salgado con su lazarillo Vanessita Rincón (como dos tortolitos); la Nívea o el pobre Tadeo Balboa que arrastra la dura condena de Amalia Solórzano. Toda una fauna. Muy recomendable para pasar buenos momentos. J.L.R. 



sábado, 17 de diciembre de 2016

PASIÓN Y PAISAJE

Con este título el poeta y profesor Jacobo Cortines presentó este mismo año en curso su poesía reunida (1975-2016). En la extensa e interesante “Adenda” final (“huellas de la creación”) Cortines va desvelando, a modo de diario, su proceso creador, las circunstancias que rodean la composición de muchos de sus poemas y, sobre todo, la lucha individual –pero en realidad universal- del poeta con la materia poética para hacerse con una voz personal. La finca familiar en Lebrija, “Micones”, los paisajes marineros vistos y sentidos desde la urbanización portuense de El Manantial, y especialmente la ciudad de Sevilla, en la que vive y en cuya universidad ha ejercido la docencia como profesor de Literatura Medieval, y por último su anhelada y soñada hacienda “El labrador” (magnífico el poema “Nombre entre nombres”), son los espacios en los que Cortines se inspira y trabaja para cincelar sus versos. El contacto tan íntimo con la naturaleza, campo y mar, pero también con los paisajes urbanos se dejan notar en unos poemas que tienen como constante esa relación entre sentimiento e imágenes y motivos naturales (pájaros, flores, árboles) o las calles y plazas de la ciudad, y también con el paso del tiempo; pero otras veces es solo al hombre y su doloroso vivir al que escuchamos y que él mismo desnuda en ese diario final. Poemas como “Reflejo en la ventana (autorretrato)”, o “Declaración”, o “Buenas noches”, por poner algunos ejemplos nos muestran su proceso de introspección. Sin olvidar tampoco la corriente social, el compromiso del escritor con su tiempo, en este caso ante la guerra (“Europa”). Finalmente, tanto en la esclarecedora introducción como en la “Adenda”, Cortines señala como punto de inflexión de su poesía la “Carta de junio” dedicada a su padre, un poema en tercetos endecasílabos que sin duda es el gran poema del libro. Cortines, fino traductor de Petrarca, nos deja un poemario de mesilla de noche. José López Romero.

sábado, 3 de diciembre de 2016

ARTE Y LITERATURA

Al hilo de algunas lecturas últimas y el lejano recuerdo de otras que más adelante citaré, me vino a la memoria el otro día la anécdota que Juan Mayorga incluye en su obra ‘El chico de la última fila’: le refería Juana, gerente de una galería de arte, a su marido Germán, un descreído del arte moderno, la historia de aquel artista que una vez pintadas unas acuarelas y grabadas en un CD la descripción de estas, había decidido destruirlas y exponer, como si de los cuadros se tratara, el disco que el espectador podía escuchar para hacerse una idea de lo que habían sido las pinturas. Ante tal ocurrencia no nos sorprende y hasta comprendemos la falta de fe y confianza del pobre Germán en una expresión artística que más tiene de boutade que de verdadero arte. Y esto me venía a la memoria porque la relación de las distintas artes con la literatura, con la lengua en general siempre ha sido muy estrecha, aunque no exenta de grandes dificultades; expresar con palabras los sentimientos, emociones o reacciones que despiertan en un espectador un cuadro o una escultura o, más difícil aún, la descripción de una pieza musical es un ejercicio literario que pone a prueba la pericia y, lo más importante, el dominio de la lengua y, sobre todo, la inspiración del escritor. ¿Cómo traducir en palabras las notas musicales que provocan en los oyentes  los más exquisitos y profundos sentimientos? Entre los ejemplos que a vuela pluma acuden a mi memoria lectora, el primero es la famosa ‘Oda a Francisco Salinas’ de fray Luis de León, por cuyos maravillosos acordes llegamos, llegaba el fraile poeta al conocimiento de Dios y a la perfección del mundo, movido a través de esa música celestial que salía del órgano de su amigo. La casualidad ha hecho que algunas de mis lecturas recientes aborden el tema que aquí tratamos: música y literatura. Muchos escritores han confesado la influencia de la música en su literatura, como tuvimos ocasión de comprobar en Cortázar, quien en su libro ‘Clases de literatura’ nos daba una lección de jazz; como delicada y atormentada era la música, la relación amorosa que nace y muere entre Erika y el joven violinista en la novela de Stefan Zweig ‘El amor de Erika Ewald’. Tonos grises, otoños e inviernos de aquella Viena de finales del XIX, música de nocturnos de Chopin, que transformamos en ragtime, en ritmos populares, en el más puro jazz en aquel barco, el Virginian, del que nunca saldrá Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, el protagonista de la novela de Baricco; o los acordes de ‘norwegian wood’ que Reiko le saca a la guitarra en ‘Tokio blues’ de Murakami. Pero si un escritor tuviera que destacar, en mi opinión, de aquellos que convirtieron en palabras la música, me quedaría sin duda con Bécquer y su leyenda ‘Maese Pérez el organista’. Leer esta joya del relato corto es escuchar al mismo tiempo esa música extremada que nos transporta, como el órgano de Salinas a su amigo Luis de León, al cielo. Sin olvidarnos tampoco de ‘El Miserere’. ¡Y no hace mucho estas leyendas se leían en Secundaria! ¡Qué tiempos! José López Romero. 


viernes, 25 de noviembre de 2016

CUSTOMIZAR

Hace unos días y paseando por los comercios de una de las grandes superficies de la ciudad, bajo la excusa de “hacer tiempo”, aunque ni mi mujer ni yo sabíamos para qué lo hacíamos, a la madre (que es una blanda) se le ocurrió comprarle una camisa a la niña. Cuando llegamos a casa, la niña cogió la camisa y unas tijeras, le cortó una manga, le hizo dos sietes por los costados, le puso tres cintas adhesivas y dos imperdibles y se la probó. A la camisa ya no la conocía ni la madre o el padre que la cosió. “Mira, mamá. Ya he customizado la camisa”. Menos mal que la madre (una mujer para un pobre), hizo de la manga sobrante un paño de cocina y le respondió a la niña: “Mira, niña. Ya he customizado la manga”. Y yo, que a todo esto asistía tan atónito como atento espectador, me pregunté para mis adentros: ¿podría yo hacer esto con algún poema o relato? ¿podría customizar una obra literaria hasta el punto de que no la conociera ni el padre o la madre que la escribió? Debo aclarar que derecho y veloz me fui al diccionario de la RAE y aún no se recoge en este un verbo tan lleno de posibilidades y tan rico en experiencias. La verdad es que la imitación ha sido desde que tenemos uso de conciencia literaria un concepto muy controvertido, venerado en otro tiempo pero perseguido desde que se impuso la originalidad como principio de creación. Hace ya unos años fuertes polémicas se levantaron en los ambientes literarios por un quítame allá estas customizaciones, que diríamos ahora. Porque de tomar prestados algún que otro verso o algún que otro párrafo, por no hablar de páginas, se trataba; es decir, ponerle dos o tres imperdibles a un poema o quitarle alguna manga al relato. Pocos intentos me bastaron para darme cuenta de las escasas aplicaciones que tiene el verbo customizar en literatura; en esa buena literatura que no consiente ni entiende de parches ni remiendos. José López Romero.