Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

jueves, 27 de diciembre de 2018

LIBROS RECOMENDADOS


El azar y viceversa

Felipe Benítez Reyes. Destino, 2016.
A veces se les tiene a los poetas metidos a novelistas cierta prevención en la mayor parte de los casos injustificada. Como si se tratara de un cambio de postura en el que sabemos que nos vamos a sentir incómodos. Y como ya he dicho: totalmente injustificada, porque El azar y viceversa es una de las mejores novelas que he leído en los últimos tiempos, un verdadero encontronazo feliz con una prosa brillante, suelta y, sobre todo, muy inteligente en todos los aspectos (estilo, estructura, hilo narrativo…). El protagonista, Antonio, desde sus primeros pasos ya se nos muestra como un moderno pícaro, servidor de muchos amos, y para no perder su adscripción al género, un personaje que reflexiona sobre todo lo que le ocurre, y aunque conoce lo que está bien, suele elegir el camino más difícil de lo que está mal. Una novela excepcional. J.L.R.

Galíndez

Manuel Vázquez Montalbán. Debolsillo, 2004.

Más tiempo del que debería ha pasado esta novela en la estantería siempre expectante a ver si un día me daba por cogerla y leerla. Hasta que hace unos días me decidí a ello, y desde la primera página hasta la última no he dejado de alegrarme de esta decisión. Conocía al Vázquez Montalbán, al margen de su Carvalho, a través de una novela que me impresionó en su momento y de la que guardo un excelente recuerdo, Los alegres muchachos de Atzavara, y esta de Galíndez me ha terminado por confirmar que Vázquez Montalbán es mucho más y mejor escritor que aquel reconocido por sus novelas negras. La reconstrucción de la muerte de Jesús Galíndez, personaje real que vivió en la República Dominicana del general Trujillo y que fue secuestrado por un comando en su piso de la Quinta Avenida de Nueva York, torturado y asesinado por los esbirros de Trujillo, es sencillamente impecable y narrativamente de una gran intensidad. Muy buena. J.L.R.

viernes, 14 de diciembre de 2018

MALANDAR


“Malandar” es el título de la última novela de Eduardo Mendicutti. Pocos narradores son tan reconocibles por su estilo como este escritor, una especie de marca identificativa, lo que no deja de ser un valor añadido para sus lectores: saben lo que van a leer. Y lo que se encuentra en sus novelas, y “Malandar” no es una excepción, son un protagonista homosexual, mucha gracia andaluza y, sobre todo, la sensación de que algo se ha perdido por el camino de unas vidas que siempre quisieron ser felices y que no lo lograron por muchas y variadas razones y circunstancias. Melancolía, dolor, pérdida… Cuando cerramos “Malandar”, con la mano todavía en la contraportada, sentimos ese gusto agridulce en el paladar de la lectura que nos dejan unos personajes que, como todos nosotros, a veces no han superado o, siempre han querido rescatar una infancia y una adolescencia en la que sí fueron inocente o inconscientemente felices. Miguel Durán, periodista y gay, coge un tren para Madrid con el propósito de “comerse el mundo”; atrás deja a sus dos amigos de la infancia, Toni y Elena, ya convertidos en pareja; deja a su madre, la mujer más guapa de La Algaida, a Antonia, su niñera, lectora voraz de “El Caso” y un pozo de sabiduría popular, y todo un elenco de personajes cuyas historias, llenitas de penas y amarguras, pero también de ternura y alegría, no distan mucho de las vidas de los protagonistas, cada uno a su manera se lame sus propias heridas. Y la novela transcurre entre ese Madrid en el que Miguel va haciéndose su carrera personal y profesional, y sus vueltas a un paisaje infantil en el que reconocemos la Sanlúcar natal del escritor. La Algaida y, sobre todo, Malandar, con sus dunas y ese sueño de construir una choza, una casita o un palacio que de niños se prometieron Miguel, Elena y Toni (ella siempre en medio) y que ya en la madurez intentan recuperar para ser felices, para que esa inocente o inconsciente felicidad no se les haya perdido por el camino de sus vidas. José López Romero.

viernes, 30 de noviembre de 2018

CIENCIA FICCIÓN


Aunque no soy muy aficionado al género de la ciencia ficción, apenas unas cuantas películas vistas más por aburrimiento que por interés, y en cuanto a la literatura alguna que otra novela, ya sobrepasada por el tiempo, una de mis últimas lecturas, “El fondo del cielo” del argentino Rodrigo Fresán, me despertó la curiosidad por ver cómo los autores del género se han podido imaginar los libros y las formas de lectura de los que sin duda existen, aunque no han dado pruebas fehacientes y contundentes de ello, por lo que algunos malintencionados afirman que precisamente no haber venido por estos lugares es la demostración más palpable de que poseen una inteligencia superior a la nuestra, y no les falta razón tal como está el patio. Y de lo poco que recuerdo de mis escasas incursiones en la literatura o el cine de ciencia ficción, no se me viene a la memoria que alguien haya tratado el asunto. Es más, no recuerdo que en los ovnis esté habilitado algún espacio al que denominen biblioteca, ni siquiera aparece un libro dejado encima de la mesa de control de alguna nave y, menos aún, escena en la que un alienígena se retira a hacer sus necesidades con un libro en la mano, costumbre por una parte tan saludable como enriquecedora espiritualmente, por otra. Y ya que el género no me ofrece ejemplos o, al menos, yo no los recuerdo, le voy a dar a la imaginación (“Atención, atención, torre de control. Father entrando en trance”, le oigo a mi hija con una voz que quiere simular el despegue de una nave espacial. Ella siempre tan oportuna). Un extraterrestre seguro que tendrá las palmas de su mano ya preparadas para funcionar como e-readers. Con un dedo presionará una de las falanges de esos dedos tan largos como los que nos enseñaba ET y se activará el libro electrónico interno, se iluminará la mano y aparecerá el libro que esté leyendo. Incluso organizará su biblioteca interna según las manos, y ya dependerá de gustos (orden alfabético: de la A a la L a la derecha…; o por géneros: el erótico en la izquierda, por supuesto). Y en la misma palma tendrá aplicaciones para cambiar de libro. Y para cargarlos bastará con meter el dedito, a modo de enchufe, en un repositorio electrónico de libros; así tendría en su cuerpo, en sus manos, toda una biblioteca que poder leer cuando quiera. ¿Y el papel? por un momento, en este delirio o trance en el que he caído, me ha parecido escuchar una voz como aquella de “Encuentros en la tercera fase” que me ha dicho: “¿Papel? Pregúntale a tu amigo Ramón, el visionario”. “¿Y no habrá pastillas con libros concentrados, que uno se tome y ya lo tendría leído? –me pregunta mi hija. Ella siempre tan práctica. “No – le contesto-. Y bromeo: pero sí imagino que habrá supositorios, cuyo grosor dependerá de la extensión del libro”. “Pues conmigo que no cuenten” –despierta mi hijo. José López Romero.



viernes, 23 de noviembre de 2018

CORTESÍA


“Cortesía no es… una mera forma externa de comportamiento; ni siquiera predominan en la noción de la misma los elementos formales, sino que es el resultado de un cultivo interior, esto es, el modo de ser de aquel que ha aprendido el saber de la virtud”. En estos términos define el gran José Antonio Maravall el concepto “cortesía” sacado de los numerosos textos medievales que va citando a lo largo de su estudio (en Cuadernos Hispanoamericanos, 1965, nº 186, p. 528 y ss.). Al hilo de una revisión de los poemas anónimos incluidos en el llamado Mester de Clerecía, me encontré con este término que Manuel Alvar aplica al rey Apolonio, protagonista de uno de esos textos, el que lleva su nombre, y no pude por menos que pararme a pensar en el cambio de significado de esta palabra, reducida ya casi al gesto amable, gentil de una persona que le cede el paso o el asiento en un transporte público a una señora o, para mayor desvío, al coche de sustitución. Y sin embargo, la “cortesía”, tal como la entendían nuestros sabios medievales, era mucho más que actos puramente formales, pues con ella se definía todo el saber aprendido por la persona, manifestada en su virtud y, como consecuencia de esta, en el temor a Dios y el respeto a los demás y a sí mismo. No otro sentido tiene la “cortesía” cuando es utilizada por los humanistas del Renacimiento y no digamos en aquella “república de las letras” que tan magistralmente nos describe Marc Fumaroli (ed. Acantilado), en esos siglos y en aquellos intelectuales, hombres de letras y de ciencias, que en sus salones galantes iban poniendo los pilares, los cimientos de toda la cultura europea. Y la definición en los textos medievales se extiende: “hospitalidad y generosidad con el prójimo, lealtad y fidelidad, bondad y piedad, dulzura, liberalidad y largueza, alegría en trato y mesura”, para concluir: “cortesía es nobleza de buenas costumbres”. ¡Qué distintos los significados del pasado a nuestros días! Tanto como la diferencia entre la apariencia y la verdad. José López Romero.


viernes, 9 de noviembre de 2018

NUEVA CARTA


“Nueva carta sobre el comercio de libros” es un libro coral, es decir, de varios autores (veintiséis en total, más un prólogo de Lorenzo Silva y un epílogo de Enrique Clarós), publicado en abril de 2014 (ed. Playa de Ákaba). El título está tomado de la “Carta sobre el comercio de libros” que en 1763 publicara el filósofo Denis Diderot, que se convierte en permanente referencia de las intervenciones de todos los autores del volumen, y casi todos vienen a concluir que poco ha cambiado este siempre azaroso comercio de libros desde que el enciclopedista francés escribiera su texto; dos siglos y medio largos y nada o, mejor dicho, a peor. Y de 2014 a estos nuestros días se puede decir, los veintiséis autores lo certificarían sin dudar, que el asunto sigue igual y empeorando, y si no, ¿cuántas librerías se habrán cerrado en España en estos últimos cuatro años? Un excelente indicativo de la situación. Pero lo que destila de la mayoría de los textos incluidos en esta “Nueva carta…” es un gran pesimismo, la proposición de pocas y tópicas o utópicas soluciones y, sobre todo, mucho lamento, un cierto lloriqueo que unas veces se tiñe de ironía que por momentos deriva en cinismo, otras de una sensiblería tan torpe como incómoda. Escritores que aprovechan la ocasión para quejarse de que los editores no les pagan o les pagan tarde y mal, de que sus derechos como creadores quedan pisoteados por el todo gratis de las plataformas de descargas de libros, por la piratería, y que como todo hijo de vecino, el escritor tiene derecho a vivir de su creación que, al fin y al cabo, es su trabajo. Hasta aquí, poco o nada que objetar. Sin embargo, algunos de refilón tratan ciertos aspectos en torno a ese comercio de libros cada vez en más alarmante decadencia. Por ejemplo, los editores (según algunos autores de este libro, porque otros son también editores) ante estos tiempos (y menos en los años de crisis) no suelen apostar por autores noveles de dudosa rentabilidad, porque, se quejan, el comercio de libros se ha convertido en un negocio (¡¡!!); incluso acusan a aquellos de editar libros de muy baja calidad literaria solo por el nombre del autor o el éxito en otros países. De ahí que el lector se sienta muchas veces engañado con campañas de publicidad agresivas y no digamos con una crítica cada vez más vendida a los intereses de las grandes editoriales. Como consecuencia de ello, el autor novel busca en la autoedición o la edición digital la salida, difícil por no decir imposible, a un mercado copado por estas grandes editoriales, que dominan librerías y grandes superficies. Y sobre estas autoediciones, algunos de los articulistas se permiten comentarios despectivos y malintencionados como “como esa ama de casa que ahora es escritora de éxito” o “… los autoeditados o indies son en su mayoría escritores domingueros que garabateaban un capitulito las mañanas que no van a misa”. Pero ninguno de los participantes en el libro duda de su propia calidad literaria. Quizá en otro artículo vuelva sobre este “Nueva carta sobre el comercio de libros”, en concreto con la figura que nos dibujan del lector. De los veintiséis autores, me quedo con la firmada por Noemí Trujillo, precisamente la editora del libro. José López Romero.