Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 16 de agosto de 2019

LECTURAS DE VERANO III


El ruletista

Mircea Cartarescu. Impedimenta, 2010.
M. Cartarescu (Bucarest, 1956) está considerado uno de los escritores rumanos más importantes del siglo XX, incluso su nombre ha aparecido en algunas quinielas para el Premio Nobel; y con una obra literaria ampliamente galardonada. A través de un viejo escritor, amigo de la infancia del protagonista, se nos va relatando en esta breve novela la historia de El ruletista. Después de asistir a numerosas sesiones en los lugares más abyectos y explicarnos todo el proceso en torno a los ruletistas, el narrador se encuentra con este personaje: un individuo andrajoso, como los anteriores, que va adquiriendo fama y dinero a medida que le va ganando a la muerte en cada partida que con esta se echa ante un revólver. Pero en esa escalada de miedo y riesgo, el ruletista  intenta ascender un peldaño más: ya no es una sola bala en el tambor, sino dos, tres… Tan intensa como interesante. J.L.R.

Una hermosa doncella

Joyce Carol Oates. Debolsillo, 2015.

Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York. 1938) forma parte de esa estirpe de excelentes escritoras norteamericanas que con sus obras llenan las páginas más ilustres de la literatura del siglo XX, entre las que se encuentran Margaret Atwood, Alice Munro o la poeta Sylvia Plath. ‘Una hermosa doncella’ es un relato de esos que desde su comienzo ya empieza a inquietar al lector. El encuentro del viejo Marcus Kidder con la joven niñera, solo dieciséis años, Katya Spivak, da lugar a toda una historia en la que se mezclan el latente erotismo, las diferencias de clase, una educación familiar deficiente y falta de valores… Es decir, todos los ingredientes para que esa relación entre el rico, esteta y manipulador Marcus y la interesada y falta de cariño Katya se vaya desarrollando por unos caminos tortuosos sin que el lector sepa claramente cuál es la meta hasta el final. Un relato en el que Oates nos da una lección de análisis de los personajes. J.L.R.

jueves, 1 de agosto de 2019

LECTURAS DE VERANO II


El azar y viceversa

Felipe Benítez Reyes. Destino, 2016.
A veces se les tiene a los poetas metidos a novelistas cierta prevención en la mayor parte de los casos injustificada. Como si se tratara de un cambio de postura en el que sabemos que nos vamos a sentir incómodos. Y como ya he dicho: totalmente injustificada, porque El azar y viceversa es una de las mejores novelas que he leído en los últimos tiempos, un verdadero encontronazo feliz con una prosa brillante, suelta y, sobre todo, muy inteligente en todos los aspectos (estilo, estructura, hilo narrativo…). El protagonista, Antonio, desde sus primeros pasos ya se nos muestra como un moderno pícaro, servidor de muchos amos, y para no perder su adscripción al género, un personaje que reflexiona sobre todo lo que le ocurre, y aunque conoce lo que está bien, suele elegir el camino más difícil de lo que está mal. Una novela excepcional. J.L.R.

Galíndez

Manuel Vázquez Montalbán. Debolsillo, 2004.

Más tiempo del que debería ha pasado esta novela en la estantería siempre expectante a ver si un día me daba por cogerla y leerla. Hasta que hace unos días me decidí a ello, y desde la primera página hasta la última no he dejado de alegrarme de esta decisión. Conocía al Vázquez Montalbán, al margen de su Carvalho, a través de una novela que me impresionó en su momento y de la que guardo un excelente recuerdo, Los alegres muchachos de Atzavara, y esta de Galíndez me ha terminado por confirmar que Vázquez Montalbán es mucho más y mejor escritor que aquel reconocido por sus novelas negras. La reconstrucción de la muerte de Jesús Galíndez, personaje real que vivió en la República Dominicana del general Trujillo y que fue secuestrado por un comando en su piso de la Quinta Avenida de Nueva York, torturado y asesinado por los esbirros de Trujillo, es sencillamente impecable y narrativamente de una gran intensidad. Muy buena. J.L.R.

martes, 16 de julio de 2019

LECTURAS DE VERANO I


Enfermos del libro

Miguel Albero. Universidad de Sevilla, 2013.

A los libros sobre libros que tanto nos gustan reseñar y que abordan todos los aspectos y entresijos de libros y sus circunstancias, se une este de Miguel Albero que repasa todas las “enfermedades” que un ser humano, y a veces no tan humano, puede padecer en torno al libro, algunas de nombres prácticamente impronunciables. Desde las más comunes, como la  bibliocleptomanía o la bibliofilia, hasta la bibliofagia, pasando incluso por la biblioclastia, todas tienen su comentario, su análisis y sus ejemplos sacados de la historia de la humanidad. A la buena dosis de información siempre interesante que aporta el libro en todos sus capítulos, añade Albero un estilo entre lo académico y lo desenfadado, que se aprecia en los innumerables  comentarios que tienen su gracia, aunque a veces no tengan tanta. Interesante el apartado titulado “Devotos de su Alteza” o los apasionados por las primeras ediciones. J.L.R.

Miedo

Stefan Zweig. Acantilado, 2018.

Ya a estas alturas hablar de la maestría de Stefan Zweig se nos antoja un tanto ocioso; maestría en todo y cada uno de los géneros que a lo largo de su dilatada carrera como escritor tocó, y a los que engrandeció como muy pocos escritores han logrado: ensayos, biografías y, en este caso, en la novela corta, un género en el que siempre descubrimos algo más de Zweig. Si enormes son la “Partida de ajedrez”, o “Cartas a una desconocida”, o “Mendel el de los libros”, por citar solo tres, esta que reseñamos “Miedo” nos ofrece un análisis psicológico de la protagonista que pocas veces, si no es en los grandes maestros, podemos leer. Irene Wagner empieza a ser chantajeada por la que dice ser novia de su amante; chantaje al que accede para no perder su privilegiada posición social, pero que la hace caer en la angustia y la desesperación. Otra obra maestra de Zweig. J.L.R.

viernes, 21 de junio de 2019

PIGCASSO


Hace unas semanas era noticia en los medios de comunicación una cerda que pinta cuadros, a la que han bautizado con el nombre de “Pigcasso”. No sé cómo anda la cosa por las compatibilidades y semejanzas en el ADN de cerdos y humanos, lo mismo solo nos diferenciamos en un gen, el que convierte a algunos humanos en cerdos y a algunos cerdos en humanos. En cualquier caso, este Pigcasso es una vuelta de tuerca más en ese famoso dicho, que yo suscribo totalmente, de que del cerdo se aprovecha hasta sus andares. Lo cierto es que la artista tiene ya página web y de que sus cuadros se cotizan a más de mil euros, dinero que se ingresa al parecer en una institución o asociación dedicada al cuidado de animales. En unas declaraciones de su dueña, esta comentaba que en los cuadros se podían apreciar los distintos estados de ánimo de la cerda, a la que se le veía en la televisión enfrascada con pincel en la boca ante un lienzo que iba cubriendo de líneas y colores. Al margen de la trascendencia o interés que les podamos conceder a la noticia y a su protagonista, estas no dejan de ser un perfecto ejemplo de hasta dónde hemos llegado en el comercio del arte. Que un cuadro de Pigcasso pueda alcanzar los cuatro mil euros es sin duda un insulto a la pintura y al arte en general, y a la capacidad intelectual del ser humano, representado en el comprador, cuando tantos artistas andan por el mundo sin que se les reconozca su arte y cuando la historia de la cultura está llena de agravios, genios incomprendidos en sus respectivas épocas. Por mi parte, el día en que un cerdo escriba un poema o una novela y haya un editor decidido a publicarlos, no me quedará más remedio que replantearme mi relación con la literatura y, de inmediato y muy a mi pesar, hacerme vegetariano, a ver si por unas malas en una loncha de jamón o de lomo me esté comiendo al Cervantes de la piara porcina. José López Romero.


viernes, 7 de junio de 2019

LA BOMBA


Todos guardamos en la memoria y, si no, ya las cadenas televisión se encargan de refrescárnosla con cierta periodicidad la gran, enorme seta que produjo la explosión de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, con la que se daba el aldabonazo definitivo a la Segunda Guerra Mundial. Esto sucedía el 6 y el 9 de agosto de 1945. Y permítanme mi ignorancia o desinformación, quizá consecuencia del rechazo que provoca o debería provocar en todo ser humano un acontecimiento tan terrible como el lanzamiento de aquellas bombas. Las imágenes de las dos ciudades japonesas convertidas en un amasijo de ruinas y cuerpos destrozados, carbonizados, y las posteriores consecuencias en la población que pudo sobrevivir a duras penas y con enormes y terribles malformaciones, siempre y a pesar del tiempo transcurrido nos estremecen y son un excelente motivo de reflexión sobre el horror que es capaz de generar el ser humano contra sí mismo, así como un ejemplo permanente de a lo que nunca debemos llegar. Pero todo esto viene a cuento no por lo obvio de lo que hasta aquí he escrito sino, y retomando lo antes dicho, por la sorpresa que me produjo (de ahí mi ignorancia o desinformación) cuando al leer ‘El arte de la distorsión’ del colombiano Juan Gabriel Vásquez (libro muy recomendable), y al hilo de unas traducciones sobre precisamente la bomba atómica, me entero de que los norteamericanos pudieron perfectamente prescindir del lanzamiento de estas, pues ya todos sabían que la rendición de Japón era inminente. He buscado en Internet (dónde si no) más información al respecto, para comprobar si J. G. Vásquez me había metido en uno de esos laberintos de ficción que tan magistralmente compone en sus novelas, una especie de distopía del horror, pues no daba crédito a lo que estaba leyendo. ¡La destrucción total de dos ciudades por el solo motivo de la disuasión! Ya había leído en la también estremecedora ‘Historia natural de la destrucción’ de W. G. Sebald cómo los bombardeos de los aliados habían tomado como objetivo 131 ciudades alemanas para lanzar indiscriminadamente su arsenal de muerte; resultado: unos seiscientos mil civiles alemanes muertos, ciudades arrasadas y millones de personas sin hogar. Y todo esto me hace recordar que en el hermoso libro ‘Los girasoles ciegos’, en su primer relato, el capitán Carlos Alegría se pasa el último día de la Guerra Civil española del bando franquista al republicano porque el vencedor no quería realmente ganar la guerra, sino aniquilar al enemigo. Ya sabemos lo que significa una guerra, lo hemos visto por desgracia demasiadas veces en la televisión, y el siglo pasado nos da ejemplos memorables de ello, desde sus inicios hasta el mismo fin de la centuria. Las bombas atómicas, como los bombardeos sobre población civil no hacen más que confirmar lo que sentía el heroico, el derrotado, el vencido capitán Alegría. Se pudieron haber evitado, se sabían perfectamente las terribles consecuencias y a pesar de ello se lanzaron.  No hay honor, no hay gloria en los vencedores, solo desolación y vergüenza. José López Romero.