Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

martes, 29 de diciembre de 2020

RESEÑAS



La ciudad y las sierras. Civilización

Eça de Queirós. Acantilado, 2020.

Todo un acierto, como es habitual en Acantilado, la edición de esta novela del gran escritor portugués que incluye el relato corto ‘Civilización’, germen de la anterior. Así el lector puede comprobar el proceso de composición del novelista partiendo de un relato menor. El antiguo tópico del “menosprecio de corte y alabanza de aldea” se convierte en una elegante y sutil historia en la pluma de Queirós. Zé Fernandes nos va contando, a modo de narrador-protagonista, la vida de su amigo Jacinto, en cuya espléndida mansión parisina se hospeda. Rodeado de los últimos adelantos modernos, Jacinto termina por hundirse en el tedio de una existencia que no le ofrece ilusión alguna, “¡Qué fastidio!” es la exclamación que no se le cae de la boca. Pero basta una visita a sus tierras de Tormes en Portugal, para que su vida dé un giro total: el tedio, el fastidio deja paso al esplendor de la naturaleza. Una prosa magistral, elegante del gran Eça de Queirós. Pura Literatura. J.L.R.  

 

Años de hotel

Joseph Roth. Acantilado, 2020.

Con el subtítulo “Postales de la Europa de entreguerras”, se publica esta colección de artículos que el gran escritor del antiguo imperio austro-húngaro fue publicando en distintos periódicos de la época. Seleccionados por Michael Hofmann y traducidos por Miguel Sáenz, los textos son exactamente lo que reza en el subtítulo: postales de los viajes que Roth fue haciendo por pueblos, ciudades y países y que tienen como centro de atención los hoteles, sus empleados, las gentes que van y vienen, la vida, en definitiva, de una Europa que intentaba sobreponerse a la devastación de la Gran Guerra, pero que terminaría por caer en una destrucción mayor. En la mirada de Roth se mezcla la ironía y la ternura, pero también la crítica, la denuncia de pueblos y gentes abandonados a su suerte. Una visión de nuestro continente en unos tiempos siempre convulsos con una prosa excelente. J.L.R.

viernes, 11 de diciembre de 2020

LA LITERATURA DE MI YO

Emmanuel Carrère
Tenía el propósito de dedicar este artículo a un grupo de escritores franceses que en los últimos años he ido siguiendo y que merecen al menos una recomendación a los lectores. Iba a citar a Philippe Claudel, a Pierre Michon, a la siempre pasional Delphine de Vigan, o los entrañables Inés Cagnati y Philippe Delerm, por no citar al ya clásico Michel Houellebecq y al deslumbrante Pierre Lemaitre, y tantos otros. Pero se me han cruzado últimamente dos novelas a las que no me resisto dedicar al menos uno de estos artículos. Las dos están en la misma línea narrativa: la novela autobiográfica (otro ejemplo, el descarnado relato ‘Nada se opone a la noche’ de la Vigan), y las dos en la misma línea, en mi opinión, intencional. Me refiero a ‘Un buen hijo’ de Pascal Bruckner y a ‘Una novela rusa’ de Enmanuel Carrère. Con la primera ya me despaché a gusto en una entrada de mi blog (http://colomapepelopez.blogspot.com/) y a ella remito al lector curioso. Y así como no pude dejar pasar la ocasión con la de Bruckner tampoco me resisto, como he dicho, a la segunda. Y la verdad es que empieza bien. La historia del húngaro loco que ha permanecido yo no sé cuántos años en un manicomio de la ciudad rusa de Kotelnich y ahora devuelto a una casa y una familia que ya ha olvidado en calidad del “último prisionero de la II Guerra Mundial” tiene, no lo niego, cierto interés. Pero aquí se acaba este y empieza la larga travesía de una lectura que termina por ser insufrible. ¿Motivo de este cambio tan radical? La literatura de “mi yo”. A partir de aquí la novela “rusa” es una sucesión de acontecimientos que, bajo la supuesta intención de saldar cuentas con su familia de origen ruso, especialmente con un antepasado precisamente gobernador de Kotelnich y, sobre todo, con su abuelo materno, dichos acontecimientos solo sirven para que Carrère nos haga una exaltación de su “yo” en sus más variados registros: familiar, personal, social, literario… Y que tiene como uno de los sucesos más importantes su relación amorosa con la joven Sophie; una muchacha hermosa pero con un lamentable complejo de inferioridad, porque (¡claro!) está muy buena, pero es de extracción plebeya, con amigos de cultura justita que no les llegan a la suela del zapato intelectual a los amigos de Carrère. Que la pobre Sophie no haya seguido al pie de la letra las indicaciones, escrupulosamente preparadas por su amante, para leer en un tren un relato erótico (incluido en la novela) que había publicado ex profeso en Le Monde, desencadena una tormenta emocional que termina con la ruptura de la pareja. Un análisis de las turbulencias sentimentales en el que se recrea el autor que resulta por momentos patética. Como patético es el rodaje de una película sobre Kotelnich que también nos describe Carrère, aunque bordeando ya el ridículo son las referencias que va incluyendo en el relato, en pleno tormento pasional, de los correos de admiración que recibe de los lectores que tuvieron la oportunidad de leer el relato erótico de marras. En resumidas cuentas, una novela en la que el autor no para de decirnos lo encantado que está de conocerse y de lo agradecidos que debemos estar los demás mortales por sus novelas. Pues con su yo se lo coma. José López Romero.

 

viernes, 27 de noviembre de 2020

CENTENARIO

 

Está pasando con mucha más pena que gloria (ninguna) el centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Una lástima. Una lástima, digo, para este país tan necesitado de que grandes, enormes autores como Galdós se conviertan en lectura obligatoria para cualquier ciudadano o ciudadana con derecho a voto (otro gallo nos cantaría). Galdós ya en vida no logró la aclamación de sus iguales (aunque pocos estaban a su altura literaria), ya se sabe: la envidia patria. Y con el correr del tiempo, lo que fue una injusticia se ha ido convirtiendo en una costumbre. Más de un escritor, de esos que van o iban por ahí vanagloriándose de su pedigrí intelectual, no hace mucho tiempo le negó el pan y la sal al que estudiosos, sobre todo extranjeros, consideran a la altura de los grandes novelistas del XIX: Dickens, o su amigo Wilkie Collins, Tolstoi, Balzac, Zola o Eça de Queirós. Está claro, no tengo ninguna duda de ello, de que si Galdós hubiera nacido en Inglaterra o en Francia sería una gloria nacional, uno de los grandes clásicos al que todos venerarían. Pero no es el caso en este país que prefiere enterrar a sus grandes hombres antes incluso de que mueran. Por mi parte, desde este verano me estoy dedicando a rendir mi particular homenaje al gran Galdós. Leí ‘La incógnita’ y ‘Realidad’ (reseñadas en esta página), seguí con ‘Las novelas de Torquemada’ y estoy finiquitando ‘Miau’. Y de las cuatro obras puedo decir lo mismo: enseñan y entretienen, que es la máxima clásica por excelencia de la literatura. Otros, los sesudos intelectuales de pedigrí podrán pensar que la literatura no es eso, sino una lucha sin cuartel entre un autor que se las da de intelectual y el pobre lector indefenso ante páginas y páginas en las que el punto y aparte brilla por su ausencia. Allá ellos con sus platos exquisitos de narraciones huecas. A pesar de las circunstancias, que siempre para estas cosas son adversas, yo sugiero a los lectores que se paseen por las páginas de cualquier obra de Galdós. No les va a defraudar. Será un merecido homenaje, el que siempre le niegan. José López Romero.

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

LA PEQUEÑA MOIRA


Así como la lectura de unos libros te llevan a otros, hay libros y autores o autoras que te llevan a reflexionar sobre estilos, corrientes, formas de entender la literatura, en definitiva. La lectura de ‘La pequeña muerte de Moira Molloney’, segunda novela que publica Mariela Arévalo Barquero, no solo te traslada a ese mundo entre fantasía, sueños y cruda y dura realidad que ya forma parte o incluso define un tipo de literatura especial, que no es de este tiempo, sino de mucho tiempo atrás. Ya en la primera novela, ‘Los hombres de los ojos violetas’ nos había dado muestras inequívocas Mariela de por dónde quería y sabía llevar su literatura: por la senda de una sensibilidad que tiene sus referentes más insignes en esas grandes escritoras del siglo XIX, especialmente las inglesas, nos estamos refiriendo a las hermanas Brönté o Jane Austen. No establecemos comparaciones; solo señalamos una corriente o una visión de la literatura en la que prevalecen los sentimientos, las relaciones personales y, sobre todo, una enorme y sin fisuras confianza en el ser humano por encima de las dificultades, de las circunstancias y de la maldad. Porque esta se entiende siempre no como propia de la naturaleza humana, sino como consecuencia de la ignorancia o del momento que a cada uno le ha tocado vivir. Moira Molloney es un espíritu puro, que irradia felicidad y belleza interior dentro de su mundo perfecto en un pueblo de su Irlanda natal. Hasta que la niña se muere “un poco”. Es a partir de aquí que comienza el largo calvario de la familia Molloney. La ausencia del padre, Dorran, es la que marca ese largo y doloroso camino de desgracias que va asolando a la familia. Pero Dorran no ha abandonado a su única hija, se ha ido a luchar por unos ideales, por dejarle a ella un mundo mejor, más libre, más igualitario y más justo. Por eso lucha en la Guerra Civil española y más tarde se enrola en la Resistencia francesa en la II Guerra Mundial. Y mientras, los latidos de vida de Moira se acompasan al ritmo de esa ausencia, es decir, su corazón se ha muerto un poco. Pero dos serán las fuerzas que se conjuran para sacar a Moira de ese estado: la medicina convencional, representada por los médicos Ryan Byrne, amigo de la infancia de la muchacha, y el doctor MacGrath, y sobre todo la medicina natural, esa fuerza de la naturaleza a la que invoca la sanadora o curandera Biddy. Así contada, a grandes y gruesos trazos, y sin desvelar los acontecimientos que desencadenan el final de la narración, podemos confirmar la afirmación anterior: estamos ante una novela de pura sensibilidad, de personajes generosos, que se duelen y se compadecen con el dolor de los demás. Estamos ante un tipo de literatura que nos hace mejores cuando la leemos, porque nos toca las fibras más sensibles de nosotros mismos, y sobre todo le agradecemos a la autora, a Mariela Arévalo, que nos ponga por delante esta pequeña muerte de Moira Molloney para devolvernos nuestra confianza en el ser humano, tantas veces y por tantos motivos perdida. José López Romero.

viernes, 23 de octubre de 2020

CABEZA DE VACA


 Quizá por Cabeza de Vaca muchos de nuestros paisanos no logren identificar al personaje, y a algunos solo les traiga ecos de un ilustre apellido jerezano que se pierde en los laberintos de una historia ya casi olvidada. Pero si le anteponemos el nombre y su primer apellido: “Álvar Núñez”, ya muchos identificarán al personaje con el centro de enseñanza al que le da nombre o con el monumento sito en la calle Ancha, el mismo que ha sido mutilado en varias ocasiones, sin que en ello hubiera reivindicación racial, sino por puro vandalismo, que es otra manera (o la misma) de reivindicar la procedencia de algunos especímenes de la fauna humana. Álvar Núñez realizó dos viajes a las Indias, de cuyos trabajos y enormes vicisitudes que padeció, sobre todo en el primero, nos dejó cumplida crónica en dos relaciones, del primero en sus ‘Naufragios’ y del segundo en la titulada ‘Comentarios’. Dos magníficos ejemplos de ese género que proliferó a lo largo del siglo XVI y que se dio en llamar las “Crónicas de Indias”, y en el que se inscriben todos aquellos que tuvieron un papel importante y trascendente en el descubrimiento y posterior conquista de América, escritores como el Inca Garcilaso de la Vega, Bernal Díaz del Castillo, el mismo Hernán Cortés o el padre fray Bartolomé de las Casas, por citar algunos. La aventura de Álvar Núñez ya había sido novelada por el escritor argentino Abel Posse con el título ‘El largo atardecer del caminante’ y ahora, dentro de unos días, se va a presentar en nuestra ciudad la novela ‘Cabeza de Vaca’ del periodista Antonio Pérez Henares, quien aprovecha su narración no solo para presentarnos a Álvar Núñez desde su niñez en Jerez y su juventud en Italia y en la guerra de las Comunidades de Castilla, sino que nos ofrece un cuadro muy acabado de lo que fueron aquellas expediciones hacia las Indias, sus preparativos, su salida desde Sanlúcar de Barrameda, hasta los graves padecimientos que sufrió nuestro protagonista en su primer viaje a las órdenes de don Pánfilo de Narváez. Una novela en la que descubrimos a uno de nuestros grandes paisanos. José López Romero.