Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 29 de enero de 2021

ALBANIA

Leí hace unos meses la novela de Ismail Kadaré titulada ‘Abril quebrado’, en la que el autor albanés narra una de las tradiciones más genuinas de su país: la ley del antiguo Kanun por la que se rige la vida en las montañas,  que estipula y obliga a las familias a vengarse de otras ante cualquier ofensa, y que se transmite de generación en generación. Una especie de código de honor que va cobrándose víctimas en la misma medida que va minando a los habitantes de aquellas inhóspitas geografías. Una bella narración en la que no debemos ver solo la crueldad de estos códigos, sino la dignidad de sus afectados en su estricto cumplimiento. Una sociedad primitiva, hosca, como su hábitat, orgullosa de unas costumbres que terminarán por destruirla. Y casi por las mismas fechas en que leía la novela de Kadaré, José Manuel Azcona, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, muy amablemente me hacía llegar un ejemplar de su trabajo, que firma también la investigadora Majlinda Abdiu (doctora en Literatura Comparada y profesora de la Universidad de Tirana), titulado ‘La política exterior de la Corona de Aragón en los Balcanes (1416-1478) La Albania de Skanderberg y la guerra contra los turcos’ (ed. Ommpress). Tuve el placer y la oportunidad de charlar con José Manuel Azcona, cuando preparaba el libro, en torno a la figura de Juan Pedro Aladro Kastriota, el jerezano descendiente del gran héroe albanés Skanderberg, quien intentó en el siglo XIX, sin fortuna, recuperar la corona de aquel país que con tanta dignidad habían llevado sus ancestros. El trabajo de investigación de los profesores Azcona y Abdiu es un profundísimo repaso por la historia de Albania y de la lucha de sus habitantes por repeler los continuos intentos de invasión que a lo largo de los siglos ha sufrido este país, luchas y enfrentamientos en los que destacó en el siglo XV Skanderberg, apodo procedente de “Iskender Bey” (señor Alejandro) en recuerdo de Alejandro Magno por sus numerosas y exitosas hazañas en los campos de batalla. Su verdadero nombre era Gjergj Kastrioti, cuyo apellido coincide por línea materna con nuestro ilustre jerezano. Ni que decir tiene, y de ahí parte del título de libro, que los turcos siempre se han considerado los enemigos más directos de Albania, y contra ellos también intentó Juan Pedro Aladro oponer un ejército que nunca pudo formar. Hoy, leyendo el magnífico ‘Años de hotel’ de Joseph Roth, que se subtitula “Postales de la Europa de entreguerras” me he encontrado con varios artículos en los que el gran escritor del antiguo imperio austro-húngaro nos da una visión, postales al fin y al cabo, de la Albania de 1927. Un país en el que conviven el atraso de sus gentes, que nos recuerda la novela de Kadaré, y un ejército siempre alerta pero mal pertrechado, que nos ha traído a la memoria el libro de J. M. Azcona y M. Abdiu, así como a nuestro Juan Pedro Aladro Kastriota. Todos relacionados o unidos por un mismo cordón umbilical: el amor por un país maltratado por la historia. José López Romero. 

sábado, 16 de enero de 2021

OLFATO

Cuando leí en el magnífico ‘El infinito en un junco’ (un libro del que todo lector se deshace en elogios y va añadiendo adeptos a medida que se recomienda, en el boca a boca o en los medios de comunicación), que los hombres santos del primitivo cristianismo abominaban del agua, de los baños por ser un ejemplo de la sensualidad y la corrupción espiritual de los romanos, hasta el punto de considerar “el hedor como una medida de devoción ascética”, no pude por menos que acordarme de aquel dardo en la palabra que el gran Fernando Lázaro Carreter le dedicó a la expresión “en olor de multitud”, que el insigne filólogo hacía proceder del “olor de santidad” que ya acuñara Santa Teresa con motivo de la muerte de la monja Beatriz de la Encarnación, y que a ella misma, a su cadáver yaciente en el convento carmelitano de Alba de Tormes, también le aplicaron como un “vaho aromático de la beatitud”. Nada que ver con el hedor de los antiguos santos. El olfato ha sido uno de los sentidos que, como los demás, ha gozado de la atención de la literatura. Recuérdense, a modo de ejemplo, la exitosa novela ‘El perfume’, de Patrick Süskind, con su versión cinematográfica incluida, o ‘Aromas’, del escritor francés Philippe Claudel, un libro que no se suele citar entre lo mejor de su producción literaria, en la que destacan novelas como ‘Almas grises’ o ‘El informe de Brodeck’, pero que bien merece una lectura por la cantidad de sensaciones olfativas que Claudel sabe transmitir a través de la palabra. Olores de su infancia que han quedado grabados en la memoria sensitiva del autor. ¿Quién no ha vuelto a oler una goma de borrar o a recordar el olor de un lápiz, o el olor del césped recién cortado, o el de la tierra mojada por las primeras lluvias? Lázaro Carreter comentaba la posible tergiversación entre “olor de multitud” y la palabra “loor”. En cualquier caso y sea como fuere, vamos a terminar agradeciendo el uso de la mascarilla, sobre todo cuando nos cruzamos con alguien que desprende ese tufo a “santo varón”. José López Romero.

martes, 29 de diciembre de 2020

RESEÑAS



La ciudad y las sierras. Civilización

Eça de Queirós. Acantilado, 2020.

Todo un acierto, como es habitual en Acantilado, la edición de esta novela del gran escritor portugués que incluye el relato corto ‘Civilización’, germen de la anterior. Así el lector puede comprobar el proceso de composición del novelista partiendo de un relato menor. El antiguo tópico del “menosprecio de corte y alabanza de aldea” se convierte en una elegante y sutil historia en la pluma de Queirós. Zé Fernandes nos va contando, a modo de narrador-protagonista, la vida de su amigo Jacinto, en cuya espléndida mansión parisina se hospeda. Rodeado de los últimos adelantos modernos, Jacinto termina por hundirse en el tedio de una existencia que no le ofrece ilusión alguna, “¡Qué fastidio!” es la exclamación que no se le cae de la boca. Pero basta una visita a sus tierras de Tormes en Portugal, para que su vida dé un giro total: el tedio, el fastidio deja paso al esplendor de la naturaleza. Una prosa magistral, elegante del gran Eça de Queirós. Pura Literatura. J.L.R.  

 

Años de hotel

Joseph Roth. Acantilado, 2020.

Con el subtítulo “Postales de la Europa de entreguerras”, se publica esta colección de artículos que el gran escritor del antiguo imperio austro-húngaro fue publicando en distintos periódicos de la época. Seleccionados por Michael Hofmann y traducidos por Miguel Sáenz, los textos son exactamente lo que reza en el subtítulo: postales de los viajes que Roth fue haciendo por pueblos, ciudades y países y que tienen como centro de atención los hoteles, sus empleados, las gentes que van y vienen, la vida, en definitiva, de una Europa que intentaba sobreponerse a la devastación de la Gran Guerra, pero que terminaría por caer en una destrucción mayor. En la mirada de Roth se mezcla la ironía y la ternura, pero también la crítica, la denuncia de pueblos y gentes abandonados a su suerte. Una visión de nuestro continente en unos tiempos siempre convulsos con una prosa excelente. J.L.R.

viernes, 11 de diciembre de 2020

LA LITERATURA DE MI YO

Emmanuel Carrère
Tenía el propósito de dedicar este artículo a un grupo de escritores franceses que en los últimos años he ido siguiendo y que merecen al menos una recomendación a los lectores. Iba a citar a Philippe Claudel, a Pierre Michon, a la siempre pasional Delphine de Vigan, o los entrañables Inés Cagnati y Philippe Delerm, por no citar al ya clásico Michel Houellebecq y al deslumbrante Pierre Lemaitre, y tantos otros. Pero se me han cruzado últimamente dos novelas a las que no me resisto dedicar al menos uno de estos artículos. Las dos están en la misma línea narrativa: la novela autobiográfica (otro ejemplo, el descarnado relato ‘Nada se opone a la noche’ de la Vigan), y las dos en la misma línea, en mi opinión, intencional. Me refiero a ‘Un buen hijo’ de Pascal Bruckner y a ‘Una novela rusa’ de Enmanuel Carrère. Con la primera ya me despaché a gusto en una entrada de mi blog (http://colomapepelopez.blogspot.com/) y a ella remito al lector curioso. Y así como no pude dejar pasar la ocasión con la de Bruckner tampoco me resisto, como he dicho, a la segunda. Y la verdad es que empieza bien. La historia del húngaro loco que ha permanecido yo no sé cuántos años en un manicomio de la ciudad rusa de Kotelnich y ahora devuelto a una casa y una familia que ya ha olvidado en calidad del “último prisionero de la II Guerra Mundial” tiene, no lo niego, cierto interés. Pero aquí se acaba este y empieza la larga travesía de una lectura que termina por ser insufrible. ¿Motivo de este cambio tan radical? La literatura de “mi yo”. A partir de aquí la novela “rusa” es una sucesión de acontecimientos que, bajo la supuesta intención de saldar cuentas con su familia de origen ruso, especialmente con un antepasado precisamente gobernador de Kotelnich y, sobre todo, con su abuelo materno, dichos acontecimientos solo sirven para que Carrère nos haga una exaltación de su “yo” en sus más variados registros: familiar, personal, social, literario… Y que tiene como uno de los sucesos más importantes su relación amorosa con la joven Sophie; una muchacha hermosa pero con un lamentable complejo de inferioridad, porque (¡claro!) está muy buena, pero es de extracción plebeya, con amigos de cultura justita que no les llegan a la suela del zapato intelectual a los amigos de Carrère. Que la pobre Sophie no haya seguido al pie de la letra las indicaciones, escrupulosamente preparadas por su amante, para leer en un tren un relato erótico (incluido en la novela) que había publicado ex profeso en Le Monde, desencadena una tormenta emocional que termina con la ruptura de la pareja. Un análisis de las turbulencias sentimentales en el que se recrea el autor que resulta por momentos patética. Como patético es el rodaje de una película sobre Kotelnich que también nos describe Carrère, aunque bordeando ya el ridículo son las referencias que va incluyendo en el relato, en pleno tormento pasional, de los correos de admiración que recibe de los lectores que tuvieron la oportunidad de leer el relato erótico de marras. En resumidas cuentas, una novela en la que el autor no para de decirnos lo encantado que está de conocerse y de lo agradecidos que debemos estar los demás mortales por sus novelas. Pues con su yo se lo coma. José López Romero.

 

viernes, 27 de noviembre de 2020

CENTENARIO

 

Está pasando con mucha más pena que gloria (ninguna) el centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Una lástima. Una lástima, digo, para este país tan necesitado de que grandes, enormes autores como Galdós se conviertan en lectura obligatoria para cualquier ciudadano o ciudadana con derecho a voto (otro gallo nos cantaría). Galdós ya en vida no logró la aclamación de sus iguales (aunque pocos estaban a su altura literaria), ya se sabe: la envidia patria. Y con el correr del tiempo, lo que fue una injusticia se ha ido convirtiendo en una costumbre. Más de un escritor, de esos que van o iban por ahí vanagloriándose de su pedigrí intelectual, no hace mucho tiempo le negó el pan y la sal al que estudiosos, sobre todo extranjeros, consideran a la altura de los grandes novelistas del XIX: Dickens, o su amigo Wilkie Collins, Tolstoi, Balzac, Zola o Eça de Queirós. Está claro, no tengo ninguna duda de ello, de que si Galdós hubiera nacido en Inglaterra o en Francia sería una gloria nacional, uno de los grandes clásicos al que todos venerarían. Pero no es el caso en este país que prefiere enterrar a sus grandes hombres antes incluso de que mueran. Por mi parte, desde este verano me estoy dedicando a rendir mi particular homenaje al gran Galdós. Leí ‘La incógnita’ y ‘Realidad’ (reseñadas en esta página), seguí con ‘Las novelas de Torquemada’ y estoy finiquitando ‘Miau’. Y de las cuatro obras puedo decir lo mismo: enseñan y entretienen, que es la máxima clásica por excelencia de la literatura. Otros, los sesudos intelectuales de pedigrí podrán pensar que la literatura no es eso, sino una lucha sin cuartel entre un autor que se las da de intelectual y el pobre lector indefenso ante páginas y páginas en las que el punto y aparte brilla por su ausencia. Allá ellos con sus platos exquisitos de narraciones huecas. A pesar de las circunstancias, que siempre para estas cosas son adversas, yo sugiero a los lectores que se paseen por las páginas de cualquier obra de Galdós. No les va a defraudar. Será un merecido homenaje, el que siempre le niegan. José López Romero.