“Todos los países tienen su lienzo grandioso, Sasha, la presunta obra de arte que cuelga en el salón sagrado y que resume la identidad nacional para las generaciones futuras. Para los franceses es La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix; para los holandeses, La guardia nocturna, de Rembrandt; para los estadounidenses, Washington cruzando el Delaware; ¿y para los rusos? Para los rusos son dos cuadros gemelos: Pedro el Grande interroga al zarévich Alekséi, de Nikolái Ge, e Iván el Terrible y su hijo, de Iliá Repin. Durante décadas, esos dos cuadros han sido venerados por nuestro público, elogiados por nuestros críticos y copiados por nuestros diligentes alumnos de Bellas Artes.” Le comenta su amigo Mishka al conde Aleksandr Ilich Rostov, el exquisito e ingenioso protagonista de ‘Un caballero en Moscú’, la exitosa novela de Amor Towles. Y cuando leí este pasaje, de inmediato pensé en el cuadro o cuadros que mejor podían expresar la identidad del español. En más de una ocasión he leído u oído que el famoso Duelo a garrotazos de Goya bien podría definir esa alma cainita que todo español llevamos en lo más profundo de nuestro ser; de ahí que tanto nos cueste cerrar heridas, olvidar ofensas; de ahí que guardemos el rencor hasta que nos pudre las entrañas. Las pinturas negras, en general, del genio aragonés son una buena imagen o definición de lo que somos. Y en esa misma línea de guerra y destrucción, que también señala Mishka como propia de la naturaleza rusa, puede incluirse entre nosotros el Guernica de Picasso. Y sin embargo, aun reconociendo un doloroso pasado, me resisto a reconocer que a estas alturas del siglo XXI sigamos pensando que el cuadro más definidor del ser español, el que “resume nuestra identidad nacional” sea el de dos hombres matándose a garrotazos, a menos que el cainismo siga reportando un buen rédito político. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
viernes, 9 de diciembre de 2022
viernes, 25 de noviembre de 2022
CULTURA O VIDA
“¡Entre cultura y vida… -comenzaba diciendo el Gordo, y Larisa remataba en el español que había aprendido en la cama-:… escoge vida!”, leo en ‘Las palabras perdidas’, una enorme novela del escritor cubano Jesús Díaz. El Gordo (con perdón por si acaso) se ha ligado a la angelical Larisa en un viaje cultural a Moscú, y ante la perspectiva de ver museos y bibliotecas o encamarse con la joven rusa, ninguno de los dos duda: ¡la vida! ¿Y por qué –me pregunto- esta disyuntiva excluyente? Hace unas semanas en un bar de cuyo nombre me acordaré siempre para no volver, pues una caña de cerveza estaba a precio de barril de petróleo o kilovatio hora, y todo porque te la servían en unos vasos de doble cristal que mantenía la cerveza siempre fría, precisamente en estos vasos –y vuelvo a cultura o vida- acompañando a la marca de cerveza, se podían leer distintas citas de escritores célebres. Ya saben, esas sentencias que pueden encontrarse en Internet a poco que pongamos en cualquier buscador “citas famosas de…”. Es decir, lo que en el siglo XVI eran centones y centones donde se recopilaban sentencias o frases famosas de los grandes clásicos griegos y latinos (un excelente ejemplo es el ‘Sententiarum volumen absolutissimum’ de Stephano Bellengardo), ahora con un solo clic podemos consultarlas por autores o por temas, según el gusto o el interés del usuario. A mí me tocó una de Henry David Thoreau, el famoso filósofo y naturalista norteamericano, y creo recordar que en otro vaso se recogía un pensamiento o consejo de vida de Concepción Arenal… Modestamente siempre he defendido y aplaudido todas las iniciativas que acerquen la cultura a las actividades más cotidianas de la vida. En cierta ocasión entoné un panegírico sobre el papel higiénico que se adornaba con versos de poetas célebres, aunque me abstuve de comprarlo por mi devoción por la literatura (¡cómo iba yo a caer en tamaña ofensa!). Por no decir la campaña familiar que emprendí en su momento, con escaso éxito (todo hay que reconocerlo), de pegar un poema en la puerta del frigorífico, el electrodoméstico sin duda más visitado en cualquier casa. Todos podemos hacer mucho más en nuestra vida diaria para que la cultura no se convierta en su dicotomía, sino todo lo contrario, en su mejor complemento o en un alimento básico. Y así como ahora ha proliferado toda clase de productos para seguir una alimentación sana, también podríamos buscar resortes o mecanismos para que de la misma manera incorporemos a lo más cotidiano de nuestra vida sana pequeñas o grandes porciones de cultura. Una cita serigrafiada en un vaso de cerveza es una más de las muchas iniciativas que pueden hacer que el Gordo y Larisa, en la novela de Juan Díaz, no tengan que elegir siempre vida. Aunque si tuviéramos que elegir entre el precio de la inolvidable cerveza cultural y las expectativas que se le abrían al Gordo en aquella cama y con aquella joven… José López Romero.
sábado, 5 de noviembre de 2022
ENVEJECER
“Ha envejecido mucho”, “se le notan los años”, son expresiones que solemos utilizar para describir a personas (siempre sale el animador de turno que nos pregunta para subir nuestra autoestima “¿tú te has mirado esta mañana en el espejo?”). Pues bien, esa misma sensación de envejecimiento, mucho y mal, he tenido al releer ‘Las mil noches de Hortensia Romero’ de Fernando Quiñones. No es la misma sensación que se tiene cuando uno se da cuenta de que un libro no aguanta una segunda lectura. Esa derrota ante el tiempo a la que me refiero se puede observar en muchas películas españolas de la década de los setenta y ochenta, no solo a las que se agruparon bajo la denominación del “destape”, sino incluso a aquellas que planteaban los problemas de una sociedad que aún arrastraba, como un pesado lastre del que no sabía desprenderse, la larga dictadura. Las anchas solapas de las chaquetas, los pantalones acampanados y un cigarrillo tras otro cuyo permanente humo acompañaba los diálogos reflexivos de José Sacristán en películas como ‘Asignatura pendiente’ o ‘Solos en la madrugada’, son un buen ejemplo de esa sensación que he tenido con la Hortensia de Quiñones. Y no es solo por el personaje en sí, la madura prostituta que le va contando a una estudiante meritoria de sociología todas sus andanzas, que son muchas y variadas, en un ejercicio de autoalabanza que por momentos suena casi infantil, sino también por la propia narración que adolece de excesos por todos lados, en extensión (una novela a la que le sobran bastantes páginas), y en intensidad. La historia del “Maera” y sus cuentos marineros, la petera de Hortensia con el médico Pedro Quintana y su generosidad con los pobres… y hasta el cuento popular final que le endosa la Horte a la estudiante del “Ramón y la mora” me han sonado a una literatura que sin duda tuvo su tiempo y que no ha podido resistir el paso de este. Por lo que argumenta al final, hasta la protagonista ha sabido envejecer mejor que su relato. José López Romero.
viernes, 21 de octubre de 2022
UNOS FRENTE A OTROS
En su ‘Viajes con Heródoto’ (reseñado en
esta página hace unas semanas), el escritor Ryszard Kapuscinski refería la
anécdota, que pudo terminar en tragedia, que le sucedió cuando visitó el Congo
cuando este país amanecía a la independencia, después de haber pertenecido como
colonia a Bélgica. Nos cuenta el gran viajero polaco cómo al pasear por la
pequeña ciudad de Lisala, con un sol de castigo y sin un alma en las calles, se
le aparecieron dos gendarmes. Ya antes nos había advertido Kapuscinski de que
cuando “el sistema colonial se había desmoronado, los administradores belgas
habían huido a Europa y su lugar había sido ocupado por una fuerza lóbrega y
desbocada que solía encarnarse en gendarmes congoleños borrachos como cubas”.
La situación, por tanto, no podía ser más delicada para su integridad física,
hasta el punto de que confiesa que el miedo lo paralizó, pues los dos policías
iban armados hasta los dientes. Se le acercan y cuando ya ni las piernas le
responden, uno de ellos le pide muy amablemente en francés si tiene un
cigarrillo. A Kapuscinski, en sus propias palabras, le faltó tiempo para
echarse la mano al bolsillo y sacar el paquete de tabaco y ofrecerles cuantos
cigarrillos contenía. ¿Reacción natural? ¿Prejuicios de raza, que encubre ese
soterrado e inconfesable racismo? Kapuscinski justifica ese miedo cerval en el
peligro que supone esa “libertad despojada de toda jerarquía y de todo orden…
pues… desde el mismísimo principio se imponen las fuerzas del mal y la
agresión, la vileza en todas sus facetas, bestialidad y barbarie. Así era el
Congo tomado por los gendarmes”. O dicho de otro modo, el Congo postcolonial. Y
sin embargo, de todos es sabido que los países occidentales se repartieron el
continente africano como si de un mercado persa se tratase, que impusieron en
sus colonias un sistema de gobierno a sangre y fuego, que esquilmaron sin
escrúpulos de ninguna clase sus riquezas naturales y mantuvieron el régimen de
esclavitud hasta mediados del siglo XX. Y el rey Leopoldo II de Bélgica es un
buen ejemplo de lo que decimos. El encuentro de dos gendarmes y un periodista
en una calle de una ciudad congoleña no es solo una anécdota que contar en un
libro. Como el propio escritor reflexiona en ella “también toma parte un buen pedazo
de la historia del mundo, la cual nos colocó unos frente a los otros hace ya
mucho tiempo… Pues se interponen entre nosotros largas generaciones de
tratantes de esclavos, los sicarios del rey Leopoldo, que cortaban brazos y
orejas a los abuelos de estos gendarmes…”. Un miedo de raíces más profundas, un
miedo de siglos sin duda atenazaría a aquellos abuelos que nunca se podrían
haber imaginado que sus nietos le pudieran infundir tanto temor a un blanco.
José López Romero.
sábado, 8 de octubre de 2022
LA WIKIPOBRE
Hoy en día entre la casta investigadora, sea del ramo que sea, citar la wikipedia es como nombrar la bicha. Da asquito y repelús. Es como si la información que encontramos en la enciclopedia de la era tecnológica fuera de segunda clase, propia de investigadores de medio pelo con ínfulas de rigor científico. Y sin embargo, no hace mucho acudíamos desesperados a la Espasa en busca del dato perdido entre el laberinto de los catálogos de archivos y bibliotecas. ¡Pero, hombre!, dirán los de la casta, ¡no compares a la wikipobre con la aristocrática Espasa! ¡Hasta en las enciclopedias ha habido y sigue habiendo clases! Bien es cierto que la wikipedia arrastra la fama de que todo el mundo, entendidos, aficionados y diletantes, pueden meter el teclado en ella, apenas sin un mínimo filtro o control de calidad; lo que en palabras más rimbombantes se denomina “la enciclopedia libre”, libre para consultar y libre para editar. Ella misma se define como “almacenamiento y transmisión de información, que puede ser editada por cualquiera y de contenido abierto”. Y quizá en esta definición estriba su valor, más el añadido de que no ocupa, como la Espasa, medio piso (y me quedo corto) de los construidos en la era de la reduflación del metro cuadrado. No pocas ventajas que, si atentos estamos al manejo y contraste del contenido que consultamos, nos facilita la investigación sin que se la menosprecie y evitamos así que la casta la mire por encima del hombro. En estos tiempos en que un simple clic nos permite acceder a toda clase de datos, despreciar cualquier fuente de información me parece ridículo y trasnochado. Y prueba de ello es que nadie quiere ahora ni regalada una enciclopedia en papel, ni las librerías de viejo. ¡Ni la Espasa! que en su momento corrió en los ya ¡antiguos! CDs. La historia no para de darnos lecciones de que a veces la pobreza es humildad, y la aristocracia termina muriendo de vanidad. ¡Hasta las enciclopedias! José López Romero.
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