Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 17 de febrero de 2023

LITERATURA Y FÚTBOL

La verdad es que si uno busca en Internet o pregunta en su librería de guardia por libros, sean del género que sean, que tengan al fútbol como centro de atención, verá con desaliento lo poco que se han relacionado la literatura y el deporte rey. Apenas unos libros de relatos, en los que destaca el nombre de Eduardo Galeano, y mucha biografía o, mejor dicho, mucha hagiografía. Y es cuando menos extraño que un deporte que despierta tantas pasiones, cuyo impacto mundial es incuestionable, no tenga tras de sí toda una corriente literaria, más cuando muchos escritores han confesado su afición a este deporte y, en concreto, a un equipo (el caso de Javier Marías y el Madrid, o de Juan Bonilla y el Barcelona) y, sin embargo, apenas en sus obras se cita el fútbol. O, al menos algún escrito sobre la devoción, que degenera en idolatría por los colores nacionales. De esto saben mucho los argentinos. De lo mejor que un lector puede leer sobre fútbol sin duda son los artículos que, a modo de selección, se recoge en el libro póstumo ‘El penúltimo  negroni’, antología de textos del inigualable David Gistau (otro gran madridista). Hará unos meses adquirí un libro titulado ‘Kafka en Maracaná’, que lleva por subtítulo “90 partidos, 90 autores, 90 relatos”, escritos por tres autores: David García Cames, Miguel Ángel Ortiz y Marcel Beltrán. Y ciertamente son 90 relatos todos dedicados a un autor/a y que hacen alusión a un partido, muchos de los cuales se pierden en la memoria de los más recalcitrantes aficionados. Lo pretencioso del título se traslada a buena parte de las páginas del libro, cuyos autores han querido rendir un homenaje literario al fútbol y apenas han logrado unos cuantos, muy pocos, relatos felices. En la lista negra, el apartado “Rondo musical” que es totalmente prescindible, así como el esfuerzo fallido por reproducir cierto acento andaluz en el relato “La magia de la Venta de Vargas”, que delatan las carencias de sus autores. ¡Qué pérdida más irreparable la de Gistau! José López Romero.

viernes, 3 de febrero de 2023

TRISTE FIGURA

No tiene que ser muy agradable, sino lamentable y muy triste que en las postrimerías de toda una vida literaria de enorme e indiscutible éxito, termine uno por llevar la marca de ser conocido por otro ex de Isabel Preysler. Lo mismo le sucedió, salvando las distancias entre las señoras, a Arthur Miller, el famoso dramaturgo norteamericano, quien fuera más famoso aún por haber sido el tercer marido de Marilyn Monroe. Cuando está a punto de cumplir los 87 años, Mario Vargas Llosa se ve envuelto en toda clase de chismorreos que no alcanzan ni la categoría de patio de vecinos, pues algunos llegan a menoscabar su más íntimo honor, ese que todos escondemos por pudor y vergüenza por no airear las susodichas. Que si las ventosidades, que si la señora tenía que “ayudarse” para mantener relaciones con el escritor… Todo un muestrario de chabacanerías para alimentar a la masa ociosa ¿Y la culpa? La que le corresponda a ese periodismo de carroña, aunque bien harían quienes lo ejercen en leer al gran Vargas Llosa, y ya se cuidarían de faltarle al respeto. Pero ya se sabe, en este país y en los tiempos que corren la ignorancia y la grosería siguen siendo un mérito muy valorado ¿La señora Preysler? Añadir a su extenso y azaroso currículum amoroso o matrimonial todo un Premio Nobel de Literatura, era una presa demasiado golosa para quien vive y disfruta de los medios rosas y amarillos. Entonces, ¿es él el culpable de haberse metido en la boca de la loba? A su edad realmente no está uno para demasiadas pasarelas y fiestas de relumbrón, sino para sopas de pan y buen vino. Pero también Llosa arrastra en su haber una cuanto menos compleja vida de amores y matrimonios (se casó en primeras nupcias con su tía política, y en segundas con su prima. Una mala lengua, quizá Gabriel García Márquez, a quien le propinó el puñetazo más famoso literariamente hablando del siglo XX, llegó a decir tal vez por venganza que solo le faltaba casarse con su hermana, la de Llosa, por supuesto). Cuando se tiene una carrera literaria como la de Mario Vargas Llosa, cuando es considerado uno de los novelistas más importantes del siglo XX, avalado por premios, condecoraciones, títulos y toda clase de reconocimientos, todos merecidos; cuando es un señor que pasará a la historia (este sin duda sí) como el autor de tantas y tantas novelas fundamentales, desde su espléndida ‘La ciudad y los perros’, y que han enriquecido como pocos la literatura hispanoamericana; fino y certero ensayista por demás (ahí quedan títulos como ‘La verdad de las mentiras’ o ‘La civilización del espectáculo’ o ‘La orgía perpetua’, o el estudio que dedicó a su íntimo enemigo ‘García Márquez. Historia de un deicidio’), debería haber cuidado más este patrimonio que nos está legando a sus lectores y haber velado más por un honor que ahora está en boca de todos. Pero estoy seguro de que la historia será justa (siempre lo es) y se recordará a Mario Vargas Llosa como lo que es: un enorme escritor, un novelista imprescindible. Otros y otras no alcanzarán esa gloria, que solo está reservada a los grandes. José López Romero.   

domingo, 22 de enero de 2023

LA COCHAMBROSA

Hay libros que solo por el título merecen la pena ser leídos. En mi memoria está siempre presente ‘La vida perra de Juanita Narboni’ de mi admirado Ángel Vázquez, cuyo magnífico título hace honor al texto. Pues bien, ‘La cochambrosa’ (ed. Renacimiento, 2018) forma parte de esta colección y, como el ejemplo anterior, título y texto constituyen una excelente simbiosis.  Y si a esto le unimos el nombre de su autor, Pedro Luis Gálvez (Málaga, 1882-Madrid, 1940), estaríamos ante una conjunción planetaria similar a la que ya anunciara una exministra cuyo nombre vaga por la galaxia. Pedro Luis Gálvez, famoso en sus años de rebeldía juvenil por pertenecer a la más recalcitrante bohemia de entre siglos, y después célebre por su controvertida participación en la Guerra Civil, lo definió Andrés Trapiello en su imprescindible ‘Las armas y las letras’ como un “bandido. Con talento; de bandido y de escritor”. Todo un personaje. Y no le falta razón a Trapiello en lo de “talento de escritor” porque ‘La cochambrosa’ es una de estas novelas que se recrea en la truculencia, la fealdad y el tremendismo tan característicos de los epígonos del Naturalismo, es decir, de esa literatura de finales del XIX y principios del XX, sobre todo la que escribieron bohemios tan insignes como el gran Alejandro Sawa, cuyos títulos ‘Criadero de curas’ o ‘La mujer de todo el mundo’, o Eduardo López Bago con ‘La prostituta’ bien pueden formar parte también de esa colección que señalaba al comienzo de estas líneas. Pero si los títulos de Sawa y de López Bago no dejan lugar a la duda ni a la confusión, debo aclarar que ‘La cochambrosa’, como el pobre Elías Jiménez, su protagonista, declara al final del relato es “¡La Vida! ¡La gran Cochambrosa! ¡El humano Estercolero! ¡Todo es mierda!”. P. L. Gálvez sería fusilado en la cárcel de Porlier en 1940. Todo un visionario. José López Romero.

viernes, 9 de diciembre de 2022

IDENTIDADES

“Todos los países tienen su lienzo grandioso, Sasha, la presunta obra de arte que cuelga en el salón sagrado y que resume la identidad nacional para las generaciones futuras. Para los franceses es La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix; para los holandeses, La guardia nocturna, de Rembrandt; para los estadounidenses, Washington cruzando el Delaware; ¿y para los rusos? Para los rusos son dos cuadros gemelos: Pedro el Grande interroga al zarévich Alekséi, de Nikolái Ge, e Iván el Terrible y su hijo, de Iliá Repin. Durante décadas, esos dos cuadros han sido venerados por nuestro público, elogiados por nuestros críticos y copiados por nuestros diligentes alumnos de Bellas Artes.” Le comenta su amigo Mishka al conde Aleksandr Ilich Rostov, el exquisito e ingenioso protagonista de ‘Un caballero en Moscú’, la exitosa novela de Amor Towles. Y cuando leí este pasaje, de inmediato pensé en el cuadro o cuadros que mejor podían expresar la identidad del español. En más de una ocasión he leído u oído que el famoso Duelo a garrotazos de Goya bien podría definir esa alma cainita que todo español llevamos en lo más profundo de nuestro ser; de ahí que tanto nos cueste cerrar heridas, olvidar ofensas; de ahí que guardemos el rencor hasta que nos pudre las entrañas. Las pinturas negras, en general, del genio aragonés son una buena imagen o definición de lo que somos. Y en esa misma línea de guerra y destrucción, que también señala Mishka como propia de la naturaleza rusa, puede incluirse entre nosotros el Guernica de Picasso. Y sin embargo, aun reconociendo un doloroso pasado, me resisto a reconocer que a estas alturas del siglo XXI sigamos pensando que el cuadro más definidor del ser español, el que “resume nuestra identidad nacional” sea el de dos hombres matándose a garrotazos, a menos que el cainismo siga reportando un buen rédito político. José López Romero.

viernes, 25 de noviembre de 2022

CULTURA O VIDA

“¡Entre cultura y vida… -comenzaba diciendo el Gordo, y Larisa remataba en el español que había aprendido en la cama-:… escoge vida!”, leo en ‘Las palabras perdidas’, una enorme novela del escritor cubano Jesús Díaz. El Gordo (con perdón por si acaso) se ha ligado a la angelical Larisa en un viaje cultural a Moscú, y ante la perspectiva de ver museos y bibliotecas o encamarse con la joven rusa, ninguno de los dos duda: ¡la vida! ¿Y por qué –me pregunto- esta disyuntiva excluyente? Hace unas semanas en un bar de cuyo nombre me acordaré siempre para no volver, pues una caña de cerveza estaba a precio de barril de petróleo o kilovatio hora, y todo porque te la servían en unos vasos de doble cristal que mantenía la cerveza siempre fría, precisamente en estos vasos –y vuelvo a cultura o vida- acompañando a la marca de cerveza, se podían leer distintas citas de escritores célebres. Ya saben, esas sentencias que pueden encontrarse en Internet a poco que pongamos en cualquier buscador “citas famosas de…”. Es decir, lo que en el siglo XVI eran centones y centones donde se recopilaban sentencias o frases famosas de los grandes clásicos griegos y latinos (un excelente ejemplo es el ‘Sententiarum volumen absolutissimum’ de Stephano Bellengardo), ahora con un solo clic podemos consultarlas por autores o por temas, según el gusto o el interés del usuario. A mí me tocó una de Henry David Thoreau, el famoso filósofo y naturalista norteamericano, y creo recordar que en otro vaso se recogía un pensamiento o consejo de vida de Concepción Arenal… Modestamente siempre he defendido y aplaudido todas las iniciativas que acerquen la cultura a las actividades más cotidianas de la vida. En cierta ocasión entoné un panegírico sobre el papel higiénico que se adornaba con versos de poetas célebres, aunque me abstuve de comprarlo por mi devoción por la literatura (¡cómo iba yo a caer en tamaña ofensa!). Por no decir la campaña familiar que emprendí en su momento, con escaso éxito (todo hay que reconocerlo), de pegar un poema en la puerta del frigorífico, el electrodoméstico sin duda más visitado en cualquier casa. Todos podemos hacer mucho más en nuestra vida diaria para que la cultura no se convierta en su dicotomía, sino todo lo contrario, en su mejor complemento o en un alimento básico. Y así como ahora ha proliferado toda clase de productos para seguir una alimentación sana, también podríamos buscar resortes o mecanismos para que de la misma manera incorporemos a lo más cotidiano de nuestra vida sana pequeñas o grandes porciones de cultura. Una cita serigrafiada en un vaso de cerveza es una más de las muchas iniciativas que pueden hacer que el Gordo y Larisa, en la novela de Juan Díaz, no tengan que elegir siempre vida. Aunque si tuviéramos que elegir entre el precio de la inolvidable cerveza cultural y las expectativas que se le abrían al Gordo en aquella cama y con aquella joven… José López Romero.