Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

martes, 24 de diciembre de 2024

VIDAS ASIMÉTRICAS

Christopher Marlowe nació en Canterbury el 6 de febrero de 1564 y murió asesinado en Deptford, un pueblo de los alrededores de Londres, el 30 de mayo de 1593. Contaba 29 años. Pero pocas vidas tan cortas han dado para tantas especulaciones, misterios y teorías, algunas tan interesantes como curiosas. Blasfemo, ateo, homosexual, pendenciero, se cree que formó parte del servicio secreto inglés y que había estado espiando a los católicos británicos refugiados en Francia, concretamente en el seminario católico de Reims (tomo estas notas de la edición de ‘El judío de Malta’ y ‘Eduardo II’, de la ed. Cátedra). Pero la verdadera vocación de Marlowe era la literatura, concretamente el teatro. A sus siete dramas conservados, algunos historiadores añaden algunas obras atribuidas a Shakespeare; incluso algunos afirman que colaboró con el genio inglés en la composición de algunos de sus dramas. Y hasta otros defienden la teoría de que Marlowe y Shakespeare son la misma persona. Casualmente (¿?), las primeras referencias al autor de ‘Hamlet’ como dramaturgo y poeta son inmediatamente después de mayo de 1593. Además de las excelentes ediciones de sus dramas en Cátedra, Andreas Höfele recreó los últimos días del gran Marlowe en la novela ‘El confidente’. Como tantas veces, un escritor oscurecido por el genio de otro, ¿o eran la misma persona?

Alejandro Sawa Martínez nació en Sevilla el 15 de marzo de 1862 y murió en la más triste y absoluta miseria en Madrid, en la casa nº 3 de la calle Conde Duque, el 3 de marzo de 1909. En pocos días iba a cumplir 47 años. Bebió en París el esplendor de la bohemia -donde conoció y trabó amistad con Verlaine- y la vivió a carta cabal en el Madrid finisecular. Pocos escritores han tenido el honor, como lo tuvo Sawa, de ser convertido en personaje literario. En su vida y sus miserias se basó Ramón Mª del Valle-Inclán para configurar a Max Estrella, el poeta ciego, hiperbólico andaluz, autor de odas y madrigales, de su esperpento ‘Luces de bohemia’. Y Pío Baroja lo pintó en la figura sórdida y moribunda de Rafael Villasús, poeta ciego y loco. Eduardo Zamacois nos dejó también un excelente retrato de quien puede considerarse el autor más representativo del naturalismo radical, epígono del movimiento literario liderado por Zola, y que se recrea en el feísmo y el tremendismo. Novelas como ‘Crimen legal’, ‘La mujer de todo el mundo’, o ‘Criadero de curas’ son títulos lo suficientemente ilustrativos y representativos de su producción literaria. Su obra más reconocida, ‘Iluminaciones en la sombra’, la iniciaba el 1 de enero de 1901 con estas palabras: “Quizá sea ya tarde para lo que me propongo: quiero dar la batalla a la vida. Como todos los desastres de mi existencia me parecen originados por una falta de orientación y por un colapso constante de la voluntad, quiero rectificar ambas desgracias para tener mi puesto al sol como los demás hombres…” Sawa tiene un puesto al sol como lo tiene también en la historia de la literatura, como Christopher Marlowe. José López Romero.

 

viernes, 6 de diciembre de 2024

NEGOCIO

Después de sus dos primeras novelas, que habían pasado sin pena ni gloria, la editorial finalmente había apostado por aquella autora en que tantas esperanzas económicas tenía depositadas. Y para el lanzamiento de su tercera obra no había escatimado en medios para hacer una campaña publicitaria de esas que se denominan “agresiva”. Y dio resultado: un premio de prestigio (que formaba parte de la campaña) y miles de ejemplares vendidos. Pero aquel éxito no había tirado de las anteriores, que seguían durmiendo en el limbo de la indiferencia de los lectores. Cuando pasaron unos meses, su agente le hizo llegar el comentario que le habían hecho en la editorial: tenía que sacar otra novela. Debían olvidarse de las primeras (eran muy malas) y publicar otra para aprovechar el tirón del éxito y dinero invertido en la publicidad. Pero ella no tenía ahora la cabeza para ponerse a escribir, quería disfrutar de los réditos que le estaba dando su novela. “Pues la editorial también quiere disfrutar de los ingresos. Esto es negocio, querida”, le había respondido su agente. El consejo le llegó a través de un amigo de confianza, sin saber realmente quién se lo había soplado con intención: podía comprar una novela. Hacía pocos días se había fallado un premio que, como todos, estaba amañado, y uno de los lectores encargados de seleccionar las obras presentadas había emitido un informe muy elogioso de una en particular que, por supuesto, no había ni siquiera quedado entre las finalistas. Todo era cuestión de ponerse en contacto con el autor. Le habían referido alguna novela (‘El asesinato de Laura Olivo’ de Jorge Eduardo Benavides), que ella no había leído (no tenía tiempo ni para leer, se justificaba siempre) y alguna película (‘El ladrón de palabras’) que tenían más o menos ese argumento. Pero una cosa era la ficción y otra la realidad. Además, la crítica se daría cuenta del cambio de estilo. ¿La crítica? No había problema. Pasaron dos semanas y las presiones y exigencias de la editorial se hicieron más acuciantes. Cuando le informaron de que el autor ya había firmado el contrato de confidencialidad y le pusieron por delante el manuscrito para que ella escribiera en la primera página su nombre, recordó las palabras de su agente: “esto es negocio, querida”. José López Romero.   

viernes, 22 de noviembre de 2024

CULTURA

Desde que los seres se creen humanos y se soportan en sociedad, siempre ha habido una cultura popular, que nace en el pueblo, en él se desarrolla y por él tiene sentido y fin en sí misma. Y desde que los seres se creen distintos de otros humanos, es decir, cuando algunos comenzaron a tener conciencia de que a su actividad se le podía llamar arte, desde ese momento siempre ha habido una cultura para pocos. Las ya antiguas consignas “a la inmensa mayoría” / “a la minoría siempre”. Pero esta contraposición entre las dos expresiones es más aparente que real. Muchos artistas “cultos” han valorado lo popular hasta el punto de cultivar la cultura que nace del pueblo. Romances, villancicos, canciones… en las manos e inspiración de poetas tan cultos como Góngora o Lorca son un buen ejemplo literario de lo que quiero demostrar. Y de la misma manera, el público, por muy culto que este sea, siempre ha terminado por caer y ser seducido por los gustos populares. Los novelones decimonónicos gustaban tanto a las porteras como a cualquier académico de la lengua. Y es en esa convivencia pacífica y en ese intercambio enriquecedor de las dos culturas donde está la virtud. Inclinar la balanza hacia uno de los dos lados, provoca los consabidos efectos indeseados: la gruesa chabacanería o la ridícula afectación. A alguien le he leído no hace mucho tiempo (creo que a José Luis García Martín) quejarse por la falta de una crítica literaria seria y rigurosa, que realmente oriente al lector y le enseñe a distinguir las voces de la buena literatura, de los ecos de lo chabacano y soez. Cualquier evento cultural es bueno para dar a conocer nuevos artistas, escritores que quieren llegar a un público más amplio; es una magnífica oportunidad también (hay que decirlo) para los libreros, porque la presencia del escritor/a siempre atrae y hace subir las ventas. Pero todos, desde el público más popular, ese que en el siglo XIX devoraba los novelones folletinescos, y hoy se meten entre pecho y espalda las novelas de Megan Maxwell o del faltón Gómez Jurado, hasta el más exquisito que mira siempre por encima del hombro, debemos exigirle al escritor un mínimo de calidad y, sobre todo, respeto y educación. Porque intentar halagar los oídos del público con consignas groseras y fuera de lugar, es una falta de respeto a la inteligencia de los asistentes, que pone en evidencia la educación del individuo que las profiere. En las librerías encontramos libros que sin duda están indicados para satisfacer el gusto de los más exigentes y el de los que solo pretenden entretenerse, pero las editoriales deberían, para eso disponen de expertos (se supone), ser más exigentes y mirar más por educar el gusto de la mayoría que engordar el bolsillo. Algunos pondrán como excusa el signo de los tiempos. No es cierto. Hasta el paladar menos educado sabría distinguir una buena solera de un pirriaque. José López Romero.

 

domingo, 10 de noviembre de 2024

VACUI

“-Padre, acabo de leer una novela” -mi hijo que es toda una caja de sorpresas-. Y una escena me ha hecho pensar”. Qué digo una caja, la catedral de Burgos de las sorpresas. Y yo me puse a la defensiva, es decir, indiferencia y a ver por dónde salía. En la novela el protagonista tiene que hacer una obra de arte para aprobar una asignatura, y se le ocurre entregar un lienzo en blanco, aunque acompañado de toda una tesis o principios artísticos en los que basa su obra, para que sean los espectadores los que completen el cuadro, es decir, lo pinten en su imaginación. “¡El negocio perfecto!”, padre. ¡Ese sí era ya mi hijo! Y… permanecí a la defensiva y a la expectativa. “Pues muy sencillo. Edito un libro de poemas con los títulos. Por ejemplo, “Amor”, “Tristeza”, “Besos”… y que sean los lectores los que vayan creando el poema. Incluso pueden hacerlo en pareja, en trío, en familia, en grupo de amigos… Una nueva forma de entender la Literatura. Infinitas posibilidades. ¡Hasta la IA podría intervenir! Y ya tengo hasta el nombre para este nuevo arte de hacer poemas: “Vacui”. El nombre le viene como anillo al dedo -le lanzo la ironía. “¡Qué comparación! -ahora el irónico era él-. Pero fundamentado en la teoría del horror vacui. He prescindido del horror, para dejar el vacío, la nada. Toda una incitación para que sea el lector quien cree su obra”. La mirada de satisfacción del genio debía parecerse mucho a la que me dirigió mi hijo. Yo había leído hace tiempo ‘Intento de escapada’ de Miguel Ángel Hernández, una excelente novela en la que se critica la manipulación del arte contemporáneo, pero no me acordaba de la escena que produjo en la cabeza de mi hijo ese choque interestelar, la conjunción planetaria, la llamada divina de la inspiración artística. Realmente, si de fraudes y timos de arte se trataba, su idea entraba de lleno en ese negro capítulo del arte moderno titulado “¿Cómo quedarse con el prójimo”, con el subtítulo “¿y cómo hacerse con un pastizal?” “Yo lo veo”, apostilló mi hija, que ya se relamía con su porcentaje del negocio. Te propongo que seas tú el primero en rellenar el libro. “Padre, nunca puede romperse la distancia entre creador, espectador y obra”. ¡Qué bien se había leído la novela el jodío! José López Romero.   

viernes, 25 de octubre de 2024

60 POEMAS

Aunque las efemérides solían contarse por periodos de cincuenta (y digo “solían” porque ahora cualquier cumpleaños es motivo de celebración), en este caso el sesenta tiene su razón de ser (y nunca mejor dicho lo de “ser”), porque Mauricio Gil Cano ha querido con este poemario celebrar, a modo de balance personal y poético, la sesentena de años de su ser y estar entre los vivos. Aunque lo de “vivos” es mucho decir en un poeta que tiene a la melancolía y el pesimismo entre sus términos más entrañables. Sesenta poemas conforman un recorrido por todos los aspectos que han hecho de Mauricio un poeta que ahora se siente en plena madurez, quizá un tanto desengañado, pero que se aferra a la amistad, término fundamental en la definición de su mundo poético, a su tierra, Jerez, con la que establece en sus poemas una relación íntima, tan personal con su historia, sus vivencias, sus tabancos con la bandera roja del vino nuevo (“Aquí en Jerez a punto de que el frío / incendie de banderas los tabancos,/ rojas, porque es el tiempo de los mostos…”) o a la soledad que es plenitud (“La soledad redonda / de aristas imposibles. / El vacío que es la plenitud. / Un instante con todo el universo”) al amor y a la pasión como elementos imprescindibles para la conciencia del ser (“Amada mía”), o incluso a las palabras, como el más preciado intermediario con la vida (“Sólo puedo aferrarme a las palabras, / pues ellas me remiten a la vida / cuando escucho tus labios encendidos…”). Y de la vida, de la pasión al tono elegíaco de la pérdida: de los seres queridos que al rememorarlos intenta el poeta recuperar su presencia (el entrañable soneto a la “Memoria de Ramón Epifanio” o el poema “A mis amigos muertos”, o “Tras de un amoroso lance” dedicado a Manolo Muñoz López a través de un verso cómplice de San Juan de la Cruz); del tiempo que se nos va irremisible; del otoño como estación de los poetas y como símbolo de la edad que ahora requiere de ese retiro que ya cantara fray Luis de León (“Retiro”). Pero Dios no abandona a sus criaturas, ni siquiera después del paso definitivo a la otra vida (“Todo es verdad”). El poeta encuentra siempre razones para conmemorar su fe en un Dios que nos ha hecho libres, nos ha dado toda clase de dones (“Los dones del vino”), no deja desamparados a los hombres. Los versos endecasílabos (el gusto de Mauricio por el soneto) se alternan con versos cortos (octosílabos) en la mejor tradición clásica de nuestra literatura. En este sentido, los poemas de Mauricio Gil Cano respiran clasicismo y tradición; clasicismo de las mejores raíces: la huella de nuestros grandes poetas (fray Luis de León; san Juan de Cruz; Garcilaso, Lope de Vega), y la tradición de los cancioneros y romanceros viejos castellanos. Hace unos meses, concretamente el pasado 4 de abril, se presentó en la Fundación Caballero Bonald este poemario. La presentación corrió a cargo del poeta José Lupiáñez, quien realizó un análisis de este libro y de la trayectoria poética de Mauricio Gil Cano excepcional e inigualable. José López Romero.