Mi compañero de página, que alardea de visionario, no para de lanzarnos mensajes sobre la revolución que en el mundo del libro se avecina, si no es que ya está aquí. Si no son los e-books un día, son las maquinitas expendedoras de libros como si de condones se tratasen de las que hablaba la semana pasada. ¿Estaremos realmente ante una revolución? Pues en verdad no sería la primera que remueve los cimientos del libro y, como las anteriores, de seguro que abre nuevas perspectivas, y con ellas, algún que otro cambio en las costumbres. Si definitiva fue la de Gutenberg, no menor fue la de Aldo Manucio a principios del siglo XVI y la de la familia Elzevir a principios del siglo XVII que inundaron toda Europa con los primeros libros de bolsillo, ediciones de los clásicos en pequeño tamaño, en letra cursiva o garamond y a módicos precios; fue la mejor forma de democratizar la cultura: ponerla al alcance de cualquier economía, aunque estuviese sumida en profunda crisis; en mí tienen estos impresores un rendido (por no decir “fanático”, que suena a exageración) admirador. Pero ¿qué se cuece en estos tiempos que todos los lectores nos hemos puesto a la expectativa? Si hasta a las páginas de color salmón ya han saltado los dichosos e-books, no nos debe extrañar que algo de verdad puede que lleven las palabras de mi visionario amigo. En otras revistas leo noticias como el magno proyecto de digitalización de la Biblioteca Nacional bajo la dirección del prestigioso filólogo Pablo Jauralde, patrocinado con 10 millones de euros por Telefónica; o los 14 millones de libros que en cinco años quiere Google almacenar en sus depósitos informáticos; o incluso, con cierta visión de futuro, el proyecto de la agente por excelencia de la literatura española, Carmen Balcells, titulado “palabras mayores” que consiste en ofrecer a muy módicos precios lo mejor de García Márquez, Vargas Llosa o Juan Marsé a través de una distribuidora on-line; o la más llamativa: se estima que en el año 2015 (esto es, a la vuelta de la esquina) el libro electrónico represente el 50% del negocio editorial; y no digamos la iniciativa de cambiarle al infante la mochila por un libro electrónico, en el que estén cargados todos los manuales que tanto daño les hacen a sus tiernas espaldas. ¿Revolución? Vayamos despacio. Y para ello nada mejor que acudir a uno de los señores que hoy por hoy saben más de libros y revoluciones culturales: Umberto Eco, quien acaba de sacar un libro que se titula nada más y nada menos que “No esperéis libraros de los libros”, en cuyas 350 páginas despliega el gran semiólogo, novelista y bibliófilo italiano toda una batería de argumentos para defender precisamente el título de su trabajo. ¿Librarme yo de mis libros? Antes me libraría de mi… (no me había dado cuenta de que la tengo a mi espalda leyendo lo que escribo) ordenador. Por mi parte, con una taza aún humeante de café sobre la mesa, me dispongo a leer la novela de Eça de Queiroz El conde Abraños en una deliciosa edición de Renacimiento. Sin duda que a este libro no se le acaba la batería, ¿verdad, cariño? “Eso. Ahora intenta arreglarlo” –le oigo cuando ya se aleja. Hoy, sin postre, seguro. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
jueves, 28 de mayo de 2009
miércoles, 20 de mayo de 2009
Cine
Creo que fue mi amigo y compañero Carlos Rigual por aquellos años del Instituto Asta Regia (de gratísimo recuerdo), quien me dijo la siguiente frase que él mismo había oído: “de una mala novela se puede hacer una buena película, y viceversa: de una buena novela se puede hacer una mala película”. Y así es realmente la historia de las relaciones que, como los matrimonios, han mantenido siempre el cine y la literatura: buenos y malos momentos por igual. Desde el amor hasta la pasión, desde el odio hasta el rencor. Para Juan Marsé su matrimonio con el cine tiene más de lo segundo que de lo primero; nunca se ha cansado de decir que sus novelas no han tenido suerte cuando se han pasado a la pantalla; y eso le ha llevado a la conclusión de que “el problema del cine español no es la piratería, sino la falta de talento”; una afirmación realmente dura y que muestra a las claras su decepción. Y quizá haya que darle la razón al flamante Premio Cervantes porque honrosas por escasas son las excepciones que ahora se nos vienen a la cabeza de películas españolas que, tomando como guión alguna obra literaria, merece la pena verse, aun participando en aquél el autor de ésta. En cambio, mucho mejores son las adaptaciones para la televisión que se han hecho de algunas de nuestras emblemáticas novelas del XIX: La Regenta, Fortunata y Jacinta, Cañas y barro, o incluso Los gozos y las sombras de G. Torrente Ballester. Parece que la televisión, por su posibilidad de convertir una novela en serie, es un medio que se acomoda mejor a la literatura; como pasa con el teatro y aquel añorado programa “Estudio 1”, donde buena parte de muchas generaciones pudimos disfrutar y conocer lo mejor del teatro tanto nacional como extranjero de todos los tiempos. En esto del cine, la televisión y la literatura, quizá los ingleses sean un referente en el que deberíamos mirarnos y aprender. Ahí están series como Yo, Claudio y, sobre todo, las versiones que de las obras de Shakespeare ya hiciera (muchas en blanco y negro) sir Laurence Olivier y, más moderno, el magnífico actor y director Kenneth Branagh, que deberían ser modelos para nuestros directores de cine. En este sentido, guardo como oro en paño en cinta de vídeo su película Enrique V, que me hizo comprar el drama de Shakespeare sólo para poder leer y releer el emotivo discurso o arenga que el rey le dirige a su menguado y exhausto ejército inglés antes de la batalla de Agincourt. ¿Falta de talento de nuestro cine? Salvando excepciones, ya digo, incluso cuando han versionado clásicos, el resultado no ha podido ser más horrible, y ahí están El libro de buen amor, La Celestina o La lozana andaluza para no desmentirme. Nada que ver con los ingleses. Y ya que hablamos de cine español, valga un ejemplo de bodrio; el otro día me castigué con una película titulada Fuera de carta, realizada a la mayor gloria de Javier Cámara. Si ése puede ser el modelo de comedia o cine, en general, que se hace en España, no dudo lo más mínimo que esté en crisis. Si en la esfera internacional, nuestros más célebres representantes son actualmente Almodóvar y sus chicas y chicos, cuando no hace mucho eran Buñuel, Saura, Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez e incluso Alfredo Landa en su espectacular madurez, no me extraña que se dude del talento de nuestro cine. Ni talento, ni color. José López Romero.
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20 de mayo de 2009.,
Publicado en el Diario de Jerez
jueves, 7 de mayo de 2009
La familia
El otro día se me acerca un compañero, con el que trato escasamente pero al que le consta mi devoción por la lectura, y me espeta la siguiente confesión realmente compungido: “Pepe, tengo familiares a los que sólo les gusta leer best-sellers; cuantos más ejemplares vende un libro, más miembros de la familia lo leen”, pero de inmediato se justificaba: “menos mal que es familia en tercer grado, y alguno sólo familia política. No podría llevar esta carga si no fuera de esta manera”. Ya me habían avisado de lo “raro” del personaje y hasta de ciertas fobias o manías, algunos hasta aventuraban una más que sospechosa afición a toda clase de escritos sobre asesinatos en serie. Los escrúpulos, en lo tocante a familia y gustos literarios, no paraban aquí. Quienes lo tratan con más intimidad dicen que recibe en su casa a aquellos familiares (sólo en festividades muy señaladas) con un ejemplar del “Quijote” que les pasa a modo de detector de metales o como sahumerio por todo el cuerpo, y cuando los hace pasar al salón, les va recitando versos de Garcilaso a sus espaldas, como si fueran plegarias purificadoras. Nadie sabía cómo llegaba a enterarse, pero tenía consignadas en una libretita, que guardaba con verdadero celo, las lecturas que hacían aquellos inocentes familiares y, en unas páginas especiales tenía anotados los nombres de aquellos que habían leído “La catedral del mar”, “Los pilares de la tierra”, “Un mundo sin fin” y tres o cuatro novelas históricas actuales a las que, decían las malas lengua, les había hecho vudú y había posteriormente quemado junto con una foto de sus autores. Yo, al igual que este compañero, también tengo familiares que son lectores exclusivos de best-sellers, aunque afortunadamente también son en tercer grado pero, y valga la diferencia, no tengo una libreta en la que anoto sus infamias ni los recibo con el “Quijote” o con versos de Garcilaso, aunque tampoco esperan ya de mí que les haga una fiesta cuando vienen a mi casa; mi mujer me obliga a ofrecerles una copa de vino, que por supuesto les pongo del peor que tengo. Sin embargo, cada vez que en las reuniones familiares se toca el tema de la lectura, me empieza a correr un sudor frío por todo el cuerpo, las manos me empiezan a temblar y la cara se me transfigura. Hasta mi mujer más de una vez me ha comentado después de una visita: “¿Qué te ha pasado esta noche? Te temblaban las manos y se te puso una cara de psicópata que daba miedo”. De mañana no pasa que me compre una libretita. José López Romero.
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6 de mayo de 2009.,
Publicado en el Diario de Jerez
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