Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 23 de febrero de 2024

OSAKA

“El surrealista momento de Naomi Osaka en pleno partido en Australia: saca un libro… ¡y se pone a leer!”, leo en la página web de un periódico digital. Es decir, para el autor de la noticia leer en los descansos entre juego y juego es “surrealista”. Menos mal que la cuenta de X del Grand Slam australiano se ha apresurado a afirmar que “nunca es mal momento para un buen libro” (como se recoge también en la página del periódico). Y más razón que un santo tiene la declaración oficial. Es más, si proliferara este tipo de actos, sobre todo protagonizados por deportistas de élite, otros y muy distintos serían los índices de lectura no solo en España, sino en todo el mundo. Ya he confesado en múltiples ocasiones que, modestamente, y sin pretender compararme con el gesto de la gran tenista japonesa, siempre he llevado y llevo conmigo un libro que leo en las consultas de los médicos a las que acudo (cada vez con más frecuencia), o cuando en otro tiempo esperaba a mis hijos que salieran del colegio o ante cualquier circunstancia que me obliga a esperas indefinidas. Y en cierta ocasión recuerdo que glosé, en esta misma página, la fotografía de El Fari, en bañador, junto a una piscina, con un libro en la mano (la imagen puede buscarse con facilidad en Google), pero no me consta que ante la publicación de mi artículo cerraran antes de su hora las librerías de este país por haber agotado las existencias. Pero no en menos ocasiones he insistido en que si la rivalidad entre Messi y CR7 se hubiera trasladado también a sus respectivas bibliotecas (¡en la confianza de que las tengan!), y los medios de comunicación hubieran pregonado a los cuatro vientos los gustos lectores de ambos astros (¡en la confianza de que los tengan!), cualquier campaña de animación a la lectura se vería sobrepasada ante el fervor lector de sus seguidores. El gesto de Naomi Osaka bien pudiera o debería ser el primero de toda una serie de tenistas y deportistas famosos que ante las cámaras ocupan sus momentos de descanso con la lectura. Yo lo veo, en mi infinita confianza. José López Romero.

  

viernes, 9 de febrero de 2024

PARALELAS ASIMÉTRICAS

El 21 de agosto de 1622 moría asesinado en Madrid, a la puerta de su palacio, sito en la mismísima calle Mayor, don Juan de Tassis y Peralta, el conde de Villamediana, correo mayor del reino, poeta culterano y satírico, de vida licenciosa y de amoríos escandalosos, a los que no eran ajenos la propia reina doña Isabel. Una personalidad tan impetuosa como turbulenta, empecinada en granjearse enemistades que terminaron por llevarle a la muerte, en la que parece ser intervino el propio rey Felipe IV. Fama fue, aunque consta como leyenda, que el 8 de abril de 1622 al estrenarse su comedia ‘La gloria de Niquea’ en Aranjuez ante la presencia de la reina, el mismo marqués quemó el teatro para poder salvar a doña Isabel entre sus brazos. Aunque también se vio envuelto en un caso, que provocó mucho ruido en la Corte, de un célebre proceso por sodomía, por el que condenaron a la hoguera a cinco mozos cuando ya el conde criaba malvas. Quizá fueran los celos del rey, o los enemigos de toda laya que el conde se había ganado en amores y juegos, o quizá fuera por evitar el escándalo del pecado nefando, lo cierto es que el conde, uno de los grandes poetas del Barroco español, autor de sonetos, sátiras y de la ‘Fábula de Faetón’ (ver la edición de sus poesías de Juan Manuel Rozas en Clásicos Castalia), moría de varias puñaladas el domingo 21 de agosto de 1622. Tenía 40 años.

En la madrugada del 5 de mayo de 1976 desaparecía para nunca ser encontrado el escritor argentino Haroldo Conti, uno de los grandes narradores hispanoamericanos de finales del siglo XX. Tenía 50 años. Regresaba del cine con su compañera María Scavac, cuando un “grupo de tareas” del batallón 601 de Inteligencia del Ejército, en la última dictadura cívico-militar presidida por Jorge Rafael Videla, los sorprendió en su casa de la calle Fitz Roy, los golpearon, les robaron y se lo llevaron. Haroldo Conti, cuyas novelas ya habían sido calificadas por la censura como “marxistas”, era consciente de los tiempos oscuros que se avecinaban y, sin embargo, “se negó a exiliarse y continuó su militancia política y su denuncia contra la represión”. Después del secuestro se supo que estuvo en Campo de Mayo y, finalmente, en la cárcel de Villa Devoto, donde lo encuentran en muy mal estado. En una carta que reproduce la página web titulada “Se cumplen 45 años de la desaparición de Haroldo Conti”, de la que extraigo estos datos, el escritor le confiesa a su hija Alejandra: “Gracias por enseñarme a amar a todas las pequeñas cosas de este mundo. Gracias por ser hermosa y dulce y acaso parecida a este loco vagabundo que no merece pero que todos los días se maravilla de ser tu padre. Recuérdame siempre con ternura, que es lo que ha olvidado el mundo”. Un hombre que escribe esto, nunca muere. José López Romero.