Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 25 de junio de 2010

LA MIRADA

Admiro a la escritora Donna Leon desde que leí hace unos años su ‘Amigos en las altas esferas’, novela a la que le siguieron algunas más, y ya tengo preparadas para el verano otras que tienen como protagonista al comisario Guido Brunetti. Pero si les soy sincero, prefiero el tono más desenfadado e irónico de Camilleri con su Salvo Montalbano y la galería de personajes, entre los que destaca Catarella; o incluso a Petros Márkaris con su comisario Kostas Jaritos, quizá porque al hilo de crímenes y asesinatos nos ofrece una visión muy sincera de un país (Turquía) y una ciudad (Estambul) encrucijada de civilizaciones y culturas tan lejanas como cercanas a las nuestras. Pero no me gusta la Donna Leon que leo en entrevistas que han sido publicadas en diferentes revistas, en las que se muestra excesivamente crítica con los italianos. Una mujer inteligente como Donna Leon ya se ha encargado de denunciar en sus novelas la corrupción que se enseñorea de un país, en concreto de Venecia, ciudad en la que ambienta todas las peripecias de Brunetti; denuncias que repite una y otra vez en las entrevistas, pero no se puede “morder tanto la mano de quien te da de comer”, porque también hay que predicar con el ejemplo. Y ahora resulta que la señora Leon vive del alquiler en Venecia, porque su residencia la tiene en Suiza y conserva su nacionalidad americana, porque sigue votando en EE.UU. Es la mirada cínica de quien se permite ver el mundo por encima del hombro. Una mirada que también descubrimos en actores como Alberto San Juan, que ahora “hace caja” en intervenciones en series de televisión, y que se sigue aprovechando de la subvención con su grupo Animalario, subvención que también tuvo que ganarse con el sudor de su ceja con aquel gritito de “No a la guerra” en la entrega de los Goya y con su pertenencia a la peña del circunflejo. Hace unos meses le leía al señor San Juan en una entrevista la siguiente frase: “¿Manifestarme para pedir que no haya crisis? Al estar yo solo, sin hijos a los que mantener, a mí me afecta relativamente”; una frase que deja al descubierto la catadura moral de un actor que se mira antes el bolsillo cuando de denunciar y comprometerse se trata. Todo un ejemplo. José López Romero.

jueves, 17 de junio de 2010

LA VERDAD

“El periodismo, viejo o nuevo, debe atenerse ante todo a la verdad”, nos venía a decir Gay Talese, considerado como el padre del “Nuevo Periodismo”, en una entrevista. Y hace unos días un famoso director de un periódico nacional se dejaba caer con este titular: “Viviremos una nueva era de esplendor periodístico” en referencia a las incalculables aplicaciones de las nuevas tecnologías en esta sociedad de la información y la comunicación. Y en realidad, el periodismo, sea viejo o nuevo pero que sea bueno, no ha hecho otra cosa que exponer la verdad desde que nació como hojas volanderas o panfletillos, para alcanzar una primera época de esplendor en el siglo XIX (magnífico el libro de Mª Cruz Seoane ‘Historia del periodismo en España. Siglo XIX’, Alianza Universidad), y terminar con su consolidación definitiva como ese cuarto poder a lo largo del XX. ¿Nuevo esplendor? Yo más bien diría que el periodismo nunca ha pasado por momentos críticos y siempre ha gozado de buena salud, porque unos u otros le han dado a la sociedad lo que ésta en su diversidad les ha demandado. En España son incontables los grandes nombres que han contribuido a ese esplendor de la prensa escrita, desde Larra, pasando por José Mª Pemán (mejor periodista que poeta o dramaturgo), González Ruano o el mismo Umbral (al que también podemos aplicar lo dicho a Pemán); hoy los nombres de excelentes profesionales del periodismo no cabrían en las páginas de este Diario, muchos de los cuales han marcado estilo en la profesión, han sido reconocidos pero, sobre todo, y quizá esto sea lo más importante para un periodista, gozan del prestigio de la verdad. Porque al margen de nombres y tiempos, la sociedad, o parte de ella, seguimos queriendo del periodismo ante todo la verdad, lo que se ha llamado de toda la vida “información”, sin perjuicio de la opinión que forma también, si se sabe utilizar, ciudadanos libres y comprometidos. Por eso, en un mundo en el que la información llega tan deprisa y a tantos sitios, en que sin duda “viviremos una nueva era de esplendor periodístico” con el uso de las nuevas tecnologías, el ciudadano cada vez exige más que el periodista responda a la verdad y no a los intereses del grupo mediático al que pertenece. El daño que a la sociedad le están haciendo algunos medios de comunicación, algunos periodistas que en otro tiempo gozaron de prestigio, hoy convertidos en la voz de su amo (que ya murió, por cierto), la ocultación de la verdad, la defensa de lo indefendible por salvar la subvención, ya no es periodismo, sino fraude, mentira y mezquindad. José López Romero.

miércoles, 9 de junio de 2010

BRUGUERA

Aunque mi compañero de página se consolaba la semana pasada con el socorrido refrán “no hay mal que por bien no venga”, para segar a golpe de guadaña tanta subvención indiscriminada, ¡y que conste que no le faltaba razón!, por los mismos días en que escribía su artículo nos llegaba la triste noticia del cierre de Bruguera. El Grupo Zeta, al que pertenecía desde hacía unos años el sello de esta antigua editorial, después de su primera quiebra sucedida en los años 80, ha decidido acabar con una colección revitalizada en el 2006 con una nueva y atractiva línea editorial dirigida por Juan Pascual y la escritora Ana María Moix. Cuando entramos en una librería muchas veces nos preguntamos cómo pueden sobrevivir editoriales que no dejan de publicar libros cuyas ventas de seguro no llegan ni a cubrir gastos. Algunas mantienen la actividad con escritores y libros que son éxito seguro; otras malviven con una pequeña cuota de mercado; pero la mayoría, y no digamos las minoritarias, se las va a llevar la crisis por delante, si no acude a su rescate grupos como Planeta, que hace poco compró el Círculo de Lectores, que estaba ya en situación delicada. Absorciones y fusiones que, al igual que sucede en el mundo financiero con las cajas de ahorros, bien puede ser un remedio contra unos tiempos que se presentan muy oscuros. Sin embargo, un remedio que se ha visto ineficaz en el caso de Bruguera y el Grupo Zeta. En nuestras bibliotecas personales, que hemos ido formando desde hace unas cuantas décadas los que podemos definirnos como “los que ya peinamos canas o no peinamos nada”, no faltan libros de Austral, Alianza Editorial y, por supuesto, Bruguera. De éstos, la colección de clásicos es de lo mejor que podíamos comprar en aquellos años: las antologías del teatro de Tirso, del teatro del siglo XVIII, las poesías de Lope, los dramas de Shakespare, etc. a precios irrisorios, la mayoría a 60 ptas. La dichosa crisis nos va a dejar hasta sin recuerdos. José López Romero.

sábado, 5 de junio de 2010

LA ESCUELA

“No recuerdo haberme sentido ‘alegre y feliz’ en ningún momento de mis años escolares –monótonos, despiadados e insípidos- que nos amargaron a conciencia la época más libre y hermosa de la vida, hasta tal punto que, lo confieso, ni siquiera hoy logro evitar una cierta envidia cuando veo con cuánta felicidad, libertad e independencia pueden desenvolverse los niños de este siglo… Y el único momento realmente feliz y alegre que debo a la escuela fue el día en que sus puertas se cerraron a mi espalda para siempre”, se lamenta Stefan Zweig en su autobiografía ‘El mundo de ayer’. Y en la biografía que del imprescindible autor austríaco ha publicado la editorial Papel de liar titulada ‘Las tres vidas de Stefan Zweig’, Oliver Matuschek no sólo insiste en esta visión tan terriblemente negativa de la escuela, sino también en la poca consideración que Zweig tenía de sus profesores, a los que calificaba de “personajes ridículos… acostumbrados a una rutina escolar ejercida desde hacía decenios bajo el mismo esquema”. Nada, ningún recuerdo ya no sólo ‘alegre y feliz’, sino mínimamente satisfactorio acude a la memoria del gran escritor vienés, y no deja de sorprendernos porque ¿quién no se ha encontrado en alguna ocasión con un antiguo compañero de escuela y se ha puesto a recordar esas viejas anécdotas que hacían de la vida escolar si no un mundo maravilloso, al menos una etapa de nuestras vidas que siempre recordamos con cariño?. Hoy, la escuela dista mucho de esa monotonía e insipidez de que se quejaba Zweig; al alumno se le mima, se le llena de derechos, se le dan ordenadores, libros de texto gratis, se le programan planes de animación a la lectura, la escuela se convierte en “espacio de paz” para que aprendan a convivir en armonía, etc. Es decir, todo lo que en casa nos enseñaban, ahora ha pasado a la escuela; y los profesores tienen que hacer de animadores lúdicos y culturales, psicólogos, mediadores, hermanos mayores y hasta de padre y madre. Quien se ha pasado entre las cuatro paredes de las aulas casi toda su existencia, ya como escolar y más tarde como universitario para terminar, por nuestros pecados, como profesor, ha podido disfrutar y sufrir por igual de aquella escuela en que el castigo físico no estaba mal visto, de los cambios generacionales, de los maltraídos y llevados sistemas educativos (recuérdese la malhadada LOGSE), del respeto casi sagrado al profesor a la agresión y el desprestigio social de ahora. Pero siempre recordaré con verdadero agradecimiento el cariño y el ánimo que me dieron algunos de mis profesores, como impagable es el cariño de mis alumnos. Tanto en un papel como en el otro, he tenido y sigo teniendo referencias profesionales que han sido espejos en los que he querido siempre reflejarme, como también he visto y sigo viendo, por desgracia, profesores a los que podríamos definir perfectamente con las palabras de Zweig. La escuela ha cambiado sin duda alguna, pero lo que al final prevalece por encima de las tecnologías es el factor humano. José López Romero.