Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

miércoles, 21 de abril de 2010

PESIMISMO

Si Julian Barnes debe una parte de su fama a su indefinible ‘El loro de Flaubert’, la otra parte, quizá la más sustanciosa, sin duda se la debe a su novela ‘Hablando del asunto’ y a su continuación ‘Amor, etcétera’, deliciosas e irónicas obras que tienen como tema central el análisis de las relaciones personales entre Gillian, Oliver y Stuart, un “ménage a trois” en el que muchos lectores pueden verse reflejados. Y es en ‘Amor, etcétera’ donde Stuart al comentar cómo abre y cierra en poco tiempo dos restaurantes en EE.UU., nos hace esta reflexión: “Es lo que tienen los Estados Unidos… Triunfas y buscas otra cosa en que triunfar. Fracasas y sigues buscando algo en lo que triunfar. Profundamente optimistas…”. Esta opinión de Stuart sobre los norteamericanos me hizo recordar las intervenciones de varios historiadores, con la insigne Carmen Iglesias a la cabeza, en las que se hablaba del pesimismo del español, y que la citada historiadora denuncia en su libro ‘No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España’. Un pesimismo que nos viene de lejos y que se acentúa en periodos históricos poco brillantes o, mejor dicho, de total decadencia: la crisis del siglo XVII; las pérdidas de las colonias a lo largo del XIX que desemboca en el desastre del 98…hasta llegar a la crisis económica actual, a pesar de ese optimismo pánfilo y delirante que algunos de nuestro gobernantes se empeñan en defender en la misma medida en que la dura realidad de las cifras se empeña de inmediato en ensombrecer. No sé si el español es pesimista por naturaleza, si el pesimismo es otro de los genes con el que venimos al mundo; algunos amigos, no muchos, reconozcámoslo, parece que no lo tienen por su animosidad ante las adversidades y su espíritu siempre positivo. Sin embargo, otros datos vienen a confirmar la teoría: la mirada permanente hacia el pasado, la actitud generalmente pasiva ante las dificultades que nos presenta la vida, la idea de que el tiempo lo cura todo, el “aquí me las den todas”, etc. bien pudieran ser manifestaciones de ese pesimismo inactivo, ese conformismo ante la vida que, dicen algunos, nos caracteriza. Sin embargo, yo creo que detrás de esa actitud pesimista, lo que verdaderamente se esconde es la cultura del no esfuerzo, el grito de que inventen otros, el “preferiría no hacerlo”, la política del subsidio que es al fin y al cabo votos para el optimista de turno. Pero para triunfar es necesario trabajar. ¿Triunfar? Que triunfen otros. José López Romero.

jueves, 15 de abril de 2010

PROHIBIR

Entre 1625 y 1634 el Consejo de Castilla prohibió la impresión de “libros de comedias, novelas ni otros de este género” por motivos morales. La literatura de ficción, sobre todo la narrativa, siempre se ha llevado mal con ciertos principios morales, ésos que algunos tratadistas, ya en el siglo XVI, defendían y, como consecuencia, consideraban perniciosa la lectura de este género entre las mujeres; recomendación o prohibición que podemos leer en ‘La perfecta casada’ de fray Luis de León. No hay periodo de la historia, y en la nuestra en igual o más cantidad y calidad que en la de otros países, en que no se hayan sucedido prohibiciones y censuras de todo tipo; la que afectó a la impresión de libros entre 1625 y 1634 no es más que un ejemplo, como también los catálogos de los libros prohibidos por la Inquisición o las distintas leyes de imprenta que se van promulgando hasta en épocas de mayor libertad social. Por otra parte, leyendo un libro como la ‘Historia del libro’ de Frédéric Barbier (digno sucesor por su rigor y riqueza de datos de esa magnífica ‘historia del libro’ de Sven Dalh), nos damos cuenta de lo que en otra época costaba la edición de un libro y cómo, a pesar de los años transcurridos desde la invención de la imprenta, el libro era considerado una obra de arte, digna por ello, como cualquier manifestación artística, de ser admirada y conservada con todo cuidado. Añadamos además a todo esto las quejas y los lamentos de algunos intelectuales (U. Eco) y de colectivos ecologistas; éstos, por la desertización de los bosques ante la necesidad de papel; y aquéllos, porque se publica demasiado libro inútil. Si unimos costes, desertización, inutilidad y prohibición, el resultado no puede ser más beneficioso para la humanidad: nunca se hubiese publicado ‘Un sueño para mis hijos’, de Joan Laporta, presidente del F.C. Barcelona. Si como dirigente deportivo, casi nada habría que reprocharle; por sus ridículas soflamas independentistas nos tememos lo peor con el dichoso librito. Y para estos engendros, sin ánimo de prohibir (palabra políticamente incorrecta), las ediciones digitales sí sería un excelente mecanismo. José López Romero.

miércoles, 7 de abril de 2010

EDUCACIÓN

Si hace unas semanas comentaba en esta misma página la influencia que podría tener sobre la juventud la imagen de Messi o de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, con un libro en las manos o apareciendo en cualquier programa de T.V. para recomendar un libro, el otro día buscando en Internet “tíos buenorros” (no me pregunten el porqué de esa búsqueda, pero todo tiene una explicación y, por supuesto, no es lo que parece), me encuentro con una imagen que realmente me impactó: al borde de una piscina y en los paños propios del lugar, sentado en una silla de playa y muy concentrado en la lectura de un libro del que no he logrado ver el título, me encuentro a El Fari. Como lo están leyendo. El éxito popular de que gozó este cantante durante algunos años, lo llevó a convertirse al mismo tiempo en objetivo de algunas burlas; unas, malintencionadas, y otras, que no dejaban de ser las típicas bromas que se gastan con personajes que en un momento adquieren cierto protagonismo social. Las malintencionadas, las que no tienen otro interés que menoscabar fama y honor por el simple placer de la maldad, son la expresión de ese gen tan español de la envidia que está grabado a sangre y fuego en nuestro ADN y que no entiende ni de nivel cultural ni de estado social. En este sentido y por seguir con algunos ejemplos, las famosas disputas entre los grandes escritores de nuestro siglo XVII, sobre todo entre Góngora y Quevedo, sobrepasaron con creces los límites que dictaba la urbanidad para enfangarse en los terrenos más abyectos de lo personal; no de otra manera se condujeron el insigne gaditano Adolfo de Castro y el no menos insigne Bartolomé José Gallardo, personas de una talla intelectual fuera de toda duda, en torno a la polémica de ‘El Buscapié’, opúsculo atribuido a Cervantes, disputa que encendió los círculos filológicos decimonónicos y a la que volveremos algún día con más tiempo y espacio. Por eso y de acuerdo con estos ejemplos, no comparto la opinión de Pérez Reverte cuando califica al pueblo español de inculto, que se regodea en su propia ignorancia. En mi opinión, y quizá hoy más que nunca, es la mala educación, la falta de respeto hacia los demás, la ordinariez y la zafiedad las señas de nuestra identidad. Y en este caso El Fari, al margen de gustos musicales, fue una persona a quien nunca le escuché criticar a nadie, que siempre tenía una palabra de admiración para sus compañeros de profesión, una persona de educación exquisita, y por ello es un ejemplo que todos debemos seguir, con su libro en las manos incluido. José López Romero.