Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 18 de febrero de 2017

UN HOMBRE BUENO

‘El cuentista que decía la verdad’ es el título de la biografía que con esmero, pasión y erudición Mauricio Gil Cano acaba de publicar de Francisco Burgos Lecea, jerezano que nació en la calle Santa Clara, nº 7, escritor de vanguardia y tristemente represaliado de la guerra civil hasta su suicidio en Madrid en 1951. Y como escritor vanguardista, prácticamente ningún género le fue ajeno, y en todos metió su pluma, aunque con desigual éxito. En el capítulo que Mauricio dedica a la labor teatral de su biografiado, se cuenta la anécdota de que en el estreno de su obra ‘La heroína del amor sublime’, que tuvo lugar en el teatro La Comedia de Madrid el 26 de mayo de 1930, asistió don Jacinto Benavente, que por aquellos años dominaba los escenarios españoles. La presencia de Benavente no podía llenar más de satisfacción y orgullo a Francisco Burgos, quien después del primer acto fue a saludar al célebre dramaturgo; y este le dijo: “Muy bien el primer acto. He hecho por usted lo que no hice por nadie hasta ahora. Venir al teatro sin haber comido. Ahora me voy…” Prueba incontestable de que hasta los grandes escritores necesitan alimentar el cuerpo tanto como el espíritu, sin que aquí y ahora nos atrevamos a decir a cuál debe atenderse primero. Pero la anécdota viene aquí a cuento no por la alimentación de los genios, sino porque en ella se unen casualmente dos escritores que reaccionaron en distintos años, aunque no muy distantes, contra la situación del teatro de la época. Benavente en los últimos años del siglo XIX ya había denunciado en varios artículos publicados en la prensa a los empresarios, empeñados solo en sus beneficios económicos, y también a los actores, pequeña y perversa sociedad totalmente jerarquizada en la que los más famosos imponían una férrea dictadura sobre los demás. Más de treinta años después, concretamente el 4 de abril de 1930, solo unos días antes del estreno de ‘La heroína del amor sublime’, Burgos Lecea publicaba en El Imparcial su manifiesto sobre la fundación del ‘Teatro de la nueva literatura’ en el que podemos leer las mismas críticas expuestas por Benavente, aunque con más detalle y vehemencia: “el teatro actual está podrido, por dentro y por fuera, literaria y económicamente. Hay que salvarlo. Así lo quiere el público. Así lo quiere la juventud. Es necesario destruir todas las enfermedades que lo llevan sin remisión al sepulcro”. Burgos Lecea fue tan apasionado en defender sus ideas sobre el teatro y la necesidad de su renovación, como lo fue para defender la literatura en general y el poder de esta para mejorar la vida de los seres humanos, de cuya nobleza nunca dudó este hombre honrado, que sobre todas las cosas fue esencialmente bueno. Una bondad, una honradez que, junto con su ideología comunista, lo llevaron por varias cárceles franquistas hasta su liberación el 19 de diciembre de 1950, para terminar por suicidarse: “Cuando después de muchos años, salió en libertad y se halló ante el espectáculo de su hogar y las dificultades de ganarse la vida bajo un régimen que le era hostil, se lanzó de cabeza por la ventana de su casa, un quinto piso”. Era el 5 de marzo de 1951. José López Romero.

sábado, 11 de febrero de 2017

EL COCINERO

En la excepcional por definitiva biografía que de Rainer María Rilke publicó en 2015 Mauricio Wiesenthal (‘Rainer María Rilke. El vidente y lo oculto’, Acantilado), este cuenta una anécdota del escritor ruso Máximo Gorki: “Siendo todavía un niño –comenta Wiesenthal de Gorki- trabajó como pinche de cocina en un remolcador. Le gustaban los libros más que los fogones, y el cocinero le hacía leer en voz alta, a cambio de librarle del servicio”. No es muy frecuente que el jefe exima a un muchacho de su trabajo a condición de que ocupe el tiempo en la lectura (“Todos lloraban cuando leía ‘Tarás Bulba’, o cuando contaba historias novelescas a sus compañeros de navegación” –sigue contando Wiesenthal- Y el cocinero le decía emocionado: “lee, muchacho, lee, que no hay nada mejor que los libros”). Que un cocinero de un remolcador tenga esa sensibilidad y ese sentido de la responsabilidad sobre la educación de un pinche no es que sea poco habitual, es sin duda toda una excepción, una verdadera rareza pero, como los caminos del Señor, los de la lectura a veces también son inescrutables. Gorki recordaría toda su vida a ese cocinero que, en su modestia, supo orientar los primeros pasos literarios del que con el tiempo vendría a ser uno de los más destacados escritores de la gran Rusia. Hoy, a pesar de todas las estrategias y mecanismos que se activan para hacer de la lectura un hábito, una actividad más que incorporar a la vida diaria de los jóvenes españoles (estrategias que tienen a la escuela como centro de operaciones y, en menor medida, a las bibliotecas públicas), no hay mejor ni más eficaz animación a la lectura que la casa de uno, la familia, el padre y la madre sentados con sus hijos leyéndoles un cuento, o leyendo el niño o la niña bajo la atención de sus padres. Esperar que a nuestro hijo o hija se le presente el cocinero de Gorki es esperar un verdadero milagro; los caminos de la lectura, como los del Señor, son inescrutables, no imposibles. José López Romero.

viernes, 3 de febrero de 2017

¿LOS LIBROS SON CAROS?

La cultura en este país es cara y lo ha sido siempre, aunque en estos últimos tiempos con el aumento del IVA se haya encarecido aún más. Quizá, y como viene siendo habitual desde hace ya muchos años, la subida de impuestos no sea más que la coartada para subir el producto, que esta subida repercuta directamente en el consumidor o usuario y echarle las culpas al gobierno de turno, porque para eso está. Y lo que realmente debería considerarse un producto de primera necesidad (¡animación a la lectura!), se convierte en artículo de lujo, al alcance de pocos, y cada vez, menos bolsillos. El cine, el teatro… Pero cuando se abaratan las entradas los espectadores acuden en masa, como se ha comprobado en estos últimos años con los días del espectador o con la fiesta del cine. Esto le decía yo a la madre el otro día, cuando mi hijo, que aparentaba si no  distracción escaso, si no nulo, interés (estado natural) por nuestra conversación, nos suelta: “¡Qué razón tienes, Pá. A mí que me ha dado por la cultura del entrecot de ternera, no ganáis entre los dos para este artículo de primera necesidad”. Y contento volviose a su estado natural. La verdad es que  no me había yo parado a pensar en que había también una cultura del entrecot de ternera, yo estaba pensando más bien en los libros. Y venía todo ello a cuento porque el otro día me compré un libro a un precio que me pareció un poco desmesurado para lo que aparentemente era: unas escasas ciento cincuenta páginas, en letra más grande de lo normal, en formato más cercano al libro de bolsillo que a edición de lujo. Total: 20 euros. El lector que pretenda estar al día de las últimas novedades del mercado ya puede ir preparando la cartera si no quiere esperar a la edición de bolsillo, teniendo en cuenta además que las críticas, escasamente objetivas, tampoco le garantizan que la novela o libro que compra va a responder a sus expectativas. No cabe duda de que, a pesar de la espera, el libro de bolsillo (y en este formato hay precios muy asequibles) es siempre una buena opción para un lector paciente, o también acudir a los grandes nombres, a escritores que no nos van a defraudar: la última de Fernando Aramburu; ahora Eduardo Mendoza, flamante premio Cervantes; y tantos otros cuyas ediciones pueden comprarse, según las editoriales, a buen precio. ¡Ah! Se me olvidaba. El libro que ha provocado esta reflexión se titula ‘Historia de los libros perdidos’ de Giorgio Van Straten y debo confesar que a pesar del precio o, digámoslo de otra manera, a pesar de las características antes indicadas, es un magnífico libro, de lectura fácil, entretenida y enriquecedora en todos los aspectos; un libro que, como los buenos textos, señalan a otros libros, a otros autores que tienes por descubrir. ¿Para costar 20 euros? Al menos no lo tengo que tirar o guardarlo en esa segunda fila, la llamada del olvido, de una estantería. Pero si costase menos seguro estoy de que se venderían muchos ejemplares. El contenido lo merece sin duda. José López Romero.