Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 28 de mayo de 2011

DIOS, BORGES Y EL FÚTBOL

En el cuento “El espejo y la máscara”, incluido en “El libro de arena”, Jorge Luis Borges nos relata la historia del rey que una vez “librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego”, le encarga a un poeta el canto de todas sus grandes hazañas, a la manera de los bardos épicos. Pasado el año, plazo concedido por el rey para que el poeta escribiera su oda, éste la declama ante la corte y el pueblo. “Acepto tu labor –dice el rey-. Es otra victoria”. Toda la retórica, todos los giros, todo los estilos estaban comprendidos en la obra de aquel trovador. Pero… el rey le reprocha: “Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre, Las manos no han buscado los arcos… Nadie profirió un grito de batalla…” Como premio, el rey le regala un espejo de plata, pero lo emplaza para dentro de un año, en que deberá presentar otra loa. Cumplido el plazo, el poeta vuelve a la presencia del rey. Esta vez lee su composición con inseguridad, “la página era extraña. No era la descripción de la batalla, era la batalla”. El rey queda sorprendido por la nueva oda: supera lo anterior y también lo aniquila, dice, y como prueba de su aprobación le regala al poeta una máscara de oro. Y que Dios y Borges me perdonen por utilizar el cuento del escritor argentino para establecer la comparación con el fútbol. Toda la retórica, todos los estilos, el más depurado fútbol no cabe duda de que lo interpreta a la perfección el F.C. Barcelona; Guardiola, como el poeta de la primera oda, ha hecho de su equipo el acabado compendio de la mejor tradición balompédica. Y como exclamaría el rey: “Es otra victoria”, y Guardiola seguro que se mira todos los días en su espejo de plata. Y Mourinho es ese poeta inseguro, que lee a trompicones y en desorden su última composición. No cabe duda de que el Madrid no está para retóricas, sino para batallas; es más, y como dice el cuento, no es la imagen de la batalla, es la batalla misma, espíritu que representan Sergio Ramos, Carvalho o Pepe. Con su máscara de oro acude Mourinho a las ruedas de prensa. Pero una tercera redacción le pide el rey al poeta que haga. Al cabo de otro año, vuelve éste por tercera vez ante el rey. El poema era una sola línea, que aquél susurra al oído de éste. “En el alba –dijo el poeta- me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu”. “El que ahora compartimos los dos – el rey musitó-. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres”. A los que nos gusta el fútbol sabemos que la Belleza también está en un verso convertido en el remate o los controles de Zidane, en una jugada de Messi, en el taconazo de Fernando Redondo, en el gol de Maradona. No sé cómo quedará la final de mañana,  pero sí sé cómo termina el cuento. Les recomiendo (que Dios también me perdone) que se lo lean. José López Romero.

sábado, 21 de mayo de 2011

DESTRUCCIÓN

Después de haber leído su novela “Austerlitz”, volví hará unos meses sobre W.G. Sebald con su ensayo “Sobre la historia natural de la destrucción”. Me había interesado su larga narración, por momentos de complicada lectura, sobre la Europa que había dejado atrás la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo cómo Sebald, a través del protagonista, Austerlitz,  intenta personalizar el desarraigo que sufrió una buena parte de la población europea después de la gran guerra, en especial la alemana. El núcleo fundamental de “Sobre la historia natural de la destrucción” es la serie de conferencias que Sebald dictó en Zúrich en 1997, tituladas “Guerra aérea y literatura”. Bajo este epígrafe lo que el lector se encuentra es un estremecedor relato de la masacre sufrida por una población civil a consecuencia de los continuos bombardeos llevados a cabo por las fuerzas aéreas aliadas en los últimos años de la Guerra sobre algunas ciudades alemanas (Colonia, Hamburgo, Dresde…). Toda una estrategia de aniquilamiento con base en los campos de aviación de Norfolk (Inglaterra). Incendios, escombros, masacres en los búnkers donde se refugiaba la población, pero que ya no podían resistir ante el continuo bombardeo a que eran sometidos, supervivientes que vagaban por las ciudades en ruinas, son descripciones que Sebald lejos de suavizar, transcribe con todo su horror. Pero hay una segunda parte del título de sus conferencias, quizá la que más le interesa a Sebald denunciar en su libro: la literatura. Se lamenta Sebald de que sus colegas y paisanos no fueron capaces de denunciar lo que había ocurrido: la historia del otro genocidio. Muy pocos escritores, entre ellos el gran Heinrich Böll y su novela “El ángel callaba”, se atrevieron a dar testimonio de otra historia de la infamia perpetrada por el ser humano. “El ángel callaba” se escribió entre 1949 y 1951, pero se editó por primera vez en 1992. Como dice Sebald: “El reflejo casi natural, determinado por sentimientos de vergüenza y de despecho hacia el vencedor, fue callar y hacerse a un lado”. José López Romero.

sábado, 7 de mayo de 2011

EL MAL

En “La muerte viene de lejos”, una excelente novela de José Mª Guelbenzu, la protagonista, la juez Mariana de Marco, le pregunta a modo de reflexión al capitán López si “la raza humana está evolucionando hacia el Mal”. “Eso es imposible”, le responde el capitán. Pero la juez añade: “No me refiero a sangre y crimen, aunque este siglo [se refiere al siglo XX] se ha empapado bien de sangre; también la estupidez es… ¿no le parece un auténtico mal?”. Más que la estupidez, diría yo, que también, quizá sea la ignorancia voluntaria,  consciente y alevosamente aceptada y asumida una de las representaciones o señales más evidentes de cómo la humanidad, en palabras de Mariana de Marco, va derecha al Mal, así, con mayúscula. Y ante esa carrera frenética que hemos emprendido todos hacia el abismo, ¿qué o quiénes nos pueden ayudar? Pues ahora no encuentro otra solución que poner la vista en un pasado que fue mejor, pero no por el simple hecho de ser pasado. En cualquier tiempo difícil (¿qué tiempo no lo ha sido o no lo es?), siempre hubo voces autorizadas que llamaban al rearme moral, a la puesta en práctica de unos principios y valores morales, a partir de los cuales sustentar una sociedad desorientada y cada vez más necesitada de referentes o guías. Allá por el siglo IV, época de oscuridades y grandes dificultades provocadas por las continuas invasiones de los pueblos germánicos sobre el Imperio, ya en fase de descomposición, Basilio de Cesarea, Basilio el Grande, uno de los cuatro Padres de la Iglesia Griega, escribe sus tratados morales, entre los que hoy destacamos “A los jóvenes” y “Exhortación a un hijo espiritual”. En el primero de ellos, Basilio intenta enseñarle a la juventud cómo en la literatura clásica se pueden encontrar todo tipo de consejos y modelos de virtud que deben ser referentes de vida para esos jóvenes quizá confundidos por unos tiempos que no hacían fácil la propia existencia. Pericles, Euclides y, sobre todo, Sócrates van pasando por las páginas de este opúsculo que no quiere ser otra cosa que un breve, pero denso, manual de instrucción moral; como no otra pretensión tiene el segundo librito, “Exhortación a un hijo espiritual”, aunque su atribución a Basilio ha sido siempre muy discutida. Normas de comportamiento: amor al prójimo; deseo de paz; paciencia; rechazar la avaricia; evitar la soberbia; controlar la lengua, etc. son los temas que aborda este Padre de la Iglesia. Quizá más que nunca esta sociedad de hoy, nuestros jóvenes necesiten de manuales de instrucción como los escritos por Basilio; pero más aún necesitan de profesores como Francisco Antonio García Romero, impecable editor y estudioso de la obra de Basilio de Cesarea, quien nos ofrece una cuidada edición de estos dos textos del capadocio (editorial Ciudad Nueva). Hombres buenos, personas inteligentes que ponen al servicio del bien común sus conocimientos. Así, seguro que la humanidad no corre presurosa hacia el Mal, con mayúscula. José López Romero.