Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 25 de febrero de 2011

PROPIEDAD

“¿Qué le parecería al terrateniente que a los setenta años de su muerte sus tierras pasaran a ser “del dominio público” y ya no pudieran seguir heredándolas de generación en generación sus descendientes?... ¿Qué al panadero que ese fuera el destino de su panadería, al empresario el de sus empresas, al propietario de inmuebles el de sus casas, … el de sus objetos al coleccionista?... La pregunta es retórica: les parecería una expropiación póstuma, una confiscación, una requisa, un atropello a los muertos… Lo que no me parece bien es que las cosas no sean así en general, y sí lo sean, en cambio, para los escritores y músicos.” Argumenta Javier Marías en su artículo “El escritor como estorbo”, que recojo de su volumen “Literatura y fantasma” (Debolsillo, 2007). Y aunque el texto es de 1999, supongo que ya por esas fechas habría empezado o estaría en pleno fragor la guerra de las copias, la piratería audiovisual y, en consecuencia, el ínclito Teddy Bautista erigido en azote de bodas, bautizos y verbenas populares, en su libidinoso afán recaudatorio. Y todo para que él se permita vivir en un chalet principesco, disfrute de un sueldo y una posterior pensión de yo no sé cuanto miles de euros, según hemos sabido hace poco por los medios de comunicación. Pero vayamos a los argumentos y reivindicaciones de Javier Marías. Puestos a comparar, en apariencia no le falta razón al excelente novelista; pero hay en sus quejas un punto grueso de sofistiquería. Porque todo bien mueble o inmueble que no está en venta, sigue perteneciendo a su propietario, pero si éste decide venderlo, percibe un precio por él y deja de pertenecerle. ¿O es que el terrateniente si vendiese sus tierras seguiría disfrutando de su propiedad?, y lo mismo el panadero, o el empresario, o el coleccionista, si ponemos los mismos ejemplos que aduce Marías. ¿Qué hace un escritor o un músico si no es vender sus creaciones? Y no sólo recibe parte de la recaudación de sus ventas, sino que antes muchos de ellos ya han percibido una cantidad previa por el libro o por el disco, más los setenta años de derechos de autor que la ley les garantiza. ¿Mal negocio que el libro o la canción no les pertenezca de por vida e incluso puedan vivir de ellos hasta sus nietos? Pues no los venda; que sus descendientes sigan disfrutando con la lectura o con los acordes de sus creaciones, como hace el pintor con sus cuadros o el coleccionista con sus objetos, si no los pueden vender. Pero una vez vendidos, a éstos ni siquiera les queda el consuelo de las reediciones o los setenta años de derechos de autor. Que la piratería, las descargas masivas, etc., son uno de los grandes males que sufren la música, el cine y otras manifestaciones artísticas es indudable, y que tire la primera piedra el que esté libre de pecado, pero mucho me extraña que con tanto dinero en juego las grandes empresas no haya inventado programas o filtros contra las descargas. ¿No les interesa o prefieren pagar bien a perros de presa como Teddy Bautista para que pongan multas en las fiestas? Y ya de camino que mire si hay alguien fumando. José López Romero.


sábado, 12 de febrero de 2011

VENENOSO

Últimamente suelo, antes de escribir estos artículos, coger un frasquito de cicuta que tengo guardado en uno de los cajones de mi mesa y, con la solemnidad de una ceremonia religiosa, me embadurno las yemas de los dedos con el veneno, como otros se pintarían las uñas. Una vez realizada la operación, me dispongo a aporrear el teclado de mi sufrido ordenador. Así me salen los dichosos articulitos. A veces creo notar, cuando el tono empieza a agriarse, como una resistencia en las teclas y las letras tardan más en salir en la pantalla, como si este aparato me estuviese avisando de que quizá me haya pasado en la dosis; pero también a medida que me voy calentando, noto que mis dedos son más rápidos y percuten en las teclas con más vigor, como si quisieran más que proyectar las palabras, grabarlas en negro sobre blanco. Sin duda que el veneno es un complemento perfecto para ciertas labores, una especie de motivador que desentumece cuerpo y mente, un a modo de bebida que en lugar de dar alas, genera en tu interior una sobredosis de mala leche. No hace ni dos minutos que me he sentado en la silla, delante del ordenador e iba a proceder a la ceremonia, iba a sacar el botecito y a extenderme una buena capa en los dedos ya dispuestos a la tarea. Hoy tenía ganas de escribir sobre algunos historiadores de Jerez, pero no merecen ni una gota de mi cicuta, o sobre política (ya noto cómo mis dedos van adquiriendo más velocidad), o sobre viejas instituciones culturales ancladas en un siglo que ya nadie recuerda, o de las mentiras y  de los mentirosos, o sobre la literatura de usar y tirar. Pero quizá tenga el día tonto y he cambiado de idea. No me interesa gastar mis pequeñas dosis de veneno en temas que ni me interesan ni merecen la pena que nos interesemos por ellos, no son tan importantes. Prefiero ponerme a leer “Respiración artificial” de Ricardo Piglia, o echarle un vistazo a algunos capítulos de “La biblioteca de noche”, de Alberto Manguel, cuya lectura tanto me gustó, o leer algunos poemas de Quevedo. Pero nunca me he mojado el dedo en la boca para pasar las páginas de un libro (buena lección la que aprendimos de “El nombre de la rosa”). Que hoy no me apetezca escribir, no quiere decir que me chupe el dedo. José López Romero.

sábado, 5 de febrero de 2011

EL CALLEJÓN DEL GATO

Si a algún amigo o conocido, en un acto de temeridad, se le ocurriera pedirme que le sugiriera una novela que recree la Roma imperial y la figura de Julio César, yo no dudaría (con permiso de mi amigo Juan Cienfuegos) en aconsejarle “Los idus de marzo” de Thornton Wilder. Novela que, además, tiene como interés añadido su estructura epistolar; cartas por las que vamos conociendo la psicología de los personajes, sus preocupaciones, deseos, sentimientos, etc., y entre los que destaca el poeta Catulo. Pero si ese amigo o conocido, en un ataque de imprudencia manifiesta, persistiera con terquedad en más sugerencias, le aconsejaría el drama de Shakespeare “Julio César” y, en especial, el discurso de Marco Antonio ante la plebe de Roma (magnífico Marlon Brandon en la película de Joseph L. Mankiewicz), o el capítulo dedicado a Cicerón en “Momentos estelares de la humanidad”, de Stefan Zweig. O incluso, si sólo se trata de entrar en contacto con los héroes clásicos el “Coriolano” del mismo Shakespeare. Porque de eso tratan las grandes obras que hemos señalado, de héroes, de hombres grandes que supieron estar más allá de la altura a la que su tiempo les exigía. Y no otra intención tuvieron Wilder, Shakespeare, Zweig y tantos otros escritores, sino poner de relieve, ante la admiración de los lectores, la grandeza de aquellos hombres convertidos en héroes. Como son, por otra parte, el Ulises de la “Odisea”, o el Eneas de Virgilio. Pero ya Valle-Inclán se encargó a principios del siglo pasado de transformar heroicidad en mezquindad, grandeza en miseria. Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos del callejón del Gato dan el esperpento: visión degradada de la realidad, transformada con matemática perfecta de espejo cóncavo, cuyos héroes son fantoches y peleles, como don Latino de Hispalis. ¿Cómo, si no es a través de los espejos cóncavos, pudimos leer las entrevistas realizadas a cargos provinciales y nacionales y publicadas en este mismo Diario (véanse domingo 16 de enero y sábado 29 de enero)? Se palpaba en las respuestas de ambos personajes el desprecio por los más básicos principios de democracia, justicia y honradez propios de políticos resabiados y reservones que se refugian en tablas, agachan la cabeza y escarban en los asuntos tenebrosos, no para destaparlos, sino para echarles más tierra encima. Hace ya demasiado tiempo que algunos políticos, lejos de ser héroes, no están ni siquiera a la altura que les exigen los tiempos y los ciudadanos; hace ya demasiado tiempo que la realidad política de nuestra tierra ha pasado por los espejos cóncavos del callejón del Gato, y sólo refleja seres mezquinos y degradados. Yo, como aquel que se acercó a César, les advertiría “guárdense de los “idus de mayo”. José López Romero.