Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 17 de mayo de 2024

MI PADRE ESPAÑOL

Ricardo Dudda publicó el pasado año en la editorial Libros del Asteroide ‘Mi padre alemán’, título que tomo prestado y modificado para este artículo. En su texto, Dudda más que una biografía de su padre, Gernot, un publicista de renombre en España a finales del siglo pasado, repasa la historia familiar partiendo de su abuelo, Richard, del que descubre a través de los documentos que conserva la familia que formó parte de la policía nazi. Pero lo que le interesa a Dudda con su libro no son los antecedentes más o menos oscuros de sus antepasados, sino el desarraigo que supone para toda una familia nacer en un país que ya no existe, con una nacionalidad que puede cambiar según cambian las fronteras y con una lengua que vas olvidando a medida que vas emigrando de un sitio en otro. Es otra de las terribles consecuencias de una guerra. Esos efectos “colaterales” que provocó, como cualquier otro conflicto bélico, la II Guerra Mundial y de los que nada se dice en los manuales, sólo en libros como el escrito por Ricardo Dudda. Gernot  nació en 1940 en una pequeña ciudad alemana que después de la guerra pasó a ser polaca. Tuvo que pasar de la zona rusa de la Alemania ocupada a la Alemania Federal, y a sus ochenta y tres años vive en una casa frente al mar Mediterráneo, en la playa del Hoyo (Murcia), después de una vida dedicada a la publicidad. Sin haber sufrido una guerra ni sus consecuencias más inmediatas, quizá todos en cierto momento de la vida le debamos un libro a nuestros padres y abuelos, a nuestra familia. Los que nacimos en un seno familiar modesto, gente trabajadora, que intentaba que la generación siguiente mejorara las condiciones de vida de la anterior, sabemos de los sacrificios que tuvieron que hacer nuestros padres para ello. No tuvieron necesidad de emigrar, como muchos lo hicieron precisamente a la tierra de promisión que era para los trabajadores españoles Alemania, pero padecieron aquellos “años del hambre” que no olvidaron jamás y la larga travesía por la España en gris oscuro. La España del pluriempleo, de las letras con vencimiento a fin de mes y de las cuotas al Ocaso. Cada país ha tenido en la historia del peor siglo para Humanidad, el XX, su infierno. Este primer tercio del XXI no se presenta mejor. José López Romero. 

viernes, 3 de mayo de 2024

DISCURSOS

El otro día un buen amigo me regaló un libro. Lo abrí con la ilusión de un niño y leí el título: ‘Discurso sobre el hijo-de-puta’ (ed. Pepitas de calabaza, Logroño, 2014). Miré a mi amigo intentando descubrir las intenciones de aquel regalo, pero no observé en su rostro el más mínimo atisbo de maldad; muy al contrario, al notar mi recelo me dijo: “como te gustó tanto ‘Las leyes fundamentales de la estupidez humana’ de Carlo M. Cipolla, supuse que este discurso te interesaría. Es más -siguió con su convencimiento- si alguien escribiese ‘La fauna del Congreso de los Diputados’, no dudes de que te lo regalaría y así tendrías el triángulo equilátero”. Me convenció. Y me dispuse a leer el discurso escrito por el autor portugués Alberto Pimenta (Oporto, 1937), un autor polifacético, heterodoxo y experimental que, a la manera de Cipolla y sus estúpidos, señala nada más comenzar el discurso que hijos-de-puta hay por todos lados, aunque esa es una afirmación evidente a poco que echemos un vistazo a nuestro alrededor o simplemente nos pongamos a ver los informativos de la tele. Si hacemos nuestra la premisa de ambos escritores de que en todo grupo humano (¿?) hay un número de estúpidos y otro de hijos-de-puta, e incluso alguno que reúne ambas condiciones, ya podríamos empezar a repartir los roles que a cada uno le corresponden. En su interesante discurso Pimenta distribuye al hijo-de-puta en dos grupos: los especialistas en hacer, es decir, los que ejercen activamente, y los especialistas en no dejar hacer, es decir, los que ejercen molestando al prójimo y poniendo toda clase de obstáculos. O dicho de la manera literal en que lo describe el autor portugués: “El hijo-de-puta integral, el que lo es por disposición y por ocupación, el que puede realizar sin limitaciones su vocación de hijo-de-puta, ya sabemos que ni quiere vivir ni dejar vivir” (p. 75). Otro de los rasgos definidores de este espécimen es el ansia por trepar: “El hijo-de-puta no quiere salir del puesto que ocupa (a no ser para ocupar un puesto relativamente con mayor plusvalía), ni quiere que los demás salgan del puesto que ocupan (a no ser para ocupar un puesto relativamente con menor plusvalía) (pp. 52-53). Otras dos características de este cada vez más numeroso grupo es la envidia y el ansia de poder y dominio: “El hijo-de-puta vive preocupado, roído por la envidia; el deseo del hijo-de-puta es que nadie llegue a estar nunca en medio de lo nuevo, de lo bello, de lo agradable, porque eso da satisfacción a quien allí está… El hijo-de-puta acepta que los demás hagan, pero solo lo que él quiere que se haga.” (pp. 82-83). Y así, página a página Pimenta va desgranando y desvelando la idiosincrasia del hijo-de-puta, por la que cada lector identificará a alguien cercano a él o, lo que sería más grave, a él mismo; o, sobre todo, a algunos que aparecen todos los días en los informativos. Aunque estos últimos si además son estúpidos, ni se darán cuenta de que también son hijos-de-puta. Nota final: tengo entendido que Puigdemont ha publicado un libro con sus discursos. No era un triángulo, sino un cuadrado. José López Romero.