Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

miércoles, 25 de noviembre de 2009

CABEZA DE TURCO


Acabo de leer “Cabeza de turco” del alemán Günter Wallraff, un descarnado documento sobre las condiciones de trabajo a que son sometidos los turcos en Alemania, y que el mismo autor sufrió al hacerse pasar por uno de esos inmigrantes que buscan fortuna en uno de los países más ricos de la Unión Europea. Una crónica de infamias que data de 1985 y que, según la contraportada de la edición de Anagrama, “levantó una auténtica conmoción” en aquel país. No era para menos. En un artículo de hace unas semanas comentaba yo cómo la literatura ha sido siempre un buen canal para denunciar las pésimas condiciones (humillantes incluso) en que obreros y campesinos han trabajado durante años, por no decir siglos. A los ejemplos allí aducidos podemos ahora añadir buena parte del Naturalismo decimonónico (“La taberna” de Emilio Zola) y todo el Realismo Social de los años cincuenta (Alfonso Grosso, Luis Romero, López Pacheco, e incluso Caballero Bonald con su “Dos días de setiembre”). Pero lo que relata Wallraff no es literatura, sino la realidad en toda su crudeza, tanta por momentos que uno llega a dudar de la veracidad del relato. Pero es la propia realidad quien nos convence de que lo vivido por un turco en la Alemania de 1985, puede superarse. Sin ir más lejos, basta con asomarse a los periódicos; no hay fin de semana que en sus páginas no nos encontremos con crónicas de verdadera esclavitud, por no hablar de la desesperación de trabajadores (ver Diario de Jerez, domingo, 8 de noviembre) que no ven la salida a una negra crisis que tantos y por tanto tiempo negaron. Y mientras, no paran de sacarse de la manga planes y leyes. La última, la populista de los impuestos a los jugadores extranjeros. Si tienen que pagar, que paguen, por supuesto, ¡faltaría más!. Pero mucho mayor y más grave es el daño que se hace a la democracia y a sus instituciones cada vez que cogen a un político con las manos en la masa. Más de 4.000 millones de euros en diez años por sólo 28 causas abiertas darían para la creación de muchos puestos de trabajo. Por cada político (y me van a permitir también el femenino) o política trincón/a, todos los ciudadanos nos sentimos “cabeza de turco”. José López Romero.

RECOMENDACIONES


La santa bohemia y otros artículos
Ernesto Bark. Renacimiento, 1999.

Precisamente el mismo año en que Unamuno escribió “La tía Tula” (1920), se publicaba por vez primera “Luces de bohemia”, la gran obra de teatro de Valle-Inclán y del siglo XX. En esta obra aparece el anarquista Ernesto Bark bajo la apariencia de Basilio Soulinake, personaje que jura y perjura que Max Estrella sólo sufre un ataque de catalepsia. Ernesto Bark, de origen ruso, fue uno de esos personajes que, al igual que el insigne Alejandro Sawa, representaron esa “santa bohemia” madrileña y canalla de los últimos años del XIX y los primeros del XX. La publicación de sus artículos por Renacimiento hace unos años nos descubre a un escritor comprometido con su tiempo y, sobre todo, con la miseria de los que nada tenían. Páginas tan descanadas como llenas de razón y verdad, en las que descubrimos que la crisis en España más que un estado más o menos pasajero, es una seña de identidad. J.L.R.

domingo, 22 de noviembre de 2009

FEMENINO PLURAL


“Se te acumulan las lecturas, cariño”, me dice al oído mi mujer, que me acechaba como las leonas a su presa en los documentales de la 2, que todo el mundo ve mientras duerme la siesta. Y yo sé por qué me lo dice. Los últimos dos grandes premios literarios han recaído en sendas mujeres, el Nobel para la poeta y novelista alemana Herta Müller, y el Planeta para la periodista Ángeles Caso. Ella, mi mujer, de sobra sabe que me entra urticaria si me atrevo a leer los premios o los premiados cuando ni siquiera han quitado aún los manteles de la gala de entrega; pero no me lo dice por eso, sino porque desde que tengo uso de lectura he desarrollado una cierta prevención contra la literatura escrita por mujeres; prevención (que no rechazo) que ha disminuido por épocas gracias a plumas como la de María de Zayas y Sotomayor con sus deliciosos “Desengaños amorosos” (excelente edición en Cátedra a cargo de Alicia Yllera), novelas amorosas, al modo de las ejemplares cervantinas, o como la de Emilia Pardo Bazán, una de nuestras grandes novelistas decimonónicas, o incluso Carmen Martín Gaite, por no citar a extranjeras (Marguerite Yourcenar, podría ser un excelente ejemplo). Pero que, sin embargo, han aumentado, también por épocas, hasta abandonar casi totalmente la corriente femenina, el trazo grueso de Lucía Echebarría, o Maruja Torres o Rosa Montero y sus feminismos trasnochados. Quizá sea, y esto es una impresión de lector y, como tal, tan discutible como respetable (no se me revolucionen), porque la mujer no ha sabido escribir sobre los hombres, ni sobre ellas mismas, mientras que el alma femenina ha sido siempre objeto de atención y estudio por parte de los hombres. Así, si no leo literatura femenina, sí, en cambio, he leído con verdadero interés, y enorme placer, obras que analizan a la mujer como muy difícilmente haría una escritora. Ejemplos paradigmáticos de lo que digo y que están en el conocimiento de todos son “Madame Bovary” y su paralelo castellano, “La regenta”. Y en este sentido recomendaría “Climas” de André Maurois y “Hablando del asunto” de Julian Barnes con su continuación “Amor etcétera”. Y puestos a poner autores premiados que han ahondado en lo femenino con exquisito bisturí, léase el propio García Márquez o Vargas Llosa, o el mismo Javier Marías, hasta una lista interminable, que quedaría muy reducida si se tratara de escritoras. P.d. No sé si cuando esto se publique tendré que pedir asilo en el sofá del salón; en cualquier caso, la leona sigue al acecho, mientras yo, ajeno, duermo mi siestecita. José López Romero.

ESFUERZO


Leo una entrevista a José Calvo Poyato, para muchos conocido por ser el hermanísimo de aquella ministra de Cultura, Carmen Calvo, célebre más por sus meteduras de pata que por su brillantez (el signo de los gobiernos de ZP); para otros, conocido por haber sido él también parte de la política andaluza, pues llegó a ser portavoz del grupo andalucista en el parlamento andaluz, cuando el PA gozaba de la confianza de muchos votantes, es decir, era un partido y no cadáver; y para otros también conocido por ser un prolífico escritor de novelas históricas y profesor de Historia. Como ven, una vida, a sus 58 años, bien aprovechada. “Mi padre era un agricultor que trabajó mucho por que sus hijos estudiaran. Sí, en casa había una ética del esfuerzo…” dice en la entrevista, que destila la sensatez y la sinceridad propias de una persona con todo ese bagaje vital, profesional e intelectual a sus espaldas. Y de la misma manera que habla de esa “ética del esfuerzo” que él vivió en su casa desde niño, y que ahora lamentamos haber perdido en varias generaciones de nuestros jóvenes, también se lamenta de los zarandeos que sufre la educación en nuestro país (“para empezar el curso, una botellona hasta las siete de la mañana. Padres que abofetean a profesores; tensión; maestros privados de prestigio social… un desastre”). Acaba de publicar en Plaza y Janés una novela sobre Hipatia, la misma heroína de la polémica película de Amenábar, aunque aclara que él ya llevaba su trabajo bastante adelantado cuando se empezó a hablar del film. Reconozco que no he leído nada de la extensísima producción de José Calvo, ni siquiera una de las muchas novelas históricas que ha escrito y publicado, a pesar de que algunas están ambientadas en los siglos XVI y XVII, que son sin duda mis preferidos. Será, como él bien dice, que “la novela histórica no goza del favor de la crítica, pero sí del público. Y me gusta tener público”. Como lector de novelas históricas, nunca como el crítico que no soy, busco en éstas algo más que la ambientación tópica y la trama fácil; por eso de todas las que he leído, me sobran dedos de una mano para numerar las que salvaría. Pero en honor a un hombre tan sensato como sincero; a un hombre que ha aprovechado su vida y sigue creyendo en esa “ética del esfuerzo” que le inculcó su padre, prometo leer alguna de sus novelas. Personas así bien merecen también un esfuerzo por nuestra parte; ese esfuerzo que también me enseñaron mis padres. José López Romero.