Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

domingo, 22 de enero de 2023

LA COCHAMBROSA

Hay libros que solo por el título merecen la pena ser leídos. En mi memoria está siempre presente ‘La vida perra de Juanita Narboni’ de mi admirado Ángel Vázquez, cuyo magnífico título hace honor al texto. Pues bien, ‘La cochambrosa’ (ed. Renacimiento, 2018) forma parte de esta colección y, como el ejemplo anterior, título y texto constituyen una excelente simbiosis.  Y si a esto le unimos el nombre de su autor, Pedro Luis Gálvez (Málaga, 1882-Madrid, 1940), estaríamos ante una conjunción planetaria similar a la que ya anunciara una exministra cuyo nombre vaga por la galaxia. Pedro Luis Gálvez, famoso en sus años de rebeldía juvenil por pertenecer a la más recalcitrante bohemia de entre siglos, y después célebre por su controvertida participación en la Guerra Civil, lo definió Andrés Trapiello en su imprescindible ‘Las armas y las letras’ como un “bandido. Con talento; de bandido y de escritor”. Todo un personaje. Y no le falta razón a Trapiello en lo de “talento de escritor” porque ‘La cochambrosa’ es una de estas novelas que se recrea en la truculencia, la fealdad y el tremendismo tan característicos de los epígonos del Naturalismo, es decir, de esa literatura de finales del XIX y principios del XX, sobre todo la que escribieron bohemios tan insignes como el gran Alejandro Sawa, cuyos títulos ‘Criadero de curas’ o ‘La mujer de todo el mundo’, o Eduardo López Bago con ‘La prostituta’ bien pueden formar parte también de esa colección que señalaba al comienzo de estas líneas. Pero si los títulos de Sawa y de López Bago no dejan lugar a la duda ni a la confusión, debo aclarar que ‘La cochambrosa’, como el pobre Elías Jiménez, su protagonista, declara al final del relato es “¡La Vida! ¡La gran Cochambrosa! ¡El humano Estercolero! ¡Todo es mierda!”. P. L. Gálvez sería fusilado en la cárcel de Porlier en 1940. Todo un visionario. José López Romero.