Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

domingo, 25 de marzo de 2012

NEGRO SOBRE OSCURO

Terraza de un bar. Temperatura poco agradable para tertulias. Son las 10’30 de la noche y, sin embargo, en una mesa un grupo de literatos aguanta a la intemperie, toma el fresco y lo que le echen; entre ellos destaca un viejo profesor con estudiada pose bohemia (por aquello del “torpe aliño indumentario” del maestro), presuntuoso y gorrón. En la barra, negociando la cuarta de oloroso, un pobre diablo maldice su negra suerte por no haber llegado a tiempo a los aperitivos con que aquella noche agasajaba el local a la parroquia. Cena en blanco y ¡cómo están los tiempos…! Con mirada torva y de soslayo el curdela observa a la mesa del Parnaso, los conoce bien, son estómagos agradecidos que se lanzan como cuervos a las primicias de las bandejas que seguro, se imagina hambriento, habrán desfilado con prodigalidad. La tertulia de las insignes plumas gira en torno a los premios literarios, de los que el viejo profesor si no es del todo afecto, tampoco reniega, “al fin y al cabo –pontifica con avaricia de Fagín- si la dotación económica es buena, no haremos ascos. Tengo algún conocido en el jurado…”, y llama al camarero por si todavía pudiera gorronear alguna sobra, mientras se escarba los molares con un palillo, entre reflexivo e indolente; siempre que se aplica a esta labor higiénica pero grosera se le viene a las mientes algún perdido entre su memoria fragmento de la picaresca. ¡Ay, cuando él leía! Lleva ya un tiempo que sólo se lee a sí mismo. “Negra. –atrona la voz del pobre diablo arrastrada por el fragor de las copas. La Pléyade queda en silencio y expectante. El viejo profesor, altivo el rostro, muestra su desdén- No hay más que un género en la literatura: el negro, como ya demostró Umberto Eco con “El nombre de la rosa”: historia, crímenes e investigación; o, como diría Pérez Reverte, planteamiento, nudo y desenlace”. Negra la literatura, como el alma, como los falsos premios, como el agujero de vanidad de los tenores huecos… por aquello del maestro. José López Romero.

sábado, 17 de marzo de 2012

ASÍ QUE PASEN CIEN AÑOS

Recordaba el gran Borges en el prólogo que en su día escribió al relato “Las cartas de mamá” de Julio Cortázar, una frase o consejo que daba el filósofo Schopenhauer: para no exponernos al azar, sólo habría que leer libros que hubieran cumplido cien años. Y a más de un escritor ya entrado en bastantes años le he leído u oído que él ya se dedica a releer, porque no quiere perder el tiempo, que tiene tasado, en novedades. Ya se sabe: las afirmaciones tan categóricas siempre tienen un punto de injusticia, aunque en otras muchas ocasiones no dejan de tener su fondo de razón. Ni todo lo bueno se escribió hace al menos cien años, ni todo lo escrito de un siglo hasta la fecha no merece ni el más mínimo beneficio de la duda, algún voto de confianza y, por tanto, su lectura. Además, como la memoria es por desgracia limitada, olvidamos con la misma facilidad lo leído como lo comido, aunque, como alguien dijo, ambas cosas contribuyen por igual a sustentar el espíritu y el cuerpo; y así, como siempre tenemos necesidad de alimentarnos, de la misma manera notamos nuestro espíritu en todo momento deseoso tanto de los antiguos como de los modernos. Los primeros para consolidar lo aprendido, los segundos para abrirnos nuevas expectativas. Sin embargo y como decíamos, no le quitemos esa parte de razón que el consejo o frase de Schopenhauer sin duda contiene, y yo la ampliaría, no sólo a los libros, sino a muchas manifestaciones artísticas, aunque para algunas de éstas ni siquiera tengamos que retrotraernos un siglo. Véase, por ejemplo, el cine. El 90 por ciento (vamos a ponernos categóricos como el filósofo alemán) de las películas que se ruedan desde hace diez años no aguantan ni una mínima revisión, por mucho que se empeñen los canales de televisión en reponernos siempre los mismos bodrios. Y para qué hablar del cine español, juventud, sexo, droga son los únicos ingredientes que al parecer nuestros inteligentes guionistas y directores saben mezclar con suerte o fortuna siempre escasa, por no hablar del inefable Torrente, cuyo gesto más elegante es coger en la mano el fétido olor de sus pedos y restregársela en la cara al pobre de Paquirrín, quien necesitaría 20 años en el Actors Studio para llegar a figurante. No me extraña que con este panorama muchos busquen películas en blanco y negro. Como terminamos refugiándonos en esa literatura que nunca decepciona, la que sabemos que no sólo entretiene, sino que nos hace pensar, y hasta nos exige un esfuerzo suplementario: el de ser mejores. Ya lo decía Coleridge al definir la poesía: las mejores palabras en el mejor orden. No hay ni otro mecanismo, ni otra técnica, ni más mimbres, y eso quizá sólo lo han sabido hacer aquellos que ahora tienen sus nombres grabados en oro en la historia de la literatura o en el cine, y a ellos acudimos. Lo demás, sea antiguo o moderno, no nos sirve y es pérdida de tiempo y hasta de dinero. ¡Y para eso estamos! José López Romero.

sábado, 10 de marzo de 2012

MARCAS

“¡Qué lástima que los libros no sean de marca, porque así el regalo tendría otro caché!”, le oí sorprendido a una señora que rodeada de bolsas de todas las marcas se tomaba una copa de vino blanco en la mesa de al lado. Su interlocutora no le iba a la zaga en esto de las bolsas y las tonterías. “¡Huy, hija, con lo que algunos libros cuestan ya podrían ser de Armani o de Loewe!” Ni imaginarme puedo que los libros fueran editados por los sellos de esas empresas del diseño y de la moda, y en lugar de Anagrama o de Seix Barral, de Alianza o de Cátedra, habláramos del último Loewe, o de las novedades de Chanel o de la última novela de Versace o de Gucci. Y todo por hacer del libro un objeto de regalo más glamouroso (palabra cursi donde las haya). La obsesión por las marcas en esta sociedad de hoy no tiene límites y la ansiedad por hacerse con uno, aunque sólo sea uno, de los ya prohibitivos objetos que estas marcas comercializan, seguro que ha llevado a más de una señora o señor al límite de alguna enfermedad tan absurda como incurable. Pero los libros, a pesar del lamento de aquella señora, sí tienen marca que no es la de la editorial que lo publica y comercializa, sino del autor que lo ha escrito. Y así, si en lo tocante a libros no hablamos de un Armani, sí hablamos de un Vargas Llosa, o de un Pérez Reverte, o de un Delibes o un Javier Marías. Son las marcas y en ellas, como en las otras, ponemos toda nuestra confianza  de que el producto que compramos no nos va a defraudar, muy al contrario, se convertirá en un signo de distinción, de elegancia. Y en esa obsesión por las marcas, la lectura para algunos termina por convertirse en un acto comparable al estreno de una camisa de Tommy Hilfiger o de Saint Laurent. Para estos frívolos lo importante no es leer, sino exhibir, hacer ostentación de la lectura; y para eso, uno no puede escoger cualquier escritor, como no puede elegir cualquier corbata. No se dan cuenta de que para leer, como también para vestir, hay que tener clase, la que uno tiene, no la que te da la marca. José López Romero.