Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 27 de octubre de 2017

HACE UN MILLÓN DE AÑOS

Acabo de cruzarme por la calle con dos bultos sospechosos, dos jóvenes (masculinos) que después de comer sendas bolsas de patatas fritas o producto parecido han tirado los envases al suelo, y después de beberse unas latas de otro producto propio de su edad, han eructado y las latas han seguido el mismo camino que los envases de patatas. A la vista de su atuendo y figura, la primera conclusión a la que llegué: desconocen el invento papelera. O más exacto: lo conocen, pero a la que se han encontrado en su camino, le habrán arreado una patada y la habrán tirado al suelo, o es posible que la hayan quemado. Y estuve en un tris de acercarme a ellos y preguntarles no por su actitud tan ciudadana, sino por los libros que han leído. Pero de nuevo me asaltó la conclusión: ninguno. Y más: y si han leído alguno, de muy poco les ha servido, o incluso es posible que lo hayan quemado. ¿Juventud? La misma historia y la misma pedagogía buenista de la que estamos hasta la punta del pelo (eufemismo) ¿Qué hacen esos especímenes más propios de hace un millón de años, en un aula metidos durante seis horas los cinco días de la semana escolar? Seguramente lo mismo que en la calle: molestar, eructar, tirar las cosas al suelo del aula, del patio de su colegio, porque no otra educación han tenido ni creo, por desgracia, que la vayan a mejorar. ¿Los profesores educadores? No, gracias. La educación se trae de casa, incorporada a la mochila, a esa mochila de respeto, de ganas de trabajar, de estudiar que antes nos inculcaban en casa nuestros padres. Preguntarles por los suyos a estos bultos hubiera sido una temeridad, porque ya sabemos cómo se las gastan estos seres primitivos cuando de los culpables de sus vidas se trata. Pero no hay que hacer mucho esfuerzo para imaginárselos. Basta volver a ver alguna película de la prehistoria para ver reflejado el ambiente familiar de estos seres que aún no han evolucionado a personas. ¿Libros? Predicar en el desierto. José López Romero. 


viernes, 13 de octubre de 2017

016

El matrimonio formado por Theobald y Luise llegan a casa. A ella se le han caído las bragas en plena calle hasta asomar por las faldas, lo que ha provocado un considerable revuelo. El marido no puede estar más disgustado, no por la honestidad de su mujer, sino porque el suceso puede acarrearles el desprestigio social y con este la ruina económica, más cuando él es un modesto funcionario y, al parecer, el emperador se hallaba cerca de allí. La golpea con el bastón y la insulta: “Tengo la culpa de tener una mujer así, una puerca, una fulana, una lunática”. Pero aquí no queda la cosa. Los insultos y desprecios que Theobald le dirige a su esposa son continuos a lo largo de esta obra, ‘Las bragas’, del escritor alemán Carl Sternheim (reseñada en esta página). ¿Qué se puede esperar de un individuo que confiesa hasta con orgullo que no lee nada en absoluto, que apenas piensa y que no conoce a Shakespeare y muy superficialmente a Goethe? Y él mismo declara que su filosofía de vida es tan cómoda como primitiva: “Mi vida va a durar setenta años. Ciñéndome a mi conciencia adquirida, en ese lapso de tiempo puedo disfrutar a mi manera de algunas cosas. Si quisiera para mí un pensamiento más elevado… en mi difícil condición intelectual apenas habría conseguido interiorizarlo en cien años”. Una aclaración muy pertinente: Sternheim escribió ‘Las bragas’ a principios del siglo XX. Y sin embargo, ¡cúantos Theobald siguen existiendo repartidos por el mundo! Especímenes que se regodean en su primitivismo (Theobald alardea incluso de su fuerza física), más cercano a la prehistoria de la humanidad: comer, beber, dormir y marcar territorio. Pero a los Theobald se les ve venir. Mucho peores son los “tartufos” que bajo el aspecto del manso, del hombre de pensamientos elevados esconden su verdadera naturaleza: la del violento, la del maltratador. No hay día en que la fatídica estadística no aumente con una víctima más de este terrible mal. Hace más de un siglo que Sternheim escribió su obra, ¡qué poco hemos aprendido!. José López Romero.   

viernes, 6 de octubre de 2017

EL INFIERNO DE RULO

En el ‘Sueño del Infierno’ o, por otro nombre, ‘las zahúrdas de Plutón’, el gran Quevedo nos presenta a un poeta que no hace más que maldecir al que inventó las consonantes (la rima consonante), “Pues porque en un soneto dije que una señora era absoluta, / y siendo más honesta que Lucrecia, / por dar fin al cuarteto la hice puta”. No suelo prestarles atención a las canciones actuales, que siempre tengo de fondo mientras conduzco. La mayoría, si no todas, adolecen de una ramplonería y una vacuidad artística que algunas hasta estremecen y levantan el vello. Pero el otro día y por pura casualidad, sin premeditación ni alevosía (lo juro), me puse a escuchar la canción “Noviembre” perteneciente al grupo ‘Rulo y la contrabanda’. El primer cuarteto dice así: “¿Cómo voy a hacer que el corazón no te duela / Si llevo años durmiendo abrazado a cualquiera? / ¿Cómo voy a conseguir dejarme de vicios / Si tengo menos voluntad que tu abogado de oficio?”. Enseguida se me vino a las mientes el texto de Quevedo. ¡Maldito inventor de las consonantes! El pobre de Rulo no ha podido encontrar mejor consonancia para sus “vicios” que a un pobre “abogado de oficio” que pasaba por allí (por su inagotable inspiración) y encima, para completar el ripio, lo tilda de poco esforzado en su trabajo. No hace falta que aquí comente, porque basta con acercarse al colegio de abogados para informarse, la labor tan desagradecida y escasamente remunerada que realizan a diario los abogados de oficio. Además de que tras cada uno de ellos hay una persona que se ha esforzado en sacarse un título universitario, que ahora ejerce con más penas y con tan poca gloria como escaso reconocimiento en los juzgados. ¿Y quién es Rulo? ¿qué mérito tiene si no es el único ser perpetrador de malas consonantes?. Para Quevedo, un serio y seguro candidato a su infierno. José López Romero.