El matrimonio formado por
Theobald y Luise llegan a casa. A ella se le han caído las bragas en plena
calle hasta asomar por las faldas, lo que ha provocado un considerable revuelo.
El marido no puede estar más disgustado, no por la honestidad de su mujer, sino
porque el suceso puede acarrearles el desprestigio social y con este la ruina
económica, más cuando él es un modesto funcionario y, al parecer, el emperador
se hallaba cerca de allí. La golpea con el bastón y la insulta: “Tengo la culpa
de tener una mujer así, una puerca, una fulana, una lunática”. Pero aquí no
queda la cosa. Los insultos y desprecios que Theobald le dirige a su esposa son
continuos a lo largo de esta obra, ‘Las bragas’, del escritor alemán Carl
Sternheim (reseñada en esta página). ¿Qué se puede esperar de un individuo que
confiesa hasta con orgullo que no lee nada en absoluto, que apenas piensa y que
no conoce a Shakespeare y muy superficialmente a Goethe? Y él mismo declara que
su filosofía de vida es tan cómoda como primitiva: “Mi vida va a durar setenta
años. Ciñéndome a mi conciencia adquirida, en ese lapso de tiempo puedo
disfrutar a mi manera de algunas cosas. Si quisiera para mí un pensamiento más
elevado… en mi difícil condición intelectual apenas habría conseguido interiorizarlo
en cien años”. Una aclaración muy pertinente: Sternheim escribió ‘Las bragas’ a
principios del siglo XX. Y sin embargo, ¡cúantos Theobald siguen existiendo
repartidos por el mundo! Especímenes que se regodean en su primitivismo
(Theobald alardea incluso de su fuerza física), más cercano a la prehistoria de
la humanidad: comer, beber, dormir y marcar territorio. Pero a los Theobald se
les ve venir. Mucho peores son los “tartufos” que bajo el aspecto del manso,
del hombre de pensamientos elevados esconden su verdadera naturaleza: la del
violento, la del maltratador. No hay día en que la fatídica estadística no
aumente con una víctima más de este terrible mal. Hace más de un siglo que
Sternheim escribió su obra, ¡qué poco hemos aprendido!. José López Romero.
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