Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 28 de octubre de 2016

POESÍA SOY YO

Título de la antología y también respuesta al propio editor del volumen, Chus Visor, quien el año pasado se dejaba caer con unas declaraciones sobre la poesía actual española, en la que venía a decir, entre otras perlas, que no hay grandes voces femeninas en la lírica española desde principios del siglo pasado. Lo curioso (el negocio induce a estas contradicciones) es que sea la editorial de Visor en la que se haya publicado esta recopilación a cargo de Raquel Lanseros y Ana Merino y que recoge una excelente muestra de la poesía femenina desde 1886 hasta 1960. Ochenta y dos mujeres tanto españolas como hispanoamericanas (“poetas en español del siglo XX” se subtitula la antología) bien representadas a través de sus poemas y que nos dan una visión bastante completa de casi toda una centuria de poesía femenina. Pero dos antologías más han venido en pocas fechas a sumarse a la de Lanseros y Merino: ‘(Tras)lúcidas’ (Barleby ediciones) coordinada por Marta López Vilar que viene casi a completar a aquella, pues el periodo que abarca es de 1980 a 2016, poesía última por tanto; y ‘20 con 20’, a cargo de Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez (Huerga & Fierro) y, sin olvidarnos de la ya lejana ‘Mujeres de carne y verso. Antología poética femenina del siglo XX’ (La esfera de los libros, 2002). Una respuesta en toda regla no solo a las declaraciones de Chus Visor, sino a todo (o a toda) aquel que piense que la poesía escrita por mujeres es de poco interés o que estas no alcanzan la altura de los hombres. En Literatura, como en casi todos los órdenes de la vida y sus actividades, establecer comparaciones sexistas poco provecho produce si no es la provocación por la provocación con los consiguientes conflictos, a los que esta sociedad actual tan sensible y tan alerta está, a menos que otros objetivos se persigan con ello, que al lector normalmente se le escapa. Pero tampoco caigamos en el victimismo bajo cuyo manto se esconde la mediocridad. José López Romero.  

viernes, 21 de octubre de 2016

MÁS QUE PALABRAS

Desde la pérdida, tan triste como irreparable, del gran maestro don Fernando Lázaro Carreter, y de ello ya hace una buena docena de años (2004), los que tenemos a nuestra lengua como profesión, y en algunos casos también como devoción, una sensación de cierta orfandad sentimos sin aquellos dardos en la palabra que don Fernando con tanto tino y pulso firme escribía y publicaba en la prensa, artículos que después reunió en dos volúmenes de obligada consulta para conocer los engranajes de nuestro idioma y el uso, muchas veces chirriante, que de este hacemos. Pues bien, el pasado verano la lectura de ‘Más que palabras’ del catedrático y académico Pedro Álvarez de Miranda, me ha devuelto ese gusto e interés por los asuntos y problemas lingüísticos con que leía los dardos de don Fernando. Y a la manera de estos, el libro de Álvarez de Miranda es una colección de artículos que su autor ha publicado previamente en otros medios, sobre todo en la revista ‘Rinconete’ del Centro Virtual Cervantes. Destaca, y de ahí también la referencia a los libros de Lázaro Carreter, la amenidad y, por momentos, la fina ironía con que Álvarez de Miranda aborda los problemas, la mayoría léxicos, que en sus artículos intenta aclarar y, especialmente, orientar al lector. Porque, y esta es otra de sus virtudes y principios que el propio autor defiende a lo largo del libro, no se trata en muchas ocasiones de aplicar la norma con todo su rigor, sino más bien de describir usos, costumbres, e incluso anomalías que una vez extendidas exigen cierto respeto, si no la condescendencia del especialista. Para ello, admiramos el rastreo que el lexicógrafo hace del origen de palabras y expresiones hasta llegar a la aclaración de su devenir a lo largo del tiempo (expresiones como “Así se las ponían a Fernando VII” o “pasarlas moradas”), o la divertida e interesante confusión por deficiente lectura del manuscrito de un verso de Lope, que da lugar a todo un altercado filológico; por no citar los artículos que dedica Álvarez de Miranda a analizar las distintas variantes de algunas palabras (“biruji”, “refanfinflar”), o el tan actual y lamentable problema del uso del femenino/masculino (verduga/verdugo; modisto/modista). Pequeños ensayos en los que, como decimos, el autor apenas quiere imponer la norma, aunque se muestra escrupulosamente respetuoso con ella, sino mostrarnos a través de la historia la plena vitalidad de una lengua. Y en esto Álvarez de Miranda nos da una lección de cómo las palabras nacen (motivo de júbilo), se reproducen (para nuestra satisfacción) y mueren, sin que tengamos la obligación de celebrar un duelo con su consiguiente funeral y entierro; y es labor del lexicólogo mostrarnos su procedencia, su uso, a ser posible el más correcto, y dejar que los hablantes la empleen de la mejor manera posible, sin rasgarnos las vestiduras. Un magnífico libro. José López Romero.

sábado, 8 de octubre de 2016

100 AÑOS

El pasado 29 de septiembre hubiera cumplido don Antonio Buero Vallejo 100 años de vida, una edad que solo alcanzan unos pocos privilegiados, quizá aquellos a los que se les ha olvidado morirse o que la muerte se ha olvidado de ellos. No es el caso de don Antonio, ni tampoco de Camilo José Cela quien también habría cumplido ese número de años el ya lejano 11 de mayo. Y para conmemorar la fecha de este último la RAE acaba de publicar la edición de una de sus mejores obras, ‘La colmena’, con la inclusión en apéndice de los pasajes y páginas que la censura prohibió en su edición española de 1963, aunque ya había aparecido la primera en Buenos Aires en 1951. Y la misma RAE en su página web anuncia los actos que se van a celebrar en honor de Buero Vallejo, aunque parece que no tiene prevista la edición conmemorativa de ninguno de sus imprescindibles dramas, pese a que estos también sufrieron las tijeras y la ignorancia de los censores de turno, a cuya nómina perteneció el propio Cela. La historia de la literatura española del siglo XX no se entiende sin estos dos grandes escritores, que llenan por sí mismos dos capítulos esenciales de un periodo de la centuria pasada, marcados por aquellos años posteriores al final de la guerra civil. En el caso de Buero Vallejo con especial consecuencia, pues fue condenado a muerte por aquellos tribunales militares franquistas que tan bien recrea Alberto Méndez en el relato tercero de ‘Los girasoles ciegos’. Repasar las entrevistas que en la red podemos encontrar de Buero, sobre todo la del programa “A fondo”, es encontrarse no solo con el escritor, con el dramaturgo, el más importante de la segunda mitad del siglo XX, sino sobre todo con un hombre que basó toda su vida en esas virtudes que ahora echamos tan en falta en esta España de hoy: la dignidad, la honestidad, la discreción. Las mismas virtudes que con tanta maestría supo insuflar en sus personajes. Leer a Buero Vallejo es hoy una necesidad, un ejercicio de higiene moral. José López Romero.


sábado, 1 de octubre de 2016

POKEMON GO

En la novela ‘El regreso de Titmuss’ (Libros del Asteroide), que reseñamos más abajo, el médico Fred Simcox recuerda cómo su predecesor en la consulta, el viejo doctor Salter, cuando traía un niño o una niña al mundo siempre le daba la consabida palmada en el culo y decía: “adelante, es lo máximo que puedo hacer por alguien que se embarca en la vida”. Pues eso es, por lo que parece, lo que durante este verano ha hecho la empresa Nintendo con el célebre fenómeno de los Pokemos, pero en lugar de darles a sus seguidores una palmada, les ha dado una patada y los ha puesto a andar, porque de eso se trataba o, al menos, así nos lo han querido vender: hacer andar a una población demasiado ensillonada, sobre todo aquella que precisamente juega en sus deletéreas consolas, fuente inagotable de obesidad y colesterol. Visto así hasta habrá que darle a la empresa las gracias. Pero cuando de movimiento de masas semovientes (y nunca mejor dicho) se trata, la cosa se nos puede ir de las manos, y así atónito me quedaba al ver en la tele reuniones masivas de perseguidores de esos muñecos, o viandantes que arriesgaban su vida al cruzar una avenida con tal de alcanzar su presa. Así visto, hasta habrá que reconocerle al invento su ingenio: una masa amorfa detrás de unos muñecos con una de sus armas preferidas de la que no pueden desprenderse: el móvil. Una de esas locuras de que solo son capaces los seres humanos (no confundir con el ‘homo sapiens’). No hace mucho, apenas unos pocos años, tanto mi compañero Ramón como yo en esta misma página celebrábamos la idea puesta en práctica del fenómeno que se dio en llamar “bookcrossing”, es decir, esos libros que un lector podía dejar en un lugar público (banco de una plaza o de un jardín; un bar…) para que otro lector pudiera leerlo, en una especie de cadena de lectura que en realidad encerraba mucho más que el simple trasiego de mano en mano del libro, porque leer es sinónimo de compartir y la lectura de complicidad. Pero por desgracia poco o nada sabemos ya de este fenómeno del “bookcrossing’’, por lo que podemos deducir o imaginarnos su fracaso estrepitoso; ni en los días en que los medios se hacían eco de ello, nunca vimos en la tele masas de gente que se reunían en busca de los libros, nadie ponía en riesgo su vida por leer antes que otro la novela que había dejado su último lector en un banco público, nadie preguntaba por la calle si habían visto un libro… Cuando me enteré por primera vez del famoso “pokémon go” me asaltó la pregunta (en mi infinita ingenuidad) ¿por qué en vez de muñecos no han elegido versos y así sus perseguidores se podían afanar en la tarea de componer el poema? La respuesta es muy sencilla: el fulano colectivo, ese que tiene la cabeza llena de colesterol, no movería un dedo de la mano que sostiene su móvil, no daría ni un paso con toda su excesiva humanidad por la cultura. Y eso es triste y desalentador. José López Romero.