En la novela ‘El regreso
de Titmuss’ (Libros del Asteroide), que reseñamos más abajo, el médico Fred
Simcox recuerda cómo su predecesor en la consulta, el viejo doctor Salter,
cuando traía un niño o una niña al mundo siempre le daba la consabida palmada
en el culo y decía: “adelante, es lo máximo que puedo hacer por alguien que se
embarca en la vida”. Pues eso es, por lo que parece, lo que durante este verano
ha hecho la empresa Nintendo con el célebre fenómeno de los Pokemos, pero en
lugar de darles a sus seguidores una palmada, les ha dado una patada y los ha
puesto a andar, porque de eso se trataba o, al menos, así nos lo han querido
vender: hacer andar a una población demasiado ensillonada, sobre todo aquella
que precisamente juega en sus deletéreas consolas, fuente inagotable de
obesidad y colesterol. Visto así hasta habrá que darle a la empresa las
gracias. Pero cuando de movimiento de masas semovientes (y nunca mejor dicho)
se trata, la cosa se nos puede ir de las manos, y así atónito me quedaba al ver
en la tele reuniones masivas de perseguidores de esos muñecos, o viandantes que
arriesgaban su vida al cruzar una avenida con tal de alcanzar su presa. Así
visto, hasta habrá que reconocerle al invento su ingenio: una masa amorfa
detrás de unos muñecos con una de sus armas preferidas de la que no pueden
desprenderse: el móvil. Una de esas locuras de que solo son capaces los seres
humanos (no confundir con el ‘homo sapiens’). No hace mucho, apenas unos pocos
años, tanto mi compañero Ramón como yo en esta misma página celebrábamos la
idea puesta en práctica del fenómeno que se dio en llamar “bookcrossing”, es
decir, esos libros que un lector podía dejar en un lugar público (banco de una
plaza o de un jardín; un bar…) para que otro lector pudiera leerlo, en una
especie de cadena de lectura que en realidad encerraba mucho más que el simple
trasiego de mano en mano del libro, porque leer es sinónimo de compartir y la
lectura de complicidad. Pero por desgracia poco o nada sabemos ya de este
fenómeno del “bookcrossing’’, por lo que podemos deducir o imaginarnos su
fracaso estrepitoso; ni en los días en que los medios se hacían eco de ello,
nunca vimos en la tele masas de gente que se reunían en busca de los libros,
nadie ponía en riesgo su vida por leer antes que otro la novela que había
dejado su último lector en un banco público, nadie preguntaba por la calle si
habían visto un libro… Cuando me enteré por primera vez del famoso “pokémon go”
me asaltó la pregunta (en mi infinita ingenuidad) ¿por qué en vez de muñecos no
han elegido versos y así sus perseguidores se podían afanar en la tarea de
componer el poema? La respuesta es muy sencilla: el fulano colectivo, ese que
tiene la cabeza llena de colesterol, no movería un dedo de la mano que sostiene
su móvil, no daría ni un paso con toda su excesiva humanidad por la cultura. Y
eso es triste y desalentador. José López Romero.
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