Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 17 de diciembre de 2016

PASIÓN Y PAISAJE

Con este título el poeta y profesor Jacobo Cortines presentó este mismo año en curso su poesía reunida (1975-2016). En la extensa e interesante “Adenda” final (“huellas de la creación”) Cortines va desvelando, a modo de diario, su proceso creador, las circunstancias que rodean la composición de muchos de sus poemas y, sobre todo, la lucha individual –pero en realidad universal- del poeta con la materia poética para hacerse con una voz personal. La finca familiar en Lebrija, “Micones”, los paisajes marineros vistos y sentidos desde la urbanización portuense de El Manantial, y especialmente la ciudad de Sevilla, en la que vive y en cuya universidad ha ejercido la docencia como profesor de Literatura Medieval, y por último su anhelada y soñada hacienda “El labrador” (magnífico el poema “Nombre entre nombres”), son los espacios en los que Cortines se inspira y trabaja para cincelar sus versos. El contacto tan íntimo con la naturaleza, campo y mar, pero también con los paisajes urbanos se dejan notar en unos poemas que tienen como constante esa relación entre sentimiento e imágenes y motivos naturales (pájaros, flores, árboles) o las calles y plazas de la ciudad, y también con el paso del tiempo; pero otras veces es solo al hombre y su doloroso vivir al que escuchamos y que él mismo desnuda en ese diario final. Poemas como “Reflejo en la ventana (autorretrato)”, o “Declaración”, o “Buenas noches”, por poner algunos ejemplos nos muestran su proceso de introspección. Sin olvidar tampoco la corriente social, el compromiso del escritor con su tiempo, en este caso ante la guerra (“Europa”). Finalmente, tanto en la esclarecedora introducción como en la “Adenda”, Cortines señala como punto de inflexión de su poesía la “Carta de junio” dedicada a su padre, un poema en tercetos endecasílabos que sin duda es el gran poema del libro. Cortines, fino traductor de Petrarca, nos deja un poemario de mesilla de noche. José López Romero.

sábado, 3 de diciembre de 2016

ARTE Y LITERATURA

Al hilo de algunas lecturas últimas y el lejano recuerdo de otras que más adelante citaré, me vino a la memoria el otro día la anécdota que Juan Mayorga incluye en su obra ‘El chico de la última fila’: le refería Juana, gerente de una galería de arte, a su marido Germán, un descreído del arte moderno, la historia de aquel artista que una vez pintadas unas acuarelas y grabadas en un CD la descripción de estas, había decidido destruirlas y exponer, como si de los cuadros se tratara, el disco que el espectador podía escuchar para hacerse una idea de lo que habían sido las pinturas. Ante tal ocurrencia no nos sorprende y hasta comprendemos la falta de fe y confianza del pobre Germán en una expresión artística que más tiene de boutade que de verdadero arte. Y esto me venía a la memoria porque la relación de las distintas artes con la literatura, con la lengua en general siempre ha sido muy estrecha, aunque no exenta de grandes dificultades; expresar con palabras los sentimientos, emociones o reacciones que despiertan en un espectador un cuadro o una escultura o, más difícil aún, la descripción de una pieza musical es un ejercicio literario que pone a prueba la pericia y, lo más importante, el dominio de la lengua y, sobre todo, la inspiración del escritor. ¿Cómo traducir en palabras las notas musicales que provocan en los oyentes  los más exquisitos y profundos sentimientos? Entre los ejemplos que a vuela pluma acuden a mi memoria lectora, el primero es la famosa ‘Oda a Francisco Salinas’ de fray Luis de León, por cuyos maravillosos acordes llegamos, llegaba el fraile poeta al conocimiento de Dios y a la perfección del mundo, movido a través de esa música celestial que salía del órgano de su amigo. La casualidad ha hecho que algunas de mis lecturas recientes aborden el tema que aquí tratamos: música y literatura. Muchos escritores han confesado la influencia de la música en su literatura, como tuvimos ocasión de comprobar en Cortázar, quien en su libro ‘Clases de literatura’ nos daba una lección de jazz; como delicada y atormentada era la música, la relación amorosa que nace y muere entre Erika y el joven violinista en la novela de Stefan Zweig ‘El amor de Erika Ewald’. Tonos grises, otoños e inviernos de aquella Viena de finales del XIX, música de nocturnos de Chopin, que transformamos en ragtime, en ritmos populares, en el más puro jazz en aquel barco, el Virginian, del que nunca saldrá Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, el protagonista de la novela de Baricco; o los acordes de ‘norwegian wood’ que Reiko le saca a la guitarra en ‘Tokio blues’ de Murakami. Pero si un escritor tuviera que destacar, en mi opinión, de aquellos que convirtieron en palabras la música, me quedaría sin duda con Bécquer y su leyenda ‘Maese Pérez el organista’. Leer esta joya del relato corto es escuchar al mismo tiempo esa música extremada que nos transporta, como el órgano de Salinas a su amigo Luis de León, al cielo. Sin olvidarnos tampoco de ‘El Miserere’. ¡Y no hace mucho estas leyendas se leían en Secundaria! ¡Qué tiempos! José López Romero. 


viernes, 25 de noviembre de 2016

CUSTOMIZAR

Hace unos días y paseando por los comercios de una de las grandes superficies de la ciudad, bajo la excusa de “hacer tiempo”, aunque ni mi mujer ni yo sabíamos para qué lo hacíamos, a la madre (que es una blanda) se le ocurrió comprarle una camisa a la niña. Cuando llegamos a casa, la niña cogió la camisa y unas tijeras, le cortó una manga, le hizo dos sietes por los costados, le puso tres cintas adhesivas y dos imperdibles y se la probó. A la camisa ya no la conocía ni la madre o el padre que la cosió. “Mira, mamá. Ya he customizado la camisa”. Menos mal que la madre (una mujer para un pobre), hizo de la manga sobrante un paño de cocina y le respondió a la niña: “Mira, niña. Ya he customizado la manga”. Y yo, que a todo esto asistía tan atónito como atento espectador, me pregunté para mis adentros: ¿podría yo hacer esto con algún poema o relato? ¿podría customizar una obra literaria hasta el punto de que no la conociera ni el padre o la madre que la escribió? Debo aclarar que derecho y veloz me fui al diccionario de la RAE y aún no se recoge en este un verbo tan lleno de posibilidades y tan rico en experiencias. La verdad es que la imitación ha sido desde que tenemos uso de conciencia literaria un concepto muy controvertido, venerado en otro tiempo pero perseguido desde que se impuso la originalidad como principio de creación. Hace ya unos años fuertes polémicas se levantaron en los ambientes literarios por un quítame allá estas customizaciones, que diríamos ahora. Porque de tomar prestados algún que otro verso o algún que otro párrafo, por no hablar de páginas, se trataba; es decir, ponerle dos o tres imperdibles a un poema o quitarle alguna manga al relato. Pocos intentos me bastaron para darme cuenta de las escasas aplicaciones que tiene el verbo customizar en literatura; en esa buena literatura que no consiente ni entiende de parches ni remiendos. José López Romero.


sábado, 12 de noviembre de 2016

PREMIOS

¡Las casualidades que tiene la vida! El mismo día en que los borrachuzos (Sánchez Dragó dixit) de la Academia Sueca anunciaban la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, moría en Milán Darío Fo, el que recibiera el mismo premio en 1997. ¡Y qué diferencia! ¡Qué distinta, imposible de comparar, la talla literaria del escritor italiano con la del cantante, al que se le concede el premio por “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”! En el fragor de las copas supongo que no encontraron algo más inteligente con que justificar la concesión. Hay años y galardonados en que se observa una peligrosa deriva de estos premios que lejos de mantener el prestigio, lo terminan por dilapidar. Pero volvamos a la Literatura. En unos pocos meses Italia, y con ella toda la cultura de nuestro occidente, se ha quedado huérfana de dos grandes escritores del siglo XX y comienzos de la actual centuria: el ya citado Darío Fo y el gran Umberto Eco (fallecido también en Milán, el 19 de febrero de este año). Ninguno de los dos, como los enormes clásicos de la cultura renacentista que nos regaló la Italia del Quattrocento y del Cinquecento, necesitan de presentación alguna. Fo es uno de los dramaturgos más influyentes e importantes de la segunda mitad del siglo XX, con obras como ‘Muerte accidental de un anarquista’ o ‘Aquí no paga nadie’, por no citar sus piezas cortas (algunas de ellas recogidas en su volumen ‘No hay ladrón que por bien no venga’), heredero de la más clásica tradición teatral occidental, desde las comedias latinas hasta el esperpento de Valle-Inclán; y Umberto Eco, quien al margen de su labor como novelista y su emblemática ‘El nombre de la rosa’, sigue siendo en sus trabajos la referencia obligada de los estudios semiológicos, porque nadie como él estudió la relaciones del arte y todas sus manifestaciones con el público; a sus tratados de semiología, habría que añadir ‘Apocalípticos e integrados’ o ‘Los límites de la interpretación’. Eco pertenece a esa otra lista de escritores damnificados (con Borges a la cabeza), a los que ni los efluvios etílicos consiguieron que le concedieran el premio Nobel; premio que se hubiera sin duda prestigiado por contar en su nómina de galardonados con este escritor. Y puestos a hablar de premios, ¿por qué las editoriales o ciertos organismos públicos no se dedican a instituir premios para escritores noveles, como hace unos días se quejaba en las páginas de este Diario el joven novelista jerezano Alejandro Berrquero? ¿por qué no hay un Planeta, o un premio nacional o de la crítica para una primera novela (opera prima)? No cabe duda de que es más fácil y seguro apostar por consagrados por aquello del balance final de resultados (ingresos – gastos). Y es que la literatura al fin y al cabo no deja de ser para muchos más que un producto comercial, como las canciones de Bob Dylan; y si no, que se lo pregunten a su cuenta corriente. José López Romero. 

viernes, 28 de octubre de 2016

POESÍA SOY YO

Título de la antología y también respuesta al propio editor del volumen, Chus Visor, quien el año pasado se dejaba caer con unas declaraciones sobre la poesía actual española, en la que venía a decir, entre otras perlas, que no hay grandes voces femeninas en la lírica española desde principios del siglo pasado. Lo curioso (el negocio induce a estas contradicciones) es que sea la editorial de Visor en la que se haya publicado esta recopilación a cargo de Raquel Lanseros y Ana Merino y que recoge una excelente muestra de la poesía femenina desde 1886 hasta 1960. Ochenta y dos mujeres tanto españolas como hispanoamericanas (“poetas en español del siglo XX” se subtitula la antología) bien representadas a través de sus poemas y que nos dan una visión bastante completa de casi toda una centuria de poesía femenina. Pero dos antologías más han venido en pocas fechas a sumarse a la de Lanseros y Merino: ‘(Tras)lúcidas’ (Barleby ediciones) coordinada por Marta López Vilar que viene casi a completar a aquella, pues el periodo que abarca es de 1980 a 2016, poesía última por tanto; y ‘20 con 20’, a cargo de Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez (Huerga & Fierro) y, sin olvidarnos de la ya lejana ‘Mujeres de carne y verso. Antología poética femenina del siglo XX’ (La esfera de los libros, 2002). Una respuesta en toda regla no solo a las declaraciones de Chus Visor, sino a todo (o a toda) aquel que piense que la poesía escrita por mujeres es de poco interés o que estas no alcanzan la altura de los hombres. En Literatura, como en casi todos los órdenes de la vida y sus actividades, establecer comparaciones sexistas poco provecho produce si no es la provocación por la provocación con los consiguientes conflictos, a los que esta sociedad actual tan sensible y tan alerta está, a menos que otros objetivos se persigan con ello, que al lector normalmente se le escapa. Pero tampoco caigamos en el victimismo bajo cuyo manto se esconde la mediocridad. José López Romero.  

viernes, 21 de octubre de 2016

MÁS QUE PALABRAS

Desde la pérdida, tan triste como irreparable, del gran maestro don Fernando Lázaro Carreter, y de ello ya hace una buena docena de años (2004), los que tenemos a nuestra lengua como profesión, y en algunos casos también como devoción, una sensación de cierta orfandad sentimos sin aquellos dardos en la palabra que don Fernando con tanto tino y pulso firme escribía y publicaba en la prensa, artículos que después reunió en dos volúmenes de obligada consulta para conocer los engranajes de nuestro idioma y el uso, muchas veces chirriante, que de este hacemos. Pues bien, el pasado verano la lectura de ‘Más que palabras’ del catedrático y académico Pedro Álvarez de Miranda, me ha devuelto ese gusto e interés por los asuntos y problemas lingüísticos con que leía los dardos de don Fernando. Y a la manera de estos, el libro de Álvarez de Miranda es una colección de artículos que su autor ha publicado previamente en otros medios, sobre todo en la revista ‘Rinconete’ del Centro Virtual Cervantes. Destaca, y de ahí también la referencia a los libros de Lázaro Carreter, la amenidad y, por momentos, la fina ironía con que Álvarez de Miranda aborda los problemas, la mayoría léxicos, que en sus artículos intenta aclarar y, especialmente, orientar al lector. Porque, y esta es otra de sus virtudes y principios que el propio autor defiende a lo largo del libro, no se trata en muchas ocasiones de aplicar la norma con todo su rigor, sino más bien de describir usos, costumbres, e incluso anomalías que una vez extendidas exigen cierto respeto, si no la condescendencia del especialista. Para ello, admiramos el rastreo que el lexicógrafo hace del origen de palabras y expresiones hasta llegar a la aclaración de su devenir a lo largo del tiempo (expresiones como “Así se las ponían a Fernando VII” o “pasarlas moradas”), o la divertida e interesante confusión por deficiente lectura del manuscrito de un verso de Lope, que da lugar a todo un altercado filológico; por no citar los artículos que dedica Álvarez de Miranda a analizar las distintas variantes de algunas palabras (“biruji”, “refanfinflar”), o el tan actual y lamentable problema del uso del femenino/masculino (verduga/verdugo; modisto/modista). Pequeños ensayos en los que, como decimos, el autor apenas quiere imponer la norma, aunque se muestra escrupulosamente respetuoso con ella, sino mostrarnos a través de la historia la plena vitalidad de una lengua. Y en esto Álvarez de Miranda nos da una lección de cómo las palabras nacen (motivo de júbilo), se reproducen (para nuestra satisfacción) y mueren, sin que tengamos la obligación de celebrar un duelo con su consiguiente funeral y entierro; y es labor del lexicólogo mostrarnos su procedencia, su uso, a ser posible el más correcto, y dejar que los hablantes la empleen de la mejor manera posible, sin rasgarnos las vestiduras. Un magnífico libro. José López Romero.

sábado, 8 de octubre de 2016

100 AÑOS

El pasado 29 de septiembre hubiera cumplido don Antonio Buero Vallejo 100 años de vida, una edad que solo alcanzan unos pocos privilegiados, quizá aquellos a los que se les ha olvidado morirse o que la muerte se ha olvidado de ellos. No es el caso de don Antonio, ni tampoco de Camilo José Cela quien también habría cumplido ese número de años el ya lejano 11 de mayo. Y para conmemorar la fecha de este último la RAE acaba de publicar la edición de una de sus mejores obras, ‘La colmena’, con la inclusión en apéndice de los pasajes y páginas que la censura prohibió en su edición española de 1963, aunque ya había aparecido la primera en Buenos Aires en 1951. Y la misma RAE en su página web anuncia los actos que se van a celebrar en honor de Buero Vallejo, aunque parece que no tiene prevista la edición conmemorativa de ninguno de sus imprescindibles dramas, pese a que estos también sufrieron las tijeras y la ignorancia de los censores de turno, a cuya nómina perteneció el propio Cela. La historia de la literatura española del siglo XX no se entiende sin estos dos grandes escritores, que llenan por sí mismos dos capítulos esenciales de un periodo de la centuria pasada, marcados por aquellos años posteriores al final de la guerra civil. En el caso de Buero Vallejo con especial consecuencia, pues fue condenado a muerte por aquellos tribunales militares franquistas que tan bien recrea Alberto Méndez en el relato tercero de ‘Los girasoles ciegos’. Repasar las entrevistas que en la red podemos encontrar de Buero, sobre todo la del programa “A fondo”, es encontrarse no solo con el escritor, con el dramaturgo, el más importante de la segunda mitad del siglo XX, sino sobre todo con un hombre que basó toda su vida en esas virtudes que ahora echamos tan en falta en esta España de hoy: la dignidad, la honestidad, la discreción. Las mismas virtudes que con tanta maestría supo insuflar en sus personajes. Leer a Buero Vallejo es hoy una necesidad, un ejercicio de higiene moral. José López Romero.


sábado, 1 de octubre de 2016

POKEMON GO

En la novela ‘El regreso de Titmuss’ (Libros del Asteroide), que reseñamos más abajo, el médico Fred Simcox recuerda cómo su predecesor en la consulta, el viejo doctor Salter, cuando traía un niño o una niña al mundo siempre le daba la consabida palmada en el culo y decía: “adelante, es lo máximo que puedo hacer por alguien que se embarca en la vida”. Pues eso es, por lo que parece, lo que durante este verano ha hecho la empresa Nintendo con el célebre fenómeno de los Pokemos, pero en lugar de darles a sus seguidores una palmada, les ha dado una patada y los ha puesto a andar, porque de eso se trataba o, al menos, así nos lo han querido vender: hacer andar a una población demasiado ensillonada, sobre todo aquella que precisamente juega en sus deletéreas consolas, fuente inagotable de obesidad y colesterol. Visto así hasta habrá que darle a la empresa las gracias. Pero cuando de movimiento de masas semovientes (y nunca mejor dicho) se trata, la cosa se nos puede ir de las manos, y así atónito me quedaba al ver en la tele reuniones masivas de perseguidores de esos muñecos, o viandantes que arriesgaban su vida al cruzar una avenida con tal de alcanzar su presa. Así visto, hasta habrá que reconocerle al invento su ingenio: una masa amorfa detrás de unos muñecos con una de sus armas preferidas de la que no pueden desprenderse: el móvil. Una de esas locuras de que solo son capaces los seres humanos (no confundir con el ‘homo sapiens’). No hace mucho, apenas unos pocos años, tanto mi compañero Ramón como yo en esta misma página celebrábamos la idea puesta en práctica del fenómeno que se dio en llamar “bookcrossing”, es decir, esos libros que un lector podía dejar en un lugar público (banco de una plaza o de un jardín; un bar…) para que otro lector pudiera leerlo, en una especie de cadena de lectura que en realidad encerraba mucho más que el simple trasiego de mano en mano del libro, porque leer es sinónimo de compartir y la lectura de complicidad. Pero por desgracia poco o nada sabemos ya de este fenómeno del “bookcrossing’’, por lo que podemos deducir o imaginarnos su fracaso estrepitoso; ni en los días en que los medios se hacían eco de ello, nunca vimos en la tele masas de gente que se reunían en busca de los libros, nadie ponía en riesgo su vida por leer antes que otro la novela que había dejado su último lector en un banco público, nadie preguntaba por la calle si habían visto un libro… Cuando me enteré por primera vez del famoso “pokémon go” me asaltó la pregunta (en mi infinita ingenuidad) ¿por qué en vez de muñecos no han elegido versos y así sus perseguidores se podían afanar en la tarea de componer el poema? La respuesta es muy sencilla: el fulano colectivo, ese que tiene la cabeza llena de colesterol, no movería un dedo de la mano que sostiene su móvil, no daría ni un paso con toda su excesiva humanidad por la cultura. Y eso es triste y desalentador. José López Romero.



domingo, 18 de septiembre de 2016

LECTURAS DE VERANO V

González-Ledesma.com


La página oficial de este gran escritor catalán recoge en su menú inicial toda la trayectoria literaria de quien nos ha dejado un buen puñado de las mejores novelas policiacas que se escribieron en España en el siglo pasado, y que tienen como protagonista al crepuscular inspector Méndez y como ciudad de sus investigaciones a esa Barcelona franquista, que tan bien ha descrito en sus narraciones otro catalán universal, Juan Marsé. Varios enlaces se centran en el análisis de estas novelas. A su biografía, premios concedidos, algunas entrevistas y sus lecturas preferidas (apartado muy interesante), se añaden las reseñas de dos novelas escritas bajo el seudónimo de Enrique Moriel y, otro apartado se dedica a Silver Kane, seudónimo con el que escribía González Ledesma novelas populares, sobre todo del oeste. Una excelente página que pretende divulgar la figura literaria, no siempre valorada, de uno de los grandes novelistas del siglo XX. J.L.R.

Novecento

Alessandro Baricco. Compactos Anagrama, 2006.

Breve obra de Baricco con una estructura de monólogo teatral, el único personaje que interviene nos refiere la vida de Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, verdadero protagonista de la obra. Un niño que recién nacido dejan encima del piano del trasatlántico Virginian, hasta convertirse en el gran pianista del barco. El narrador de su historia es el trompetista que se convierte en su mejor amigo. Novecento tiene la particularidad de que no ha pisado en toda su vida tierra y cuando está decidido a hacerlo se arrepiente porque el mundo es inabarcable, a diferencia de su pequeño y abarcable barco. Una historia llena de emotividad tan del gusto de Baricco. En 1998 Giuseppe Tornatore la convirtió en película. Después de leer ‘Esta historia’ y del paréntesis de ‘Homero, Ilíada’, yo sabía que tenía que volver a leer a Baricco, leído ‘Novecento’, en breve atacaré ‘Emaús’ y ya les contaré. J.L.R.

lunes, 22 de agosto de 2016

LECTURAS DE VERANO IV

El misterio y la voz

Lorenzo Silva. Destino, 2011.
Durante más de diez años, y aún sigue, este ensayo de Lorenzo Silva ha estado colgado en su página web a disposición de sus lectores. Un ensayo que nació de dos condiciones que le impusieron a Silva para impartir unas conferencias: seleccionar a los escritores más “decisivos” en su escritura y que esta selección se redujera a tres, “sobre estas premisas, mi elección, aunque difícil, fue clara, y seleccioné a éstos: Raymond Chandler, Marcel Proust y Franz Kafka”. Y a cada uno de ellos dedica Silva un capítulo de su breve pero denso ensayo, con dos apartados finales titulados “las ciudades, la ciudad” y “Si ha de haber un protagonista”. La visión siempre interesante de un escritor tan lúcido como Lorenzo Silva sobre otros escritores aparentemente tan distintos como sus tres grandes maestros. J.L.R.

Hamelin

Juan Mayorga. Cátedra, 2015.

La editorial Cátedra ha reunido en un solo volumen dos obras de uno de los dramaturgos más importantes sin duda que tiene el teatro español en la actualidad: Juan Mayorga. Con prestigiosos premios en su haber y sus obras representadas en numerosos países, algunas incluso llevadas al cine (la interesantísima “El chico de la última fila”), Mayorga es un hombre de teatro en toda la extensión de esta denominación. En “Hamelin” pone sobre las tablas uno de los temas más escabrosos y sórdidos de la sociedad actual: la pedofilia. Con una puesta en escena absolutamente minimalista, con el fin de que el espectador no pueda distraerse, el juez Montero intenta desentrañar las relaciones entre el niño Josemari y su protector Pablo Rivas, quien también ayuda económicamente a la familia del joven. Una obra llena de tensión provocada por el tema que aborda. J.L.R.

domingo, 7 de agosto de 2016

LECTURAS DE VERANO III

El cuarto de los niños y otros cuentos

Ángel Vázquez. Pre-textos, 2008.
Quien se acerque a la literatura de Ángel Vázquez sin duda se convertirá en uno de sus devotos lectores. Ya hemos afirmado en más de una ocasión en esta misma página, que su novela La vida perra de Juanita Narboni nos parece una de las mejores de la literatura española del siglo XX, y aunque menor a esta pero con su punto de interés Se enciende y se apaga la luz, novela con la que obtuvo el premio Planeta de 1962. La editorial Pre-textos publicó hace unos años sus cuentos, pequeñas obras maestras del género, con prólogo de Emilio Sanz de Soto y estudio preliminar de Virginia Trueba Mira. “Fragmentos de vida y soledades”, así define Virginia Trueba los relatos de Vázquez, a imagen y semejanza de su autor, uno de los grandes “malditos” de nuestra literatura, que nació en Tánger en 1929 y murió en Madrid  en 1980 en la más “estricta” pobreza. J.L.R.

Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial

Jaroslav Hašek. Acantilado, 2016.
La editorial Acantilado, con la calidad que le caracteriza y el prestigio de que goza por méritos propios, acaba de incluir en su selecto catálogo esta novela que es, sin lugar a dudas, una de las mejores narraciones del siglo XX y, en concreto, una de las más extraordinarias que se han dedicado a la Gran Guerra, como así se le llamó a la Primera Guerra Mundial. Esta edición viene a sustituir la que ya publicara Destino, que adolecía de numerosos errores. El “buen soldado Svejk” es ese tipo de militar socarrón, que tanto nos recuerda a Sancho Panza y que a través de una estudiada estupidez convierte la guerra en un acontecimiento absurdo y ridículo. El lector no puede por menos que reírse de situaciones que también nos recuerdan otra gran novela: Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin de Vladímir Voinóvich. J.L.R.


jueves, 21 de julio de 2016

LECTURAS DE VERANO II

Tren nocturno
Martin Amis. Anagrama, 2015.

La editorial Anagrama lanzó el pasado año una nueva colección de libros a módico precio (Anagrama Edición limitada), que viene a sumarse a la ya asentada Compactos Anagrama, y toda iniciativa que haga más asequible al común de los bolsillos la literatura tiene aquí nuestra rendida admiración. Uno de los títulos editados es esta novela del polémico escritor británico Martin Amis titulada Tren nocturno, un relato policiaco, al mejor estilo clásico del género, con la protagonista femenina, la detective Mike Hoolihan, exalcohólica y fumadora empedernida, a quien le toca resolver la muerte de la joven Jennifer Rockwell, hija del coronel de policía, antiguo superior de Mike, y novia del profesor de Filosofía Trader Faulkner, con el que hacía una pareja modelo. ¿Suicidio? Los tres balazos encontrados en la cabeza hacen sospechar que muy difícilmente pudo la joven suicidarse, pero... J.L.R. 

Una letra femenina azul pálido
Franz Werfel. Anagrama, 2015.


Y de la misma colección (Anagrama, edición limitada) recomendamos también esta novela corta del escritor checo Franz Werfel (Praga, 1890), amigo de Kafka, que tuvo que emigrar a EE.UU. en 1940, a consecuencia de la II Guerra Mundial; en  Beverly Hills moriría cinco años más tarde. Autor polifacético (novelista, poeta y dramaturgo), Werfel con este tan atractivo título nos relata la historia de Leónidas, jefe de sección del Ministerio de Educación, que desde su casamiento con la rica Amelie Paradini disfruta de una vida llena de tranquilidad y placer. A sus cincuenta años recién cumplidos es un hombre satisfecho sobre todo consigo mismo. La carta que recibe una mañana, escrita con letra femenina azul pálido le lleva a recordar una vieja historia de amor que mantuvo, al poco de casarse, con Vera Wormser, y con el recuerdo el desasosiego. Magnífica. J.L.R.


viernes, 8 de julio de 2016

LECTURAS DE VERANO I

Stoner

John Williams. Baile del Sol, 2010.
John Williams publicó por vez primera esta novela en 1965 y durante décadas –según nos cuenta Vila-Matas en un artículo- permaneció ignorada por público y crítica, los mismos que desde su reedición a principios de este siglo no escatiman el justo elogio, porque Stoner  es sin ninguna duda una magnífica novela. Una novela quizá mal entendida por las modas o corrientes literarias imperantes en los sesenta, porque uno tiene la sensación al leerla de que se encuentra ante una de las grandes narraciones del siglo XIX, es decir, ese tipo de novelas que lejos de perder con el tiempo, se han ido agrandando hasta formar parte de ese pequeño y selecto número de obras universales. El gris y aparentemente desapasionado profesor de la Universidad de Columbia (Missouri), William Stoner es uno de los grandes personajes literarios del siglo XX. J.L.R.

El hijo de César

John Williams. Ediciones Pàmies, 2008

Y por no hacer mudanza en mi costumbre de leer alguna obra más del autor cuya primera novela me ha gustado, como es el caso de J. Williams y de la antes reseñada ‘Stoner’, no me resistí a ‘El hijo de César’, es decir, a sumergirme en la figura de Octavio Augusto a través de la serie de cartas que los diversos personajes que van apareciendo por la vida del gran emperador romano se envían, muchas de ellas abordando el mismo asunto pero desde perspectivas distintas. Una magnífica novela histórica con todo lo que de este género se espera cuando se hace con maestría: rigor histórico y enorme calidad literaria. La estructura epistolar nos recuerda otra obra maestra del género que precisamente se ambienta en la misma época: ‘Los idus de marzo’ de otro escritor norteamericano: Thornton Wilder. J.L.R.   

domingo, 26 de junio de 2016

CAMPAÑAS

Desechada ya por falta de verosimilitud y decoro (“relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos efectivamen­te hacen”), dos conceptos que tanto gustaban a Cervantes, la idea de hacer una campaña de promoción de la lectura con Cristiano Ronaldo y Messi leyendo un libro (aún recuerdo emocionado una foto del Fari con un libro en sus manos), no queda más remedio que atacar el inveterado desapego o repelús de nuestros ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, de la letra impresa con campañas más agresivas o, al menos, más originales. Y para ello nada mejor que ponernos en el papel de aquellos antiguos arbitristas que durante los siglos XVI y XVII mandaban memoriales al rey con las propuestas más peregrinas para solucionar los problemas endémicos de nuestro país, sobre todo los económicos, y que tanto ridiculizaron los escritores de aquellos siglos, sirva como ejemplo la insuperable sátira que don Miguel incluye en su “Coloquio de los perros”. Y puestos a jugar, se podría satisfacer el apetito lector con libros cuyas páginas pudieran, una vez leídas, comerse. Y si el libro en papel higiénico ya está inventado, aunque con escaso éxito, unos preservativos  con poemas de amor no digo yo que no le añadiría más sentimiento o, al menos, más poesía al asunto, tan necesitado de ello en estos últimos tiempos (ya lo veo: “deme una caja de doce de Pablo Neruda”). Pero si tuviese que elegir una buena idea, sin duda me quedaría con la ocurrencia de un iluminado de finales del siglo XVIII para recuperar el peñón de Gibraltar: que cinco mil soldados llevaran al cuello un escapulario de la Virgen del Carmen, que los haría invulnerables a las balas de los herejotes ingleses. Ante el fracaso estrepitoso de las campañas que han intentado mejorar los índices lectores de nuestro país, yo voto por el escapulario. Es simple cuestión de fe. José López Romero.

sábado, 18 de junio de 2016

LECTORES / LECTURAS

“Me recuerdas a alguien que solo lee el primer capítulo de un libro. Nunca llegas a averiguar qué sucede después”, le reprocha su amigo Asif a Jay, el protagonista de ‘Intimidad’, la novela de Hanif Kureishi que hace unas semanas reseñamos en esta página. Y esta frase me ha llevado a recordar la pregunta, tan socorrida pero también tan esclarecedora, que se le suele hacer en las entrevistas a toda persona relacionada de una forma u otra con los libros o la cultura en general: “¿has dejado algún libro sin terminar de leer?”. Y en las respuestas pocos son ya los que aseguran que una vez abierto un libro no paran hasta terminarlo, aunque en ello empeñen tiempo y esfuerzos baldíos. La gran mayoría confiesa que a lo largo de su vida lectora, más de uno y de varios, por no decir muchos libros, se les han resistido o, dicho de otro modo, son ellos, los lectores, los que no han tenido la suficiente fuerza de voluntad para acabarlos, o lo han pensado mejor y han decidido no invertir ese tiempo y ese esfuerzo en algo que en poco o nada les va a beneficiar. Por mi parte, confieso que en mi ya lejana juventud fui lector persistente hasta la terquedad: libro abierto, libro que debía acabar, hasta que en un periodo de crisis lectora (todos pasamos en un momento u otro de nuestras vidas por distintas crisis), tomé la difícil decisión de cerrar un libro sin terminar. Aquel acto, no exento de una sensación de pecado fue, sin duda y en cambio, una liberación. Liberación que, sin embargo, ahondó más la crisis y atravesé un periodo de lector de las primeras veinte páginas, es decir, en lector de primeros capítulos, como le reprochaba Asif a su amigo Jay. Hace unas semanas me distraía soportando (¿o soportaba distraído?) la película titulada ‘Alex y Emma’ (Kate Hudson y Luke Wilson), en la que Emma reconocía que antes de empezar un libro, tenía que leer las últimas páginas; si estas le llegaban a interesar, emprendía su lectura; un tipo cuando menos extraño o raro de lectora esta Emma, como así se lo echaba en cara Alex. A veces la forma de leer, nuestros hábitos lectores dicen mucho más de nuestra personalidad e incluso nos definen de forma más clara que un psicoanálisis. Vivir la vida con la inconstancia del lector de primeros capítulos (que es la verdadera intención de Asif y de ahí su reproche a Jay), puede ser tan perjudicial como empecinarse en terminar un libro que ya no nos va aportar nada, que en nada nos va a beneficiar. Los libros son al fin y al cabo como las relaciones humanas: los amigos de la infancia y juventud o aquellos que permanecen para toda la vida; las novias y novios ocasionales (de primeros capítulos) y el libro que leeremos una y otra vez hasta el fin de nuestros días; el trabajo que no nos gusta porque aspiramos a un libro mejor… Y así, abrimos los libros de la misma forma que conocemos a las personas. Algunas no aguantan ni las veinte primeras páginas, y a otros (como los políticos) mejor conocerlos por las veinte últimas. José López Romero. 

sábado, 4 de junio de 2016

LA CONFUSA

“La Confusa” es el título de una obra teatral del gran Cervantes que permanece desaparecida, a pesar de los siglos transcurridos y del número, ya incontable, de rastreadores de biblioteca que a lo largo de todos estos años han dedicado sus esfuerzos a investigar el teatro de don Miguel y, de camino y si la fortuna fuera propicia, a encontrar pieza tan deseada, porque su hallazgo es sinónimo sin duda de gloria y fama. Y a pesar de su pérdida, sabemos de su existencia porque el propio Cervantes la cita y pondera en la “Adjunta al Parnaso” en los siguientes términos: «Mas la que yo más estimo, y de la que más me precio, fue y es de una, llamada La Confusa, la cual, con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores». Una opinión tan favorable, aunque pueda parecer imputable al amor que siente un padre por la criatura de la que es creador, se puede confirmar por la excelente acogida que tuvo esta obra entre el público durante mucho tiempo, ya que en 1627 todavía formaba parte del repertorio de la compañía de teatro dirigida por el cómico Juan Acacio, cuando “La Confusa” puede fecharse antes de 1585, es decir, en los años en que Cervantes escribió buena parte de sus obras teatrales y alcanzó en las tablas no poca admiración y reconocimiento. Y precisamente cuando en este año celebramos el cuarto centenario de la muerte de nuestro príncipe de las letras y, por tanto, debemos enorgullecernos del idioma a cuyo esplendor tanto contribuyó, se nos aparece la señorita Barei en el festival de Eurovisión, seguramente confusa entre tanta celebración, y nos canta en el idioma del gran Shakespeare, de cuya muerte también se cumple su correspondiente efeméride. Sin embargo, el resultado final no dejó lugar a la confusión: el puesto 22º de 26 participantes; nada que ver con el éxito que cosechó en su tiempo aquella otra “Confusa”. José López Romero.


sábado, 28 de mayo de 2016

MAURICIO WIESENTHAL

Aunque ya pertenece a esos lugares comunes de la literatura y, por ello mismo, en permanente estado de cuarentena de que los poetas, la mayoría, son los peores lectores o declamadores de sus propios versos, no podemos decir lo mismo (pero tampoco debemos generalizarlo) de la capacidad de la mayoría de los escritores para la conversación amena, la conferencia interesante, para, en definitiva, la dialéctica cuerpo a cuerpo con sus lectores o curiosos de su obra. En nuestro recuerdo perduran aquellos programas dirigidos por Joaquín Soler Serrano titulados “A fondo”, que pueden aún recuperarse en Internet, programas por los que pasaron los mejores escritores del siglo XX, y a los que añadiríamos “Biblioteca Nacional”, dirigido por Fernando Sánchez Dragó, por el que conocí a figuras internacionales ya consagradas como Umberto Eco, o el actual “Página 2” que mantiene la misma calidad que los citados. Pues bien, de todos ellos lo que más me sigue sorprendiendo es el poder de encantamiento que casi todos (lo dicho: no podemos generalizar) los escritores entrevistados tienen a través de la palabra, ya no escrita, sino enunciada oralmente, un dominio de la dicción que a uno le lleva a atribuirles la frase que podría perfectamente enunciarse también a la inversa: “hablan como escriben”. El poder de seducción de la palabra hablada en  ocasiones supera incluso a la escrita, y seguramente más de una obra  habremos leído por haber visto o escuchado a su autor en los medios de comunicación. Todo esto viene a cuento porque el otro día tuve la suerte y el privilegio de conocer y escuchar a Mauricio Wiesenthal. Conocía de referencia sus obras, especialmente las dedicadas a sus viajes por las reseñas que mi compañero Ramón, especialista en estos temas, les ha dedicado en esta página; sabía además de su devoción (compartida) por el gran Stefan Zweig, y tenía mucho interés en leer su reciente biografía sobre Rainer María Rilke, publicada por la prestigiosa Acantilado. Sobre este libro, me comentaba Manolo Ramos, el heroico librero, junto a Mauricio Gil Cano, de aquella maravillosa aventura que fue “La llave de cristal”, que en la presentación del libro en Sevilla al escuchar a Wiesenthal cerraba los ojos y es como si estuviese leyéndolo. Doy fe por aquella breve pero inolvidable conversación que mantuve con Mauricio Wiesenthal de que es un hombre de aquellos que nacieron para el esplendor de la cultura renacentista; en torno a la figura siempre presente e iluminadora de Stefan Zweig, fue hilvanando un monólogo con varias anécdotas, como su viaje invitación a la feria del libro de Bogotá con todo lujo de datos (memoria prodigiosa), que encandiló a sus oyentes. Y desde este encuentro estoy deseando habérmelas con esa biografía de Rilke, o con su “El esnobismo de las golondrinas” para volver a escuchar la palabra encantadora, seductora de Mauricio Wiesenthal. José López Romero.


sábado, 21 de mayo de 2016

ADELANTADOS

“Que a todo hombre viviente, / en cualquiera lugar que haya nacido, / sea iroqués o patagón gigante, / fiero hotentote o noruego frío, / o cercano o distante / le miro siempre como hermano mío.” Cuando uno lee estos versos de José Cadalso (“Sobre no escribir sátiras”), el gran ilustrado que ejerció tan poderosa como benefactora influencia sobre poetas como Meléndez Valdés o el mismo Jovellanos, no puede por menos que pensar en la rabiosa actualidad de su mensaje, a pesar de los más de dos siglos de distancia y, lo que es más grave, lo poco o lo “casi nada” que ha evolucionado o, lo que es peor, cuánto ha retrocedido este mundo de nuestros pecados cuando seguimos planteándonos si todos los que vivimos en él debemos considerarnos hermanos, al margen de geografías distantes o cercanas, de religiones o de razas. No otra respuesta que los versos de Cadalso piden de nosotros la grave situación de los refugiados que huyen de sus países en guerra, o la cantidad de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas en esos ataúdes humanos a los que llaman pateras. Y de la misma manera, si leemos la oda “El fanatismo” de Meléndez Valdés, comprobamos en sus versos el lamento del poeta por la irracional y sangrienta manera de entender las religiones, sean antiguas o modernas: “Y, ¡ay!, en nombre de Dios gimió la tierra / en odio infando, en execrable guerra”. No otra imagen que la que Meléndez recoge en estos versos nos están dejando los continuos atentados que en nombre de un Dios hecho para el odio y la destrucción asolan países y el nuestro, por desgracia, no ha sido una excepción. Y de nuevo la pregunta es obligada: ¿es que no hemos evolucionado nada? ¿es que lejos de mejorar, realmente hemos empeorado? Cadalso murió en 1782 en el asedio a Gibraltar, y Meléndez Valdés murió en su exilio de Montpellier, una víctima más de la invasión napoleónica. Hoy las obras de Cadalso y de Meléndez Valdés siguen siendo un ejemplo de lo poco que ha aprendido el ser humano. José López Romero.

sábado, 14 de mayo de 2016

MITOS (14)

“Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad”, confesaba Imre Kertész en una reciente entrevista publicada en una revista cultural, pocos días antes de su reciente fallecimiento, sucedido el pasado 31 de marzo. Esta frase del escritor húngaro, premio Nobel de Literatura del año 2002, me recordó en cuanto la leí que en parecidos términos se pronunciaba un Miguel Delibes “puesto ya el pie en el estribo”, a sus casi noventa años que no llegaría a cumplir. A sus ochenta y seis años, Kértesz consideraba ya por simple cuestión de elegancia y caballerosidad no molestar más a la humanidad con su presencia, y para eso acababa de publicar en Acantilado “La última posada” o, lo que es lo mismo, sus diarios que abarcan la primera década del siglo actual. Y cuando alguien a esa edad ya piensa dar por cerrada su vida, sus familiares, incluso él mismo, se consuelan ante la plenitud de una existencia vivida hasta el final: ha crecido, ha formado una familia, ha visto crecer a sus hijos, y en estos casos (el de Kertész, el de Delibes) han sido testigos privilegiados de su tiempo, que han sabido con maestría literaria plasmar en sus obras, convertidas así en crónicas, a veces descarnadas de unos acontecimientos que también les tocó sufrir. Porque esa vida plena también se ha cobrado su buena parte de desgracias: ambos escritores fueron víctimas cuando aún eran unos niños de los estragos de la guerra, y en el caso de Kertész hasta la deportación en los campos de exterminio nazi. Testigos de un tiempo no siempre amable para ser vivido, pero también protagonistas de otros momentos que inscriben a ambos autores con letras de oro en la historia de la literatura. Quizá un hombre de buen gusto no quiera ya vivir a los años que cargaba a sus espaldas Imre Kertész, pero sus lectores le agradeceremos de seguro su obra, su compromiso humano, el ejemplo en definitiva que nos ha ido dando a lo largo de toda su vida, el mismo ejemplo que admiramos en Delibes. Porque a un escritor, como a cualquier profesional, no se mide solo por la calidad de su obra, sino también por la trascendencia de esta en sus contemporáneos y en las generaciones futuras, y en esto tanto Kertész como Delibes alcanzan una altura impresionante. Pero a los sesenta y ocho años no debemos aún consentir a la muerte que se lleve a uno de los más grandes, no debe darse por acabado el tiempo, no es de buen gusto que te llegue la hora tan temprano. Fue a esa edad hace unos meses que nos dejó Johan Cruyff, sin duda un Nobel del fútbol, protagonista de excepción de una época de este deporte, cuya influencia como jugador y como entrenador aún perdura, y que también ha plasmado en libros (unos cinco he contado en la red). Y los que somos amantes del balompié y vimos jugar y sufrimos, por nuestros colores, a Cruyff no dejamos de reconocer que es una figura excepcional del deporte, como Kertész, como Delibes para la literatura. José López Romero.  

viernes, 29 de abril de 2016

TRADUCCIONES

“Pá –mi hijo. Me temo lo peor- ¿Tú sabes francés?”. Como se dice ahora: lo peor, no; lo siguiente. “Tengo un A2 por la escuela de idiomas que es lo mismo que un máster” –le contesto ufano. A mi hijo, todo amor filial, se le escapa una risilla sardónica. “A ver si me puedes traducir esto”, y me pone por delante un párrafo escrito por algún demonio francés sobre yo no sé qué máquina de vapor. Y esto me hacer recordar que cada vez que me enfrento a uno de esos endemoniados prospectos de algún artilugio o electrodoméstico (los de los televisores pueden ser un buen ejemplo), siempre termino por acordarme del autor del texto y, por supuesto, de su traductor al castellano. Un recuerdo de admiración, dicho sea a modo de aclaración de intenciones. Porque no concibo actividad más aburrida o tediosa que la de traducir esos dichosos prospectos. ¡Mucha ilusión le tienen que echar a la vida estos profesionales para levantarse todos los días sabiendo el trabajo que les espera encima de sus mesas! Y sin embargo, por poner dos ejemplos aunque literarios, Andrés Hurtado, el protagonista de El árbol de la ciencia, célebre novela de Pío Baroja, nunca fue más feliz que en su etapa en que se dedicaba a traducir artículos científicos para revistas especializadas; y Ricardo Mazo, el protagonista del cuarto relato de Los girasoles ciegos, al menos distraía su angustioso encierro detrás del armario, aporreando silencioso la Underwood para hacer las traducciones del alemán que a su mujer Elena le encargaba la empresa Hélices, una auxiliar de empresas estatales de aeronáutica. Y aunque personajes de ficción, de ellos podemos aprender que cualquier trabajo, por muy insulso que nos parezca, tiene sus puntos positivos (comodidad en Hurtado; consuelo o evasión por unos momentos de su angustia en Mazo). “Pá, ¿cómo va eso?”, me pregunta asomando su cara dura, rodeado yo de diccionarios mientras él finiquita en minutos un helado. “Te veo con ilusión. Esa es la actitud, pá”. “No molestes a tu padre”, le oigo a la madre. Lo que me faltaba: la santa y el angelito. José López Romero. 


miércoles, 27 de abril de 2016

RESEÑA: "MENDEL EL DE LOS LIBROS"

Mendel el de los libros
Stefan Zweig. Acantilado, 2009.


De nuevo es la Viena de entre siglos (XIX-XX) el escenario en el que Zweig desarrolla la historia de Jakob Mendel, un viejo comerciante de libros que tiene su “oficina” en el café Gluck de la capital austríaca. Sentado desde que abre hasta que cierra el establecimiento, se dedica a atender a todo el que quiere consultar libros antiguos, descatalogados o de segunda mano, o cualquier dato bibliográfico porque Mendel, el de los libros, solo lee catálogos y catálogos que se van acumulando y grabando en su memoria de forma prodigiosa. La inoportuna lluvia hace que el narrador se resguarde en el “Gluck” y recuerde al viejo Mendel, a cuyos servicios bibliográficos tuvo que acudir para un trabajo de investigación. La curiosidad lo lleva hasta la mujer de la limpieza que le cuenta la historia de Mendel, el de los libros. J.L.R.

domingo, 10 de abril de 2016

PASIONES

Nunca sabremos cómo terminó encontrando uno de los pocos ejemplares de la primera edición que los repertorios bibliográficos consignaban entre libros raros y curiosos. Pasados tantos años y al hacer balance de su vida, aquel libro seguramente se perdió entre los intersticios de su memoria y ni una referencia nos dejó de su encuentro. Pese a su juventud, tenía muy claro que una de las actividades a las que dedicaría buena parte de su tiempo iba a ser la bibliofilia, y quería cuanto antes iniciar su pequeña pero selecta colección de primeras ediciones, en la medida en que sus posibilidades económicas se lo permitiesen. Y para su propósito ya había llegado a sus oídos que no muy lejos de donde vivía, a uno de los muchos cafés de su Viena natal, al café Gluck, acudía todos los días y se sentaba a la misma mesa un viejo judío de memoria prodigiosa, de un saber bibliográfico extraordinario; se llamaba Mendel, Mendel “el de los libros”. Y en sus manos, a su conocimiento enciclopédico se confió el joven Stefan para desarrollar una de sus grandes vocaciones: su amor por los libros. Y fue el viejo judío el que lo puso tras los pasos de aquella obrita publicada en su primera edición en París, en el año 1669, y titulada “Cartas portuguesas”. Cinco cartas componían el pequeño volumen, escritas por la monja Mariana Alcoforado y dirigidas a Marqués Noël Bouton de Chamilly, conde de Saint-Léger, capitán de la caballería francesa que había participado en el asedio de Ferreira, villa del Alentejo portugués, y cercana a Beja, en cuyo convento vivió Mariana y sufrió su pasión por aquel militar. Cuando el joven Stefan pudo tener en sus manos aquella preciosa joya de la literatura amorosa, leyó el final de la primera de aquellas encendidas cartas: “Adiós; amadme siempre y hacedme sufrir aún mayores males”, pensó que aquel sentimiento tan puro, aquella pasión que lleva a la amante al más alto sufrimiento bien se correspondía con su amor por los libros. José López Romero.  


viernes, 1 de abril de 2016

CLÁSICOS

Revisando estos días la obra de Miguel de Cervantes, sobre todo su producción teatral, aunque hace unas semanas había iniciado la relectura de El Quijote, y el año pasado ya me las tuve con sus Novelas ejemplares, cada vez que me encuentro con un clásico (y este señor del que hablo lo es por excelencia), más convencido estoy de que la lectura de estos autores, tan alejados de los tiempos que hoy corren, es un ejercicio no reservado ni indicado, me atrevería a decir, para todos los lectores, por muy buenos y constantes que estos sean. Y no se me entienda esto como un gesto de presunción, más lejos de mi intención y de lo que aquí quiero exponer. Como tampoco se pueden leer sus obras en la primera edición que encontramos o le echamos la mano en una librería o una biblioteca. La lectura, el uso y disfrute de nuestros grandes escritores y sus obras, cuanto más distanciados en el tiempo exigen de un conocimiento previo en aspectos filológicos que sobrepasan a buena parte de la población lectora activa. Pongamos el caso de nuestro ilustre príncipe de las letras, ya que estamos de efemérides. En cuanto a ediciones que las librerías ponen a la disposición de la ciudadanía, las más actuales sin duda son las que está editando la R.A.E. en su Biblioteca Clásica, colección en la que lleva editadas de don Miguel La Galatea, El Quijote (por supuesto), las Novelas ejemplares, los Entremeses y las Comedias y tragedias, y ya se anuncian Viaje del Parnaso y poesía completa y El Persiles, para completar toda la obra. Sin embargo, estas ediciones, fiables donde las haya, son muy engorrosas de leer por el aparato de notas de que se acompañan; notas que son necesarias para la aclaración de expresiones, vocablos o cualquier pormenor digno de información, pero que entorpecen la lectura, sobre todo las dedicadas a variantes textuales. De acuerdo con esto, más recomendables son otra ediciones que solo recojan esas notas aclaratorias que el lector agradece y no le interfieren, sino todo lo contrario, su lectura. Y para ello ediciones como la de Clásicos Castalia o Cátedra, por ejemplo, (¡además de mucho más económicas!), son sin duda más accesibles. Pero, incluso con una buena edición en nuestras manos como las que acabamos de citar, hay que reconocer que el grado de dificultad de la lectura de un clásico sigue siendo alto, sobre todo porque nuestro castellano dista ya mucho de aquella lengua, compañera del imperio, a cuyo esplendor contribuyeron nuestros grandes clásicos. ¿Estamos, por tanto, condenados a no entenderlos y, en consecuencia, a no leerlos, o que los lean solo los que los entiendan? Ni mucho menos, sino todo lo contrario. La recomendación sería empezar a leer clásicos como El Lazarillo, La Celestina, y si queremos rendirle nuestro homenaje particular al gran Cervantes, buenas son las Novelas ejemplares, novelas cortas, entretenidas, con las que cualquier lector o lectora disfrutará sin duda, disfrutará de un clásico en estado puro. ¡Y sobre todo: absténganse de modernizaciones! José López Romero.

viernes, 18 de marzo de 2016

¡AL LADRÓN!

Tenía en un lugar destacado de su librería esa célebre plaquita que excomulgaba a todo aquel se atreviera a enajenar alguno de sus libros, pero con él no iba la sentencia, porque desde hacía ya algunos años consignaba en una libretita las compras y las sustracciones que iba cometiendo especialmente en ciertas librerías, en las que sabía que el control era más relajado por exceso de confianza de los encargados. Al revisar hacía unos meses la libreta, se sorprendió de que en los últimos años la columna de los robos duplicaba a la de compras, pero encontró de inmediato el motivo: el ritmo de lectura era muy superior a su capacidad económica; su dedicación lectora no iba en consonancia con la cantidad de euros que podía permitirse para comprar libros; que una novela costase 25 euros le parecía una barbaridad. El libro en la espalda, debajo del jersey, sujetado por la cinturilla del pantalón, era su lugar preferido en invierno, época del año que por la cantidad de prendas de abrigo aprovechaba para aprovisionarse, ya que en verano era más difícil la sustracción. Pero a veces corría demasiados riesgos, de los que después se arrepentía: el libro debajo de la carpeta o dentro de esta… Hasta que un día, en unos grandes almacenes, sitio de su preferencia, un dependiente tuvo la ocurrencia de contarle los libros que llevaba en la mano al entrar y contárselos de nuevo al salir, y vio que el número había aumentado en dos unidades sin pasar por caja; se le acercó y le conminó a que lo acompañara a los despachos. El juicio fue rápido: lo condenaron a un año de cárcel que debía cumplir en un centro penitenciario de la provincia; mientras lo metían en el furgón, por la otra puerta del juzgado salían y se metían en sus lujosos coches algunos consejeros de las cajas de ahorro que tanto dinero nos han costado a todos los españoles. En la cárcel, pronto entró a trabajar en la biblioteca, donde colgada estaba la plaquita que excomulgaba a todo el que se atreviera a enajenar algún libro. Mientras, él seguía apuntando en su libretita, en la que una columna cada vez se hacía más larga. José López Romero.

sábado, 12 de marzo de 2016

MODESTIA

 “Yo confieso que para mí perdieron el crédito y la estimación los libros, después que vi que se vendían y apreciaban los míos”, llegó a decir en cierta ocasión Diego de Torres Villarroel (1694-1770), en un aparente ataque de sinceridad tan admirable como sorprendente e inusitado en un mundo, el de las letras, donde la modestia y el reconocimiento de errores son excepciones a la regla de la presunción y la soberbia. ¿Sinceridad? ¿Modestia? El que fuera escritor polifacético, catedrático de Matemáticas de la Universidad de Salamanca, famoso en su tiempo por aquellos Almanaques o profecías que fueron éxito de ventas, aquel Torres Villarroel que murió en unas dependencias privadas que la Duquesa de Alba, su mecenas, le había cedido en su palacio de Monterrey de Salamanca, podía permitirse el lujo de ese supuesto ataque de sinceridad porque disfrutó en vida del aplauso popular y también de la enemistad de muchos colegas, pero sobre todo del escándalo y la polémica. Por eso, no es de extrañar una frase que llama la atención más por su segunda parte (el menosprecio por sus libros) que por la primera: la desestimación de todos los demás. Una ocurrencia más feliz cuanto más desmesurada. Porque si aplicáramos esta máxima, haría ya décadas que hubiésemos abandonado la lectura, pues libros hemos leído que son una ofensa a la palabra “libro”, y no digamos a la Literatura. Pero no hace falta remontarse tan lejos en el tiempo, basta con consultar esas listas de libros más vendidos para darle la razón a Torres Villarroel; más de un “superventas” puede hacer perder la fe al más recalcitrante lector. Pero en la frase del gran Piscator de Salamanca se esconde algo más profundo y desalentador: no es el crédito y la estimación en los libros lo que pierde Torres Villarroel, sino la confianza y hasta el respeto hacia esos lectores, ese vulgo tan vilipendiado por Lope, que compran y aprecian sus obras. ¡Falsa modestia!. José López Romero. 

sábado, 5 de marzo de 2016

MUJERES

“Father, tú que sabes algo de esto, en tres minutos profundízame en el tema “mujer y literatura”. Treinta años de estudio definidos en “algo de esto”, una tesis doctoral y varios artículos publicados en revistas especializadas reducidos a “tres minutos”. Mi hija sin duda tiene una tan natural como admirable capacidad para la concreción, la reducción y el menosprecio. “Venga. No te enrolles. Tres minutitos, que es el tiempo máximo en que un hijo puede aguantar a su padre”. Demoledor. Pues precisamente hace poco me topaba (mi hija: “¿me quéee?”) con el discurso XVI del Teatro Crítico Universal  (1726) de fray Benito Jerónimo Feijoo (mi hija: “¿de quiéeen?”), el gran ilustrado, en el que aborda la defensa de la mujer; es decir, una pieza más que añadir a esa corriente que se pierde en la noche de los tiempos literarios, que es el profeminismo; corriente que nace en oposición a su contraria: la misoginia. Porque si en la época medieval ya contamos con buenos ejemplos de ambas corrientes, no menores en número y en calidad nos encontramos en los siglos siguientes, hasta desembocar en este discurso de Feijoo, que algunos tanto han destacado y ensalzado (“¿Ensal quéee?”) quizá por el papel y la trascendencia en la vida social que empezaba a desempeñar la mujer en un siglo, el XVIII, en el que se incorporan definitivamente a la vida y a las actividades hasta ese momento reservadas a los hombres, en consonancia con ese  espíritu reformador que caracteriza a este siglo. La línea argumentativa del discurso de Feijoo apenas dista de los diálogos o tratados renacentistas que abordan el mismo asunto: exposición-defensa de las mujeres en algún aspecto (valentía, discreción, prudencia, etc.) en comparación o igualdad con los hombres, con la cita de autoridades y la aportación ilustrativa y aleccionadora de ejemplos célebres, mujeres famosas por el aspecto tratado. Nada, por tanto, novedoso en cuanto a la estructura nos presenta el texto de Feijoo, pero sí, en cambio, en la intención,  porque Feijoo con su defensa de la igualdad de entendimiento y otros valores y virtudes, como también defectos, entre hombres y mujeres, renueva y extiende al marco social una polémica que antes había reducido su campo de actuación solo a la literatura; y como ejemplo de ello véase el magnífico y emotivo prólogo A quien leyere, todo un manifiesto a favor de la igualdad de sexos que adquiere en estos atribulados tiempos una asombrosa actualidad, que la novelista María de Zayas antepone a sus Novelas amorosas y exemplares de 1637. Hoy en día si una literatura antifeminista es obviamente impensable, de la misma manera el profeminismo no tiene sentido si sigue siendo solo literatura. Feijoo en esto nos enseña el camino: la reforma de la sociedad, a través de la educación. “¡Tiempo! –grita mi hija- Ya han pasado los tres minutitos y estoy exhausta. Hasta el mes que viene no me toca otra vez. No sé si podré con ello”. Lo dicho: demoledor. José López Romero.

sábado, 20 de febrero de 2016

MUY CARO

De entre los cientos de miles de escritores, millones incluso, que la historia, en ese ejercicio de justicia tan poética como implacable, ha ido abandonando en las cunetas del olvido con el correr de los tiempos, como cadáveres sin nombre apilados en estremecedoras fosas comunes, uno queremos recuperar, rememorar, aunque solo sea por unas líneas, a modo de rebelión contra la tiranía de esa historia que, para lamento de muchos, pone a cada cual en el lugar que le corresponde. Don Vicente Fernández de Rebolledo y Meneses, segundón de una antigua familia que disfrutaba de medianas y acomodadas rentas en un pueblo cercano a Toledo, no halló, según fuentes no dignas de mucho crédito, medio más adecuado para medrar en la corte donde reinaba, sobre el propio rey, don Manuel el choricero, que las letras. Un más que mediocre “Panegírico o lección filosófico-moral sobre todas las bellezas y virtudes que adornan a nuestro príncipe de la paz”, que le hizo llegar a Godoy, le valió de inmediato el favor de este y un lugar de privilegio en el círculo más íntimo y estimado por el dueño, en aquel turbulento final del siglo XVIII, de España. Y con el favor del privado, su propia riqueza, el lujo, las fiestas, el despilfarro y la protección de sus amigos y allegados, que iban medrando a la par que el escritorzuelo, enriqueciéndose con él en la misma medida que se esquilmaban las arcas públicas. Todo un ejemplo de los tiempos que ahora corren ¿o son los mismos tiempos y los mismos infames personajes? Se cuenta, finalmente, que don Vicente Fernández de Rebolledo y Meneses, exiliado en Orthez (sur de Francia), y agonizante de tuberculosis, olvidado de todos, pobre hasta la miseria y repudiado por su propia familia, llegó a escribir, en un alarde de cinismo estas palabras como si de su epitafio se tratara: “muy alto precio he pagado por mis escritos”. El olvido, del que no lo salvarán por fortuna estas líneas, es su justa tumba y su única recompensa. José López Romero.      

sábado, 13 de febrero de 2016

IN MEMORIAM

Cuando terminaba de leer novelas como Calle de las tiendas oscuras o Dora Bruder o incluso En el café de la juventud perdida de Patrick Modiano (Premio Nobel de Literatura de 2014), mi reflexión era siempre la misma: ¡cuántas vidas se entrecruzan en nuestras vidas!, hasta el punto de poder reconstruir la existencia de una persona a través de las vidas de los demás, a través de ese laberinto o tela de araña que supone el contacto o simplemente el roce de unos con otros: los clientes habituales del bar en el que sueles tomar el primer café de la mañana y con los que esporádicamente entablas una conversación; los dependientes de la tienda en la que compras los alimentos; tus compañeros y compañeras de trabajo… innumerables son las situaciones como incontables las personas a las que conoces y que te conocen. Pero hay vidas, personas cuyo contacto se estrecha y pasan a formar parte importante, fundamental de nuestra propia vida: los amigos, la familia y, en el caso por lo que esto escribo, mi cuñada Encarna. A la manera de Modiano, aunque no en ese “café de la juventud perdida”, sino en una biblioteca (no podía ser de otra manera) conocí a las dos hermanas un verano en que decidí leer todo lo que pudiera encontrar de la Generación del 27, y ellas arrastraban la pesada tortura de alguna asignatura pendiente que debían aprobar en septiembre (seguramente Matemáticas o Lengua y Literatura). Aquellas dos niñas, porque en aquella época con 15 o 16 años todavía se tenía la mirada limpia de las niñas (la mirada celeste de Mercedes), se cruzaron en mi vida para no abandonarla más. Pero el pasado miércoles, día 20 de enero de 2016, se rompió el hilo que me unía a mi cuñada Encarna. Fue durante sus buenos años una lectora compulsiva de novelones de muy variada procedencia y más que dudosa calidad, pero entendía que la literatura debía ser un entretenimiento sin mayores pretensiones, lo que es muy respetable; y era, por ese amor fraternal que nos profesábamos, una lectora fiel hasta la devoción de esta página, cuyos artículos siempre despertaban algún comentario que me pasaba por el brezo que dividía nuestras casas. Como en las novelas de Modiano, con mi vida y la de mi mujer se puede con todo detalle reconstruir la existencia de mi cuñada, y en nuestro corazón pervive, como en el de sus hijas y en los de mis hijos, que eran como suyos. Cuando celebrábamos el final del año 2015 y saludábamos la entrada del 16, nos besamos, nos abrazamos y siempre nos decíamos “te quiero mucho”; no sabía, aunque me lo temía, que quizá aquel fuera nuestro último beso y nuestro último abrazo, pero nunca será el último “te quiero mucho”. Descanse en paz una mujer buena, que perdió en sus últimos años el brillo, la alegría de su mirada limpia; descanse en paz mi cuñada Encarna, mi querida hermana. In memoriam. José López Romero.