Desechada ya por falta de
verosimilitud y decoro (“relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos
efectivamente hacen”), dos conceptos que tanto gustaban a Cervantes, la idea
de hacer una campaña de promoción de la lectura con Cristiano Ronaldo y Messi
leyendo un libro (aún recuerdo emocionado una foto del Fari con un libro en sus
manos), no queda más remedio que atacar el inveterado desapego o repelús de
nuestros ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, de la letra impresa con
campañas más agresivas o, al menos, más originales. Y para ello nada mejor que
ponernos en el papel de aquellos antiguos arbitristas que durante los siglos
XVI y XVII mandaban memoriales al rey con las propuestas más peregrinas para
solucionar los problemas endémicos de nuestro país, sobre todo los económicos,
y que tanto ridiculizaron los escritores de aquellos siglos, sirva como ejemplo
la insuperable sátira que don Miguel incluye en su “Coloquio de los perros”. Y
puestos a jugar, se podría satisfacer el apetito lector con libros cuyas
páginas pudieran, una vez leídas, comerse. Y si el libro en papel higiénico ya
está inventado, aunque con escaso éxito, unos preservativos con poemas de amor no digo yo que no le
añadiría más sentimiento o, al menos, más poesía al asunto, tan necesitado de
ello en estos últimos tiempos (ya lo veo: “deme una caja de doce de Pablo
Neruda”). Pero si tuviese que elegir una buena idea, sin duda me quedaría con
la ocurrencia de un iluminado de finales del siglo XVIII para recuperar el
peñón de Gibraltar: que cinco mil soldados llevaran al cuello un escapulario de
la Virgen del Carmen, que los haría invulnerables a las balas de los herejotes
ingleses. Ante el fracaso estrepitoso de las campañas que han intentado mejorar
los índices lectores de nuestro país, yo voto por el escapulario. Es simple
cuestión de fe. José López Romero.
Tus dos debilidades, el fútbol y las letras.
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