Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 26 de octubre de 2019

AQUÍ NO LEE NADIE


“Al final va a tener razón el protagonista de ‘Intento de escapada’, una excelente novela de Miguel Ángel Hernández, cuando asegura que nadie lee nada”, se me lamentaba el otro día un compañero de profesión y amigo. Y añadía en un monólogo que más tenía de resignación que de rebeldía: “¡pues no se me ocurre preguntar en los primeros días de clase a los alumnos qué han leído en verano y apenas me levantan la mano unos cinco! Pero lo más grave, con serlo, no es esto, lo peor vino después… Me voy a tomar un café y me encuentro con algunos compañeros, entre ellos una profesora de Lengua y por empezar una conversación se me ocurre la dichosa preguntita, y cáete al suelo: ¡no había leído nada!”. Hay personas como este mi compañero que siguen manteniendo una cierta capacidad, cada vez más menguada, de sorpresa y, lo que es peor, una, cada vez también más disminuida, confianza en el ser humano y, en particular, en los compañeros de profesión. Eso de que la lectura se le presupone al profesor de Lengua es una afirmación de otro tiempo, del mismo en que también el valor se le presuponía al soldado. Hoy las cosas han cambiado mucho en todos los órdenes y disciplinas. Hoy basta con saber lo que pone el libro de texto o manual para dar una clase, porque nadie te exige que sepas más que eso. Hoy, basta con tener unos índices de aprobado acordes con lo esperado por el sistema para que se enmascare el fracaso escolar, unas estadísticas que de ninguna manera representan lo que sabe un alumno o alumna, sino un aprobado bajo el que se esconde a veces la mediocridad del profesor. “Esa profesora –concluía mi amigo- terminará por saber a lo largo de toda su carrera profesional como mucho el manual de la asignatura, ayudada claro está por el solucionario de las actividades, y con eso se pasará años y años”. No pude por menos que darle la razón, aunque le aclaré acudiendo al refranero que esa golondrina no hace verano. No sé si le sirvió como consuelo a su desolación profesional. José López Romero.

viernes, 4 de octubre de 2019

MÁS SORPRESAS


El año pasado casi por estas mismas fechas publicaba, a modo de inicio del curso y cierre del periodo veraniego y vacacional, un artículo en el que confesaba una de las sorpresas que me habían deparado las lecturas de aquel ya lejano verano: el retraso con que a veces llega uno a ciertos libros. Y ponía como ejemplo ‘El azar y viceversa’ de Felipe Benítez Reyes y, sobre todo, ‘Galíndez’ de Manuel Vázquez Montalbán (lecturas que sigo considerando muy recomendables). Al menos me consolaba con el socorrido refrán “más vale tarde que nunca”. Pues bien, esa misma sensación he experimentado con otro libro este verano: ‘Las armas y las letras’ de Andrés Trapiello. Quizá sea por una tan subjetiva como absurda prevención contra este escritor (a veces demasiado oportunista en sus publicaciones), o porque lo primero que leí de él fue uno de sus infinitos en número volúmenes de sus diarios (todos bajo el título genérico de ‘El salón de los pasos perdidos’), lo cierto es que no le tenía yo mucha afición ni ganas de seguir leyéndolo; sin embargo, ‘Las armas y las letras’ ha sido sin duda mi gran descubrimiento, tardío ya lo sé, de este verano y que no me he resistido a reseñar en esta misma página. Pero estos últimos meses han dado para mucho más, hasta el punto de que he descubierto otra sensación con las lecturas (¡a mi edad!, como decía el año pasado): la inutilidad de ciertos libros. Tan interiorizada tenía la máxima de Plinio el Joven de que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno, que nunca me he parado a pensar en que pudiera haber libros prescindibles, inútiles, que si no se hubieran escrito no habría pasado nada, incluso el mundo sería algo mejor (exagero, porque esto no hay quien lo arregle). Esa sensación, aunque no logré entenderla del todo, ya la tuve hace unos años con ‘Zonas húmedas’ de Charlotte Roche, una novela ordinaria y de mal gusto, propia de esa literatura que se publicita bajo el calificativo de “transgresora” ¿Y con qué libro he tenido este verano esa sensación? Pues lo voy a decir aunque ello me cueste alguna reprimenda: la novela ‘Lejos de Veracruz’ de Enrique Vila-Matas. De este escritor me gustaron y mucho dos obras: ‘Bartleby y compañía’ e ‘Historia abreviada de la literatura portátil’; pero no me gustó nada ‘Aire de Dylan’ y esta última incursión en su novelística me ha resultado decepcionante. Quizá el comienzo de la novela atrape al lector, pero después resulta insulsa, con poca gracia y apenas interés. Ya sé que Vila-Matas es para muchos un escritor de los llamados “de culto” (otra denominación que hay que poner en cuarentena o bajo sospecha) y quizá yo me tenga que aplicar la variante de Óscar Wilde a la frase de Plinio: “La verdad es que no hay libros malos, lo que hay son malos lectores” y yo sea un mal lector de Vila-Matas. Pero ‘Lejos de Veracruz’, se pongan como se pongan Plinio y Wilde, es un pestiño. José López Romero.