Revisando estos días la obra de Miguel de
Cervantes, sobre todo su producción teatral, aunque hace unas semanas había
iniciado la relectura de El Quijote,
y el año pasado ya me las tuve con sus Novelas
ejemplares, cada vez que me encuentro con un clásico (y este señor del que
hablo lo es por excelencia), más convencido estoy de que la lectura de estos
autores, tan alejados de los tiempos que hoy corren, es un ejercicio no
reservado ni indicado, me atrevería a decir, para todos los lectores, por muy
buenos y constantes que estos sean. Y no se me entienda esto como un gesto de
presunción, más lejos de mi intención y de lo que aquí quiero exponer. Como
tampoco se pueden leer sus obras en la primera edición que encontramos o le
echamos la mano en una librería o una biblioteca. La lectura, el uso y disfrute
de nuestros grandes escritores y sus obras, cuanto más distanciados en el
tiempo exigen de un conocimiento previo en aspectos filológicos que sobrepasan
a buena parte de la población lectora activa. Pongamos el caso de nuestro
ilustre príncipe de las letras, ya que estamos de efemérides. En cuanto a
ediciones que las librerías ponen a la disposición de la ciudadanía, las más
actuales sin duda son las que está editando la R.A.E. en su Biblioteca Clásica,
colección en la que lleva editadas de don Miguel La Galatea, El Quijote (por supuesto), las Novelas ejemplares, los Entremeses
y las Comedias y tragedias, y ya se
anuncian Viaje del Parnaso y poesía
completa y El Persiles, para
completar toda la obra. Sin embargo, estas ediciones, fiables donde las haya,
son muy engorrosas de leer por el aparato de notas de que se acompañan; notas
que son necesarias para la aclaración de expresiones, vocablos o cualquier
pormenor digno de información, pero que entorpecen la lectura, sobre todo las
dedicadas a variantes textuales. De acuerdo con esto, más recomendables son
otra ediciones que solo recojan esas notas aclaratorias que el lector agradece
y no le interfieren, sino todo lo contrario, su lectura. Y para ello ediciones
como la de Clásicos Castalia o Cátedra, por ejemplo, (¡además de mucho más
económicas!), son sin duda más accesibles. Pero, incluso con una buena edición
en nuestras manos como las que acabamos de citar, hay que reconocer que el
grado de dificultad de la lectura de un clásico sigue siendo alto, sobre todo
porque nuestro castellano dista ya mucho de aquella lengua, compañera del
imperio, a cuyo esplendor contribuyeron nuestros grandes clásicos. ¿Estamos,
por tanto, condenados a no entenderlos y, en consecuencia, a no leerlos, o que
los lean solo los que los entiendan? Ni mucho menos, sino todo lo contrario. La
recomendación sería empezar a leer clásicos como El Lazarillo, La Celestina, y si queremos rendirle nuestro homenaje
particular al gran Cervantes, buenas son las Novelas ejemplares, novelas cortas, entretenidas, con las que
cualquier lector o lectora disfrutará sin duda, disfrutará de un clásico en
estado puro. ¡Y sobre todo: absténganse de modernizaciones! José López Romero.
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