Cuando terminaba de leer novelas como Calle de las tiendas oscuras o Dora Bruder o incluso En el café de la juventud perdida de
Patrick Modiano (Premio Nobel de Literatura de 2014), mi reflexión era siempre
la misma: ¡cuántas vidas se entrecruzan en nuestras vidas!, hasta el punto de
poder reconstruir la existencia de una persona a través de las vidas de los
demás, a través de ese laberinto o tela de araña que supone el contacto o
simplemente el roce de unos con otros: los clientes habituales del bar en el
que sueles tomar el primer café de la mañana y con los que esporádicamente
entablas una conversación; los dependientes de la tienda en la que compras los
alimentos; tus compañeros y compañeras de trabajo… innumerables son las
situaciones como incontables las personas a las que conoces y que te conocen.
Pero hay vidas, personas cuyo contacto se estrecha y pasan a formar parte
importante, fundamental de nuestra propia vida: los amigos, la familia y, en el
caso por lo que esto escribo, mi cuñada Encarna. A la manera de Modiano, aunque
no en ese “café de la juventud perdida”, sino en una biblioteca (no podía ser
de otra manera) conocí a las dos hermanas un verano en que decidí leer todo lo
que pudiera encontrar de la Generación del 27, y ellas arrastraban la pesada
tortura de alguna asignatura pendiente que debían aprobar en septiembre
(seguramente Matemáticas o Lengua y Literatura). Aquellas dos niñas, porque en
aquella época con 15 o 16 años todavía se tenía la mirada limpia de las niñas
(la mirada celeste de Mercedes), se cruzaron en mi vida para no abandonarla
más. Pero el pasado miércoles, día 20 de enero de 2016, se rompió el hilo que
me unía a mi cuñada Encarna. Fue durante sus buenos años una lectora compulsiva
de novelones de muy variada procedencia y más que dudosa calidad, pero entendía
que la literatura debía ser un entretenimiento sin mayores pretensiones, lo que
es muy respetable; y era, por ese amor fraternal que nos profesábamos, una
lectora fiel hasta la devoción de esta página, cuyos artículos siempre
despertaban algún comentario que me pasaba por el brezo que dividía nuestras
casas. Como en las novelas de Modiano, con mi vida y la de mi mujer se puede
con todo detalle reconstruir la existencia de mi cuñada, y en nuestro corazón
pervive, como en el de sus hijas y en los de mis hijos, que eran como suyos.
Cuando celebrábamos el final del año 2015 y saludábamos la entrada del 16, nos
besamos, nos abrazamos y siempre nos decíamos “te quiero mucho”; no sabía,
aunque me lo temía, que quizá aquel fuera nuestro último beso y nuestro último
abrazo, pero nunca será el último “te quiero mucho”. Descanse en paz una mujer
buena, que perdió en sus últimos años el brillo, la alegría de su mirada
limpia; descanse en paz mi cuñada Encarna, mi querida hermana. In memoriam.
José López Romero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario