Posiblemente uno de los mayores
elogios que se le puede hacer a un escritor es que nunca defrauda a sus
lectores. Y si esto podemos decir de todos los narradores del XIX, no decimos
lo mismo de los poetas porque el verso no alcanza siempre la misma altura, está
sujeto a los altibajos de la técnica y, sobre todo, de la inspiración. Sin
embargo, muchos y buenos se salen de esa desigualdad, entre los que sin duda
contamos a Pedro Sevilla. Su último poemario Serán ceniza (Libros Canto y Cuento, 2015) mantiene la alta calidad
de los libros anteriores, de los que recomendamos la antología Todo es para siempre (Renacimiento,
2009). Una calidad literaria que también alcanza en su obra en prosa con
novelas como Los relojes nublados o
su libro de memorias la fuente y la
muerte. Un título emblemático el de sus memorias, porque buena parte de sus
poemas giran en torno a la muerte, no como uno de esos temas universales de la
literatura, sino como presencia permanente, cotidiana, íntima compañera de
viaje, pero que también somos capaces de superar, renacer “para aceptar la vida
/ con la misma emoción con que se aceptan / las camisas de un padre. / Ha
habido que morir, retornar encendido, / y acoger en el seno a la alegría, / que
es amor, puro fruto, / un gozoso legado que también ennoblece” (“Alegría”). La
muerte pero también la vida, la fuente,
una vida que parte siempre del recuerdo amado del hogar, sus padres, su mujer,
el campo, el cielo, la naturaleza, las luces, el calor de las tardes de verano
o esos crepúsculos lentos y tristes del otoño, y el amor sereno como el deseo
encendido en la memoria. Los poemas de Pedro Sevilla son estampas familiares,
fotos antiguas, recuerdos de una niñez y una adolescencia que son las nuestras,
por eso en el reconocimiento de nuestras propias vivencias los versos de Pedro
nos emocionan, nos miran por dentro y nunca nos defraudan. José López
Romero.
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