“Que a todo hombre viviente, / en
cualquiera lugar que haya nacido, / sea iroqués o patagón gigante, / fiero
hotentote o noruego frío, / o cercano o distante / le miro siempre como hermano
mío.” Cuando uno lee estos versos de José Cadalso (“Sobre no escribir
sátiras”), el gran ilustrado que ejerció tan poderosa como benefactora
influencia sobre poetas como Meléndez Valdés o el mismo Jovellanos, no puede
por menos que pensar en la rabiosa actualidad de su mensaje, a pesar de los más
de dos siglos de distancia y, lo que es más grave, lo poco o lo “casi nada” que
ha evolucionado o, lo que es peor, cuánto ha retrocedido este mundo de nuestros
pecados cuando seguimos planteándonos si todos los que vivimos en él debemos
considerarnos hermanos, al margen de geografías distantes o cercanas, de
religiones o de razas. No otra respuesta que los versos de Cadalso piden de
nosotros la grave situación de los refugiados que huyen de sus países en
guerra, o la cantidad de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas en
esos ataúdes humanos a los que llaman pateras. Y de la misma manera, si leemos
la oda “El fanatismo” de Meléndez Valdés, comprobamos en sus versos el lamento
del poeta por la irracional y sangrienta manera de entender las religiones,
sean antiguas o modernas: “Y, ¡ay!, en nombre de Dios gimió la tierra / en odio
infando, en execrable guerra”. No otra imagen que la que Meléndez recoge en
estos versos nos están dejando los continuos atentados que en nombre de un Dios
hecho para el odio y la destrucción asolan países y el nuestro, por desgracia,
no ha sido una excepción. Y de nuevo la pregunta es obligada: ¿es que no hemos
evolucionado nada? ¿es que lejos de mejorar, realmente hemos empeorado? Cadalso
murió en 1782 en el asedio a Gibraltar, y Meléndez Valdés murió en su exilio de
Montpellier, una víctima más de la invasión napoleónica. Hoy las obras de
Cadalso y de Meléndez Valdés siguen siendo un ejemplo de lo poco que ha
aprendido el ser humano. José López Romero.
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