En el cuento “El espejo y la máscara”, incluido en “El libro de arena”, Jorge Luis Borges nos relata la historia del rey que una vez “librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego”, le encarga a un poeta el canto de todas sus grandes hazañas, a la manera de los bardos épicos. Pasado el año, plazo concedido por el rey para que el poeta escribiera su oda, éste la declama ante la corte y el pueblo. “Acepto tu labor –dice el rey-. Es otra victoria”. Toda la retórica, todos los giros, todo los estilos estaban comprendidos en la obra de aquel trovador. Pero… el rey le reprocha: “Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre, Las manos no han buscado los arcos… Nadie profirió un grito de batalla…” Como premio, el rey le regala un espejo de plata, pero lo emplaza para dentro de un año, en que deberá presentar otra loa. Cumplido el plazo, el poeta vuelve a la presencia del rey. Esta vez lee su composición con inseguridad, “la página era extraña. No era la descripción de la batalla, era la batalla”. El rey queda sorprendido por la nueva oda: supera lo anterior y también lo aniquila, dice, y como prueba de su aprobación le regala al poeta una máscara de oro. Y que Dios y Borges me perdonen por utilizar el cuento del escritor argentino para establecer la comparación con el fútbol. Toda la retórica, todos los estilos, el más depurado fútbol no cabe duda de que lo interpreta a la perfección el F.C. Barcelona; Guardiola, como el poeta de la primera oda, ha hecho de su equipo el acabado compendio de la mejor tradición balompédica. Y como exclamaría el rey: “Es otra victoria”, y Guardiola seguro que se mira todos los días en su espejo de plata. Y Mourinho es ese poeta inseguro, que lee a trompicones y en desorden su última composición. No cabe duda de que el Madrid no está para retóricas, sino para batallas; es más, y como dice el cuento, no es la imagen de la batalla, es la batalla misma, espíritu que representan Sergio Ramos, Carvalho o Pepe. Con su máscara de oro acude Mourinho a las ruedas de prensa. Pero una tercera redacción le pide el rey al poeta que haga. Al cabo de otro año, vuelve éste por tercera vez ante el rey. El poema era una sola línea, que aquél susurra al oído de éste. “En el alba –dijo el poeta- me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu”. “El que ahora compartimos los dos – el rey musitó-. El de haber conocido la Belleza , que es un don vedado a los hombres”. A los que nos gusta el fútbol sabemos que la Belleza también está en un verso convertido en el remate o los controles de Zidane, en una jugada de Messi, en el taconazo de Fernando Redondo, en el gol de Maradona. No sé cómo quedará la final de mañana, pero sí sé cómo termina el cuento. Les recomiendo (que Dios también me perdone) que se lo lean. José López Romero.
Maestro, ya quisieran muchos futboleros leer a Borges. Es más, ya podrían algunos hablar de futbol tan bellamente como acaba de hacerlo usted. Son otros mundos aunque estan en este.
ResponderEliminarDios seguro que le perdona sus recomendaciones literarias, yo también le perdono hoy que hable de futbol en este tono, (evidentemente).
Un saludo.