Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

domingo, 5 de julio de 2009

El mal de las citas


Como si fuera un nuevo virus, la cita ataca a políticos, intelectuales, pueblo llano y hasta gente de mal vivir. Hace ya un tiempo, cierto político (clase social propensa a la diarrea intelectual) atribuyó el “vivo sin vivir en mí” teresiano a fray Luis de León y, pocos días ha, el atildado Peñafiel, azote de bodas y monarquías, desde las páginas de El Mundo citaba de forma deficiente el famoso madrigal de Gutierre de Cetina “Ojos claros, serenos / si de un dulce mirar sois alabados, /¿por qué, si me miráis, mirais airados?...” cuya autoría adjudicaba, creo recordar, a Garcilaso de la Vega.
En el tiempo en que la imitación ennoblecía, los escritores buscaban en la autoridad de la Biblia y los clásicos greco-latinos el toque de elegancia y didactismo para sus textos, no faltaban para este fin los repertorios de sentencias y hechos famosos (¿para cuándo ediciones de la “Officina” de Ioan Ravisio Textor o del “Sententiarum volumen absolutissimum” de Stephano Bellengardo, que provocarían verdaderas epidemias?). Hoy, los clásicos siguen teniendo ese punto de distinción que nunca han perdido; pero aquel que cita a modernos, y más si son alemanes, caen en la cursilería más espantosa. Yo, por mi parte, me he inoculado una pequeña dosis de este virus y cuento con un repertorio de citas de andar por tertulias y saraos y, en mis estados febriles, suelo inventarme algunas que de inmediato atribuyo al venerable Borges, que viste mucho.
El cine en este aspecto es muy curioso: en las películas inglesas se cita a Shakespeare; en las francesas a Voltaire o Roussseau; Goethe en las alemanas, y en las españolas, siempre tan cutres y casposas, a Chiquito de la Calzada, ¡qué país!