Sorpresa la que me llevé yo el otro día: en varias mesas de una conocida cervecería varios clientes leían en voz alta. Algunos eran los mismos que en los años 80 se sentaban en los mismos lugares con las “Poesías Completas” de Machado bajo el brazo; pero ya la pana y la barba de aquellos años dejaban paso ahora a la camisa Ralf Lauren y a la lustrosa calva (¡Sic transit gloria mundi!) ¿No será, me pregunté, que ha llegado a sus manos (como a las mías llegó procedente de las de mi amigo Juan) una hoja en la que se describía cómo se ejercitan las zonas del cerebro según las actividades?: pocas zonas en un “pensamiento sencillo”; algunas más en la “resolución de un problema de matemáticas”; muchas más en la “resolución de problemas matemáticos contrarreloj”, y casi todo el cerebro se activa con la “lectura en voz alta”. ¿O será que han vuelto a la lectura a viva voz que A. Manguel, en su “Historia de la lectura”, señala que tenían por costumbre los antiguos, hasta el punto de que a San Agustín (“Confesiones”) le parecía extraña la manera de leer de San Ambrosio: “cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban”. La lectura de un poema en voz alta, si se sabe leer adecuadamente, es con mucho el mejor placer que un lector puede darse y dar a sus oyentes. Por desgracia en aquella cervecería, las neuronas llevaban la marca de la cruzcampo.