Nathan Glass, el protagonista de la excelente novela “Brooklyn Follies” de Paul Auster, que ha trabajado durante treinta años en una compañía de seguros, intenta abrirle los ojos a su sobrino, recién reencontrado, Tom: “La pasión por el engaño es universal, muchacho, y cuando alguien le coge el gusto, ya no hay remedio que valga. El dinero fácil: no hay mayor tentación que ésa. Fíjate en todos esos listos que montan simulacros de accidentes de coche en los que resultan falsamente heridos… el gran espectáculo de la falta de honradez…”. Más razón que un santo. Es más, tío y sobrino tendrán que mediar en un timo de grandes proporciones del que no sale precisamente airoso su amigo Harry Brighman. Pero no hay que irse a lo universal para comprobar lo que dice Nathan, amparado en su dilatada experiencia en seguros. Con cierta periodicidad los medios de comunicación nos ofrecen reportajes de individuos que estando de baja en sus trabajos, se dedican a hacer otros por su cuenta y su beneficio, mientras cobran sus sueldos. Por eso no estoy totalmente de acuerdo con el protagonista de “Brooklyn Follies” cuando eleva a lo universal lo que él considera “la pasión por el engaño” o afirma rotundamente que no hay mayor tentación que el dinero fácil. Por el contrario, pienso que es una cuestión más de educación personal, que de naturaleza humana; y si me apuran y para utilizar palabras del propio Nathan: de honradez, virtud poco frecuente en estos tiempos; aunque el engaño elevado a una de las categorías de las bellas artes ya se encuentra en los genes de esa parte de lo español sinvergüenza y maleducada, de ahí el género picaresco o la inabarcable lista de timos que hemos sido capaces de crear y perpetrar a lo largo de la historia, costumbre que sigue gozando de una espléndida salud. Y en esa falta de honradez es donde el engaño se convierte en la estrategia diaria, el mecanismo para aprovecharse de los demás, no cumplir con su trabajo, y hasta robar si fuera necesario, porque una forma de robar es también no hacer lo que uno debe. La mentira es otra forma, perversa cuando se utiliza también en beneficio propio, del engaño. ¿Dónde están ahora los que han arruinado a entidades financieras y disfrutan de indemnizaciones millonarias, los que han arruinado a su ciudad, a sus regiones, a la nación entera; todos aquellos que consintieron o participaron en los enchufes masivos, los sindicatos los primeros? Qué son sino unos profesionales del engaño, unos timadores, unos golfos en definitiva. ¡Y ninguno en la cárcel! No cabe duda de que nos han tocado vivir malos tiempos, en malas compañías y con los peores gobernantes, y hay que aprender a vivir sin ilusiones, como diría uno de los personajes de “Respiración artificial” de Ricardo Piglia, porque la ilusión no puede crearse si no es en una sociedad sana y honrada. Pero tampoco vamos a pedir una cerveza y una ginebra doble, porque esa mezcla fuera el recurso recomendado por Dickens a quienes están a punto de suicidarse. Por cierto, ¿han visto el despliegue en los medios de comunicación por el bicentenario del nacimiento de Dickens? Y Jovellanos y Unamuno celebrados en familia. ¡Qué engaño de país! José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 25 de febrero de 2012
sábado, 18 de febrero de 2012
-Father, una preguntita. (¡el diminutivo amenazador!) – Una y que no sea muy difícil, porque no está la cosa para gastar ni una neurona. - ¡Tan borde como siempre mi father! Pues como tu amigo Ramón y tú habéis conseguido ese rollito de publicar esa novelita (el diminutivo irónico) en Amazon, “Asta Regia” dices que se llama, había pensado (¡mi hija pensando!) que me podrías ayudar a publicar mis mejores tuits, una selección de mis momentos estelares con mis amiguetes y con ese lenguaje que tanto te gusta de las k, los xk, etc. ¿Qué te parece? – Pues lo de comparar tus tuits siderales con nuestra novela, un insulto; y lo de publicarlos, un atentado contra el género humano del que no quiero ser cómplice. - ¡Ese es mi father! ¡Anda, que no tienes precio como animador de iniciativas personales y para apoyar a la familia! ¿Qué quería que le dijera? Desde que hace una semana mi compañero de página comentaba la compra por Ediciones B de novelas previamente publicadas en Internet, donde habían obtenido un gran éxito, con el fin de editarlas en papel, no hay día en que no lea o escuche en los medios de comunicación alguna noticia al respecto. Es cierto que la edición digital, gratuita en la mayoría de los casos, siempre y cuando el autor no tenga más pretensión que poner el texto al alcance de cualquier lector a módico precio, es la salida de muchos escritores, noveles y no tan noveles, en busca de la gloria literaria, la cual sería plena si viniera acompañada de algún ingreso económico. Aunque más de uno no se fía ni de la suerte de los textos colgados, y menos aún de la devolución de los pagos de los lectores que descargan los libros. Pero lo peor de todo sería que cuando viajemos al espacio nos encontremos con nuestros libros digitales, los tuits de mi hija, vagando por la atmósfera como esos residuos o basura que han ido dejando las naves espaciales y que ahora amenazan con caernos encima. ¿Se imaginan que estemos tranquilos en la playa y nos caiga en la cabeza, como llovida del cielo o del basurero espacial, una novela de Falcones? ¡No lo permita Dios! José López Romero.
viernes, 10 de febrero de 2012
DOS EJEMPLOS
Aún no habíamos dado por finiquitado el pasado año, cuando se levantaron, aunque tímidamente, algunas voces lamentando la ocasión perdida: apenas se habían celebrado el bicentenario de la muerte de Gaspar Melchor de Jovellanos y los setenta y cinco años de la muerte de Miguel de Unamuno. ¡A buenas horas mangas verdes!. Sólo un casi familiar, por lo íntimo y sobrio, homenaje rendido en la Universidad de Salamanca a su insigne rector, algún artículo disperso por periódicos y revistas especializadas, y poco más. Parece como si la dichosa crisis se hubiera llevado por delante, arrasado o aniquilado las pocas ganas que a cualquiera le quedan para celebraciones, y menos efemérides de difuntos, por muy ilustres que éstos sean o hayan sido. “El olvido del bicentenario de Jovellanos por nuestra clase política es un fallo muy elocuente”, se lamentaba Ignacio García de Leániz en las páginas de un diario nacional el 28 de diciembre. Está claro que si aún viviesen catedráticos de la talla de José Caso González, especialista en la obra del gran reformista gijonés, o José Antonio Maravall, estudioso del pensamiento ilustrado de nuestro siglo XVIII, de seguro que la conmemoración no hubiera caído en el olvido. Entonces ¿error sólo de los políticos? Las figuras de Jovellanos y de Unamuno traspasan los siempre estrechos límites de la política, para elevarse a la categoría de lo social y de lo humano. Porque ambos personajes tuvieron en común su permanente preocupación por España y su compromiso con un país con todos sus defectos, que lejos de ocultar, denunciaron para corregirlos, y con todas sus virtudes, porque fueron también hombres que depositaron una enorme confianza en la regeneración española. La labor que ambos intelectuales desempeñaron como políticos de su tiempo, Jovellanos en los diferentes cargos que ocupó, entre ellos el de ministro de Gracia y Justicia, y Unamuno como concejal del ayuntamiento de Salamanca, diputado a Cortes por la misma ciudad y rector de su universidad, se caracteriza por las medidas de reforma que impulsaron, la fe en la modernización de un país que precisamente no pasaba a finales del XVIII y en la primera mitad del XX por sus mejores momentos. Y es por ello que el ejemplo de su obra y de su actitud ante el problema español nos sea tan necesario en estos tiempos que corren. A quién sino a estos dos grandes intelectuales de nuestra historia podemos acudir en momentos de tanta dificultad y zozobra. El natural novelero nos hace mirar al exterior y abrazar la causa de esos profetas del tres al cuarto que siempre están al acecho de la masa inconformista e indignada, cuando en nuestra cultura, la de verdad, la que nos hace ver la viga en nuestro ojo y nos ofrece la solución a nuestros problemas permanece en el olvido. Pero, claro, hay que hacer el esfuerzo de leer sus obras y seguro que a algunos no les gusten ni lo que éstas nos plantean, ni las soluciones que nos proponen; entre ellas el ejemplo de honradez que ambos escritores dieron durante toda su vida, del que tanto carecemos en estos tiempos. José López Romero.
sábado, 4 de febrero de 2012
ANONYMOUS
La película “Anonymous” de Roland Emmerich ha vuelto a poner sobre el tapete uno de los grandes misterios, si así puede entenderse (para muchos es solo una patraña), de la literatura anglosajona. Es tal la dimensión del enigma (o del infundio) que no es de extrañar que con cierta periodicidad algún escritor, en este caso ha sido un director de cine, quiera divertirse con la provocación y remueva las aguas siempre turbulentas cuando se trata de tocar lo intocable: la figura y autoría de ni más ni menos que William Shakespeare. Ahora la teoría defendida en la película, “Anonymous”, es que fue Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, el verdadero autor de toda la obra que la historia le ha atribuido al príncipe de las letras inglesas. No hace mucho otros proponían al gran Cristopher Marlowe, con quien Shakespeare no tuvo precisamente una estrecha amistad. ¿Se puede sustentar la teoría de “Anonymous” con argumentos tan irrefutables que tengamos que volver del revés toda la literatura ya no solo inglesa, sino occidental, porque la dimensión literaria de Shakespeare traspasa sin duda los estrechos límites de Britania? Los expertos juran y perjuran que no y defienden, con todos los datos posibles, al gran Shakespeare. Entonces ¿para qué tanta teoría? ¿por qué tanto revuelo? Al margen de la diversión, de la provocación y del interés comercial que todo esto trae como consecuencia, reconozcamos que la filología sería muy triste y aburrida si en la historia de la literatura no hubiera enigmas por descifrar, autorías por descubrir y hasta falsos escritores por desenmascarar. Y cuando el problema surge, cuanto más alto se apunta, más delirantes son las teorías que se suelen sacar de la manga los que algún afán de notoriedad persiguen. Si tuviéramos que elegir, yo me quedaría con la atribución al siempre misterioso y escurridizo Marlowe, cuya biografía, aunque poco de él se sabe, podría dar para otra película. En nuestra literatura incontables son los problemas que la investigación sigue empecinada en resolver; y en este sentido, no me disgusta, modestamente hablando, la atribución del “Burlador de Sevilla” al discreto mercedario fray Gabriel Téllez, por nombre literario Tirso de Molina, aunque sólo sea por esa turbadora combinación de fraile y canalla. Como también considero muy acertada, y sigo con mi modestia, la atribución del “Lazarillo” a Diego Hurtado de Mendoza, ilustre de las letras y de las armas, perfecto caballero renacentista, como ha demostrado la paleógrafa Mercedes Agulló, con documentación bajo el brazo. Sin embargo, y a pesar de ello, hay quien no se resiste a no ser el muerto en el entierro o a que le pisen una investigación, por mucho manuscrito revelador. Si no, pregúntenle a Don Francisco Rico quién es el autor de “El Lazarillo de Tormes”;o mejor, léanse el artículo que publicó el soberbio filólogo en la excelente revista “Mercurio” de diciembre de 2011, nº 136. José López Romero.
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