A pesar de mi afición al
fútbol, sin llegar al fanatismo, virus que nos inoculó mi padre desde muy
pequeños a mi hermano y a mí, no me ha dado nunca, aunque solo fuera por
curiosidad, comprobar si hay mucha o poca bibliografía sobre el deporte rey por
excelencia. Sin acudir a Internet, fiado solo de mi memoria, algunos cuentos de
Eduardo Galeano, uno que leí tiempo hace, magnífico, de Jorge Valdano, pero
sobre todo mucha literatura laudatoria en torno a futbolistas, clubes o
equipos. Supongo que no habrá héroe o equipo, por muy locales que sean, que no
tengan su panegírico o varios de ellos, por muy precoz que la figura sea.
Pongamos por ejemplo el de Leonel Messi, del que, a pesar de sus 25 años, ya
tendrá una bibliografía a sus espaldas considerable. Bibliografía con la que de
seguro contarán clubes como el Real Madrid, Barcelona o, por seguir con
futbolistas de época, Di Stéfano, Cruyff, Maradona o Zidane. Panegíricos y
hasta hagiografías pero poca literatura ensayística, trabajos de investigación
o análisis sobre los resortes y mecanismos que mueven los partidos de fútbol,
esto es, las tácticas, los movimientos de las líneas, las estrategias, los
cambios, etc. Todo lo que hace que el fútbol pase de ser un juego a querer
convertirse en un deporte cuyo resultado dependa de la mejor preparación de un
equipo sobre el otro. Y para ello, los grandes entrenadores no descuidan ni el
más mínimo detalle. ¿Cuánto daría un editor por los cuadernos de Mourinho o por
los estudios que sobre los rivales hace Guardiola? Pero lo más sorprendente de
todo es que los glosadores de las gestas balompédicas sean periodistas, y a
ninguno de ellos (en lo que alcanza mi memoria) le haya dado por escribir un
libro de análisis de tácticas. O quizá no sea tan sorprendente cuando el
periodismo deportivo es, al menos en este país, una de las profesiones más
ventajistas que puede uno echarse a la cara: elogian al vencedor de la misma
manera que critican, e incluso destrozan al vencido. Su eslogan preferido: “eso
ya lo sabía yo”. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 18 de mayo de 2013
sábado, 4 de mayo de 2013
LENGUA Y NACIÓN
La torre de Babel de Brueghel el viejo |
No sé si, como le sugiere el gran Goethe a Friedrich Wilhelm von Humboldt, insigne
lingüista, los idiomas reflejan el carácter de una nación (Alberto Manguel dixit en ‘Diario de lecturas’), o estos
son el producto o resultado de una serie de convenciones sociales que cambian
según los tiempos y sus usuarios. Al respecto, lo último que he leído y que
desde aquí recomiendo sin reservas es ‘El prisma del lenguaje’, libro que ya
reseñé en semanas anteriores, escrito por el lingüista judío Guy Deutscher quien
cita precisamente a Humboldt y el estudio que éste hizo de las lenguas amerindias,
para lo cual tomó como fuente los manuscritos que se conservaban en la
biblioteca del Vaticano y que habían
traído los misioneros jesuitas; manuscritos que puso en sus manos Lorenzo
Hervás, bibliotecario del papa Pío VII, cuando a Humboldt, en calidad de
diplomático, lo nombraron enviado prusiano ante el Vaticano. Entre las
conclusiones de este estudio señala Deustcher que “La diferencia entre las
lenguas no solo está en los sonidos y en los signos, sino también en la visión
del mundo… Dado que la lengua es el órgano que forma el pensamiento, tiene que
haber una relación íntima entre las leyes de la gramática y las leyes del
pensamiento. Pensar depende no solo de la lengua en general, sino también hasta
cierto punto de la lengua de cada individuo”. ¿Identidad o carácter nacional,
pensamiento, individuo… o solo instrumento, medio de comunicación, convención
social? No soy quien ni estoy en condiciones tampoco de responder a tal
pregunta, porque antes de pensar siquiera en una contestación, habría que
preguntarse qué entendemos por carácter o identidad nacional. Y para eso
tenemos un referente muy cercano en tiempo y espacio: Nicolás Sarkozy promovió
en 2009 un gran debate nacional sobre el “orgullo de ser francés”, encuesta que
arrojó resultados tan significativos como que el 74% de los franceses se
sentían orgullosos de su nacionalidad y un 76% creía que existe una identidad
nacional. Además, abogaban por enseñar y cantar “La Marsellesa” en los colegios
y exigir a los inmigrantes un buen nivel de la lengua francesa. El propio
presidente prometió la creación de un ministerio de inmigración e identidad
nacional. Un debate que tuvo, al margen de los consustanciales intereses
políticos, al menos el mérito de hacer reflexionar a los ciudadanos sobre su nación,
sus propias señas de identidad y el modelo de país que querían para el futuro. ¡Y
se hizo en un país con uno de los índices más elevados de inmigración de
Europa! Este mismo debate, reconozcámoslo, es de todo punto imposible abrirlo
en España. Y no es precisamente porque a nuestro himno nacional le falte la
letra para cantarlo en las escuelas, sino porque muchos ciudadanos, cada vez
menos por desgracia, no pensamos de la misma manera que otros ni, por tanto y
según Humboldt, hablamos el mismo idioma que hablan ellos, aunque a los dos se
les denomine español o castellano. José López Romero.
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el 3 de mayo de 2013.,
Publicado en el Diario de Jerez
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