Francisco Rico (palabra de
Dios) comenta al inicio de su trabajo “Tiempos del Quijote” (dentro del tomo
del mismo título publicado en la editorial Acantilado) la escasa repercusión que tuvo en el pensamiento literario español del
XVII la novela cervantina, en contraste a la presencia entre los intelectuales
de Francia y, sobre todo, de Inglaterra, huella e influencia que se dejan ver
especialmente en las novelas de Fielding y en el “Tristran Shandy” de Laurence
Sterne. Y fruto de ese interés por Cervantes fue la edición que Lord John,
barón de Carteret, sufragó, y que Rico describe como “el más solvente y
suntuoso “Quijote” que hasta entonces se había visto, en cuatro soberbios tomos
impecablemente impresos en Londres por J. y R. Tonson, con pie de 1738” . Esta referencia que me
he permitido coger prestada del maestro Rico es una las muchas, infinitas, que
podemos aducir de ese permanente interés y sobre todo admiración que los dos
países, Inglaterra y España, han mantenido por sus respectivas culturas. De la
misma manera que con Cervantes, podríamos rastrear la inmensa influencia de
Shakespeare en la literatura española y, en general, del mundo anglosajón.
Admiración y respeto, influencia y convivencia que traspasan los amplios
límites de la cultura para dejarse notar en todos los ámbitos de la vida, y en
esto nuestra ciudad y nuestros vinos son un buen ejemplo de lo que decimos. Por
eso, no podemos por menos que lamentarnos de los bochornosos comentarios que algunos
diputados ingleses nos dedicaron hace unas semanas sobre el asunto de
Gibraltar. Diputados a los que, por cierto, se les notaba en las venillas de sus caras su
más que afición al sherry. Comentarios despectivos que no hacen más que
defender y amparar las trapacerías, engaños y abusos de Picardo, un rufián con
pinta de aquel “miles gloriosus” de Plauto, que hace honor a su apellido
procedente seguramente de la Picardía. José López Romero.