“-Esa es la actitud” – decía mi
hijo mientras tecleaba un wasap con destino a no sé quién; prueba contundente e
irrefutable que desactiva la leyenda
negra de que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez. La verdad es que
el comentario fue la única intervención de la conversación familiar que manteníamos su madre y yo, a cuenta de una
idea que se me ocurrió sobre la marcha con el único fin de romper el silencio
conyugal: “-lo mismo Ramón y yo hacemos otra novela y la presentamos a un
premio. Uno de esos que dan los amigos del gremio”. “-¿Pero no decíais los dos que queríais
engrosar la lista de escritores con el síndrome Bartleby, que tan bien analiza
Vila-Matas en su libro Bartleby y
compañía?, me reprochaba mi mujer. “- Sí – le reconocía yo- Pero unos miles
de euros no vienen nunca mal”. Y entonces soltó mi hijo sin levantar la cerviz
del móvil “-esa es la actitud”, pensando más bien en el más que improbable
dinerito por ganar, que en darme ánimos creadores. Y todo porque el otro día me
encontré con un antiguo compañero que, según me confesó, se ganaba un
suplemento económico haciendo de jurado en distintos certámenes literarios.
Llevaba ya unos diez años prejubilándose y eso, junto con las amistades que
había sabido conservar en ciertos círculos literarios, le permitía ser miembro
de premios a los que acudía gustoso no solo por el dinero, sino también por la
siempre atractiva frase “gastos pagados”.
Escritores de cierto prestigio -seguía con su confesión- no tenían
escrúpulo alguno en que apareciera su nombre entre los miembros de un jurado a
cambio de una cantidad según caché. Y
así ya puede explicarse –le comentaba yo- la composición de ciertos jurados y
la concesión de ciertos premios. “¿Pero tú has leído la primera novela? –le
pregunté a mi hijo”. “Pues claro, pá. ¿No te acuerdas que me la tuve que leer a
cambio de que me levantaras el castigo sin salir un fin de semana?”. “-¡Esa es
la actitud, hijo!.” José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
domingo, 27 de abril de 2014
lunes, 7 de abril de 2014
SOMBRAS SOBRE GREY
En Las
conversaciones (libro que reseñamos hace unas semanas en esta misma página)
de César Aira, el protagonista-narrador en primera persona comenta, ya en las
líneas finales del breve relato, que detrás de los guiones de muchas películas
está todo un equipo de expertos que estudian hasta los más mínimos detalles de
la trama, hasta el punto de que “un miembro se especializaba en chistes, otro en el costado
romántico, otro en la cuestión científica, otro en la política, había un
experto en verosímil, uno en procedimientos policíacos, uno en psicología, y
así sucesivamente”. Para terminar con la siguiente conclusión: “Desde el punto
de vista artístico, el método tenía sus ventajas y desventajas”. Como todo en la vida, me atrevería yo a decir. Es posible que
las fuertes cantidades de dinero que cuesta una película y la necesidad al
menos de recuperar lo invertido, si no se pretende que sea un éxito, exija este
tipo de organización que le quita ese prestigio de cine de autor, en favor de
una creación colectiva y quizá excesivamente programada. ¿Pasa esto mismo con
la literatura? La figura del “negro” siempre ha existido y de vez en cuando nos
acordamos de ella cuando salta a la actualidad a consecuencia de algún
escándalo. Y rumores hay que detrás de algún que otro best-seller hay todo un
equipo de escritores en la sombra, como aquel del que nos hablaba el
protagonista de Las conversaciones.
Pero no me imagino que uno sea especialista en diálogos, otro en descripciones,
otro en diseño de personajes, etc. Porque de esa manera me negaría a considerar
el resultado final como literatura, sino más bien como una producción en
cadena, es decir, de productos envasados o enlatados, en definitiva, lectura
basura. Pero lo que no deja de ser un ejercicio de elucubración basada en
simples rumores (no otra cosa son las reflexiones del protagonista de Las conversaciones), puede que tenga más
de un viso de verosimilitud. También las editoriales invierten sus buenas
cantidades de dinero en la edición de libros y, sobre todo, en la publicidad de
obras que son, sin lugar a dudas, muy malas. Pongamos por caso el éxito de Cincuenta sombras de Grey de E.L. James.
Está claro que el sexo con su puntito sadomasoquista siempre ha dado resultado,
no hace falta hacer un estudio de mercado para comprobarlo porque el cine y la
literatura lo han demostrado y certificado ampliamente en productos cuya
calidad los hacen incomparables con el best-seller de James; pero ¿quién es esta
E.L. James, apellido por otra parte muy corriente? ¿realmente es la autora o
una señora que ha prestado su identidad, a cambio de pasar a la historia como
la perpetradora de este libro, detrás del cual habrá, me imagino, un equipo de
“negros” pasándoselo bien con las carnes y curvas sinuosas de la estudiante? Y
ya puestos a imaginar, seguro que si no este año, el que viene, la tal E.L.
James aparecerá de nuevo por las librerías con un nuevo relato, esta vez sobre
el mundo de los negocios, crisis bancarias y rubia despampanante, que
convertirá en película el incombustible Michael Douglas. Al tiempo. José López
Romero.
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