El 23 de abril, como no
todo el mundo sabe pero Wikipedia sí, fue elegido como Día Internacional del
Libro por la UNESCO en conmemoración de tres grandes escritores: “el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra (según
el calendario gregoriano), la muerte (y probablemente también el
nacimiento) de William Shakespeare (según el calendario juliano)
y la muerte de Inca Garcilaso de la Vega” (Wikipedia dixit). La aclaración de los diferentes calendarios no es baladí,
pues la coincidencia no solo en el día sino también en el mes y en el año
(1616), era cuando menos un tanto sospechosa por lo increíble. Y la incorporación del Inca Garcilaso de la Vega
a la efeméride no deja de ser otra curiosa coincidencia, sin más pretensiones,
habida cuenta de la magnitud de sus compañeros de viaje en la barca de Caronte.
Celebrar la muerte se nos da de maravilla, no tanto la vida, y menos aún el
reconocimiento en vida de los méritos de estos enormes escritores. Para el
mundo de lectura hispana, Cervantes es la referencia por excelencia, de la
misma manera y medida que para la cultura anglosajona lo es Shakespeare. O
mejor dicho y si me lo permiten, mucho más grande y venerado por sus lectores
se nos aparece el dramaturgo nacido en Stratford upon Avon, que el reconocimiento
que popularmente ha tenido y tiene nuestro don Miguel entre nosotros, cuya obra
queda reducida a la lectura y conocimiento de especialistas y escasos curiosos,
a los que hasta el mismo Cervantes se atrevería a calificar de “impertinentes”.
Y no será porque sus obras no dispongan en el mercado de muchas y excelentes
ediciones. El mundo editorial en lengua inglesa siempre se ha preocupado por la
calidad de las ediciones de sus clásicos, e incluso Shakespeare ha gozado de
magníficos traductores y cuidadores de sus obras en castellano: a las antiguas
pero no menos valiosas de Astrana Marín, se han sumado desde hace ya varios
años las traducciones publicadas en la colección de Letras Universales de la
editorial Cátedra, al cuidado de Manuel Ángel Conejero, director del Instituto
Shakespeare de Valencia, quien por cierto dictó hace años una conferencia en
nuestra biblioteca municipal con motivo de su reapertura, institución que tan
vinculada está en su historia con el 23 de abril, pues en el de 1873 se inauguró.
Y ¿qué decir de las obras de Cervantes? Actualmente, a la monumental edición
del ‘Quijote’ publicada por la editorial Crítica en 1998 bajo la dirección de
Francisco Rico, le han seguido las ediciones de todas sus obras impulsadas por
la Real Academia, al cuidado de los grandes especialistas con que contamos en
nuestro país de la obra cervantina. Y como curiosidad, la Real Academia hace
años promovió la publicación de reproducciones facsímiles de las primeras
ediciones de los textos cervantinos, obras que aún se cuentan en el catálogo de
la real institución. Una presencia editorial de los dos grandes, enormes
escritores que apenas tiene repercusión en los lectores. Aunque en esto
Shakespeare juega con ventaja: sus obras siempre se representan e incluso proliferan
las versiones cinematográficas, de las que aún se recuerdan las magníficas
dirigidas e interpretadas por el actor Kenneth Branagh. Dos (tres) escritores
unidos por una fecha: el 23 de abril, que hoy conmemoramos. Y como ya defendí
en esta página, no un día, sino todos deberían ser el Día Internacional del Libro.
José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
viernes, 23 de abril de 2021
sábado, 10 de abril de 2021
OESTE
Mi padre era un lector voraz de novelas del oeste en aquellos difíciles años sesenta. Si de las décadas anteriores el color era el negro, en los sesenta habíamos pasado al gris pero marengo. Y me acuerdo de que nos mandaba a mi hermano y a mí a un quiosco cerca de casa para cambiarlas o venderlas como segunda mano (la pela era la pela); al fin y al cabo, eran novelas de usar y cambiar. Y allí que íbamos con una buena bolsa de ellas que previamente había leído y en las que se notaban las marcas de los picos de algunas hojas doblados a modo de antiguos pero no menos socorridos marcapáginas. E incluso con los lomos bastante vencidos consecuencia de su lectura en la cama o, si me permiten el comentario un tanto escatológico, en el servicio. Ahora, al redactar este artículo he echado un vistazo por Internet para ver si aún siguen existiendo en el mercado aquellas novelas que tanto entretuvieron las tediosas tardes de buena parte de los lectores de aquellos no menos tediosos y tristes años. Y compruebo por algunas páginas, sobre todo en Ebay, que siguen estando a la venta las mismas que hace demasiados años veía en las manos de mi padre, las de la editorial Bruguera y en especial las del gran Marcial Lafuente Estefanía. Por mi parte, en pleno desarrollo académico por aquellos tiempos, poca atención les prestaba a estos relatos que, además, estaban indicados, como rezaba en la portada de algunas series, para un público “adulto”. Mis incipientes aficiones lectoras me llevaban a los libros de lectura obligatoria en el colegio y a aquellos que caían en mis manos frutos de alguna recomendación fiable. Con el correr de los años aquellas novelas fueron desapareciendo de mi casa y con ellas el nombre de Silver Kane, seudónimo bajo el que se escondía mi venerado Francisco González Ledesma. José López Romero.
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