En 1683 el impresor Juan Antonio de
Tarazona publica en nuestra ciudad un pequeño folleto que contiene la relación
o crónica del proceso seguido en 1594-5 contra Gabriel de Espinosa, el que con
el pasar de los siglos se convertiría en el famoso personaje llamado “el
pastelero de Madrigal”, de fecunda tradición literaria (todas las referencias a
este impreso y a su protagonista en ‘Historia de Gabriel de Espinosa, pastelero
de Madrigal que fingió ser el rey don Sebastián’, ed. Renacimiento, 2020). J.A.
de Tarazona se había asentado en Jerez por segunda vez en 1675 y consta que
hasta 1680 su actividad como impresor no había sido escasa, pero ¿qué le lleva
en 1683 a imprimir un opúsculo que relata un caso que, aunque famoso, hacía ya
casi un siglo que había acontecido? ¿Interesaba a pesar del tiempo transcurrido
aquella truculenta historia del pastelero de Madrigal y su desgraciado
desenlace? La cantidad de manuscritos y ediciones que proliferaron no solo nada
más terminar el proceso, sino a lo largo de todo el siglo XVII, puede
atestiguar la vigencia en la memoria colectiva de aquel proceso y, sobre todo,
de la figura de un misterioso Gabriel de Espinosa, que llegó a poner en duda
razonable su identidad como el malogrado rey don Sebastián de Portugal,
desaparecido en la batalla de Alcazarquivir en 1578, librada por el joven rey
contra el ejército del sultán de Marruecos Muley Abd al-Malik. Una duda tan
razonable que puso en alerta al mismísimo y todopoderoso Felipe II, cuya
alargada sombra se proyecta sobre la sentencia del no menos famoso proceso. La
literatura fue también, sin duda, junto con los manuscritos y ediciones del
folleto, la encargada de que la historia fuera convirtiéndose en leyenda
popular: Lope de Vega, Luis Vélez de Guevara la dramatizaron en sendas
“comedias”, y alcanza su cima literaria en dos piezas excepcionales ‘Traidor,
inconfeso y mártir’ de José Zorrilla y ‘Los impostores’, tan breve como
magnífico relato de Francisco Ayala. La historia no hubiera sin duda tenido ese
recorrido (hasta llegar incluso, no lo olvidemos, a la publicación del folleto
jerezano en 1683), sin la serie de personajes, a cual más peculiar, que fueron apareciendo a finales del siglo XVI
haciéndose pasar por el rey don Sebastián resucitado. Su misteriosa
desaparición y la imposibilidad de encontrar el cadáver entre la masacre que
supuso aquella batalla, daría lugar al movimiento llamado el Sebastianismo, en
el que aquellos candidatos no fueron más que una anécdota chusca. Finalmente,
el proceso terminó con la sentencia a muerte de Gabriel de Espinosa, y las no
menos severas a que fueron condenados todos los que se vieron envueltos en la
supuesta patraña: a muerte también fue condenado fray Miguel de los Santos,
fraile portugués y supuestamente cabecilla de la trama, y a reclusión
permanente, despojada de todo privilegio, a doña Ana de Austria, hija natural
de don Juan de Austria (el célebre héroe de Lepanto) y, por tanto, sobrina de
Felipe II, y monja en el convento de las agustinas de Madrigal, quien habría
hecho promesa de casarse con el pastelero una vez recuperase el trono de
Portugal, que su tío había anexionado a la corona de España en 1580. Han pasado
más de cuatro siglos y la leyenda del pobre pastelero sigue despertando al
menos la curiosidad de muchos lectores, pero en muy pocos años nadie se
acordará de los impostores que tanto abundan en la política de hoy; para ellos
solo el olvido. José López Romero.