Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 3 de octubre de 2025

POLÍTICA

No busquen en Google. No pongan su nombre en algún buscador y esperen a que les aparezca alguna información, porque don Diego de Salazar y Heredia fue uno y sin duda es todo aquel que sabe aprovecharse de los tiempos azarosos, que son al fin y al cabo, los que llenan buena parte de la historia de nuestro país. Arbitrista y seductor; poeta y frecuentador de prostíbulos y tabernas, don Diego, uno de esos segundones de la rancia nobleza castellana, aunque con alguna que otra oscura y inconfesable mancha de la raza maldita en su sangre ancestral, llegó a formar parte de aquella pequeña corte de la que se rodeó don Gaspar de Guzmán, el conde-duque de Olivares, el todopoderoso valido de Felipe IV. A pesar de que pocas contemplaciones tenía Olivares con los arbitristas, se atrevió don Diego a escribir el ‘Discurso para el afianzamiento y mejora de los estados de España, así como de sus medios de transporte y vigilancia de sus fronteras’, un tratado un tanto pretencioso y bastante chocarrero, por el que pensaba sacar una buena tajada. Pero lo que le dio fama a don Diego en toda la corte no solo era la privanza del conde-duque, a cuyas fiestas, saraos y jornadas de cacería era un asiduo invitado, sino sobre todo los versos que corrían lo mismo por palacios como por bodegones y que don Diego dedicaba a la Filomena, a la Pantasilea, a la Franquilana, cortesanas que a cambio de sus servicios, se servían de él. Los libros de historia no lo consignan, pero era fama en toda la corte que la gran política y los destinos de España se decidían en las estancias privadas de don Diego al calor y sabor de unas putas, como así ha sido, es y será toda la vida de Dios. José López Romero.