En la mañana del 12 de noviembre de 1912 José Canalejas y Méndez, a la sazón presidente del gobierno de España, era asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas Serrano cuando aquel miraba el escaparate de la desaparecida librería San Martín en la madrileña Puerta del Sol. Lo que demuestra bien a las claras que el ejercicio de lector puede llegar a ser una actividad de alto riesgo. Bien conocida es la foto de la recreación del magnicidio. Pero en ella no se aprecia con claridad (al menos la reproducción que he consultado), las novedades literarias que se exhibían en el escaparate. En cualquier caso, al ser una recreación tampoco serían fieles a las que atrajeron la curiosidad de Canalejas. Quizá fuera la última novela de Eduardo Zamacois ‘Las memorias de una cortesana’, de sugerente título, o el no menos atractivo ‘El deseo’ del periodista Alberto Insúa, o incluso ‘La sed de amar’ del por aquel entonces afamado escritor de novelas eróticas Felipe Trigo. Novelas que sin duda, por sus títulos, bien le servirían al presidente para olvidarse de los problemas del país y de sus eternos conflictos políticos, de los que hoy somos herederos por méritos propios. No estuvieron atentos ni editores ni libreros, en especial el de la San Martín, para publicitar las obras expuestas en el escaparate, aún no sabían manejar con destreza los resortes de una buena campaña publicitaria que aumentara las ventas. Porque el morbo del ser humano es insaciable y seguro que se elevarían las ventas de aquella novela cuyo título fue lo último que leyó Canalejas. Quiero pensar que Pardiñas mató a Canalejas por sus irreconciliables ideologías políticas, no por sus gustos literarios. ¡Hasta ahí podríamos llegar! José López Romero.
Blog de José López Romero
Julio Cortázar
lunes, 3 de noviembre de 2025
viernes, 17 de octubre de 2025
EL DEBER DE LA LECTURA
LA AUTORA DE ESTE ARTÍCULO ES MANUELA ALMODÓVAR
(ALUMNA DEL BACH. INTERNACIONAL DEL I.E.S. P. L. COLOMA)
Leer ya no es un placer solitario. Se ha convertido en un gesto público, medible y, paradójicamente, obligado. Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2024, el 75,3% de los jóvenes entre 14 y 24 años lee libros en su tiempo libre. Pero detrás de estos números surge una pregunta incómoda: ¿leen por gusto, por hábito o por la necesidad u obsesión de que los demás vean que leen?
La literatura, antaño refugio de unos pocos, ha pasado a ser
un escaparate. La lectura se exhibe, se mide y se vende como una marca de
identidad: la foto en la cafetería, la novela en la portada de Instagram, el
comentario culto en un hilo de Twitter. Lo que antes era un ejercicio de pasión
silenciosa, de constancia íntima, hoy se ha transformado en un acto
performativo. La frase Todo el mundo quiere haber leído y nadie quiere leer
nunca fue tan cierta. La gente está tan preocupada porque los demás vean que
disfrutan de sus aficiones que uno se pregunta si realmente las disfrutan o si
es la validación externa lo que les hace sentirse gratificados. Para quienes
amamos los libros, esta dinámica resulta inquietante: la lectura deja de ser un
refugio para convertirse en un medidor social tan ficticio y engañoso como las
propias redes sociales.
El auge de los audiolibros y las aplicaciones de lectura
rápida refleja esta obsesión por la productividad. Todo se mide: palabras por
minuto, libros por año, “logros culturales” como si fueran pasos en un reloj de
fitness. La literatura ha entrado en la esfera del consumo instantáneo, y con
ello se ha erosionado su dimensión más profunda: la de ser un espacio de
pensamiento autónomo y de libertad.
Salir de casa con un libro, sentarse en una cafetería con un
cuaderno, leer poesía frente al mar… Estos actos, que antes eran gestos de
cuidado personal y cultivo del espíritu, ahora pueden parecer pedantes. Y sin
embargo, constituyen la forma más auténtica de resistencia contra la
banalización del tiempo y del placer. La lectura no es una mercancía, ni un
logro social, ni un post que buscará "likes". Leer es un acto de
presencia, una pausa en la exigencia constante de ser productivo.
Quizás quienes amamos las letras hemos estado demasiado
ocupados leyendo para notar cómo nuestra pasión se convertía en moda. Pero aún
podemos recuperar su sentido original: abrir un libro para nosotros mismos, sin
testigos, sin métricas, sin exhibicionismo. Leer como quien respira, como quien
se reconcilia con la vida, con la memoria y con la soledad. Leer como quien
recuerda que lo humano, en su raíz más honda, está hecho de palabras. Manuela
Almodóvar.
viernes, 3 de octubre de 2025
POLÍTICA
No busquen en Google. No pongan su nombre en algún buscador y esperen a que les aparezca alguna información, porque don Diego de Salazar y Heredia fue uno y sin duda es todo aquel que sabe aprovecharse de los tiempos azarosos, que son al fin y al cabo, los que llenan buena parte de la historia de nuestro país. Arbitrista y seductor; poeta y frecuentador de prostíbulos y tabernas, don Diego, uno de esos segundones de la rancia nobleza castellana, aunque con alguna que otra oscura e inconfesable mancha de la raza maldita en su sangre ancestral, llegó a formar parte de aquella pequeña corte de la que se rodeó don Gaspar de Guzmán, el conde-duque de Olivares, el todopoderoso valido de Felipe IV. A pesar de que pocas contemplaciones tenía Olivares con los arbitristas, se atrevió don Diego a escribir el ‘Discurso para el afianzamiento y mejora de los estados de España, así como de sus medios de transporte y vigilancia de sus fronteras’, un tratado un tanto pretencioso y bastante chocarrero, por el que pensaba sacar una buena tajada. Pero lo que le dio fama a don Diego en toda la corte no solo era la privanza del conde-duque, a cuyas fiestas, saraos y jornadas de cacería era un asiduo invitado, sino sobre todo los versos que corrían lo mismo por palacios como por bodegones y que don Diego dedicaba a la Filomena, a la Pantasilea, a la Franquilana, cortesanas que a cambio de sus servicios, se servían de él. Los libros de historia no lo consignan, pero era fama en toda la corte que la gran política y los destinos de España se decidían en las estancias privadas de don Diego al calor y sabor de unas putas, como así ha sido, es y será toda la vida de Dios. José López Romero.
lunes, 11 de agosto de 2025
LECTURAS DE VERANO II
Medio sol amarillo
Chimamanda
Ngozi Adichie. Random-House, 2007.
‘Medio
sol amarillo’ toma su título de la bandera que será el emblema de Biafra, una
región al sur de Nigeria que proclamó su independencia a consecuencia de las
masacres sufridas por la etnia igbo. El relato se desarrolla antes, durante y
después de la guerra civil y la hambruna que se desencadena entre los años 1960
y 1970. Sus protagonistas son dos hermanas gemelas, Olanna y Kainene,
pertenecientes a una acomodada familia igbo. Olanna representa el mundo
intelectual universitario, junto con su pareja Odenigbo, ambiente en el que se
agita la guerra; y Kainene, el de los negocios. Personajes a los que se unirá
el niño Ugwu, criado de Odenigbo. Una novela que expone en toda su crudeza las
consecuencias de una guerra, agravada esta por el odio entre etnias. J.L.R.
Sangre en los estantes
Paco
Camarasa. Austral, 2017.
Aunque
ya existen en el mercado varios diccionarios e historias de la novela negra y
todas sus variantes, subgéneros y denominaciones (caso, por ejemplo, el
‘Diccionario apasionado de la novela negra’ del excelente escritor Pierre
Lemaitre), ‘Sangre en los estantes’, además de ser una historia por orden
alfabético (muy sui generis) del género, tiene la particularidad e
interés añadido de que su autor va
diseminando, sobre todo al final de cada capítulo, el anecdotario de la que fue
en su momento la única librería en España dedicada al género negro, de la que
fue librero: ‘Negra y Criminal’, situada en una calle del barrio de la
Barceloneta. Un repaso por los grandes y menos grandes nombres del género, y un
homenaje a aquella librería que abrió sus puertas en diciembre de 2002 y cerró en
octubre de 2015. J.L.R.
domingo, 20 de julio de 2025
LECTURAS DE VERANO I
Cada día es del ladrón
Teju
Cole. Acantilado, 2016.
Junto
con el clásico Chinua Achebe y con la siempre interesante Chimamanda Ngoze
Adichie, Teju Cole, puede ser el tercer ejemplo, de otros muchos, de la sólida
literatura nigeriana. Aunque los tres nombrados tengan también en común su
educación o magisterio estadounidense; es más, Cole nació en Nueva York en
1975. ‘Cada día es un ladrón’ es una novela corta sobre Lagos y la corrupción
instalada en una gran ciudad donde la ley se mide por el soborno que
obligatoriamente se tiene que ir repartiendo. El protagonista y narrador
(trasunto del propio Cole), que ejerce la medicina en Nueva York, va a pasar
unas vacaciones a casa de su tía Folake. A partir de aquí, se nos ofrece una
visión cruda de un país que se odia y se ama con la misma pasión. J.L.R.
La hermana de Katia
Andrés
Barba. Compactos Anagrama, 2012.
Andrés
Barba (Madrid, 1975) ya es, sin duda, un escritor plenamente consolidado en el
panorama literario español. Los premios y una producción literaria de gran
calidad, lo avalan con creces. Leídas ya ‘Ha dejado de llover’ y ‘Agosto,
octubre’, que se inscriben en el género de las “nouvelles” o novelas cortas,
‘La hermana de Katia’ es un relato de mayor aliento o extensión, una novela de
cuatro mujeres: la abuela, la madre, Katia y su hermana de catorce años, que se
convierte en la protagonista, de ahí el título. Una niña que a veces no
entiende los códigos con que los adultos manejan los hilos de sus vidas. La
prostitución, las peleas familiares, la incomunicación, la falta de referentes
y una tragedia del pasado marcan las vidas de estas cuatro mujeres. Muy
interesante. J.L.R.






